A propósito del proceso de santificación del P. Huidobro.

Colofón de "Todos los Santos", las figuras canonizables de Fernando Huidobro, jesuita, y de Emiliano Mª de Revilla, capuchino, dos figuras que parecen chirriar en procesos de canonización. 

El pasado 18 de octubre, D. Pedro M. Lamet nos hace conocedores en Religión Digital de la sesión  de clausura del proceso diocesano de la causa de beatificación del jesuita Fernando Huidobro Polanco, junto a una semblanza del mismo. El acto me recuerda punto por punto lo que yo viví presencialmente, la finalización del proceso diocesano de la causa de beatificación de la venerable Teresita González Quevedo, cuyo milagro, según he oído, le fue sustraído en pro de la santificación de Escrivá de Balaguer.

Reproduzco aquí un fragmento del libro “Una España convulsa: 1880-1936” que aparecerá en breve escrito por mí sobre la vida de Eloy Gallego Escribano, como capuchino Emiliano Mª de Revilla,conocido en toda España como P. Revilla y, en sus comienzos de presencia periodística, “el fraile aviador”.

Escribo respecto al P. Huidobro:

Fernando Huidobro Polanco (1903-11 abril 1937) fue un jesuita encuadrado en la IV Bandera de la Legión durante la Guerra Civil (campañas de Extremadura, Casa de Campo, Ciudad Universitaria, Clínico, Cuesta de las Perdices). Al ser expulsados los jesuitas, 1931, se estableció en Bélgica, donde concluyó su etapa discente. Al inicio de la Guerra Civil se ofreció como capellán militar. Destacó por su valor y arrojo, por ayudar a heridos y moribundos, incluso por su ayuda a los enemigos prisioneros… y por quejarse de los excesos cometidos en la retaguardia del bando nacional. Después de haber sido herido dos veces, murió en la Cuesta de las Perdices, oficialmente por la explosión de un obús. Otros estudios afirman que su muerte no fue casual como confirmó otro jesuita al analizar el cadáver: recibió un disparo por la espalda, del que murió. Al iniciarse su causa de canonización, al finalizar la guerra,  el proceso se enquistó sin saberse muy bien el porqué. Según parece, sus denuncias no caían bien entre los mandos nacionales. Una calle en Madrid recuerda su figura.

Y continúo respecto a procesos de canonización, en el caso del libro que cito, del P. Revilla:

Otro interrogante aparece cuando uno, desde una perspectiva católica no sesgada o partidista --una Iglesia que santifica mártires de la Guerra Civil sin presencia del “abogado del diablo”— se pregunta cómo el Padre Revilla, persona que se desvivió por los más desfavorecidos, que hizo carne propia la lucha por la justicia, que clamó contra la iniquidad y el desafuero, que murió fusilado por defender a los más pobres y alzarse contra los crímenes que en los primeros meses se cometían en Burgos, se pregunta, decimos, por qué no entra en el catálogo de santificados o al menos santificandos, con más méritos que quienes únicamente aportan a su acervo de santidad el no haber huido a tiempo y haber sido sacrificados como corderos por las hordas salvajes e irracionales dentro del desquiciamiento que supuso la Guerra Civil.

¿Por qué llegó el reconocimiento de la santificación a los cientos que han desfilado por la criba vaticana, mártires de la guerra civil, y no a uno con más merecimientos como el Padre Revilla? Sabemos las razones, pero seguiremos preguntando ese porqué. Si unos no, tampoco los otros.

Digámoslo con claridad: el que era considerado “santo” entre las gentes del pueblo no se amoldaba a los cánones establecidos por la Iglesia oficial. Y siempre es la Iglesia la que justifica sus decisiones y santificaciones. En verdad, poco importa eso para quienes conozcan su periplo vital.

Podríamos decir lo mismo de tantos otros a los que la guadaña de la guerra civil rozó con su siniestra segur en el campo de los que supuestamente defendían la fe secular de España. ¿Cómo entender los casos del Padre Huidobro o de los catorce sacerdotes vascos fusilados “judicialmente” por el bando vencedor?

¿Qué respuesta puede convencer cuando los que se alzaron contra la República pusieron como pretexto la defensa de la religión y de la fe?

La respuesta es clara: había otros elementos en juego que primaban sobre las convicciones religiosas. Y, por descontado, los mataron porque “su” religión, la del Evangelio, nada tenía que ver con “la” religión, la oficial, la del cardenal Segura o la del cardenal Gomá.

El mutuo apoyo que se prestaron la fe y la espada no podía tolerar elementos ajenos, que iban por libre, que entendían la religión de manera excesivamente "parcial", elementos que llevaban el Evangelio a sus últimas consecuencias. El padre Revilla era uno de esos.

Las autoridades religiosas bautizaron ese alzamiento como Cruzada: o se estaba con ese bautismo o se estaba fuera. ¿Cómo santificar –dirán los santificadores— a quien apoyaba posturas anti religiosas o directamente criminales como las de los “curas rojos”? En la muy católica Iglesia primaba excesivamente el ser o no de “nuestro bando”. Y las santificaciones de mártires de la Guerra Civil demuestran que todavía sigue habiendo dos bandos. O al menos lo parece.

En honor a la verdad, el proceso del P. Huidobro no camina en esa dirección, pero sí al rebufo de tendencias políticas excesivamente “memorísticas”, entre ellas la tan traída y llevada “Memoria Histórica”. Oportunismo a tiempo.

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