Biblia en una mano y periódico en la otra

Si queremos que este mundo nos escuche es necesario que nos acerquemos a él, que le miremos con simpatía, que le escuchemos, que nos esforcemos en comprenderle.

El anuncio del Evangelio debe hacerse en la sociedad que tenemos. A veces se piensa más o menos así: “si esta sociedad funcionase de otra forma, se construyese de otro modo, si tuviéramos otras leyes, otro gobierno, sería posible hacer algo”. Ante pensamientos como estos, el P. Chenu reaccionaba diciendo: “No; hemos sido enviados al mundo tal cual es; éste es el mundo que Cristo ha amado y por el cual murió”. La Iglesia tiene que evangelizar al mundo tal como es y tal como se construye. En una sociedad secularizada como la nuestra ya no podemos pensar ni actuar como si la fe fuera una herencia sociológica. Quizás hubo un tiempo en que lo evidente era la fe. Hoy lo evidente es la “no fe”.

Hoy, precisamente en aquellos países donde en tiempos pasados había abundancia de bautizados, el ambiente se ha vuelto indiferente al anuncio del evangelio y, a veces, hostil. Muchos ciudadanos se confiesan agnósticos o indiferentes y, como consecuencia, las iglesias se han vaciado de fieles para llenarse, en ocasiones, de turistas. . Si nuestra predicación comienza por condenar la cultura secular, está asegurado su fracaso. Hay que empezar por detectar cuanto hay de verdad, de bondad y de belleza en esta cultura, y tener claro que la bondad y la verdad siempre están inspiradas por el Espíritu Santo. En la cultura secular, por decirlo con una expresión patrística, hay muchas semillas del Verbo.

En este sentido Kierkegaard enunció la siguiente tesis: “Para llevar a un hombre a una determinada posición, ante todo, es preciso fatigarse para encontrarle donde está y empezar ahí. Si podéis hacer eso, si podéis encontrar exactamente el lugar donde está el otro y empezar ahí, tal vez podáis tener la suerte de conducirle al lugar donde os halláis vosotros”. Si quiere tener alguna posibilidad de ser escuchada, la Iglesia debe acercarse a los alejados. Desde el rechazo y la beligerancia no tenemos ninguna posibilidad de que nos escuchen. Nos darán la espalda, nos dirán que nos metamos en nuestros asuntos, que no interesamos, que nadie nos ha llamado. Quizás desde la simpatía sean pocos los que nos escuchen. Desde el rechazo no lo hará nadie.

La evangelización es un movimiento de doble sentido, en el que damos y en el que aprendemos. Pero para dar, primero hay que aprender. Y el aprendizaje precisa de la asistencia a dos escuelas: en primer lugar, la escuela de la Palabra de Dios (oración, sacramentos, estudio de la Palabra); en segundo lugar, la escuela de los signos de los tiempos, para aprender el lenguaje del mundo y así poder traducir el lenguaje de la Palabra y de la Iglesia. Como decía Karl Barht, el sermón hay que prepararlo con la Biblia en una mano y el periódico en la otra.

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