3.11.17.Primera candela de Adviento: viene Dios, vamos a esperarle

Son tradicionales las 4 candelas, y así las quiero presentar y comentar estos domingos de Adviento, pues el hombre sólo vive porque espera.

Dicen algunos políticos que hemos tomado el buen camino de la vida, pero muchos sabemos que no es cierto. Las formas de política y mercado del "gran mundo" conducen a la muerte, y por eso han de cambiar mientras haya tiempo (=mientras sea Adviento).

Han de cambiar también las iglesias establecidas, o acabarán pronto , si no vuelven a la esperanza radical del evangelio, en línea de Adviento, dejando que Dios se manifieste tal cual es, como impulso y fuente de misterio, en justicia y fraternidad.

Por eso quiero encender las cuatro candelas de Adviento, para iluminar de esa manera el camino de Dios, que es esperanza de vida de los hombres, quitando disfraces y mentiras que destruyen la esperaza.

1. La primera es la candela de Israel, que encendió sobre el mundo la Menorah o candelabro de los siete brazos. Esperar contra toda esperanza y mantener firme el camino de cambio, ese ha sido el ideal del verdadero judaísmo, nuestro Antiguo Testamento, y por eso he querido encender su luz en ese comienzo de Adviento

2. La segunda es la mujer, María. Ella es sin duda pasado, y es también presente, pero es, al mismo tiempo Adviento: Esperanza y presencia del Dios que llega en la fidelidad a la vida, en la verdad, en el cuidado… Significativamente, la iglesia cristiana ha presentado y sigue presentando a María como segundo signo del adviento, como veremos el próximo domingo.

3. La tercera candela de adviento es Juan Bautista, es decir, el profeta de todos los profetas. Los cristianos no tenemos un libro de Juan, como seguimos teniendo el de Isaías o Ezequiel, con Jeremías o Daniel. Pero en Juan Bautista se condensa y cumple la historia de todos los profetas, que está dentro del mismo Nuevo Testamento, en la vida y mensa de Jesús. Así lo podré de relieve el tercer domingo.


4. Finalmente, la cuarta candela o es la misma vida, toda la historia de la humanidad representada por el entorno real de los hombres y mujeres de Israel y Roma, de Nazaret y Belén, como veremos el cuarto domingo, que este año cae en la vigilia de la Navidad.

Con estas candelas que empiezo a encender quiero saludar a los amigos de mi blog, anunciando (viviendo) con ellos el camino de esperanza en el Dios en quien creemos porque esperamos, preparado lo que aún no ha aparecido (nuestra verdadera humanidad), en medio de una tierra que parece condenada a muerte).

Muchos dicen que este mundo se ha vuelto ya desierto de muerte irreparable (¡pueden quedarnos a los más dos o tres siglos), pero en un sentido mucho más profundo la profecía de Israel sigue diciendo que es lugar para nacer (re-nacer), aprendiendo a vivir en esperanza.

Por eso celebramos un año más el Adviento de Dios, a pesar de la imagen del arco de Tito, con los soldados llevando en triunfo la Menorah o candela de Israel (Jerusalén) para ponerla en Roma, al servicio del Imperio. Pero aquel imperio cayó, como caerá el actual, mientras seguimos celebrando el Adviento de la nueva creación, que proclamaron los profetas de Israel, como verá quien siga leyendo. Buen Domingo a todos. Feliz Adviento.





Dios, palabra de Adviento

Nacemos y crecemos sobre un campo minado de miedos y violencias, pero ellos no han logrado imponerse y dominarlo todo, pues la vida se ha seguido expandiendo, por amor de madre (y padre) y por esperanza de Dios, es decir, de reconciliación de la humanidad. En ese contexto nos ha situado la revelación bíblica, presentando a Dios como Principio Esperanza (portador de vida) y a Israel como pueblo que descubre y despliega esa esperanza de Dios en la historia.

Por eso, creer en Dios significa vivir en Adviento: Apostar por un futuro de liberación, que nos permitirá entender el pasado (por qué hemos sido creados así) y asumir el presente (qué sentido tiene una historia interminable de conflictos). En esa línea, históricamente, en una situación de crisis, superando poderes de violencia, idolatría y opresión (entre el siglo VII y el IV a.C.), los judíos reconocieron y acogieron a Yahvé como promesa de futuro, fuente de paz, descubriendo al mismo tiempo su tarea mesiánica al servicio de una nueva humanidad (Shalom).

Por eso decimos que Israel ha sido el pueblo del Adviento: El pueblo mesiánico, que sigue viviendo en tensión de futuro, en esperanza de reconciliación. De esa forma, arraigados en la esperanza de futuro, ellos han comprendido el origen del pueblo (patriarcas, éxodo, conquista de Palestina), las vicisitudes de su configuración social (monarquía, divisiones interiores) y los fracasos y esperanzas de futuro (mesianismo) como signo del Dios que les habla y se expresa en su misma vida.

Israel, pueblo de adviento (re-empezar en el Antiguo Testamento)

A través de esa lectura religiosa (de esperanza) de la historia, los judíos han superado la sacralización idolátrica del mundo, pero sin buscar refugio en una pura interioridad mística. Así han descubierto que el mismo Dios dialoga con ellos y les capacita para asumir su propia tarea en libertad, abriendo un camino que rompe la fatalidad del eterno retorno del cosmos y lleva a la paz definitiva. Así han visto que Dios no está en el eterno retorno de la naturaleza, ni en la pura interioridad mística, sino que es aquel que abre un camino de promesa y esperanza en la historia. De esa forma ellos apuestan por un Dios que, por su parte, apuesta por los hombres, comprometiéndose a realizar en ellos el misterio excitante de su Vida.

La cultura de Israel no ha resuelto grandes problemas científicos, ni ha resuelto conflictos sociales, ni ha creado imperios, ni ha elaborado formas nuevas de filosofía. Pero ha ofrecido a la cultura universal un elemento más valioso: Ha descubierto el sentido y tarea de la historia, como despliegue creador de la vida humana (es decir, divina), abierta a una pacificación futura, el hallazgo de la responsabilidad del hombre en el camino de la revelación de Dios, la certeza de que todos y cada uno de los hombres tienen un valor y un sentido, en el camino que conduce hacia la humanidad mesiánica.

Esta experiencia israelita, fundada en motivos religiosos, ha venido a ser, para nosotros y para gran parte de la humanidad, un patrimonio cultural (no sólo religioso) que asumimos quizá de un modo inconsciente, pero que sigue permitiendo apostar por el futuro de la história. Por la Biblia interpretamos nuestra realidad como historia, con un pasado del que provenimos, una tarea presente que debemos asumir y un futuro al que tendemos; y así podemos añadir que nuestra historia no es sólo nuestra (de una humanidad aislada), sino la misma historia de Dios, que ha apostado por ser y hacerse en la historia de los hombres.

De esa manera, superando la religiosidad cósmica y destacando la importancia de la creatividad humana, Israel ha desarrollado una hermenéutica teísta de la historia, descubriendo así el centro de gravedad de nuestra experiencia humana. Siguen siendo importantes los signos religiosos del cosmos (invierno y verano, siembra y cosecha, nacimiento y muerte, sol y tierra...), pero los rasgos principales de nuestra vida son ya de tipo histórico, y se vinculan con nuestro propio desarrollo humano: Sólo podemos responder a Dios (y conocerle) siendo fieles a nuestro camino en la historia, como Israel que le ha visto y que ha experimentado su presencia al salir de Egipto y al entrar en Palestina, y al enfrentarse con diversos problemas sociales posteriores: crisis políticas, destrucción de Jerusalén, exilio etc. .

Más que como creador del mundo, los judíos han visto y acogido a Dios como aquel se revela de un modo personal y transcendente (como Yahvé, el Señor) en la medida en que guía los acontecimientos de la historia israelita, revelándose a sí mismo en ellos, siendo así «Dios en los hombres». Algunos (como F. Nietzsche) se han atrevido a decir que ese Dios de la historia de Israel no ha sido más que una alucinación colectiva, un delirio de acompañamiento teológico propio de un pueblo de parias marginados. Pues bien, en contra de eso, a la luz del argumento de este libro, podemos afirmar que este descubrimiento de Dios en la historia ha sido una aportación fundamental de Israel a la cultura, en una línea que ha estado y sigue estando vinculada a la tradición de los profetas.


Profetas. Dios, presencia y promesa de paz en la historia

Este descubrimiento israelita de la presencia y tarea de Dios en la historia de los hombres constituye (junto a la razón griega y a la interioridad hindú) una de las manifestaciones supremas de la cultura humana. Podemos discutir la verdad última (divina) de esa postura, aceptándola con algunas variantes (como hacemos cristianos y musulmanes), o quizá rechazándola (como pueden hacer hindúes o chinos). Pero, de un modo u otro, todos los hombres cultos de la actualidad somos deudores de ella, pues esta visión ha ensanchado nuestra conciencia en línea de tiempo y de vinculación comunitaria con el pasado y el futuro. En esta perspectiva se entienden las dos aportaciones fundamentales de Israel: la afirmación de la personalidad de Dios, la esperanza escatológica.

– Dios actúa y se encarna en la historia, aunque sin confundirse totalmente con ella, porque es infinito y persona. Es autónomo, comprende y ama, escucha y responde. Esto significa que su acción no puede interpretarse en plano de fatalidad, como si las cosas estuvieran obligadas a ser lo que son. Siendo persona, Dios actúa, influye y se deja influir (encontrar) en forma de diálogo. No puede imponerse sobre los hombres, no puede obligarles, pues les ha creado libres y él mismo se vincula a la respuesta que ellos, los humanos, quieran ofrecerle, en términos de alianza de amor (o de rechazo).

Esto significa que, según Israel, Dios espera y escucha, responde y respeta a los hombres, actuando con y por ellos. Hay pues una «reserva» de Dios, un más, un exceso, que podemos y debemos entender como trascendencia. La historia se entiende así desde la libertad de un Dios que se revela a los hombres (les ofrece un espacio de vida, siendo en ellos pero sin perder su divinidad) y desde la libertad de los hombres que pueden responderle, acogiendo su propuesta en diálogo (y en posible conflicto) con otros hombres.

– Dios es transcendente y así ofrece a los hombres una esperanza escatológica. Su misma identidad (soy el que yo soy, Ex 3, 14) puede y debe interpretarse como «soy el que estoy viniendo», promesa de futuro para los hombres, y en especial para los oprimidos. La trascendencia de Dios se revela y se despliega así como exigencia de realización humana y, de un modo especial, como principio de libertad y esperanza para aquellos que tienen menos posibilidades de vida. Creer en Dios significa aceptar su presencia activa y creadora en la vida de los hombres, empezando por los oprimidos.

En esa línea, el Dios israelita está ligado a la esperanza de un mesías o de un tiempo mesiánico de pacificación universal, con la exigencia de un juicio, es decir, de una recapitulación de los “valores” de la historia, con el rechaza o fracaso de aquello que ha sido negativo en ella. Creer en Dios supone apostar por el futuro; conocerle es esperarle; responderle es comprometerse a favor de la justicia que permanece para siempre. De esa manera se plantea, de un modo luminoso y exigente, el tema de la teodicea, vinculando la fe en Dios con el compromiso activo de justicia y reconciliación entre los hombres .

Estos rasgos (transcendencia de Dios, libertad personal, compromiso por la justicia y apertura hacia el futuro) han configurado la difícil experiencia de Israel, en medio de signos políticos adversos: Victoria de los enemigos (bestias de Dan 7), derrota y sufrimiento de los justos, divisiones internas... Es normal que los israelitas hayan sentido una y otra vez la tentación de volver a los ídolos o dioses de la naturaleza, que ofrecen el reposo en lo que existe, protestando una y otra vez contra el Dios de los profetas. ¿Quién es éste que nos pide fidelidad, mientras parece abandonarnos a la esclavitud y el exilio? ¿Quién es éste que, prometiéndonos un futuro de paz, parece que nos cierra y abandona en los dolores del presente?

En este contexto se sitúa la revelación de los profetas, que han interpretado la historia como presencia de Dios que impulsa y castiga a sus elegidos, para así purificarles. Partiendo de ese principio, la misma derrota del pueblo (en especial la toma y destrucción de Jerusalén el año 586 a.C.) ha podido verse como manifestación de Dios, que castiga a los suyos para corregirles: Condenando a los israelitas al exilio y al dolor sobre la tierra, el Dios verdadero está abriendo para Israel y para las naciones un camino más alto de fidelidad y de esperanza.


Más allá de los ídolos


Ciertamente muchos mitos y cultos religiosos (incluso del cristianismo histórico), han sido y siguen siendo focos de opresión, pues sirven para justificar el poder de los triunfadores. Pues bien, en contra de eso, judíos y cristianos han entendido a Dios como fuente de liberación histórica y como promesa de paz (de reconciliación con Dios y entre ellos mismos).

El Dios del sistema cósmico o social tiende a justificar la violencia de los triunfadores, y la descarga sobre un Chivo Expiatorio, a quien toma como culpable (hay que matarle) y salvador (su muerte reconcilia a los antes enfrentados). Es un Dios de rostro doble: Para unos es fuente de Poder, garante de su dominio; para otros es signo de la necesidad de un Sacrificio, pues les exige que se sometan, prometiéndoles un premio tras la muerte.. A unos fortalece para que así puedan dominar a los demás, y a otros adormece, para que acepten su opresión (e incluso su muerte), a fin de merecer de esa manera el cielo, en compensaría por su sufrimiento. Pues bien, en contra de eso, el Dios de judíos y cristianos ha venido a destacarse como promesa de paz (shalom) y de reconciliación final de la historia . En este contexto se desvela un hondo enigma.

‒ Una historia de sadismo. Hemos (=han) inventado un Dios de violencia que ayuda a los opresores y justifica la opresión. Los sistemas de poder, apoyados en este Dios violento han logrado que la humanidad perdure; pero lo han hecho a costa de la esclavitud de muchos. En esa línea ha entendido Marx la historia, afirmando que el Dios de los triunfadores del sistema ha sido como un «opio» para adormecer al pueblo, impidiéndole luchar contra la opresión.

‒ Dios liberador en la historia. Pues bien, en contra de eso, el Dios de la Biblia ha trazado un camino de liberación histórica, que se funda en la exigencia de justicia, desde los oprimidos, y que culmina, para los cristianos, en la vida y en la pascua de Jesús. Ése es el Dios que ahora tomo como punto de partida de la «teodicea de la historia» en este momento decisivo de la humanidad (2013).

Dios es sólo bueno, pero al crear en libertad ha tenido que dejar a los hombres abiertos a la posibilidad del mal, que es el enfrentamiento mutuo, la violencia y muerte. Pues bien, siendo trascendencia de Dios, Dios se ha introducido en la historia de los hombres, para compartir con ellos el riesgo de la vida humana (de la finitud), para revelar en ella su transcendencia divina de amor.

Así lo vemos de un modo especial en nuestro tiempo, enfrentamos como estamos a una división y a un odio que puede llevarnos al suicidio de conjunto de la humanidad, pues tenemos armas y medios suficientes para destruirnos todos. Éste es un tiempo de gran riesgo, pero puede volverse muy favorable para el descubrimiento del Dios verdadero. Con la ruptura y ruina de la modernidad, la función opresora de los dioses ha perdido su capacidad de mantener una paz de violencia sobre el mundo, de manera que, si queremos sobrevivir, debemos buscar otra manera de fundar la paz.

Ya no podemos apelar al poder de unos y al sacrificio de otros para justificar la violencia del sistema, de manera que sólo podremos superar las crisis de violencia y expandir la vida humana sobre el mundo si rechazamos el modelo sacrificial, para refundar la Vida sobre bases de amor, en comunicación personal y libertad compartida; de lo contrario, acabaremos destruyéndonos todos. Sólo un Dios de gracia será capaz de salvarnos.

La prueba de Dios se sitúa, según eso, en el mismo camino de la historia, en la línea ya citada de la «apuesta» a favor de la vida. Éste no es un tema (sólo) individual, sino social e histórico. Antes podía vencerse una violencia con otra. Podían surgir y surgían imperios y dioses, instituciones e iglesias, capaces de detener los poderes de la muerte apelando a la fuerza de otros poderes de muerte. Hoy no existe, que sepamos, ninguna institución racional que pueda superar por sí sola la violencia que nos amenaza. Pues bien, en este contexto, creer en Dios significa creer en la posibilidad de crear un futuro de paz y de reconciliación, abierta a la Vida (a través de la resurrección de los que mueren destruidos por el sistema de violencia de la historia) .

La razón ilustrada ha descubierto el mal, pero es incapaz de resolverlo, pues se encuentra hundida en coordenadas de violencia que no puede trascender por sí misma: O nos abrimos a un nivel de gratuidad, expresada en un Dios de perdón y libertad, o terminamos matándonos todos. Ésta es una prueba práctica de Dios, una prueba social (no religiosa, en el sentido convencional del término), una apuesta a favor de la vida, tal como se expresa en la voz de los asesinados .


Adviento, protesta de los asesinados, apuesta por la vida

La voz de los que claman justicia, desde el Éxodo (2, 23-25) al Apocalipsis (6, 9-11), traza una prueba de la existencia de Dios, mucho más fuerte que el postulado kantiano (cf. tema 7). Si esa voz tiene sentido, y abre un camino y compromiso de liberación, Dios existe. En este contexto la prueba de Dos puede y debe entender como un «postulado», en la línea de Kant (cf. tema 6): Desde un mundo injusto apelamos a Dios, apostamos por él, asumiendo la gran protesta de las víctimas de la historia.

En otro tiempo se pensó que la solución vendría de un modo racional y político, por una reconciliación de opuestos (Hegel) o por el triunfo de los proletarios, con el surgimiento de una sociedad reconciliada, sin clases sociales. Pero esas respuestas son al fin ineficaces, y la reconciliación sólo puede llegar allí donde se acoge la voz de los sacrificados (expulsados del sistema vital y social) que claman a Dios, contra el mal de la historia, elevando a Dios su llamada.

Recogiendo la voz de millones y millones de sufriente, muchos pensadores, judíos y cristianos que, tras la Guerra Mundial y el Holocausto Judío (1939-1945), gritan a Dios (o anhelan su revelación) como memoria del pasado, acusador de la injusticia, defensor de las víctimas y promesa de resurrección para los muertos, oponiéndose al riesgo idolátrico de una racionalidad que triunfa y se mantiene matando (expulsando) a los contrarios. En este contexto, la fe en Dios no es un tema de discusión de salón o de disputa erudita, sino de protesta histórica y de opción de futuro, como ha sabido Israel, como han sabido y saben los cristianos que siguen leyendo la historia de Jesús desde Primer Testamento judío.

Si ha tomado el riesgo de crear (suscitar) la humanidad en un entorno conflictivo, Dios debe tener una respuesta para aquellos que padecen y mueren. Si ha creado a los hombres en libertad, corriendo el riesgo de que algunos sean oprimidos, él debe asumir el compromiso de ayudarles. Según eso, creer en Dios supone clamar por la justicia, defender el derecho de las víctimas, crear una historia que se abra a la reconciliación, que es la paz.

Judíos y cristianos, profetas y testigos del adviento de Dios

Desde ese fondo se entiende la pregunta y prueba de las víctimas, retomada por algunos grandes pensadores del siglo XX:

Así lo mostraron de un modo especial Th Adorno (1903-1969) y M. Horkheimer (1895-1973), cuando conciben la vida como anhelo de salvación, esperanza de futuro. Ellos fueron judíos alemanes y testigos de la crisis de la modernidad, bajo la opresión nazi, de la que pudieron liberarse, a diferencia de W. Benjamin (1892-1940), que se quitó la vida en la frontera franco-española. Tras emigrar a Estados Unidos, captaron y criticaron también los riesgos de la nueva cultura de opresión que surgía también en línea marxista (dictadura del partido) o capitalista (dictadura del mercado). Así escribieron su preciosa y desgarrada Dialéctica de la Ilustración (1944), destacando los límites y riesgos de una modernidad que acaba cerrándose en un círculo de opresión y muerte.

Ellos supieron que la gran Ilustración (con su Dios racional) había fracasado, sin crear un orden justo. Rechazando al dios del sistema, se abrieron, al menos implícitamente, al Dios verdadero de la libertad, asumiendo la voz de las víctimas, conforme a la mejor tradición del judaísmo mesiánico y apocalíptico: El sufrimiento de los inocentes llega a los oídos de un Dios de libertad, que debe existir, pues de lo contrario nada tendría sentido. Ése ha de ser un Dios distinto, vinculado a un anhelo de justicia, que rechace la opresión del sistema y rehabilite a los inocentes.

Así lo está mostrado de un modo especial J. B. Metz (*1928), teólogo cristiano que funda la esperanza en la memoria del Crucificado. Enfrentándose a un tipo de razón ilustrada, Metz ha destacado la singularidad del Dios cristiano (judío), que acoge la memoria de los que han sido expulsados del sistema dominante, por imperativo del mismo sistema o por prepotencia de los fuertes. A su juicio, una razón que se dice neutral (y no lo es) resulta insuficiente. La verdadera razón no puede ser indiferente ante la lucha de la historia, ni justificar el sistema (con su opresión), sino penetrar en la raíz de la injusticia y sufrimiento de los hombres, en la línea del Dios judío que «resucita a los que han muerto», en especial a los asesinados (cf. Rom 3, 17).

Dios no apoya a los vencedores, sino a los vencidos y excluidos, no para ofrecerles sólo una compensación futura, sino para iniciar con (para) ellos la gran transformación de la justicia. Si la justicia es justa y la razón racional, ella ha de fundarse en el Dios de la gracia, que da vida y que eleva (justifica) a los asesinados. Metz se sitúa así en la línea de Kant, pero no apela a Dios desde el imperativo moral del buen ciudadano, sino desde el dolor y muerte de los crucificados, y su apelación ha de entenderse como un grito de protesta contra la razón del sistema .

Significativamente, esos autores (dos judíos, un cristiano) quieren superar la visión de un Dios que actúa como representante de la razón de los triunfadores, formulando su teodicea como llamada a Dios, desde los expulsados y asesinados de la historia, en contra de una modernidad que le identificaba con el proceso de la razón (o con la voluntad de poder de los más fuertes, en la línea de Nietzsche). De esa manera nos conducen, más allá de un sistema donde todo se organiza por ley, para situarnos en el lugar del fracaso de la historia (donde los pobres, asesinados), llamando a Dios y postulando su llegada.

Confirmar el Adviento: Dios, apuesta por la vida

Dios se define en la Biblia como aquel que acoge el grito de los excluidos y asesinados, de manera que la prueba mayor de su existencia es el valor de ese grito, el hecho de que tenga un sentido y los hombres opten por vivir y comunicarse, creando condiciones de justicia, a favor de la vida, y en especial al servicio de los excluidos (sin imponer sobre ellos un tipo de racionalidad dominante). Dios garantiza el valor de ese grito, pero no para excluir a los otros, sino para aceptar y valorar las razones (la vida y esperanza) de todos los hombres y mujeres, desde los excluidos del sistema. Vivimos (año 2017) en una situación de alto riesgo, bajo la amenaza de una destrucción de la especie humana. Pues bien, en ese contexto, la fe en Dios se expresa en forma de esperanza y de opción activa a favor de la vida de todos los seres humanos.

Está en juego nuestra supervivencia como especie, es decir, la presencia de Dios en nosotros. No vivimos simplemente por instinto de supervivencia, sino porque lo queremos (nos queremos) o, mejor dicho, porque hemos optado y optamos por la vida, de un modo radical (por fe y confianza básica en la humanidad), antes de realizar un toma de conciencia explícita de nuestra responsabilidad en este campo.

Somos seres que, pudiendo suicidarse (en plano individual y social), hemos optado hasta ahora por vivir, es decir, por reconocer y acoger la obra de Dios que nos ha creado y nos sustenta. En ese contexto recibe una importancia especial el tema del suicidio (y del homicidio), de manera que el mismo hecho de no matarnos (no matar, no dejar morir a los pobres), de aceptar y desarrollar la vida, es una prueba a favor de Dios. Por vez primera a lo largo de la historia podemos destruirnos (suicidarnos como especie) y, si vivimos, es porque queremos (y, en el fondo, porque creemos en Dios). En ese contexto podemos hablar de la prueba de Dios, que es la esperanza, en forma de Adviento

(1) Si vivimos, a pesar del cansancio y angustia de muchos, es que en el fondo creemos en Dios (y creen de un modo especial los más pobres, y aquellos que ayudan a los pobres).


(2) Si queremos transmitir la vida de un modo personal (de padres a hijos), ciertamente con ayuda de la ciencia, pero sin dejarnos manipular por ella, es que creemos en Dios como transmisor de vida y libertad para cada nuevo ser humano.

(3) Si vivimos y confiamos en el futuro, a pesar del riesgo de la bomba o de la guerra universal, es porque creemos en Dios (porque creen en él especialmente los más pobres) como puerta de futuro, camino de resurrección sobre la muerte.

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