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Una novicia abandona el convento.

Siglo pasado, década de los cincuenta y sesenta. Las congregaciones religiosa viven una época dorada, con abundancia de vocaciones y conventos a rebosar. ¿Una oveja negra? Cierto que de negro se revistió.

Me dice que a muy pocos les ha contado lo que “allí” vivió, un convento en Carabanchel, Madrid. Después de muchos, muchísimos años, todavía con el temor a la incomprensión, a pequeños sorbos ha contado retazos de ese breve paso por el claustro. El trauma sufrido dejó una profunda huella, superada pero no olvidada, en su afectividad.

El episodio que traigo aquí es de suponer que lo vivieron cientos de muchachas que tuvieron que abandonar traumáticamente el recinto claustral allá por la década de los 50 o 60.

Hoy, en el ambiente familiar acomodado y con el calor humano que dan sus hijos y, sobre todo sus nietos, vive sus recuerdos internos con un no olvidado temor y hasta con un punto de angustia. ¡Y sólo fueron dos años largos de estancia!

No podía ya aguantar más, estaba en juego incluso su salud, me dice. Decidió abandonar. Ya sólo el comunicar tal resolución fue tarea asaz difícil, por la oposición cerrada de la superiora a la misma. Inimaginable escapar, no sólo por no caber en su forma de ser sino también por no tener apoyo alguno en el exterior ni medios económicos para ello.

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