Mercedes Navarro: "El patriarcado eclesiástico es uno de los más recalcitrantes del mundo"
"La Iglesia lleva tanto retraso, que logros ya conseguidos por las mujeres en la sociedad, ya normales desde el siglo pasado, en la Iglesia parecen grandes victorias, cuando, de hecho, no son más que pequeños pasos", señala en entrevista con RD Mercedes Navarro, que presenta el libro "Violentas y violentadas" (Verbo Divino).
"Las mujeres no son ni mejores ni peores que los varones. Todas y todos somos seres humanos y como tales podemos expresar lo mejor de lo humano y también lo peor. La violencia, el afán de poder y la venganza, por ejemplo, son actitudes que forman parte de la condición humana", señala la teóloga Mercedes Navarro en conversación con Religión Digital para hablar de su último libro, "Violentas y violentadas" (Verbo Divino).
Son páginas en donde este mercedaria de la Caridad analiza "violencias que van desde el menosprecio y la infravaloración, hasta la servidumbre, la violencia simbólica, los abusos sexuales y la opresión moral", una variada tipología que llega hasta nuestros días, incluso con pretendida sofisticación intelectual. ¿Un ejemplo? El reciente informe de la comisión vaticana sobre el diaconado femenino. "Todo esto para seguir preservando el poder y los privilegios de todo tipo a los varones eclesiásticos", señala con un punto de hastío la especialista en exégesis y hermenéutica bíblica en perspectiva feminista.
Pregunta. En la presentación de “Violentas y violentadas. Biblia, violencia y mujer”, usted misma se hace la pregunta: “¿Por qué traer al presente historias tan lejanas?”. ¿Qué provecho podemos sacar de su conocimiento hoy?
Respuesta. Creo que todo el libro responde. Las historias bíblicas de violencia de y contra las mujeres, por desgracia, son historias actuales. Algunas, como la de Jueces 19 (la mujer del levita) parecería sacada de los periódicos. O, mejor, esas historias actuales, terroríficas, de maridos que prostituyen a sus mujeres, que las matan y las descuartizan parecen copiadas de Jue 19. Da mucho que pensar la continuidad, incluso, de las situaciones en que ocurren esas violencias extremas. La mujer del levita dice basta a su situación de maltrato y decide irse. Como ocurre hoy. Lógicamente, todos los detalles de la historia no son trasladables, pero la situación es tan semejante que, repito, nos lleva a preguntarnos por los mecanismos sociales, políticos y religiosos que la han mantenido todos estos siglos hasta hoy.
P. De aquellas violencias, ¿qué rastro queda en la Iglesia?
R. Está demostrado que la violencia contra las mujeres se ha ejercido y se sigue ejerciendo en la Iglesia de muchas maneras. El patriarcado eclesiástico es uno de los más recalcitrantes del mundo. La misoginia que la ha impregnado desde los primeros siglos se nota en muchas de esas actitudes violentas que nacen del poder y del control de los varones, sobre todo clérigos, contra las mujeres. Muchas veces, en nombre de Dios y de los mismos valores del evangelio, interpretados de acuerdo con los propios intereses. Sería muy largo de enumerar, pero son violencias que van desde el menosprecio y la infravaloración, hasta la servidumbre, la violencia simbólica, los abusos sexuales y la opresión moral. Por citar algunos tipos.
P. Es destacable que analice también la violencia de las mujeres. A este respecto, dos cuestiones: ¿Por qué ha decidido fijarse también en ello, más allá de que en la lectura de la Biblia se perciba de manera evidente en algunos casos? ¿No teme que algunos hombres puedan utilizar su estudio para justificar su no condena a los feminicidios actuales porque alegan que la violencia es intrafamiliar?
R. Las mujeres no son ni mejores ni peores que los varones. Todas y todos somos seres humanos y como tales podemos expresar lo mejor de lo humano y también lo peor. La violencia, el afán de poder y la venganza, por ejemplo, son actitudes que forman parte de la condición humana. Las diferencias de sexo en los modos de ejercer la violencia y en el predominio de unos y otras se deben a distintos factores, entre ellos la posibilidad de tener poder o no tenerlo.
R. La segunda pregunta me resulta curiosa, pues es propia de los estereotipos. De hecho, en la Biblia la mayoría de las violencias de las mujeres tienen lugar en el contexto político. Pensemos en Jael, la mujer de Tebes, Dalila, Jezabel, Atalía, Judit, Ester… todas ellas ejercen la violencia en un marco político, en la esfera pública, el mismo lugar en el que la ejercen muchos varones. Por cierto, ellos también ejercen la violencia en la esfera privada. Aunque los ámbitos de unos y otras estén bastante definidos, lo cierto es que lo privado tiene consecuencias en la esfera pública y lo público en la privada, tanto si la ejercen los hombres como si son ellas las violentas. Esta constatación contradice a quienes tienen interés en reducir la violencia a la esfera privada para minimizar esta terrible lacra machista de los malos tratos a mujeres y los feminicidios. Mi pregunta, y espero que también la de lectoras y lectores, sería ¿por qué se está naturalizando socialmente la violencia contra las mujeres?
R. Los hombres y las mujeres que están empeñados en minimizar los feminicidios no necesitan buscar argumentos bíblicos. Pueden usar igualmente los de la mitología, o los casos de mujeres violentas en la historia de la humanidad. En la Biblia son más numerosos los casos de mujeres violentadas, pero no quiero ocultar que algunas también son perpetradoras de violencia, aunque en menos porcentaje que los varones. Algunas formas de esa violencia son iguales a la de los varones y otras son diferentes, dependiendo de la rigidez de los roles de género y, sobre todo, del poder que tengan dentro y fuera del ámbito privado.
Hay todavía muchos tipos de violencia eclesiástica contra las mujeres, pero destacaría esa violencia que lleva a una buena parte de las mujeres a la sumisión y la servidumbre, a la conformidad y la ausencia de lucidez crítica
P. ¿Cuál es, en su opinión, la mayor violencia que hoy día se sigue ejerciendo contra la mujer en el seno de la Iglesia?
No me resulta fácil responder, porque hay todavía muchos tipos de violencia eclesiástica contra las mujeres. Pero destacaría esa violencia que lleva a una buena parte de las mujeres a la sumisión y la servidumbre, a la conformidad y la ausencia de lucidez crítica.
P. ¿Sigue siendo hoy la obediencia debida una fuente de violencia contra la mujer en la Iglesia?
R. Sin duda.
P. ¿Se ha avanzado en estos últimos años, con el pontificado de Francisco, en la dignificación y reconocimiento de la figura de la mujer en la Iglesia?
R. A mi modo de ver, se ha avanzado poco. La Iglesia lleva tanto retraso, que logros ya conseguidos por las mujeres en la sociedad, ya normales desde el siglo pasado, en la Iglesia parecen grandes victorias, cuando, de hecho, no son más que pequeños pasos. Pasos que son solo actos de justicia. No estoy especialmente entusiasmada con eso que mucha gente llama avances. ¿Por qué se celebra tanto algo que no es más que un mínimo de coherencia con el espíritu igualitario del evangelio? No extraña el éxodo de tantas mujeres a las fronteras de la Iglesia o, directamente, fuera de ella. Muchas, han dejado de mirar el sistema patriarcal que sostiene el clericalismo y la institución eclesiástica para tomar sus propias iniciativas, solas y en comunidad.
P. La comisión vaticana encargada por Francisco en 2020 para el estudio del diaconado femenino acaba de emitir su informe, en el que determina “que no podrá existir el diaconado para mujeres, entendido como un grado del sacramento del Orden”, aunque añade que “por el momento no es posible formular un juicio definitivo, como en el caso de la ordenación sacerdotal”. Dos cuestiones. La primera: ¿cómo recibe usted este dictamen? La segunda,: ¿qué se puede esperar de ese “por el momento”? ¿Ganar tiempo, quizás? ¿Tranquilizar a la galería?
R. Recibí la noticia estando en Nápoles. Mis colegas italianas reaccionaron en seguida contraargumentando con razones que muestran un sólido conocimiento del tema. La primera cosa que nos deben es la de informar sobre las razones que llevaron a cerrar la primera comisión y sustituirla por otra. La segunda, es por qué se ha ignorado todo lo estudiado y se sigue diciendo que falta estudio, cuando hay investigaciones, prácticamente exhaustivas, llevadas a cabo por muchas autoras y algunos autores. Si fuera el caso de que conocen tanto los estudios como las conclusiones, como por ejemplo el dato cierto y contrastado de la existencia de diaconisas en los primeros siglos, todavía peor.
R. Y una tercera cuestión es la argumentación trasnochada de la relación entre el orden diaconal y presbiteral con la cuestión de los sexos. Este argumento es insostenible desde la perspectiva teológica y antropológica. De hecho, la votación de este párrafo obtuvo 5 votos a favor y otros 5 en contra. Parece que ya nadie recuerda que el mismísimo Juan Pablo II en Ordinatio sacerdotale se remite a Pablo VI para afirmar que no se puede acudir a este tipo de razones, porque se trata tan solo a la Tradición. Y en lo relativo a proponer la nupcialidad de la Iglesia (“femenina”) con Cristo (“masculino”), el argumento es absurdo y completamente inadecuado, pues se pasa de una metáfora (muy discutible) al mundo de lo real (los sexos).
R. En fin, todo esto para seguir preservando el poder y los privilegios de todo tipo a los varones eclesiásticos. Dejar supuestamente abierto el tema no es más que otra demora en la decisión de cerrar el paso a una diaconía que no es doble (una de hombres y otra de mujeres), sino única, ejercida tanto por varones como por mujeres.
P. Usted acaba de participar en Nápoles en El congreso “La Biblia y las mujeres. Exégesis, cultura y sociedad”. ¿Qué es lo que más le ha gustado de lo que ha escuchado?
R. Este Congreso ha celebrado la conclusión de la publicación de la colección La Biblia y las mujeres, en 21 volúmenes, en la edición alemana. A las española, inglesa e italiana aún nos quedan algunos libros por publicar. Me ha impresionado la cantidad de colegas de distintas confesiones cristianas, procedentes de 11 países europeos y americanos que han participado en nombre de las más de 300 colaboradoras de la obra. Me ha alegrado, una vez más, comprobar el nivel de sus trabajos y la luz que arrojan sobre la relación Biblia y mujer en la recepción de este binomio a lo largo de la historia. El arzobispo de Nápoles reconoció algo muy cierto y es que con esta colección hemos hecho un “acto de justicia”. Esta obra hacía falta y, después de muchas dificultades, entre todas hemos logrado llevarla a su término.
