Infierno de quita y pon.

No porque tengamos un interés particular en el asunto sino porque está de nuevo de actualidad en círculos del entramado crédulo más alto, hemos de referirnos al infierno, que tanto juego ha dado a lo largo de   la historia religiosa de la humanidad, especialmente entre los cristianos.

En otros contextos hemos disertado y dejada clara nuestra posición respecto a estas invenciones, porque tanto cielo como infierno son creaciones de los hombres para resarcirse de la situación en que viven en esta tierra. Podrá parecer pensamiento simplón frente a literatura tan ingente, desmesurada, profusa y profunda relacionada con los “novísimos”, pero esta nueva incursión en algo tan creído, y debatido, incide en un asunto siempre objeto de controversia, lo quieran o no.

¿Y qué piensa el creyente de esta polémica artificial que se ha generado en los recintos vaticanos? Primero le hacen aceptar al citado creyente, y por lo tanto creer,  la existencia indudable de una antro de perdición eterna, cosa que para cualquiera es algo poco menos que increíble, el infierno, y al final le privan de algo que ya se había instalado primero en su obediente y sumisa razón, y luego, para hacerlo más terriblemente imaginable y aceptable, lo adornan con toda suerte de características truculentas.

Lo más insólito es que la polémica la haya generado su santidad  Francisco: “Me gusta pensar en uninfierno vacío y espero que esta sea una realidad”. Parece hablar como quien no quiere la cosa, como de paso. Por supuesto, no se refiere a  si existe o no existe, pero sí deja entrever, con una afirmación que no afirma, que el infierno está vacío. O sea, lugar a extinguir, a abandonar y desterrar de la imaginación.

Es una afirmación o duda que pone en entredicho algo que ningún teólogo osado o del sistema, sin ver peligrar su puesto de trabajo, se atrevería a poner en duda. Y sale de boca de la máxima autoridad, asunto que podría zanjar utilizando el comodín de su “infalibilidad” y definiendo “ex cathedra” de una vez por todas qué diantre es eso del infierno.

De momento, ¿cómo se le ocurre tirar por la borda doctrina tan asentada y tradición tan arraigada en el imaginario popular? ¿Qué puede pensar el creyente, piadoso y cumplidor, respecto a los descreídos e inmorales que pasan por la vida sin pensar en Dios? ¿Esos que en esta vida no reciben el congruo castigo, pero a quienes el Dios justiciero sí tiene reservado un lugar para los tormentos que merecen?

Ay, si Dante levantara cabeza, seguro que tendría un lugar apropiado para todos los papas que se llaman Francisco, bien que hasta ahora sólo uno.  Y sin invocar tiempos tan pretéritos, podríamos llamar como testigo a su antecesor JP2, que él fue quien restituyó la figura del exorcista. Sin infierno no hay demonios que expulsar, entre otros considerandos respecto a aquel papa tan restaurador de situaciones que se iban desmadrando.

El revuelo que se ha formado ha sido mayúsculo. Dejando aparte el hecho no desdeñable de que tal creencia ha sido muy  lucrativa para la Iglesia Católica, cosa que subyace pero no se explicita, los más críticos remiten a la mismísima fundación del cristianismo. Dicen que ha sido una creencia ratificada por el mismísimo Jesús, que hace referencia a tal lugar, la gehenna, donde purgan quienes en este mundo han vulnerado las leyes de Moisés. He leído que Jesús fue el gran teólogo sobre el infierno. Recuérdese la famosa condena del rico Epulón (Lc. 16, 19) y recuérdese el credo: “Descendió a los infiernos”. Recojo más citas bíblicas: Daniel, 12.2; Isaías, 66.24; Deut. 32.22; Salmo 55.15; II Cor. 5.21; II Tesal. 1.9; Apoc. 14.10 y 20.14; Mat. 5.22; 10.28; 18.9; 23.15; Mc. 9.43…

Hay quienes sitúan a Francisco al borde de la herejía, en la línea de algunas negacionistas de tiempos muy pasados, a pesar de que Francisco no ha dado el paso de negar la existencia del infierno, como sí dichas herejías pretéritas.

La polémica no es nueva, porque todavía hay teólogos que mantienen vivo el litigio relacionado con el infierno, cosa que lleva a pensar que no las tienen todas consigo. Pues si ellos… La masa creyente, ajena a disquisiciones eruditas, sigue creyendo en el cielo y temiendo los rigores bien conocidos el infierno.

Y dirán algunos: ¿y a ti, que has dicho lo que has dicho al principio, qué te va en ello? Pues… no sé si caen en la cuenta esos algunos que se quedan sin argumentos disuasorios. Ellos, y otros muchos, confían en que aquellos que se oponen a su fe serán condenados al fuego eterno, por ese imperdonable pecado de atentar contra el Espíritu Santo, contra la verdad, pecado que no puede perdonar ni el mismo Dios, como pasó con Luzbel. Pues ya está. A partir de ahora, todos amigos, cada uno feliz con sus certezas.

Volver arriba