Alma Socia Christi Socia de Navidad

María de Navidad. Alma Socia Christi

-María es ante todo una mujer real, signo de todas las mujeres, desde la primera, en el primer grupo de seres humanos, que surgieron  hacia el año 100.000 aC, en la gran depresión o beka de África oriental, pasando por María, madre de Jesús, primera cristiana, entre el 0-30 d.C entre Belén y Nazaret, hasta la mujer final que aparecerá en el cielo, según el Apocalipsis, En esa hisoria de mujeres esgamos insertos todos  nosotros, no olvidemos.

- María es en segundo lugar una mujer forma parte del “dogma” cristiano de la humanidad, que al principio aparecía como Eva (Génesis) y que al final se mostrará como mujer vestida de cielo (Apocalipsis). Ella ha sido y sigue siendo mujer carne y hueso, bendita entre todas las mujeres y portadora de felicidad para aquellos que confían en ella (Lc 1, 42-45). Es una mujer muy importante para los cristianos, pero es también un signo de buena humanidad para todos los seres humanos que quieren encontrar un principio de vida mejor sobre la tierra.

- En tercer lugar, María es una mujer ejemplar que eleva la dignidad y las ganas de vivir y de quererse de millones y millones de hombres y mujeres de la tierra por encima de razas, culturas yreligiones, Este signo de María, con Jesús niño en sus brazos o compañero mayor en sus caminos, en unión con otros hombres, mujeres y niños que les acompañan, es un regalo de vida y esperanza en estos tiempos nuevos de incertidumbre que estamos iniciando. Esta figura de María, por sí sola o en unión con otros hombres y mujeres que nos han precedido en el camino de gracia y esperanza de la vida nos impulsa no sólo a seguir viviendo, sino a vivir mejor, iniciando en la tierra un camino de “cielo”. Así la han presentado los libros cristianos, desde el Génesis al Apocalipsis, con Pablo y con los evangelios, y así quieren presentarla las siete historias de este libro

  

     Había otras figuras importantes en la tradición de Biblia y de las iglesias cristianas, al lado de María y de Jesús, hombres y mujeres como Abraham y David,Magdalena y Pedro, Pablo y el Discípulo Amado. Pero ninguna ha tenido la importancia de María, madre y compañera de Jesús, mujer creyente que nos estimula, nos acepta y acompaña en tiempos de incertidumbre y confusión como los nuestros, para dialogar y querernos, pues hay sitio para todos en esta tierra común, en la que ella no encontró posada, cuando iba buscando posada con José y su niño.

Éste libro dedicado al estudio de las siete historias de María es un libro nuevo, escrito después tras cincuenta años de estudio y meditación silenciosa, retomando y precisando motivos de otros libros que cito a pie de página o en la bibliografía final,para ofrecerlo de manera amistosa a mis amigos y lectores. 

  Publiqué un primer ensayo sobre María, titulado Orígenes de Jesús (Salamanca 1976), como resumen de mis estudios de Biblia, y después otro más denso tituladoLa Madre de Jesús, introducción a la Mariología (Salamanca 1989), bajo la poderosa impresión de una encíclica del Papa Juan Pablo II,  Redemptoris Mater  (La Madre del Redentor, 1987) que había inyectado en la doctrina católica un aire fuerte de compromiso afectivo y social (redentor) que se mantiene vivo en las iglesias hasta el momento actual, aunque quizá no ha dado los frutos que algunos esperaban.

Retomo y reformulo aquí algunas ideas y propuestas de esos libros, especialmente de Orígenes de Jesús, tras medio siglo de vida  activa en este campo (d 1976 a 2026), bajo la impresión de una propuesta de la Congregación de la Doctrina de la fe que acaba de publicar un documento titulado, Mater Populi Fidelis (Madre del pueblo creyente, 4. XI. 2025), un documento inspirado en la visión cristiana del Papa Francisco (2015-2025), promovido por un cardenal argentino (Víctor M. Fernández), en los primeros meses de papado de un hermano de San Agustín, de Estados Unidos, de América (León XIV).

En algunos contextos se decía y se dice que María ha reforzado la estructura patriarcal de la iglesia, para mantener a la mujer sometida, sobre una peana, que no influya en la vida real de los cristianos y, en especial, de un tipo de jerarcas de la iglesia, de manera que ella (la Virgen) brille como reina madre, por su belleza y ternura, pero ellos (los ministros de la Iglesia) decidan con su poder los asuntos reales de la cristiandad, sin poner en marcha el programa de vida que propone el discurso inaugural de María, llamado Magníficat (Lc 1, 46-55).

En contra de esa línea de “sumisión” eclesial, estaría representada por María, digo en este libro que ella no puede ser manipulada al servicio de unas clases o grupos superiores, ni de un tipo de anti-feminismo que se podido dar en ciertos contextos de cristianismo. En esa línea, tomando como base siete historias de la Biblia, la más honda tradición del cristianismo y ese documento de la Congregación (Mater Populi Fidelis, 2025) he terminado esta obra, que puede resumirse en los principios que siguen:

    1) María es sierva de Dios y madre de Jesús, mujer cuya figura no puede utilizarse para favorecer ninguna opresión interhumana, sino todo lo contrario: Como mujer (persona), servidora y madre del Señor (Lc 1, 43-45), ella es signo fuerte de solidaridad y libertad. Por eso, María no puede interpretarse en categorías de poder, ni de clericalismo teológico, social o sacramental.

    2. María es principio y testimonio de gratuidad activa, encarnación real y lucha en contra de todos los poderes diabólicos (serpiente), abriendo un camino de (Gen 3), en libertad y diálogo, al servicio de la vida de todos, especialmente de los oprimidos, tal como se expresa a través del evangelio de Jesús su hijo, de manera que podemos y debemos llamarle no sólo “madre del redentor”, como decía Juan Pablo II (Redemptoris Mater), sino como Redentora de cautivos y oprimidos, en la línea de una fuerte tradición redentora de la iglesia occidental, el siglo XIII en adelante 

    3. María puede y debe presentarse en este nuevo siglo XXI como principio y signo de un cristianismo comprometido en amor y justicia, al servicio de todos los seres humanos, hermanos y amigos solidarios de todos, varones y mujeres, judíos y gentiles, libres y esclavos, liberados para la libertad y por Cristo (Gal 3, 28; 5, 1), para formar una familia de madres, hermanos y hermanas en el mundo (Mc 3, 31-35).

    4. No he querido presentar a María especialmente como madre (Mater populi fidelis) porque madres somos (hemos de ser) todos en Cristo, escuchando y compartiendo la palabra de Dios, como dice Jesús en Mc 3, 31-35, por encima de todo dominio de varón y de sangre de mujer, porque la palabra de Dios se hace carne y sangre, amor y comunión de vida en todos (Jn 1, 12-14).

    5. En esa línea este libro podría titularse María, carne de Dios y vida humana, y así lo había puesto en sus primeras redacciones, pero, revisando el texto, he preferido volver a la formulación de Isabel en Lc 1, 42-45, cuando dijo a su “prima” María: bienaventurada porque has creído, porque y eres la creyente (hê pisteusasa), no la única, pero sí sino la primera, con Jesús tu hijo, primereando, como decía el Papa Francisco, en el camino de gozo  del evangelio (Evangelii Gaudium, 2015), de manera que el pueblo fiel (fidelis), no está compuestos por sometidos, menores, bajo una madre mayor, sino por compañeros y amigos, madres y hermanos de evangelio, buena nueva del Dios encarnado.

    6. Vengo de una tradición de mercedarios, comprometidos desde el siglo XIII en la tarea de liberación de cautivos, esclavos, encarcelados y excluidos, conforme al programa supremo de Jesús que, en Mt 25, 31-46 se define a sí mismo como hermano menor de menores, hambrientos, sedientos, desnudos, emigrantes, enfermos y encarcelados. Los mercedarios del siglo XIII pusieron como estandarte inspirador de su vida y obra a la Madre de Jesús que es “merced” (regalo de libertad), primera, primera en el camino de los cristianos redentores de oprimidos y cautivos, por su testimonio de fe, esto es, como creyentes.

    7. En clave de libertad, retomando tras medio siglo los motivos de Orígenes de Jesús (1976), empecé a escribir esta nueva mariología a finales del papado Francisco (2015-2025), que he terminado a principios del de León XIV (1.1.2026). En este contexto de iglesia sinodal, en camino compartido, he querido releer y analizar siete historia bíblicos fundamentales de María como Eva (Gen 3), mujer (Gal 4), madre de Jesas (Mc 6), fecundada por Dios (Mt 1), creyente (Lc 1), directora de bodas (Jn 2) y estrella vestida de sol (Ap 12), siempre amiga, sierva, hermana y delegada de Dios, con Jesús, siervo, amigo y hermano por excelencia, conforme a Flp 2,6-11, Mt 25, 31-45 con la tradición del discípulo amado de (evangelio de Juan).

         Mis estudios de mariología habían empezado con la lectura de las actas del Congreso Mariológico internacional 1950, Alma socia Christi (=alma/ nutriente asociada a Cristo), con motivo de la declaración del Dogma de la Asunción, por el que María aparece como “socia/amiga” de Jesús, en una línea marcada por la devoción de los jesuitas, que se definen como socios (sociedad o compañía) de Jesús, SJ. 

         Partiendo enr Gen 3 y culminando en Ap 12, María es Socia de Cristo, una mujer que, aceptando su realidad de creatura, ha desplegado el potencial de gracia de Dios (Lc 1, 26-38), como inspiradora, modelo y garantía demadurez y liberación para los hombres (por fe, no por conquista, por maternidad fraterna, no dominadora ni excluyente, pues todos los creyentes son madres, hermanos y hermanas del Cristo (Mc 3, 29-35).

         Una visión opresora del hombre, define la libertad como superioridad de cada uno y dominio sobre otros. Pues bien, en contra de eso, el hombre (=ser humano) es libre en la medida en que acoge la palabra de Dios y de otros seres humanos en actitud agradecida, respondiendo con su amor al amor de los demás, viviendo de esa forma para ellos y con ellos.

         De esa forma se comprende la libertad de María, que escucha la palabra de Dios que le llega desde Gen 3 y los profetas diciéndole “una virgen concebirá (Is 7, 14), y asiente con su vida diciendo: "He aquí la sierva del Señor; hágase en mi según tu palabra" (Lc 1, 26/38).

         Éste es el testimonio más preciso y profundo de libertad que hallamos en el principio de la vida y obra de María a quien con “terminología jesuítica”, tomada del cristianismo como “sociedad de Jesús (SJ, societas Jesu), los teólogos del tiempo en el que se definió el dogma de la Asunción (1950), llamaron a María alma socia Christi, tomando alma  en el sentido etimológico de principio nutriente, madre animadora, como en alma mater, título que se daba en la antigüedad a las universidades e instituciones al servicio del conocimiento y despliegue de la vida de todos

          En ese sentido decimos que la virgen María es alma mater, socia de Cristo, vida nutricia de los seres humanos, signo importante del Dios en quien viven, se mueven y son los hombres y mujeres formando todos una “alma societas”, una comunión, fraternidad nutriente de vida (cf. Hch 1, 18-32). 

         En esa línea, como signo de Dios, en lucha contra la serpiente/dragón de muerte, ha sido saludada María, signo de la humanidad de Dios, desde Gen 3 hasta Ap 12, como seguiré mostrando en los siete capítulo de este libro, pero no María a sola, sino María madre, hermana, amiga y “socia” de Jesús, la más significativa de sus compañeras y amigas, con Pedro y Pablo, Marcos, Mateo, Lucas y Juan, hasta Ap 12.

         María es, desde esta perspectiva, la mujer que libremente acepta su condición de persona, mujer que no está dominada por otros, ni siquiera por su Hijo Jesucristo y que, sin embargo, precisamente por eso, porque es libre, puede dialogar con José y con otros seres humanos, poniéndose libremente al servicio de amigos, compañeros e hijos… María es la mujer que puede decirle a Dios (y decirse a sí misma) que quiere y puede concebir (ser madre), siendo hermana de los compañeros y amigos de Jesús (cf. Jn 10, 25-27; Hech 1, 13-14), pero en libertad,  y comunicación de vida, siendo ella misma, mujer “empoderada” por Dios, llena de su Espíritu

         En esa línea. María se dice sierva de Dios porque ha escuchado su palabra, libremente, porque se ha descubierto fundamentada y potenciada por un Dios que la respeta en forma plena. Sólo por eso ella se entrega, en gesto de amor, en actitud de alianza, en manos de Dios, para colaborar con él. Porque sabe que Dios ha enriquecido gratuitamente su vida, ella le puede responder en actitud de gracia, ofreciéndole su colaboración (éste es el tema de fondo de Lc 1, 26-38.

         En esa perspectiva, María supera la dialéctica del amo y el siervo (del jerarca que manda y del dominado que se somete (cf. Gal 3, 28). Ni Dios es amo-señor que se impone por la fuerza, ni María esclava que no tiene más remedio que entregarse a sus caprichos o mandatos posesivos. Dios es amigo que la potencia y fundamenta con su palabra de respeto (con su Espíritu) y María viene a desvelarse al mismo tiempo como amiga que recibe todo lo que tiene, lo hace propio y propiamente (de manera libre) puede regalarlo a los demás. Precisamente por eso, porque nadie la obliga, ella afirma que se ofrece como sierva, servidora amorosa de bodas (Jn 2), madre amorosa de los hijos que sufren en cruz (Jn 19).

         María es signo dialéctico o, mejor dicho, analéctico (de analogía) de la palabra y el amor de Dios, tal como se expresa en las palabras del Magníficat: "porque ha mirado la pequeñez de su sierva (de su colaboradora, de su co-redentora)..., ha hecho en mí cosas grandes aquel que es Poderoso" (Lc 1.48-49). Dios se revela de esa forma como palabra que dice dialogando y mirada que alumbra potenciando la vida de los a los demás.

         Dios es mirada misericordiosa porque se ha fijado en la pequeñez (tapeinosis) de María para levantarla. Es amiga porque contempla sin juzgar ni dominar sin imponer ni doblegar. Es creadora porque la transforma y engrandece, de tal forma que "de ahora en adelante me felicitarán todas las generaciones" (Lc 1,48).La creación se ha convertido de esa manera en cruce y fecundación de miradas. Ha fijado Dios sus ojos en María, poniendo en ella su fuerza y su ternura, como decía Juan de la Cruz: "Cuando tú me mirabas / su gracia en mí tus ojos imprimían" (Cántico espiritual).

         María se descubre así mirada, transformada, enriquecida, valorada y liberada por la gracia de unos ojos que no juzgan ni escudriñan ni condenan, sino que animan, dan vida, irradian amor, invitan a colaborar. Ella se sitúa precisamente en el extremo opuesto de eso que una fenomenología de la mirada ha creído descubrir en la presencia de unos ojos siempre vigilantes que destruyen la autonomía y libertad humanas (Sartre). María descubre su valor porque la miran y gozosamente exclama: "se alegra mi espíritu en Dios mi salvador" (Lc 1,47).

         Dios   ha creado a los hombres para poder mirarles y complacerse en ellos, con el gozo de un creador y un padre amigo que se alegra en sus propias creaciones. Pues bien, María ya no tiene que esconderse en el jardín, como los hombres han hecho descubriendo la vergüenza de su desnudez pecadora, desde Adán y Eva (cf. Gn/03/07-11); no tiene que poner un velo sobre el rostro, ante los ojos como han hecho los judíos, ante el Dios del miedo que parece hablarles sólo en un lenguaje de terror y muerte (cf. 2 Cor 3,13; cita de Éx 34 33.35); no tiene que cubrirse la cabeza como deberán hacer más tarde las mujeres de Corinto, que retornan a un estadio pre-mesiánico de discriminación y miedo ante el misterio (cf. Cor 11,2-16). María mantiene la mirada, y manteniéndola, en un gesto de amor y transparencia, responde ante el misterio de Dios diciendo en plena libertad: "He aquí la sierva del Señor" (Lc 1,38).

         El amo mira para dominar, de arriba hacia abajo poseyendo, dominando, con su deseo de superioridad deseo a la persona a la que hace objeto de su mirada. Dios ya no domina ni posee. Precisamente porque es Dios y no un pequeño diosecillo, aprendiz de dictador, puede mirar sin opresión, sin amenaza. Estos ojos de Dios son el misterio del amor que crea. Por eso, María ha respondido, sosteniendo la mirada en diálogo de amor: "ha hecho en mí cosas grandes aquel que es poderoso" (Lc 1,49).    En esa línea, algunos padres de la Iglesia afirmaban que María había concebido (había sido portadora de vida) a través de la mirada, evidentemente, sin negar los otros planos de la vida en plenitud, de la vida como carne, en el sentido radical de Jn 1, 14. Dios hace las cosas con la mirada de su amor, como nuevamente sabe Juan de la Cruz: "yéndolos mirando, / con sola su ternura, / vestidos los dejó de hermosura" (Cántico espiritual Por eso, cuando dice: "Dios ha hecho en mí cosas grandes", ella confiesa: Dios me hace ser y yo soy por la acción de su mirada; Dios me despierta a la vida y yo puedo despertar, reconocerme y responderle.

         Desde esta mirada-acción de Dios surge María como persona creada: surge totalmente de Dios para ser ella misma de una forma plena; Dios la deja en manos de su propia libertad, deja que ella se asuma a sí misma, se reconozca como libre y le responda, colaborando en la propia tarea mesiánica del surgimiento de su Hijo sobre el mundo.

         Éste es, a mi juicio, el sentido más profundo del relato de la anunciación (Lc 1, 26-38). El Dios que de nada necesita, ha querido necesitar de María para realizar humanamente (divinamente) la encarnación de su Hijo. Por eso, si la terminología del amo y del esclavo nos valiera, Dios mismo se vuelve "esclavo de María", llama a la puerta de su vida, espera su respuesta.

         Esta manera de hablar sobre Dios y María constituye un símbolo, pero no es un símbolo que pueda tomarse como secundario o reducirse luego al plano del lenguaje conceptual. Ésta es la expresión originaria del misterio. Es la expresión del Dios que habiendo creado seres libres viene a comportarse en libertad con ellos, en respeto y reverencia. Es la expresión del ser humano que, siendo creatura libre, mantiene y explicita su libertad precisamente frente a Dios.

         No existe verdadera libertad en (entre los hombres), si ellos no son libres frente a Dios (ante Dios, en sí mismos…). Sólo libremente podemos ser y relacionarnos unos con otros…. No podemos romper y superar la dialéctica del amo y del esclavo. Si Dios continuara actuando como un amo que impone su deseo sin pedir colaboración ni esperar nuestra respuesta…. Seriamos esclavos suyos, y podríamos esclavos unos de otros. La experiencia de Dios, tal como viene a expresarse en el relato de la anunciación de María, es la experiencia de la suprema libertad ente Dios y con Dios, en la línea de Gal 3, 28, el himno de la libertad de Dios en los hombres y con los hombres….

         He dicho libertad suprema e infinita porque sólo Dios es infinito y absoluto, en el sentido de que vive desde el fondo de sí mismo, haciéndose presente, en comunión con los hombres. En esa línea, de esa manera, María viene concebirse y presentarse como libre en Dios, ante Dios y con Dios. Pues bien, desde el fondo de esa dependencia (como sierva), María puede decir y ha dicho su palabra de suprema independencia y libertad, una palabra que Dios mismo necesita para encarnarse sobre el mundo y para realizar su obra salvadora. De esta forma se han unido libertad y gracia. María es la agraciada de Dios (cf. Lc 1,28) y sólo como tal, gratuitamente, puede responder y realizarse como libre.

         Su libertad se define así como autonomía para colaborar en el misterio de Dios, que quiere culmina de esa manera su obra encarnándose en el mundo que ha creado. María es libre porque puede asumir como propio el plan de Dios, el sentido y esperanza de la vida, en comunión con José, su desposado. Así lo asume y de esa forma se realiza, respondiendo gratuitamente a la gracia y colaborando con ella. En ese sentido, de un modo muy profundo, podríamos decir que ella posee y despliega la misma libertad de Dios, en creada, hecha persona dentro de la historia.

         Desde este fondo podemos y debemos hablar de María Virgen, esto es, parthenos, una mujer que ha madurado, descubriendo por experiencia la vida de su cuerpo (cf. Gén 3,20) y sabiendo que ella misma es la que debe decidir sobre esa vida en libertad en diálogo con Dios y con los otros seres humanos, desde sí misma, en amor; una mujer que actúa como dueña de sí misma. No se define simplemente como objeto de deseo para de un varón, conforme Gén 3,16; tampoco se limita a desplegarse como vientre-pechos para el hijo conforme a la palabra popular de Lc 11, 27 (y a un tipo de matriarcado de cuerpo, no de vida entera).

         Al definirse como virgen, mujer madura para la vida, María trasciende el plano de la vitalidad sexual, biológica….(cf. Gén 3,20), entendida como relación con el marido y con los hijos. Ella es más que una función reproductora, al servicio del deseo del varón y de la vida de su prole. Ella es persona en sentido pleno. Así le dice Dios: No temas María, Μὴ φοβοῦ, Μαριάμ, yo estoy contigo. Pero María es una virgen desposada (Lc 1,27), es decir, vinculada a otros y con otros, no Virgo Potens, potente, en sentido negativo, como las mujeres guerreras, amazonas, mata-hombres de la literatura castellana del siglo XV.

         No es la virgen miedosa, de ciertas neurosis, que se mantiene alejada de todo marido; no es tampoco la virgen egoísta, que prefiere hacer la vida en sí misma, sin tener que compartirla con otros en el camino, como Luis de León, poeta solitario, que se define diciendo: Vivir quiero conmigo, a solas, sin testigo, libre de amor, de celos, de odio, de esperanzas, de recelos).

         No es la virgen miedosa, medrosa, melindrosa, de ciertas leyendas, ni virgen dura de otras, independiente por despecho o por rechazo, para oprimir mejor a los varones; no es, finalmente, la virgen amazona, defensora violenta de su soledad. Al contrario, ella es virgen desposada, es decir, abierta al diálogo con un varón, llamado José, con quien proyecta compartir su vida.

         Esto significa que María se ha situado en el camino de Israel: ha nacido a la libertad y como mujer libre pretende comprometerse con un varón, en el camino mesiánico de las promesas patriarcales, ligadas precisamente al matrimonio y a la descendencia. No es una virgen lesbiana, que rechaza como desagradable o negativa (para ella) la relación genital con un varón. Tampoco es virgen vestal, que haya decidido consagrar su castidad a Dios, como sacerdotisa de un culto que prohíbe las uniones sexuales de la tierra. María es virgen desposada: se sabe dueña de sí misma y, como tal, ha decidido compartir con un varón el camino de su vida, conforme a la palabra más sagrada del AT.

         Pues bien, desde el fondo de esa decisión le ha salido al encuentro la palabra creadora de Dios, elevándola para un nivel más alto de compromiso esposan, de comunidad de casa y de maternidad. Dios se ha introducido así en al corazón de una "virgen desposada", introduciéndose en el ámbito de su decisión y liberándola para un tipo de compromiso superior, que será único en la historia de la humanidad. Lucas y Mateo nos presentan, con gran delicadeza y sobriedad, los elementos fundamentales de este compromiso superior de María. Ella puede realizarlo porque es virgen desposada: porque es dueña de sí misma y se halla abierta hacia el misterio del amor que es espacio de surgimiento de la vida. Precisamente en ese espacio le habla Dios y ella le responde de manera afirmativa, "concibiendo por la fe al mismo Hijo de Dios", como ha destacado sin cesar la tradición cristiana; ella ha concebido "por la palabra", es decir, en plena libertad, como persona que escucha y que responde en nivel de totalidad personal y no sólo en un plano de ideas.

         De esa historia especial de Dios con María, de esa historia universal de amor y de vida, que se expresa plenamente en Jesús, el hijo de María, quiero hablar en este libro, empezando por el Génesis y acabando en el Apocalipsis.

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