7.9.25 Construir torres, ganar guerras, perder a Jesús  (Lc 14, 28-33) DOM 23

 Si un rey quiere declarar una guerra, si un rico quiere construir una torre han de empezar calculando los costes de la empresa, en clave de soldados y dinero. Pues bien, de un modo abrupto, rompiendo esa lógica, de tipo utilitario, Jesús afirma que, para ser discípulo suyo, en camino de Reino hay que renunciar a todos los bienes (cf. motivo de Lc 12, 33 y 18, 22). 

Los primeros 800 años de una torre construida “deprisa, pero bien"

Dinero y torre, ejército y guerra (Lc 14, 28-33)

 Éste es uno de los pasajes más significativos de la enseñanza de Jesús, centrado en el signo de la torre, que puede ser símbolo del templo de Jerusalén, y de un ejército como el de Roma o el del mismo rey Herodes el grande, vasallo de Roma, pero dueño también de un inmenso ejército. 

Una torre se construye con dinero, y así acababa de ser reconstruida con la torre/templo de Jerusalén,  inmensa fortuna de Herodes eel Grande, el más famoso constructor de torres del oriente romano antiguo. Para construir una torre/templo como aquella hacía falta muchísimo dinero.

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Un ejército para ganar guerras se forma con soldados, lo que exige también muchísimo dinero para alistarlos, formarlos, alimentarlos y dotarlos con armas pertinentes para ganar guerras. Jesús alude aquí, posiblemente al ejército de Herodes el Grande o quizá al del Rey/Emperador de Roma. No era fácil tener un ejército como el suyo, pero el emperador lo pagaba, lo entrenaba, lo tenía y ganaba así caso todas las guerras. 

Pero Jesús no quiere construir una torre como la del templo de Jerusalén, ni tener un ejército como el Herodes o de Roma. Quiere algo mucho mayor, quiere el Reino de Dios… ¿Cómo lo conseguirá? ¿Cuánto dinero necesitará? Pues bien, cuando esperamos una respuesta hiperbólica. Millones de millones de dinero, cientos de miles de soldados…Jesús responde: ¡No necesito nada! No neceito tener, sino “no tener”. Tengo que desprenderme de todo y así, sin tener nada propio, para mí, sino dándole todo, podré abrir un camino de reino. 

Lc 14, 25-33. Parábola de la torre,  ejercito y "reino"

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: "Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.

Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío.

Así, ¿Quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: "Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar."

¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil?Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.

Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío."

¿Quién de vosotros, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, y ver si tiene para acabarla? No sea que, habiendo puesto los cimientos y no pudiendo terminar, todos los que lo vean se pongan a burlarse de él, diciendo: Este comenzó a edificar y no pudo terminar. O ¿qué rey, si sale para combatir contra otro rey, no se sienta antes y delibera si con 10.000 puede salir al paso del que viene contra él con 20.000? Y si no, cuando está todavía lejos, envía una embajada para pedir condiciones de paz.

Pues, de igual manera, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío (Lc 14, 28-33)[1].

 Comentario textual

La cuestión de fondo está en el paso de las dos primeras comparaciones, que son como premisas, en línea de cálculo económico-militar, a la tercera, que es la conclusión.

El oyente o lector está esperando también en el tercer momento un tipo de “crescendo” en la línea de los anteriores (más dinero, más soldados…), pues seguir a Jesús es más costoso y arriesgado que edificar una torre o ganar una guerra, que son sin duda empresas de gran coste; más costoso debería ser por tanto el seguimiento de Jesús, de modo que cada uno tendría qua calcular muy bien los bienes o medios que tiene para decidirse a favor de Jesús (de su Reino). Pero, de un modo sorprendente, rompiendo la lógica anterior, la tercera frase afirma que el seguimiento de Jesús no implica monetaria ni socialmente ningún coste, sino todo lo contrario: Abandonarlo todo, dejar los bienes (los medios económico-militares) y los honores, pues sólo así se puede seguir a Jesús.

El primer contraste lo ofrece el dinero de la torre, que puede entenderse como castillo de defensa o como ciudad amurallada frente a todos los peligros (pyrgos, Gen 11, 4: la torre de Babel). Quien pretenda construirla ha de sentarse y calcular los gastos… En cierto sentido, todos nosotros seguimos siendo constructores de torres, como sabe el relato de Babel. Cada uno la suya, todos juntos la gran torre de la cultura mundial capitalista, que sólo se puede edificar con muchísimo dinero. ¿Tenemos suficiente para edificarla? 

El segundo es de tipo militar, y está representado por un rey que para ganar una guerra y ensanchar su imperio ha de sentarse y calcular si tiene soldados y medios suficientes para culminarla. Entre esos “reyes” estaban entonces los tetrarcas como el de Galilea (Herodes, Antipas) o el emperador de Roma (Augusto, Tiberio), siempre dispuestos a ensanchar su territorio,  siempre con dinero y con soldados.

‒ Pero, en tercer lugar, tras decir “de ese manera (houtôs)”, Jesús rompe el esquema y dice: El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío. Los dos signos anteriores llevaban a pensar que  él iba a pedir un tercer gesto aún más activo que los anteriores. Una torre sólo pueden construirla hombres muy ricos.

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Una guerra sólo pueden ganarla reyes o caudillos militares también ricos. Pues bien, en contra de eso, en este último caso, Jesús supera y rompe el plano de esas exigencias (dinero, soldados…), e invierte el proceso (la relación lógica entre causas y efectos), pidiendo a sus seguidores que renuncien a todos los bienes (a todo lo que tienen, con su mismo honor personal o de grupo) para así seguirle.

 Del plano de los ricos (hacedores de torres) y los reyes (promotores de guerras) Jesús nos lleva al plano de la vida concreta, de todos: El Reino de Dios no es cuestión de ricos o de reyes, ni de personas de honor, sino de los que son capaces de desprenderse de todo.

Este cambio de plano respecto de los modelos anteriores marca la novedad de su proyecto. Todos los principios precedentes cesan, tanto en un plano militar como económico. No se trata de construir una torre, ni de ganar una guerra, sino de vivir plenamente en gratuidad, superando un tipo de poder y de tener (construir torres y ganar batallas para descubrir la gratuidad de la vida, en línea de comunión humana, desde los más pobres, superando una carrera de méritos, honores o riquezas.

Jesús no pone ninguna condición (riqueza o poder, honor, conocimiento o nobleza…), sino una: Renunciar a todos las posesiones (pasin tois yparkhousin), a todas las cosas (propiedades), todos los honores que uno tiene y que le tienen. No hay que hacer ni poseer nada especial, sino vivir en gratuidad, recibiendo gratuitamente el Reino[2].

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Enseñanza para la iglesia del siglo XXI. Renuncia a todas las torres

   Para proponer e iniciar su "guerra de paz", en forma de transformación gratuita de, la vida, Jesús utilizó  un lenguaje fuerte de espada que se planta en la tierra, de fuego que se enciende en amor, a diferencia de Mahoma, que rechazó el mensaje y proyecto de los cristianos, porque Jesús no había vencido a sus “adversarios”, ni había tomado Jerusalén por armas. Jesús empezó diciendo a los hombres y mujeres  especialmente a los más amenazados:

Renuncia a toda posesión, no construyas ninguna torre de defensa, no busques ningún ejército que te defienda, Acéptate como eres,  quiérete a ti mismo y quiere a los demás como te quieres, de forma que ellos vivan en ti y tú en ellos, desde el Dios que es amor (cf. Lev 19, 18; Mc 12, 28-32; Rom 13, 8-9 par). Vive, espera, ama, descubre en tu existencia la gracia del Dios-Amor, amando a los demás como te amas a ti mismo, para que vivas y viváis  en comunión, resucitando  unos en otros.

 De esa forma vincula Jesús los tres  amores (a Dios, a sí mismo y a los otros), insistiendo de un modo especial en los otros. Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mc 12, 31 par, Rom 13, 8-9).Con este proyecto y compromiso subió a Jerusalén para ofrecer la "alternativa" de su gracia, es decir, su evangelio.

No vino a enseñar una doctrina separada sobre Dios, sino a promover en la tierra un movimiento de Reino de Dios, esto es, de amor al prójimo, como recreación de la vida humana  No quiso elevarse por encima de otros, diciéndoles lo que debían hacer ellos, sino a mostrarles lo que hacía él, como testigo de Dios, creando con su vida en amor un camino de  vida en comunión con todos.

Segunda enseñanza. Renuncia a todas las guerras

Cristianos Gays » Teología de la Biblia: Carne de Dios es la Palabra (J ...

Vino desarmado, rey pacífico, con un grupo de amigos mesiánicos (cf. Mt 21, 1-11), ofreciendo su paz (la de Dios) por encima de toda violencia establecida y de toda contra-violencia reactiva de los que pretenden cambiar el orden político con formas y medios de violencia (cf. Lc 19, 41-44). No vino con dinero para construir torres, con soldados para ganar guerras, vino sin nada, sin poder ni dinero, sin más dinero ni ejército que su opción de Reino, con un programa radical de transformación, bajando a la ciudad desde el monte de los Olivos por donde  habían entrado, a lo largo de casi un milenio, devotos y reyes, conquistadores y bandidos.

Así entró en Jerusalén como impulsor de paz. De manera normal, su camino le llevó hasta el templo, pero no para adorar allí a Dios, sino para anunciar y provocar su ruina en su forma actual, para que pudiera ser casa de oración para todos los pueblo.

Celotas, sicarios y legionarios romanos ocuparon en su día Jerusalén y su templo (67-70 d.C.) con armas, en gesto de fuertes resonancias “religiosas”, pero lo hicieron por guerra, destruyéndolo al final con armas y fuego. En contra de eso:

 –  Jesús no empuñó  las armas. Subió sin defensa  militar, arriesgando su vida al hacerlo,  sin combates militares. Con su gesto y palabra anunció el fin de aquel templo, pues su mensaje y camino implicaba la destrucción de un sistema religioso que había convertido aquel templo en lugar de separación sacral y  casa de negocios (Mc 11, 15-19; Jn 2, 16).

Quiso abrir el templo a los excluidos, de forma que la casa de Israel  fuera casa de oración para todos los pueblos, empezando por los marginados de Galileas (pobres,  enfermos y niños) como indica Mt 21, 12-17. A su juicio, el templo debía ser signo de la vida de Dios, tal como él la estaba promoviendo, como espacio y camino de comunión para todos los pueblos.

 Conforme a la visión de Jesús, el templo de la sacralidad violenta (sacrificios animales) y la separación social (judíos  frente a  gentiles) había perdido su sentido. Por eso, con gran autoridad personal (pero sin ningún poder económico o militar), empezó a derribar las mesas de cambio de dinero y de venta de animales para sacrificios, como si dijera: Como caen estas mesas  caerá  este santuario (cf. Mc 14, 15-17 par)

Su gesto no fue sangriento pero fue el más fuerte que se podía  realizar en la ciudad y en el entorno, ante los dos tribunales (sanedrín judío, pretorio romano), de forma que le contestaron condenándole a muerte. Jesús mostró así gran autoridad, pero sin son dinero para torres, ni soldados para la guerra. Él decía: Como caen estas mesas caerá ese templo. Ellos dijeron muera, y los dos tribunales, el de Roma y el del templo se unieron   condenándole a muerte. 

-Jesús rechazó (superó) el imperio militar de Roma, pero no con armas ni dinero, sino abriendo un camino de recreación social en contra (por encima) del ejército  imperial de Roma y del dinero de la Torre de los sacerdoes . De una forma lógica, el representante militar del imperio  le condenó a muerte como peligroso, no por delitos externos, sino porque sabía que lo que Jesús  representaba era  más peligroso que los soldados y que el dinero de la torre de los sacerdotes del templo.

- Jesús ignoró (=rechazó) a los sacerdotes judíos, que le  condenaron por su gesto profético en el templo: porque rechazaba su pureza nacional, su religión de dinero de grupo separado y pueblo santo. Cuando llegó el momento de crisis, el Cristo galileo descubrió que su mensaje resultaba inseparable de la entrega de su vida. Supo que debería  sufrir y fracasar en un nivel de mundo y aceptó el fracaso a ese nivel (cf. Mc 8, 31; 9, 31; 10, 32-34). De esa forma convirtió su vida en guía de personas dispuestas a morir para ganar la vida verdadera

 La estrategia de Jesús podía parecer inofensiva. Pero tanto los sacerdotes judíos como los soldados romanos la tomaron en serio, viendo que la forma de ser y actuar del Cristo galileo resultaba peligrosa no sólo para un pueblo como el judío que quería mantenerse religiosamente separado, construyendo su torre de templo, sino par un imperio como el de Roma capaz de ganar con su ejército todas las guerra.

Ante la reacción de ambos poderes (legionarios y sacerdotes), descubrió Jesús que su camino (vida y mensaje) le llevaba a la muerte (cf. Mc 8, 27-9 par) y la aceptó por el Reino. No se volvió atrás, no se escondió en su aldea de nazoreos cerrados en su pretensión de poder mesiánico, esperando que llegaran tiempos más propicios. Tampoco quiso levantar soldados  o guerreros para una campaña militar de reino, subiendo a Jerusalén con ellos, para conquistarla con “buena” estrategia militar. 

 Conclusión

Gran parte de la iglesia del siglo XX (con sus instituciones más “significativas” se ha dedicado a construir torres y a utilizar de un modo directo un poder y estrategia de soldados. Parece que es hora y tiempo de volver  al evangelio.

NOTAS

[1] Cf. T. V. MooreThe Tower-Builder and the King: Suggested Exposition of Luke XIV. 25-35, Exp 8 (1914) 519-537; A. Stock, Counting the cost, Liturgical Press, Collegeville MN 1977

[2]No es pasividad (como algunos entienden el wu wei del Tao), ni un tipo de nirvana (más allá de los deseos, como en cierto budismo), sino de ser en plenitud, no teniendo que hacer nada en clave de dinero, de honor y poder, en donación de amor radical. He comentado el sentido de este no-hacer-haciendo en Historia de Jesús, Verbo Divino, Estella 2012 y en Violencia y diálogo de religiones. Un proyecto de paz, Sal Terrae, Santander 2004.

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