Óbito de un movimiento religioso.

Hay hechos históricos menores que se apartan de la grandilocuencia histórica de las grandes religiones pero llegan a ser indicadores de lo que puede suceder con las grandes ideologías religiosas: rescatamos del recuerdo un movimiento escindido del judaísmo que tuvo una extensión y vigor impresionantes en el siglo XVII.

Ha habido, tanto ayer como hoy, religiones que refulgen por su “prestigio”, el prestigio que pueden dar el número, la extensión territorial o la cantidad de edificios que tengan por el mundo. A su lado surgen movimientos religiosos dentro de una misma religión poderosa o sectas que se segregan y se escinden de la religión principal. Creemos que cualitativamente y por los efectos, todas son iguales. En general y como hemos dicho repetidas veces aquí, nacen del engaño, engordan con el engaño y mueren cuando se desvela el engaño.

Grandes religiones fueron la egipcia, el mitraismo, la religión azteca, la grecorromana... ¿Dónde están ahora? No quedan más que restos materiales, referencias literarias, mitos asimilables a historietas. Es el triste destino de creencias que en otros tiempos iluminaron a millones de personas. Ese legado oral o escrito de sus creencias, para las religiones oficiales es falso. Para otros que aplican la crítica racional a lo que ven y oyen, tan falso como la dogmática de las religiones que aún perviven.

En la historia conocida, hallamos religiones primitivas, naturales o históricas. Otras las podríamos denominar religiones de fundador. Y hemos visto cómo y por qué fenecen algunos movimientos religiosos, pequeños o grandes. Sabemos también cómo los fieles griegos y romanos acabaron desdeñando creencias irracionales, arrumbando su mitología a explicación simbólica de los fenómenos naturales; tal defección tuvo su origen en que sus fieles ya no se sentían concernidos ni encontraban aliviadero a sus problemas en las proclamas mitológicas. En definitiva y como rasgo general en todas las religiones, que su engaño queda en definitiva desvelado.

Otra forma traumática y radical de cómo algunas religiones fenecieron fue por su vinculación al poder político al que apoyaban y del que recibían sus favores: Egipto, Sumer, Roma, México, Perú... y en grado menor y muy temporal, la Iglesia española por su apoyo al dictador Franco.

Si hay una religión “irredenta” es ésa que todavía está esperando su Mesías, el judaísmo. Por lo mismo, propicia a ser engañada con apariciones de falsos Mesías. Y así fue con el caso que nos ocupa. Sabbatai Sevi se presentó como Mesías y polarizó en el siglo XVII un movimiento religioso desde el Mediterráneo al Mar del Norte.

Su mensaje: devolver a los judíos a Tierra Santa e iniciar la era de paz universal. Una interpretación cabalística certificaba su autenticidad. Ciudades como Esmirna, Salónica, Constantinopla y Alepo proclamaron su advenimiento.

Este falso mesías, proclamaba que tal advenimiento había sido confirmado por numerosas profecías; decía también que el rabino Nathan de Gaza fue el suplente de Juan Bautista. Muchos de los enemigos del falso mesías, que lo tildaron de epiléptico y hereje, fueron lapidados.

Entre sus milagros, la bonanza de una tempestad en un viaje a Constantinopla; otro, que estando en una prisión turca, la estancia se iluminó con llamas sagradas. Su aparición produjo una traumática escisión en el monolitismo judío. Nada nuevo bajo el sol: también Cirilo de Alejandría persiguió a sus opositores y tanto Pedro como Pablo vivieron la intervención divina en su prisión en Roma.  

Los otomanos supieron distinguir de forma muy política lo que había en él de líder religioso y el componente de sedición que había en sus prédicas. Lo encerraron en prisión pero hasta los ulemas musulmanes recomendaron que no fuera ajusticiado: eso crearía un mártir con el irredentismo que su “martirio” llevaría consigo.

Su final podría ser tema de comedia. Denunciado por un seguidor suyo por inmoralidad y herejía, le propusieron someterse al juicio de Dios: servir de diana a los arqueros reales. Si se negaba tenía dos opciones, una reconocer que Allah era el verdadero Dios y Mahoma su Profeta, otra ser empalado. Como diana humana, Dios desviaría las flechas si era verdadero Mesías; si no lo era, moriría asaeteado, aunque de un modo “más humano”.

Lógicamente prefirió seguir viviendo. Se convirtió al Islam. Él y sus fieles hicieron de la necesidad virtud: se convirtieron en practicantes devotos musulmanes, aunque con un nuevo rito, “la ocultación”, que es apariencia de musulmanes pero interiormente, judíos.

Fue apartado o deportado a un olvidado lugar del Imperio y allí murió. Lo que sucedió con su “movimiento” es la crónica del desvarío y de la escisión en pedazos. Todavía quedan restos de un movimiento en su tiempo popular y extenso, en una minúscula secta sincrética de Turquía que combina lealtad al judaísmo con prácticas exteriores musulmanas.

Mucho recuerda esta historia a “sectas” católicas periclitadas como la de los Jerónimos, los Antonianos, los Caballeros Teutones... Cientos de Congregaciones comienzan a recorrer hoy día la misma senda, camino de la extinción. El árbol se va secando por las ramas, otrora frondosas en prosélitos y hoy únicamente en dinero e inmuebles.

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