Un mundo que es un submundo.

Uno de los pensamientos que subyace, latente, en la filosofía que impregna el pensamiento cristiano, derivado de un concepto maniqueo de la existencia, es el de la dicotomía conceptual entre buenos y malos.
Otro, la perversa convicción de estar en posesión de la verdad, convencimiento muy arraigado especialmente entre aquellos que más han “estudiado” tal verdad.
Ambos pensamientos, por distintas vías, conducen a hacer rapiña y apropiación del mundo con el artero pretexto de transformarlo: el “verdadero mundo” –dicen— es el que reconoce a su Creador y le da gloria, usando las cosas creadas como peldaños para ascender al otro, del que éste es un trasunto.
Así ha sido secularmente, se han apropiado del mundo, el que es, el real, el de la vida diaria, el de los seres humanos que luchan por su subsistencia y progreso... para abducirlo hacia otro irreal, crecido en la mente recalentada de personas que nunca han estado a gusto con el mundo que les ha tocado en suerte y surgido de la cocción impositiva de ideas milenarias.
¿Pero es ése el mundo verdadero? Ellos ni se lo preguntan. Es. A fuer de magnánimos, les podríamos conceder únicamente el privilegio de la duda. Entre otros motivos porque cualquier ser humano aspira a transformar el mundo y, en ciertos aspectos, sería beneficioso para nuestro entorno calamitoso que algunas propuestas se hicieran realidad en éste. Pero ¿quién no quiere transformar el mundo?
Su mundo o nuestro mundo. Pregunta insistente: ¿cuál es el verdadero?
Puntos de vista. Los que están dentro de las murallas califican a los que están fuera de “extraños” –oi barbaroi de que hablaban los griegos--, pero no deja de ser un “punto de vista”: ¿quién es el preso, el que está dentro de la cárcel o el que sufre los atascos de tráfico diarios o lucha por encontrar un trabajo o gime en la cama de un hospital...? ¿Quién es quién en este mundo, los que están dentro “huyendo de”, o los que están fuera “gozando de”?
La única respuesta que sirve es la del sentido común: no disponemos de otro mundo que éste en el que nos movemos y somos. Soñar con otros no lleva sino a Calderón, “los sueños, sueños son”.