El esfuerzo por convencer.

En algún lugar he leído una especie de proverbio que decía: "Imposible convencerle, el creyente ya está convencido". ¿Para qué contender con alguien que está convencido de que "su" verdad es "la" verdad?

En la introducción del libro “La invención de Jesús de Nazaret” de Fernando Bermejo, libro por muchos motivos recomendable para quien no tenga las entendederas unidireccionadas, aparece una cita que paso a reproducir. Le escribe Goethe a Herder en carta del 4 de septiembre de 1788:

El cuento de Cristo es causa de que el mundo pueda mantenerse todavía estacionario durante diez mil años y de que nadie entre en razón, pues se necesita tanta energía en ciencia, inteligencia e ingenio para defenderlo como para refutarlo”.

El tiempo de los credos se mide por siglos y hasta por milenios; la vida racional y científica de un humano, por años y, éstos, pocos. No hay parangón entre ambos tiempos. El cristianismo ya ha desarrollado su inteligencia, ciencia e ingenio hasta límites de saturación, tal que parece que hubiera llegado a su consunción… pero no es así. Cada magistrado de la credulidad se siente en la compulsión de expresar sus experiencias o sus investigaciones, desde tal o cual encíclica que desarrolla aspectos supuestamente no exprimidos hasta ahora, pasando por  el “Jesús de Nazaret” de un papa emérito hasta la multiplicación de blogs y foros en número incalculable. Ningún párroco quiere, por ejemplo, que el esfuerzo para redactar esa inspirada homilía quede en un reducto de cuatro paredes y su contenido en el olvido. Bueno, sí, dígase lo mismo de esta mi “rara avis” que por aquí sobrevuela en dirección contraria al viento dominante.

No hay punto de comparación entre la defensa y su refutación. Más que nada, porque a los refutadores no les sale a cuenta perder años de su vida en tan ímprobo esfuerzo. Después de creer, si alguna vez han creído, se incorporan a la vida consciente, dejando la creyente. Lo otro lo dan de lado.

En tiempos pasados, pongamos por caso en el Renacimiento, a la par que se descubría su escultura, su arquitectura o su literatura se desató un interés especial por conocer las mitologías griega, romana, budista, hindú, etc. Y con seguridad se encontraron con noticias paralelas respecto al cristianismo. ¿Cómo lo enjuiciaron? Ninguna referencia queda respecto a restos mitológicos en la fe cristiana. Ni se les pasó por la cabeza: el cristianismo quedaba a salvo de toda consideración mitológica. ¿Cómo pensar que pudieran darse en la religión cristiana trazas que “parecieran” paganas? Inconcebible.  Más de tres siglos hubieron de sucederse hasta que se publicaran estudios comparados poniendo al cristianismo en su sitio, aunque tales estudios ningún quebranto supusieran en los soberbios cimientos de la multinacional vaticana.

Hemos dicho “en tiempos pasados”. Quiá. ¡Si lo hemos visto en comentarios o diatribas aparecidas en este blog!  Todo lo que suponga la más mínima merma, es rechazable porque proviene de mentes malévolas. ¿Cristo asociado a la mitología? ¡Por favor! Pero resulta, también, que muchos escritos independientes sobre la figura de Jesús de Nazaret que aparentan ser críticos no llegan a sus últimas consecuencias precisamente por el respeto --¿antes miedo?—a quienes lo veneran o quizá ante el cúmulo desmesurado de erudición a al que se enfrentan.

Y se siguen escribiendo melifluas expresiones sobre tal o cual virgen; o reflexiones traídas por los pelos sobre tal o cual perícopa evangélica;  o fantasías acerca del caminar de Jesús por las calzadas de Judea. Casi todo lo que hoy se escribe está preñado de unción y piedad. Pues, perdónesenos, eso no es serio ni, por supuestos menos, ajustado a la realidad histórica. La conclusión a la que se llega después de tanto estudio y tanta crítica literaria o histórica es que el Jesús que presupondríamos real, como se suele decir “de carne y hueso”, definitivamente no interesa.

Y no interesa porque al intentar, ellos, profundizar en el conocimiento de Jesús, el histórico desaparece. Pero la reflexión histórica se impone y los estudiosos deducen que ese Jesús actual, el que los fieles piadosos adoran y suplican, no existió, así de simple. Los conocimientos a los que llegan tales estudios contradicen los que tienen aquellos que confían su fe en él.

Estas consideraciones generales pecan de indefinición, es cierto, no se apoyan en datos incontrovertibles; son, además, opiniones de parte, de la otra parte. Podría decir que, para tal menester, autores hay a los que acudir. Procuraremos traerlos a colación en próximas ediciones.

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