El mito del matricidio como anti-navidad constituye un eslabón muy importante en la historia de la Biblia. No ha sido incluido en canon, como el relato del diluvio (Gen 6-8) y de la torre de Babel (Gen 11), pero es en el fondo más significativo.
Para hacerse dueño del mundo por la guerra, para imponer sobre la tierra su ley de violencia, el Hijo (Marduk) tiene que matar a su misma madre, que es signo de la naturaleza. Pues bien, en contra de eso, el relato bíblico cristiana tiene que apelar a María, Madre de Jesús, afirmando que entre ellos (Jesús y María, hijo y madre) ha podido darse y se ha dado una relación que tiene elementos conflictivos, pero que es básicamente positiva, pues Jesús, el hijo de la gran madre cósmica (representada por María) ha aceptado la ensezanz/camino de su madre y, por otra parte, María ha aceptado y ratificado la obra salvadora de Jesús, que no tiene rasgos militares como los de Marduk, sino rasgos de humanización pacífica del mundo, en lucha con Satán/Belzebú, que no es un diablo militar, sino económico (Mamón) y de destrucción personal (enloquecedor, de posesión destructora de la mente.
Se ha dicho que la madre es el signo primero de Dios, como aparece en Gen 2-3. Ella ofrece no sólo su cuerpo, sino su vida entera a los hijos, muriendo de algún modo por ellos, dándoles su carne y sangre, a fin de que tengan carne y sangre, de manera que ella podría decirles, lo mismo que Jesús dirá Jesús a sus discípulos: «¡Tomad y comed (=vivid), eso es mi cuerpo que entrego por vosotros!» (Mc 14, 22 y paralelos).
Este símbolo materno es básicamente pacífico y gozoso, expresión de un amor que se entrega sin violencia y se recibe sin envidia, signo de ternura creadora, fuente de paz, el primer rostro humano de Dios. Hay, sin embargo, varios mitos que suponen que los hijos tienen que «matar» a su madre para así crecer y volverse independientes.
No parece que se dieran al principio de occidente sacrificios rituales sangrientos (físicos) de madres. Pero existió y se ha trasmitido el mito de unos hijos que quitaron la vida a la madre (la destronaron), para vivir y reinar de esa manera ellos, como ha evocado el canto mesopotamio de la creación, titulado Enuma Elish: “cuando en lo alto...”. ´´Este es un mito religioso, que evoca una violencia fundante, más allá de la historia; pero, en su origen, la religión lo engloba todo (familia y sociedad, política y guerra); por eso, ese mito del asesinato de la madre tiene un carácter total, pues recoge y formula el principio de violencia de todo surgimiento humano[1].
Hubo un tiempo en que los hombres parecían dependientes de la madre engendradora: de ella nacían, en ella se encontraban sustentados. Pues bien, algunos pensaron que esa madre Tiamat les había engendrado para tenerles sometidos, como esclavos, menores, en su seno, impidiendo así que ellos llegaran a ser independientes. Les habría suscitado para mantenerles sometidos, reinando sobre ellos. De manera consecuente, para alcanzar la madurez y realizarse con autonomía, los hijos tuvieron que matar a la madre, coronando como rey a Marduk, el matricida[2].
El mito empieza suponiendo que la madre empezó siendo paciente, soportando el alboroto de los hijos aún menores y poco poderosos en su vientre. Pero en un momento dado ella no pudo sufrir ya la violencia de esos hijos cada vez más fuertes que luchaban, rebelándose en su vientre (cf. Enuma Elish I, 100-119), buscando su propia autonomía, hecha de victoria conquistadora, no de engendramiento. Como representante de esos nuevos hijos rebeldes se alzará Marduk, el más fuerte, capaz de vencer a su madre, saliendo totalmente de su seno, para así ponerla a su servicio. De esa forma se enfrentaron el poder generador de la madre y el poder guerrero del hijo y sólo por la lucha se vio cuál de los dos era más fuerte. El mito sigue presentando a Tiamat como madre que ha engendrado a los hijos, pero quiere mantenerlos sometidos, sin dejarles vivir y triunfar con autonomía.
1. Es poderosa como madre. Ha creado (engendrado, formado) el conjunto de las cosas (II, 10-19; III, 15-24.70-85) y así aparece como cuerpo-vientre, pero sin la inteligencia práctica que distingue ya a sus hijos. Es la vida inconsciente y por eso los dioses del imperio militar han de vencerla, iniciando la primera forma de racionalidad sobre la tierra.
2. Es represora, pues impide que sus hijos se vuelvan independientes, añadiendo que ella odia a los mismos seres que ha engendrado (II, 2.11). Así piensan, los rebeldes, que quieren imponer su nueva ley de violencia guerrera, sobre la vida originaria de la madre.
3. Es madre arpía y representa los aspectos maléficos del cosmos: suscita un ejército de terrores naturales, diversos tipos de dragones, hydras, leviatanes (monstruos acuáticos), híbridos feroces (hombres-peces, hombres-escorpiones), evocando el miedo de la naturaleza, condensada en las doce constelaciones de monstruos dirigidos por un Titán o engendro maléfico, Kingu, a quien confía el mando, como a príncipe consorte (II-40; cf. III, 15-50).
Es como si los hijos despertaran del sueño de inconciencia en que vivían, integrados en la madre, para ser independientes y sintieran miedo de ella. Así la descubren como figura perversa[3] contra la que deben luchar para alcanzar su identidad, convirtiéndose en autónomos. El mito añade que quisieron vencerla por dos veces, pero sin lograrlo. (1) Primero se elevó en contra de esa madre/mujer dominadora Ea-Enki, Dios de la tierra y el agua,pero que retroceder no pudiendo mantenerse firma (II, 50-85). (2) Luego quiere alzarse Anu, Dios del inframundo, pero también sale vencido, pues Tiamat era señora/diosa de los poderes del sub-mundo (II, 86-105). (3) Sólo quedó Marduk para luchar contra su madre,para así devolver a los hombres el poder que la madre Tiamat les había usurpado Marduk aparece así como Dios Hijo, portador de unade una violencia nueva y más alta, vinculada con el sol y, rey de los cielos, y sn las armas poderosas de la cultura guerrera de Mesopotamia.
De esa forma pudo iniciarse, y se inicia la más sura de todas las guerras, la “madre de todas las guerra”, por medio de la cual nuevos hombre guerreros (de la estirpe de Marduk) pudieron luchar contra la madre castradrora opresora (esclavizadora). Según eso, la primera de todas las guerras del mundo no ha sido la de los hijos contra el padre opresor (confore al mito de Edipo, el hijo oprimido, violento, que tiene que matar a su padre Layo, para vivir en libertad.
Conforme a este mito griego más moderno, Edipo tuvo que matar a su padre para así reinar, marcando así hasta hoy en día la conciencia (violencia) de occidente, conforme a la interpretación de S. Freud. Pero más antiguo, profundo y verdadero que el mito de Edipo ha sido para occidente el mito de Marduk, que tuvo que matar a su madre para tomar su poder sobre la tierra.
Según eso, la lucha más honda y fatídica de la historia del mundo (en perspectiva occidental) no ha sido la lucha contra el padre, sino contra la madre, esto es, contra la naturaleza. Tan profunda ha sido esa lucha, tan honda y total la guerra contra la mujer/madre (contra el matriarcado), que casi no nos hemos dado cuenta de ella, de manera que veneramos a la madre…pero de alguna manera la estamos matando. La racionalidad materna, centrada en el útero que engendra, en la verdad del cuerpo fecundo; y la racionalidad guerrera, reflejada por Marduk, cultura de violencia a quien reconocen los restantes dioses[4].
Sin duda, Marduk es también signo de fuerzas cósmicas: tiene dominio sobre el viento y el rayo, con las tempestades. Pero más que Dios de la naturaleza, es Señor de la nueva racionalidad militar de Mesopotamia y se identifica con la cultura de la guerra: lleva en su mano el arco y flecha, la red que cautiva al adversario, la maza que rompe su cráneo[5]. Desde aquí se entiende la más honda diferencia: Tiamat crea y combate con su cuerpo, es decir, con sus fuerzas naturales; Marduk, en cambio, ha suscitado, en torno a su cuerpo natural, una corporalidad o razón objetivada de violencia, representada por las armas. El mito actual presenta a Tiamat como expresión monstruosa de la naturaleza (con un tipo de cuerpo que debe ser vencida) y canta la gloria y victoria guerrera de Marduk con su cuerpo vestido de violencia (de armas)[6]. De esa forma supone que el hombre guerrero tiene que "matar" o dominar a la madre para desarrollar su verdadera Vida, para convertirse de esa forma en creador de cultura:
Se lanzaron al combate y se enzarzaron en un cuerpo a cuerpo (Tiamat, la madre, y Marduk, el hijo…; la naturaleza que es la vida, y el hijo que es la guerra) Pero el Señor (Marduk), desplegando su red, envolvió con ella a Tiamat) , luego soltó contra ella el viento malo, que le seguía detrás. Y cuando Tiamat abrió su boca para engullirlo, él hizo penetrar en (en la boca de Tiamat) el Viento malo para impedirle cerrar sus labios... Él disparó su flecha y le atravesó el vientre; cortó su cuerpo por la mitad y le abrió el vientre. Así triunfó de ella, acabando con su vida (IV, 94-103)... El Señor puso sus pies sobre la parte inferior de Tiamat y con su despiadada maza aplastó su cráneo... Dividió luego la carne monstruosa de Tiamat para fabricar maravillas, y la partió en dos, como si fuera un molusco (un pescado para el secadero) dispuso de una mitad que la abovedó a manera de cielo (IV, 129-138).
Sobre el cadáver de la madre ha creado Marduk el nuevo orden social. Ha dividido en dos su vientre (=matriz), poniendo una parte como techo (el cielo) y disponiendo la otra como suelo. En el hueco de esa madre asesinada hemos nacido, de su carne procedemos y en ella existimos («vivimos, nos movemos y somos»: cf. Hech 17, 28). En el principio de nuestra cultura está el cadáver de la mujer/madre vencida por la técnica violenta (racional) de los guerreros varones de Marduk. Para que el hombre pueda construir esa cultura y construirse tiene que domar-dominar a la mujer (a su misma madre), hasta que el fin ella se vuelva inofensiva y útil, descanso y servidora del guerrero.
Esta es la primera empresa o trabajo del varón, que tiene que matar o domar a su madre para alcanzar autonomía. Antes que matar al padre (tema freudiano), al hermano (tema bíblico de Caín y Abel, Gen 4) o a un posible dragón o fiera perversa (tema de otros mitos), el hombre tiene que matar a su propia madre. Es difícil encontrar una violencia más honda y persistente que ésta, un mito más verdadero, oculto tras las fiestas más venerables de la cultura occidental, fiestas de la madre buena que engendra y da a luz a Jesús, el hijo bueno…
Celebramos en navidad la fiesta de la madre buena, olvidando a veces que en el fondo de María, madre buena, está quizá Eva (madre ambigua)…, y queque quizá la mayor hazaña de la gran cultura de occidente ha consistido en matar/domar/domesticar a la madre. En contra de este símbolo hermoso de la Navidad, se camufla el mito de Maduk y Tiamat, que concibe el universo como madre dominada, conforme ha destacado de forma estremecedora el mito de Maarduk y Tiamat.
1. En la parte superior del gran horno del cuerpo de Tiamat, dividido en dos, como las valvas de un molusco, ha colocado Marduk los grandes astros (V,1-47). Con la saliva y aliento de Tiamat hizo Marduk las nieblas, las nubes y los vientos, pues respiramos del hálito vital de la madre muerta (V, 47-53).
2. Sobre la parte inferior del cuerpo de Tiamat, que es la costra y superficie de la tierra, vivimos y nos movemos nosotros. Cabeza y pechos de la madre son las inmensas montañas y sus ojos son los manantiales de los grandes ríos (Eúfrates y Tigris) que fecundan la tierra cultivada del entorno de Mesopotamia... (V, 53-68). De esa forma justifica el mito la violencia ecológica contra la madre naturaleza de la que hemos nacido y sobre la que vivimos[7].
Los portadores de la cultura occidental, herederos de este mito mesopotamio, hemos empezado a ser lo que somos al independizarnos de la madre y dominarla. Sólo quien la "mata" (quien reprime lo materno) puede convertirse en rey, como Maarduk, que no es rey obedeciendo a su madre, sino matándola (V, 109).
Todos dependemos de ese matricidio. Brotamos de la carne y sangre de Tiamat (y/o de Kingu, su consorte), pero nacemos por obra de Marduk, como beneficiarios y representantes de su matricidio. Lo que él hizo tenemos que seguir haciéndolo, para ratificar su gesto en una fuerte cultura de violencia. Sobre esa "hazaña" de Marduk se edifica la ciudad (Babel) y se instaura la religión (el culto de los dioses), en claves de violencia. De esa forma, llegando a su final, el mito resulta transparente. Antes parecía dominante el miedo a la madre, el fantasma de una naturaleza opresora. Ahora, los dioses (y los hombres) deben inclinarse ante los signos del poder violento: «El Señor (Marduk) presentó su Arco, puso esta arma delante de ellos; los dioses, sus padres, contemplaron la Red que había hecho; y admiraron la maravillosa factura del Arco... (Y Anu) tras besar el Arco dijo:¡Sí! ¡Este es mi Hijo!» (VI, 83-98).
Donde reinaba el útero materno reinan y se vuelven adorables las armas que han matado a la madre. El Arco y la Red constituyen el nuevo cuerpo de violencia del varón que se impone sobre el mundo. Ha terminado la "protohistoria" (tiempo del cuerpo materno); sobre el cadáver de la madre, con el Arco y la Red como dioses, han comenzado su historia los "grandes creadores" de violencia que han sido y son los babilonios (y los occidentales modernos).
Todos seguimos estando apoyados en el asesinato mítico, es decir, real pero no histórico, de la madre, que puede interpretarse como pecado original de occidente. Este mito expresa el ideal de una sociedad que se funda en la violencia del varón conquistador (guerrero) y ratifica el sometimiento del principio femenino. Es posible que no conserve el recuerdo de ningún hecho histórico, ni refleje ningún rito de sacrificio físico, pero ha tenido y sigue teniendo una gran importancia en la cultura de occidente.
Sobre a la presunta violencia natural (irracional) de la madre, se ha impuesto y triunfado la violencia militar de Marduk, guerrero poderoso, que impone su orden por la fuerza y de esa forma mantiene el caos sometido. Los habitantes del imperio (de Babel) le deben la forma de vida que disfrutan y por eso le sirven y le ofrecen sacrificios, cuidando de su templo.
Religión y culto aparecen así como reflejo y expansión de la violencia militar de aquellos que dicen habernos liberado del caos materno. Evidentemente, la cultura y religión que se establece sobre ese fundamento (muerte de la madre) tiene un sentido militar: se ha desligado de la naturaleza, se ha puesto al servicio del orden de Babel y es propio de fuertes guerreros. Esta religión sirve para sancionar el orden social: los humanos brotan de la sangre mala de la diosa derrotada (Tiamat o Kingu, su malvado consejero); por eso tienen sangre perversa y hay que mantenerlos sometidos. Han nacido para obedecer y servir al Dios del poder de Babilonia y de su imperio. Por su mismo nacimiento son esclavos de una autoridad sacral, simbolizada por Babel, con su templo y su imperio gigantesco. Pues bien, esta cultura de Marduk-Babel ha definido toda la historia posterior de occidente, como ha señalado de forma ejemplo el Apocalipsis.
La Biblia en su conjunto, desde Gen 11, 1-9 (Torre de Babel, templo de Marduk) hasta Ap 17-19 (caída de Babel, la prostituta), ha interpretado este mito de forma negativa, como expresión de la soberbia de los hombres que se alzan contra su Madre sagrada (contra el mismo Dios excelso) y así caen en manos de propia confusión, vinculada a la mujer-prostituta que maneja y destruye a sus devotos.
No sabemos si ha existido en el principio de las grandes culturas un asesinato histórico de la madre (paralelo al asesinato del padre que muchos postulan, conforme al mito de Edipo); lo que sí ha existido es la represión violenta del aspecto materno de la vida, con la sumisión de las mujeres/madres y hermanas (esposas) bajo los guerreros. Al menos en sentido simbólico podemos decir que somos hijos de un asesinato, del primer matricidio, (deicidio): hemos matado a nuestra madre, convirtiéndonos en seres violentos y errantes sobre el mundo.
Entendido así, el "pecado original" consiste en el rechazo del origen. Llevamos la marca de un Caín-Marduk que no ha empezado asesinando a su hermano/compañero (Abel) sino a su madre, fundando así la tragedia que está en la base nuestra vida humana: para ser lo que somos debemos salir de la naturaleza y reprimirla de algún modo, con violencia. Sobre el influjo del signo de Babel en la historia de occidente, a través del Apocalipsis,
[1] Frente al mito de Edipo (asesinatodel padre), hallamos aquí un mito más antiguo: para ser lo que son, violentos luchadores, los hombres han tenido que "matar a la madre". De esa forma, en el lugar donde se hallaba antes ella, han colocado la guerra como principio o "padre" de todo lo que existe (Heráclito). Texto del mito de Marduk en F. Lara, Enuma Elish, Trotta, Madrid 1994; edición parcial en J. B. Pritchard (ed.), La sabiduría del Antiguo Oriente, Garriga, Barcelona 1966,35-45. Bibliografía básica: H. Frankfort, Reyes y Dioses (en Egipto y Mesopotamia), Rev. de Occidente, Madrid 1976; W. H. Ph. Romer, «La religión en la antigua Mesopotamia», en C. J. Bleeker y G. Widengren, Historia religionum, Cristiandad, Madrid 1973, I,121-196
[2] Podríamos suponer que la madre buena ha ofrecido cuerpo y vida (sangre, leche) a los hijos e hijas, de un modo gratuito, para que estos puedan luego vivir por sí mismos. Pero muchos la han tomado como mala (opresora), pensando que sólo podrán hacerse «hombres» si se desligan de ella, si la matan, como hicieron Marduk y otros dioses al origen de los tiempos. Comer la carne y beber la sangre de la madre: éste sería el primero de los sacrificios que los conquistadores, expertos en la guerra, han sustituido después por el orden que se logra con violencia.
[3] E. Neumann, La Grande Madre, Astrolabio, Roma 1981, 151-180, ha estudiado los diversos tipos de "demonización" de la figura divina femenina. Sobre el surgimiento y sentido de las divinidades "superiores" masculinas, cf. L. Cencillo, Mito. Semántica y Realidad, BAC, Madrid 1970, 154-166.
[4] A. M. Fernández, La mujer de la ilusión, Paidós, Buenos Aires 1993 ha puesto de relieve el carácter parcial (dominador) de una racionalidad masculina vinculada a la violencia.
[5] R. Girard, La violencia y lo sagrado, Anagrama, Barcelona 1983 ha estudiado con gran erudición y fuerza persuasiva el origen violento de la racionalidad occidental (que nosotros llamaríamos "masculina"). En esa línea de violencia sacrificial, que necesita siempre víctimas, se mueve a su juicio la filosofía europea, desde Heráclito hasta Heidegger, a diferencia de la revelación bíblica que tiene un carácter no-violento (no-sacrificial) y que culmina en Cristo: cf. R. Girard, El misterio de nuestro mundo, Sígueme, Salamanca 1982, 299-318.
[6] Presentación y juicio general en C. Acevedo, Mito y conocimiento, Univ. Iberoamericana, México 1993 con amplia bibliografía. Cf. también G. Gusdorf, Mito y metafísica, Nova, Buenos Aires 1960.
[7] U. Bianchi, Teogonie e cosmogonie, Studium, Roma 1960, 96-110 ha situado el tema en el trasfondo de las diversas cosmogonías de los pueblos antiguos. V. Hernández, La expresión de lo divino en las religiones no cristianas, BAC, Madrid 1972, 155-182 destaca el trasfondo materno y dual de las cosmogonías.