Necesitamos un poco de esperanza

La esperanza no se alimenta con la pasividad. Se mantiene y se reaviva con solidaridad. Cada uno desde sus posibilidades

La situación económica y sanitaria es mala. Prácticamente en todo el mundo, pero sobre todo en los países más pobres. Los políticos no invitan precisamente a la esperanza. Lo único que les importa es el poder, aún a costa de hacer trampas o de amenazarse unos a otros. Unas palabras recientes de Antonio Muñoz Molina parecen realistas, pero no invitan al optimismo: “la política española es tan destructiva como el virus. Contra el virus llegará una vacuna, contra el veneno español de la baja política no parece que haya remedio”. Los ciudadanos nos sentimos impotentes. Y los ciudadanos de países que tienen menos libertad para manifestarse y protestar, más impotentes aún.

Uno piensa, en ocasiones, que, para conservar la tranquilidad del ánimo, es mejor cerrar los ojos y taparse los oídos. Pero eso es imposible y no sólo no soluciona los problemas, sino que los empeora, y de paso manifiesta el egoísmo y la indiferencia del que no quiere ver ni oír. La esperanza no se alimenta con la pasividad. Se mantiene y se reaviva con solidaridad. Cada uno desde sus posibilidades. Es bueno estimular y animar a los demás, pero siempre que el estimulo y el ánimo empiecen por uno mismo. El Obispo Pere Casaldáliga, entre otros, fue un buen ejemplo de solidaridad. De esa solidaridad con la que todos estamos de acuerdo en teoría, aunque, a veces, nos molesten determinados ejemplos.

Ante el mal que nos acosa, la única postura digna del ser humano es tender la mano a los heridos que están a nuestro alcance. Y, si uno es creyente, siempre cabe confiar en el Señor de la historia que, aunque parezca callado, está muy atento. A pesar de todo, el creyente cree que Dios no nos abandona. Un himno, que se encuentra en libro del profeta Habacuc, lo dice de esta manera:

Aunque la higuera no florezca, ni haya frutos en las vides; aunque falle la cosecha del olivo, y los campos no produzcan alimentos; aunque en el aprisco no haya ovejas, ni ganado alguno en los establos; aun así, yo me regocijaré en el Señor, ¡me alegraré en Dios, mi libertador!

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