Pueblo elegido, pueblo perseguido.

Hablamos del “pueblo de Israel”, auto proclamado elegido por Dios, portavoz de su voz, codificador de sus palabras.

Es preciso alzar la voz en contra de esas revelaciones exclusivistas y presuntuosas, realizadas a un determinado grupo humano por parte de un dios creado a su medida. Lo primero que uno podría pensar es que tal exclusivismo es un atentado contra la dignidad e incluso existencia de otras sociedades o tribus a las que no otorgaron tal privilegio.

Esa certidumbre que se arrogan, ¿por qué expulsa del ámbito protector de Dios a los demás? Y, por otra parte, ¿de qué ralea es esa osadía de decir y pregonar a diario y a lo largo y ancho del mundo que la Biblia es “palabra de Dios”? Falso y mil veces falso. Ése es el momento de gritarles a quienes responden “te alabamos Señor” que son unos embaucadores petulantes.

Pero demos de lado la irritación que tales pretensiones provocan y ciñámonos a lo concreto. Algo que sorprende tanto a los estudiosos de la Historia de Israel como a cualquiera que se acerque a ella, es que se hable siempre del “problema judío”, problema que proviene de ese exclusivismo y ese aislamiento beligerante por ser “pueblo escogido por Dios”.

Este mayúsculo rasgo de soberbia es una bofetada hacia el resto de los pueblos. Es más, ese carácter de ser los mimados de un dios privativo parece que lo llevan impreso los judíos en sus genes.

La furia desatada en su contra --las razias, las persecuciones, los pogromos, las expulsiones, la rapiña, la shoa…-- ciertamente es reprobable. Sin olvidar que el cristianismo no hizo sino echar leña a un fuego que ya existía de antes. Pero en buena lógica el pueblo judío debería preguntarse el porqué.

Quede constancia de nuestra posición, que no por nuestra defendemos, sino porque es la opinión mayoritaria de cuantos desapasionada y científicamente han demostrado lo que es la Historia de Israel --y del cristianismo como hijo bastardo-- y su libro de ruta, el Antiguo Testamento, la Biblia. En resumen y repitiéndonos cuantas veces sea menester:

  1. La Biblia, como su nombre griego dice, es un conjunto de libros como los de otras religiones. ¿Inspirados por un dios? "Questio de verbis" si a la inspiración literaria y al poner por escrito leyendas transmitidas oralmente la llaman inspiración de Dios.
  2. Fueron escritos por autores diversos, incluso aquellos libros en los que sólo aparece un único nombre. Desde luego no fue Moisés el autor de los primeros textos.
  3. Responden a inquietudes, vivencias y hechos sucedidos en épocas y lugares muy distintos unos de otros. Y tienen una finalidad social y política clara.
  4. El contenido sustancial, es mítico, aunque no lo sean determinados hechos o lugares. Son libros de leyendas y tradiciones fantasiosas... en definitiva, mitos. Por citar dos mitos fundacionales:
  5. En Samuel, Reyes y Crónicas se incuba y relata el mito de David y sucesores, cuando se concreta en todo su esplendor la promesa del Sinaí: sus peripecias, su deslealtad al dios que lo guía con el castigo subsiguiente, la dominación temporal ejercida sobre las tierras que refiere, el reino instaurado en Canaán…
  6. El Nuevo Testamento, con sus evangelios, cartas, Hechos de los Apóstoles y la traca final, el Apocalipsis, relatan el mito de Cristo. Es un mito hablar del Padre-Dios de Jesús; es un mito que su madre fuera virgen; son relatos míticos todos sus milagros (curar a un leproso o a mil, secar higueras, andar sobre las aguas, resucitar “lázaros”, morir en una cruz, volver transfigurado a la vida, venir al fin de los tiempos a juzgar al mundo).

Y diremos una y mil veces que nadie con dos dedos de frente y con una postura racional ante la vida puede defender espejismos y entelequias tales, por más que estén adornados con palabras, alegorías o representaciones cautivadoras.

Creer otra cosa es acomodar los deseos a la realidad, quedar encandilados con ficciones, someter la conducta al dictado de quienes les embaucan, apostar por sucedáneos o maravillarse ante relatos emocionantes.

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