Fe y Deporte, Espiritualidad, Pastoral, Teología, Misión ¿Existe conexión entre el Deporte y la Fe? Javier Bailén, SJ

Donde la fe y el deporte se encuentran
Donde la fe y el deporte se encuentran

Donde la fe y el deporte se encuentran 

Soy un hombre con suerte. He podido compartir 8 años con el Padre Crisanto Abenso SJ, destinado recientemente a tierras de misión en el Aaiún, y ahora también con Javier Bailén, el nuevo jesuita recién llegado a nuestro colegio S. José en Málaga. Ya siento que van a suceder cosas muy buenas y a muchos niveles, pero si hay algo que me ha sorprendido verdaderamente ha sido conocer su "especialidad pastoral", su itinerario de investigación y vivencias en el terreno del Deporte y la Fe, cuestiones estas que muchos consideran independientes por naturaleza. Javier, precisamente, nos va a explicar que fe y deporte están muy unidos espiritual, pastoral y teológicamente. Su experiencia en Boston y su relación con tantos ámbitos educativos y pastorales en diferentes países ha sido enriquecedora, al igual que su contacto en estas cuestiones con el Papa Francisco y León XIV. Mente-Cuerpo-Espíritu no son separables como ámbitos de vida. Una de las cosas que mejor ha estudiado Javier ha sido la virtud de utilizar el examen ignaciano en el deporte personal y en equipo, cuestión está muy interesante, pero que dejaremos para otra ocasión. Ello no quita que, aun siendo este artículo un mensaje para todos los cristianos, la esencia de Ignacio de Loyola y de los Ejercicios Espirituales podemos encontrarlos, sin duda, en el fondo de todo su planteamiento.

DONDE LA FE Y EL DEPORTE SE ENCUENTRAN (Javi Bailén, SJ)

Entrenar a la Ignaciana

Introducción: Fe y Deporte en Diálogo

¿Y si el deporte fuera algo más que competir, ganar o mantenernos en forma? En cada zancada, en cada canasta, en cada gol o en cada caída se esconde una oportunidad de descubrir quiénes somos y hacia dónde caminamos. El deporte no solo fortalece el cuerpo: despierta pasiones, nos hace vivir en comunidad y nos recuerda que siempre podemos ir más allá de nuestros propios límites.

En ese terreno fértil donde se cruzan esfuerzo, disciplina y alegría, la fe encuentra un aliado inesperado. Porque en el deporte también se aprende humildad, solidaridad, respeto, resiliencia… valores profundamente humanos que dialogan de manera natural con el Evangelio.

Este texto nace de una convicción clara: el deporte puede convertirse en un verdadero espacio pastoral, un lugar donde Dios se deja encontrar en lo cotidiano. Desde el patio de un colegio hasta un estadio repleto, allí donde alguien se esfuerza, comparte y celebra, se abre también la posibilidad de descubrir la Buena Noticia.

Más que instrumentalizarlo, se trata de reconocer en el deporte un lenguaje universal que une culturas y generaciones, y que puede ayudarnos a vivir la fe de manera más encarnada, auténtica y alegre.

El Deporte como Espacio Pastoral

Hablar de pastoral deportiva no es inventar algo extraño ni forzar al deporte a ser lo que no es. Al contrario, se trata de redescubrir en él un espacio natural donde la fe puede brotar y crecer. El deporte, por sí mismo, ya educa, forma y transforma: enseña a trabajar en equipo, a levantarse después de una derrota, a respetar al otro y a celebrar con humildad una victoria. ¿No son esos los mismos aprendizajes que propone el Evangelio?

La pastoral deportiva parte de una intuición sencilla: Dios también se deja encontrar en una cancha, en un vestuario o en un entrenamiento. Allí donde una persona se esfuerza, se supera y comparte con los demás, se abre un camino de encuentro con Aquel que nos llama a vivir en plenitud.

Pero no se trata de usar el deporte como una “excusa religiosa” ni de reducirlo a una estrategia proselitista. El deporte tiene valor en sí mismo, y precisamente desde ese valor puede convertirse en un lugar privilegiado para el acompañamiento espiritual. En él se integran todas las dimensiones de la persona: la física, la psíquica y la espiritual, mostrando que cuerpo y espíritu no están en competencia, sino que se necesitan mutuamente.

En una sociedad donde tantas veces se privilegia el éxito individual a cualquier precio, la pastoral deportiva ofrece un mensaje alternativo: el deporte no solo mide resultados, también construye comunidad, fortalece vínculos y nos ayuda a reconocer los dones recibidos de Dios. Acompañar a los deportistas (profesionales, amateurs o escolares) significa ayudarlos a vivir su pasión con sentido, descubriendo que la verdadera victoria es crecer como personas y como creyentes.

Chaplain

Un Recorrido Histórico: de San Pablo al Papa Francisco

La relación entre fe y deporte no es un invento moderno. Desde los primeros siglos del cristianismo, el lenguaje deportivo ha servido como metáfora de la vida espiritual. San Pablo fue el pionero: en su Primera Carta a los Corintios comparaba la vida del creyente con la de un atleta que corre en el estadio, que entrena y se esfuerza para alcanzar una “corona incorruptible”. Para él, el deporte era una imagen clara de lo que significa perseverar en la fe: disciplina, constancia y esperanza.

Después de Pablo, otros Padres de la Iglesia también vieron en el deporte un espejo de la vida cristiana. San Clemente de Roma hablaba del “entrenamiento del alma” como una carrera hacia la virtud; San Juan Crisóstomo subrayaba el autodominio y la moderación como cualidades necesarias tanto para el atleta como para el creyente; San Ignacio de Antioquía llegó a llamar a los cristianos “atletas de Cristo”, recordando que la perseverancia en la oración y la lucha contra la tentación son combates tan reales como los de un estadio. Aunque el deporte en su tiempo no era organizado como hoy, la cultura grecorromana influyó profundamente en su manera de pensar y enseñar.

Ya en la Edad Media, Santo Tomás de Aquino reflexionó sobre el papel del cuerpo en el desarrollo integral de la persona. Aunque no hablaba directamente del deporte, sí valoraba el equilibrio entre estudio, trabajo y ocio, destacando la virtud de la eutrapelia como expresión de un sano recreo. Su visión recordaba que cuidar el cuerpo es parte de la vida espiritual, porque somos una unidad de cuerpo y alma.

Con la Edad Moderna y el surgimiento de los colegios de la Iglesia, el vínculo se hizo más concreto. Los jesuitas, por ejemplo, entendieron que la formación integral debía incluir también la actividad física. La Ratio Studiorum, el documento que organizaba la vida de los colegios, ya contemplaba juegos y recreación como parte esencial de la educación. Desde entonces, el deporte pasó a ser un instrumento privilegiado para educar en disciplina, trabajo en equipo y convivencia.

sacerdote portero

En tiempos más recientes, los Papas han subrayado con fuerza el valor pastoral del deporte. Pío XII lo describía como una escuela de virtudes para los jóvenes. San Juan Pablo II, apasionado esquiador y montañero, lo elevó a una verdadera teología del deporte: hablaba de él como un camino para la paz y la fraternidad. En el Jubileo de los Deportistas del año 2000 dejó una frase que ha marcado a muchos: “el deporte, bien entendido, promueve la dignidad humana”.

El Papa Francisco continúa esta línea con un lenguaje muy cercano a nuestra época. Ha recordado que “dar lo mejor de uno mismo en el deporte” es también una llamada a la santidad. Para él, el deporte es escuela de inclusión, de solidaridad y de encuentro; un espacio donde no solo se forman cuerpos fuertes, sino también corazones generosos. Por eso insiste en que el deporte está “en casa, en la Iglesia”, especialmente en los colegios, oratorios y centros juveniles.

Incluso hay una nota simpática en esta historia: varios Papas han tenido apodos deportivos. León XII fue llamado “el Papa nadador”; Pío X, “el Papa deportista”; Pío XI, “el Papa montañero”; Juan Pablo I, “el Papa ciclista”; Juan Pablo II, “el Papa polideportivo”; y Francisco, naturalmente, “el Papa del fútbol”. No es un detalle menor: muestra que, más allá de las reflexiones teológicas, el deporte ha estado muy presente en la vida personal de quienes han guiado a la Iglesia.

Este recorrido histórico nos enseña algo fundamental: el deporte no es un simple pasatiempo ni un fenómeno social aislado. Desde los tiempos bíblicos hasta hoy, ha sido entendido como un espacio donde se forjan virtudes, se construye comunidad y se abre camino hacia Dios.

Perspectiva Teológica del Deporte

Si el deporte ha acompañado la vida de la Iglesia desde sus inicios, hoy podemos dar un paso más: preguntarnos qué nos dice la teología sobre él. El deporte no es solo una práctica humana, sino también un espacio donde Dios puede hablarnos. Desde diferentes áreas de la reflexión teológica podemos descubrir cómo se entrelazan la fe y la experiencia deportiva.

  1. Antropología teológica: unidad de cuerpo, mente y espíritu

La fe cristiana nos recuerda que no somos espíritus encerrados en un cuerpo, sino una unidad indivisible. El cuerpo no es accesorio: es parte esencial de nuestra identidad. En el deporte esta verdad se hace evidente. El entrenamiento, el esfuerzo físico y la disciplina nos muestran cómo el cuerpo puede ser camino de crecimiento humano y espiritual. Desde una mirada creyente, el cuerpo del deportista no solo ejecuta un movimiento, sino que revela la grandeza de la persona creada a imagen de Dios.

  1. Teología moral: el deporte como escuela de virtudes

La vida cristiana es un camino de virtudes, y el deporte es un campo de entrenamiento privilegiado para cultivarlas. La paciencia para esperar resultados, la resiliencia tras una derrota, la humildad para reconocer errores, la justicia y el respeto en el juego limpio… Todo ello refleja la misma dinámica que el Evangelio propone: crecer en libertad interior para elegir siempre el bien. El deporte nos enseña que la victoria verdadera no siempre está en el marcador, sino en la fidelidad al esfuerzo y en la integridad con que se juega.

Bendición Runners Marathon de Boston 2024

(Bendición de Atletas en la Maratón de Boston 2023)

  1. Teología pastoral: acompañar en el camino

El deporte es un espacio donde se juega mucho más que un resultado. Los deportistas cargan ilusiones, miedos, heridas y esperanzas. Acompañarlos en ese camino es tarea de la pastoral deportiva. El entrenador, el capellán o el educador pueden convertirse en mediadores de una experiencia de fe que ilumine tanto las victorias como las derrotas. Porque el Evangelio también se anuncia en un vestuario después de perder, en un abrazo tras un gol o en el silencio de la concentración antes de competir.

  1. Teología social: deporte como justicia e inclusión

El deporte no es solo un asunto individual. Tiene un profundo valor social: crea comunidad, derriba barreras y puede convertirse en un instrumento de justicia. En barrios golpeados por la violencia o en comunidades marcadas por la pobreza, un balón puede ser una semilla de esperanza. La teología social nos invita a mirar el deporte como lugar de fraternidad, donde todos tienen un sitio y nadie queda excluido. En este sentido, el deporte es también una parábola viva del Reino de Dios.

capellán deportivo

(Acompañando al futbolista Diego Ochoa por los capellanes deportivos Victor Yañez y Javier Bailén). 

  1. Escatología: el deporte como signo de esperanza

Finalmente, la escatología (la mirada de la fe hacia la plenitud de la vida en Dios) nos recuerda que toda experiencia humana apunta a un horizonte más grande. El deporte, con sus desafíos y alegrías, con sus derrotas y victorias, es un signo de esa tensión hacia algo más alto. Cada vez que un atleta se levanta tras caer, cada vez que un equipo celebra unido, estamos vislumbrando un reflejo de la vida eterna: la plenitud en Dios, meta definitiva de nuestra existencia.

El deporte, mirado desde estas claves teológicas, se convierte en mucho más que un pasatiempo o un espectáculo. Es un verdadero lugar teológico, un espacio donde la vida humana y la fe se encuentran, donde lo cotidiano se abre a la trascendencia y donde Dios nos recuerda que también en una cancha, en una pista o en un estadio podemos escuchar su voz.

Conclusión: Hacia una Pastoral Deportiva Integral

Si hemos recorrido juntos este camino, queda claro que el deporte es mucho más que una competición o un ejercicio físico: es un espacio donde la vida humana, la fe y la comunidad se encuentran. Cada entrenamiento, cada partido, cada desafío que un atleta enfrenta tiene un potencial profundo: enseñar, formar y abrir puertas a valores que trascienden lo inmediato.

La pastoral deportiva nos invita a mirar el deporte con otros ojos. Nos recuerda que detrás de cada resultado hay una persona con sueños, miedos y talentos; que detrás de cada esfuerzo hay una oportunidad de crecer en resiliencia, humildad y solidaridad; y que detrás de cada victoria hay una invitación a la gratitud y a la justicia. No se trata de llenar el deporte de mensajes doctrinales, sino de acompañar a quienes lo viven, ayudándoles a descubrir que Dios también está presente en la cancha, en la pista y en el campo de juego.

Apostar por la pastoral deportiva significa creer en la integración: cuerpo y espíritu, esfuerzo y alegría, competencia y comunidad. Significa ofrecer un acompañamiento que no se limita a enseñar técnicas o estrategias, sino que se centra en formar personas completas, capaces de enfrentar la vida con valores sólidos y corazón generoso. Es ver en el deporte un laboratorio de humanidad y de fe, donde cada gesto cotidiano puede reflejar la Buena Noticia del Evangelio.

En última instancia, la pastoral deportiva es una invitación a soñar: soñar con un mundo donde el deporte no solo construya campeones, sino también ciudadanos justos y solidarios; donde no solo gane quien anota más puntos, sino quien aprende a levantarse con dignidad después de caer; donde la verdadera victoria sea crecer como persona y como creyente. Porque cuando fe y deporte dialogan, se abren caminos inesperados de transformación, encuentro y esperanza.

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