Si lo irracional se cuela en la religión
| Pablo Heras Alonso.
Perderé el primer aprecio que suscitó en mí la figura y las primeras palabras del nuevo papa León XIV si lo encuentro en aquellos reductos crédulos en que cayeron al menos otros dos que yo recuerde, JP2 y Pablo VI: Lourdes o Fátima. Sería dar respaldo no diría al culto a la Virgen sino a toda la parafernalia y tinglado monetarista levantado en el entorno.
Pero eso sería cosa suya. Por nuestra parte y en relación a la autenticidad de tales manifestaciones crédulas, el mismo marchamo debe recibir cualquier visión, aparición o creencia que lo que se dice de ambos lugares. Desde aquellas de 1846 en La Salette, se han contabilizado hasta 223 apariciones públicas de la Virgen y, de ellas, 56 en España.
La credulidad de lo grande ha de admitir lo chico. Únicamente el gigantismo del tinglado es lo que confiere tintes de veracidad a tales fenómenos para-normales. Sólo cuando prevén que se les puede escapar de las manos es cuando los Jerarcas blancos estampan el sello de autenticidad.
Enfoco el asunto considerando tres niveles de asentimiento, uno, ínfimo y supersticioso; otro pretendidamente autentificado; y el tercero, las creencias que constituyen el fondo dogmático de la credulidad católica.
El primer nivel, hasta el menos sesudo de los creyentes considerará ínfimo, bajo y rastrero. Recopilamos algunos hechos milagrosos que la misma Iglesia considera cuentos o estafas (son datos verificados por J.Torbado en su obra ¡Milagro, milagro! y como tales los aceptamos).
- el Espíritu Santo, el siempre apellidado “palomero”, sirve de guía al automóvil para presenciar una aparición;
- un olivar se llena de flores blancas en una tarde;
- alguien se cura del cáncer por beber aguas fecales;
- a la vidente se le sale el ojo de la órbita y se sitúa en la frente;
- en el “palacio del rey David” una novia se desposa con Jesucristo ante trescientos invitados;
- desaparecen de los sagrarios de los alrededores tres mil hostias y caen sobre una vidente;
- tres niñas bajan corriendo una empinada cuesta, de espaldas y de noche, sin caerse;
- un juez dicta las sentencias guiado por la Virgen;
- la cocinera ve la cara de Jesucristo en una sartén recién fregada;
- alguien, buscando un terreno “autorizado por las ordenanzas municipales” para erigir un santuario, recorre distintos lugares en los que se aparece sucesivamente la Virgen...
En un segundo nivel sancionado por la Iglesia, están Lourdes y Fátima. Poco difieren de lo anterior, si no es por su gigantismo y complejidad crematística. Hace años, cuando todavía tenía respeto por todo eso, visité ambos “antros de sanación colateral”. Sentí náuseas.
Respecto a Fátima y Lourdes comparto lo que dijo un pensador en otro sitio (o sea, yo): “Dado que a Lourdes han acudido y acuden millones de enfermos a curarse –que no a resignarse-- estos “Centros de Engaño” son la mayor demostración de la absoluta falta de fe del 99,9% los creyentes: nadie se cura. Si dicen que sí tienen fe en la Virgen, ¿por qué vuelven tan enfermos como habían llegado?” Tercer nivel de credulidad:
- por recibir agua en la cabeza o sumergirse en un estanque, desaparecen culpas ¡no cometidas por uno mismo!;
- por decir “esto es mi cuerpo” algo cambia de sustancia;
- mira al mísero afectado y éste queda limpio de lepra;
- por decir “sí” a un supuesto espíritu, una mujer queda preñada;
- por pronunciar unos deseos u oraciones, éstos se cumplen;
- dijo que después de muerto resucitaría –por cierto, lo dijo unos cuarenta o cincuenta años después del evento— y resucitó...
Comparando los tres niveles de credulidad y si atendemos al sujeto que cree, no hay divergencia conceptual. Entre unos hechos y otros no existe, cualitativamente hablando, diferencia alguna.
Los despropósitos que generan las religiones --apariciones, visiones, fantasías, delirios, imaginaciones, milagros, estigmas, locuciones, sanaciones y similares--, son de tal calibre y magnitud que no se entiende cómo personas pretendidamente sesudas -–doctores de la Iglesia, licenciados, científicos creyentes...— no se planteen siquiera la exclusión de todo ello del espacio sacro.
Nada hay más irracional, impúdico diríamos, que esas manifestaciones que repugnan a la inteligencia, a veces al buen gusto. Se miren por donde se miren, ninguna de ellas resiste el mínimo análisis no sólo racional sino también emotivo.
En su propia lógica: si Dios hizo al hombre racional –según un reciente libro “Dios es razonable”-- ¿por qué ha de admitirse lo irracional sin denunciar que es irracional? Fátima y Lourdes no dejan de ser sino antros congregacionales de lo que de más bajo y ruin genera una religión. ¿Es esto atentar contra las ilusiones de tantas personas bienintencionadas? En modo alguno: es clamar contra el descaro y la desvergüenza de quien se prevale de las miserias humanas, físicas o psicológicas para hacer negocio. El que sufre una enfermedad seria –entre ellas también están las carencias psicológicas-- se agarra a cualquier clavo ardiendo. Al crédulo “porque sí” habría que gritarle, para que cayera del guindo, que los propios jerarcas lo tienen bien claro: cuando tienen una dolencia grave no van a Lourdes, van a la Seguridad Social. ¡Y son los enchufados de la Virgen!