La realidad como criterio metodológico esencial ¿Tiene sentido la JMJ? La realidad a la hora de evangelizar

El Papa saluda a los jóvenes en el parque Tejo
El Papa saluda a los jóvenes en el parque Tejo Vatican Media

"Si algo caracteriza a Francisco es, precisamente, el conocimiento a fondo del mundo a evangelizar y, sobre todo, de la situación en que se encuentra, ahora mismo, la propia Iglesia. Por eso señalalos verdaderos problemas que como Iglesia y sociedad deberíamos afrontar"

"En las sociedades actuales, y en la propia Iglesia, perviven situaciones, individuales y colectivas, que propician y constituyen verdaderos desajustes sociales y eclesiales, que suelen dejar desprotegida la dignidad humana"

"Enumeración y descripción sintéticas de alguno de los más significativos y que suelen desamparar la dignidad humana"

"El posicionamiento de la Iglesia a fin de afrontarlos mediante el impulso de la JMJ 2023"

"Las reservas que suscita dicho planteamiento y la necesidad de insistir en la conversión personal: modificar el estilo de vida. Sin este testimonio, todo seguirá igual"

Por sorprendente que a muchos les pueda parecer, mi prolongada experiencia en lucha conmigo mismo me dice que nunca uno se encuentra totalmente sólo en el mundo. José Miguel Martínez Castelló nos ha regalado en RD unas reflexiones que, verdaderamente, reconfortan y estimulan -a mí, al menos, sin duda alguna- a proseguir el camino, ya iniciado hace tiempo, en pos de colorear la vida de ‘sabor evangélico’. Este camino individual, en la búsqueda personal de Dios, mediante un intento serio de hacer realidad en la propia vida el seguimiento efectivo de Jesús, he tratado de esbozarlo en mi testimonio final, La despedida de un traidor. La búsqueda personal de Dios. En cualquier caso, hermano y compañero de viaje, gracias infinitas por tus reflexiones.

Punto de partida: la realidad

Es una evidencia. Al menos, para mí. Aunque yo no lo aprendí, como José María Vigil, de la teología de la liberación, al igual que él, también hace ya mucho tiempo que entendí que “siempre había que ‘partir de la realidad’”. Me costó Dios y ayuda comprender su importancia. “Yo, nos dice Vigil, nunca lo había tenido antes como criterio, ni nadie me lo había señalado como principio metodológico clave”. Yo tuve que aprenderlo de la propia vida, de la propia experiencia, de mi personal discernimiento, de la realidad que me encontré al enfrentarme a mi conversión personal. Nadie, en mi proceso formativo absolutamente controlado por la Iglesia, lo había ni tan siquiera insinuado. Una vez descubierto, procuro caminar con la mochila repleta de tan elemental criterio.

Si algo caracteriza a Francisco es, precisamente, el conocimiento a fondo del mundo a evangelizar y, sobre todo, de la situación en que se encuentra, ahora mismo, la propia Iglesia ante el reto de cumplir el mandato de Jesús a sus apóstoles (Mt 28, 16-20; Mc 16, 14-18; Lc, 24, 44-49; Jo 20, 19-23. Cfr. Lumen Gentium, 19-20). Ello explica, como señala Martínez, que “Francisco tiene el don, la potencialidad de señalar lo que nadie se atreve a indicar, analizar y juzgar y que son los verdaderos problemas que como Iglesia y sociedad deberíamos afrontar”.

Dicho de otro modo, aparece como un líder, que partiendo siempre de la realidad, desea dirigirse y comunicarse con ella, y con quienes, de un modo u otro, la protagonizamos, para tratar de modificarla o, mejor, orientarla y colorearla, en la medida de lo posible, de sabor evangélico. Eso sí, siempre al servicio del ser humano.

A este respecto, no se le ocultan las dificultades que es preciso esquivar y superar. En las sociedades actuales, y en la propia Iglesia, perviven situaciones, individuales y colectivas, que propician y constituyen verdaderos desajustes sociales y eclesiales, que suelen dejar desprotegida la dignidad humana. Son, por supuesto, de muy diferente naturaleza y representan dinámicas y culturas sólidamente enraizadas, que impulsan conductas individuales y colectivasque no siempre propician el enriquecimiento y el progreso humano y espiritual deseables. Dinámicas y culturas que introducen en la vida colectiva y comunitaria divisiones, controversias y enfrentamientos. Dinámicas que, además del lenguaje supremacista que suelen manejar, buscan y consiguen, también en la Iglesia, la polarización extrema.

La condición humana, sin excluir la comunidad eclesial, se manifiesta con frecuencia en términos de poder y no de servicio a los demás; en términos de rencor, envidia, maledicencia y habladurías; en términos de egoísmo conformista, de posesión de riquezas, honores e influencia (mundanidad espiritual); en términos de apariencia, rigidez (doble vida) y fariseísmo. Todo ello, por su carácter antievangélico, mina la credibilidad necesaria e indispensable y corrompe la comunidad cristiana.

Incoherencia

Es proverbial la falta de coherencia entre lo que se predica, se hace y se vive, tanto en la sociedad civil como en la comunidad de creyentes. Igualmente es manifiesta en la Iglesia una actitud de sumisión y obediencia absolutas al clericalismo imperante con claro olvido de la libertad de los hijos de Dios. Asimismo la comunidad cristiana está dominada por el sistema romano que se caracteriza por ‘el monopolio del poder y la verdad, por el juridicismo, el clericalismo, la aversión a la sexualidad y la misoginia, así como por el empleo espiritual-antiespiritual de la violencia’ (Küng).

En nuestras sociedades actuales, en definitiva, dominan culturas como la del bienestar, del descarte, del desperdicio y del volquete; predomina intensamente la tendencia paliativa que inunda múltiples manifestaciones humanas del dolor, las irriga de superficialidad y desprovee de sentido. Pero, sobre todo, la sociedad actual y la comunidad eclesial padecen de polarización extrema, vergonzoso testimonio contra el Evangelio de Jesús.

Toda esta realidad podría completarse con muchas otras referencias y manifestaciones en la sociedad civil y en la Iglesia. Por lo que se refiere a la primera, me permito sugerir al lector algunos trabajos específicos a través de los cuales comprenderá mejor la verdadera situación de la sociedad actual. En concreto, a Gilles Lipovetsky, La felicidad paradójica, Anagrama, Barcelona 2007, que ha analizado y descrito la ‘nueva modernidad’, entendida como supuesta mejora de las condiciones de vida en las sociedades democráticas. Con anterioridad, reflexionó de modo muy sugerente sobre temas éticos en El crepúsculo del deber. La ética indolora de los nuevos tiempos democráticos, Anagrama, 2ª ed., Barcelona 2008 (la 1ª ed. es de 1994).

En esta misma línea, Guillermo Jesús Kowalski ha presentado en RD, muy recientemente, la panorámica real del mundo en este momento, con sus sombras y riesgos ciertos. Su lectura sitúa al lector ante la realidad existente que habría que afrontar al servicio del ser humano.

Por último, me parece de gran utilidad el reciente trabajo de Byung-Chul Han, La sociedad paliativa, Herder, Barcelona 2021, donde se encontrará la problemática relativa a la fobia actual frente al dolor. Por otra parte, y además, no se pueden ignorar, por ejemplo, los problemas de todo tipo que presentan las débiles democracias actuales, el riesgo que entrañan los populismos y nacionalismos imperantes, la acusación permanente derivada del tratamiento que se otorga a los pobres y a la inmigración. Por el medio, lo que está en juego es la protección efectiva y tutela de la dignidad del ser humano.

Por lo que se refiere a la Iglesia, podríamos, a modo de síntesis, subrayar, sin ánimo alguno de exhaustividad, estas ideas o situaciones, que estimo innegables: a). La iglesia ya ha dejado de ser creadora de cultura; b). Ha marginado, incluso en aspectos trascendentales, el Evangelio; c). Sigue siendo, desde mi perspectiva, todavía demasiado auto referencial; d). Acredita un aparato organizativo muy complejo que ahoga el espíritu, no se muestra propicio a la escucha, favorece el ‘gatopardismo’ y padece del mal del ‘indietrismo’ (mirar hacia atrás); e). Se ve dirigida por el sistema romano de dominación; f). Se sitúa, en demasiadas cuestiones, con actitudes que han venido fracasando en el tiempo, esto es, se posiciona todavía a la defensiva y mirando para otro lado ante los signos de los tiempos; g). No acaba de entender que la reforma que viene obligada a emprender pasa, esencialmente, por la conversión personal y el cambio de estilo de vida (Mc 1, 14-15; Mt 4, 17; Lc 4, 14-15: 17, 21); h). Se ha intensificado, como se aprecia con la asistencia a cualquier acto de culto, la deserción o el abandonismo hasta el punto de convertirla, si sigue este ritmo, en una minoría muy minoritaria.

El posicionamiento de la Iglesia

Ante esta realidad, que he presentado de modo tan incompleto y deslavazado, muchos -y, no sin razón- se han preguntado si la JMJ 2023 tendría alguna eficacia en orden “a los verdaderos problemas que como Iglesia y sociedad deberíamos afrontar”. La problemática real, contemplada de puertas adentro, no es tanto si la presencia de la Iglesia, como se ha sugerido, molesta a ciertos medios de comunicación como si tiene sentido, en términos de eficacia evangelizadora, semejante despliegue de medios de todo tipo.

La experiencia de las anteriores JMJ celebradas parece inclinar el juicio hacia una respuesta negativa. Pero, entonces, ¿qué sentido tiene activar tanta ‘parafernalia’ y ‘escenografía’ o desplegar tantas energías en una determinada dirección si se sabe de antemano que no podrá dinamizarse la vida de la Iglesia y de nuestras sociedades civiles de la mano de la juventud asistente? Personalmente, creo que, efectivamente, no tiene demasiado sentido, ni siquiera aunque cuente, como hemos presenciado, con múltiples ‘panegíricos’ jerárquicos. Pero, dicho lo cual, he de añadir que creo en la utopía y en el bien que puede brotar de cualquier acción humana, hecha con fe en Jesús o con la esperanza de contribuir al bienestar humano.

La realidad, al margen de ilusiones, deseos y utopías personales, se muestra demasiado compleja y sólidamente asentada. Los valores que, al menos formalmente, definen e inspiran el estilo de vida en las sociedades democráticas actuales son todo menos fácilmente modificables. Aun cuando la pretensión evangelizadora de la Iglesia sea loable para algunos o para muchos, me temo que la gente que vive en el espíritu de las dinámicas y culturas vigentes no está, hoy día, muy dispuesta a renunciar a ellas, ni a su modificación, y menos si su impulso proviene del mundo clerical.

Lo cierto -no conviene ignorarlo- es que la Iglesia ya no crea cultura ni goza de la credibilidad indispensable para ser escuchada. Cambiar este estado de cosas no se logra mediante la asistencia a una JMJ, incluso aunque se opere un cierto seguimiento posterior con algunos de sus asistentes, como ha anunciado el Arzobispo de Madrid. Esa posibilidad exige tiempo y mucho testimonio de vida. Y, esto es harina de otro costal.

Creo que lleva razón Mons Elizalde, obispo de Vitoria, al afirmar que “cuando la Iglesia ha sido muy influyente en un sitio, ha sido incluso autoritaria y ha ocupado todos los puestos, toca una época de todo lo contrario. El efecto péndulo es el extremo contrario porque ha habido un hartazgo y estamos sufriéndolo en nuestra tierra”. Lo extendería, sin reserva alguna, a la práctica totalidad de la Iglesia.

Es más, hago mía la reflexión de Guillermo_Jesús_Kowalski cuando sostiene que la Iglesia “ha contribuido con su propia decadenciaperdiendo el hilo de la Trascendencia encarnada en los signos de los tiempos. Presa de soberbias clericales y problemas autorreferenciales de ombligo; han dejado a las espiritualidades en una dispersión huérfana, ‘como ovejas sin pastor’ (Mt 9,36). La incidencia de estas espiritualidades aisladas en la modificación de la cultura global es ínfima, por eso han sido permitidas por el sistema, para ‘distraer y no molestar’, como placebos para el individuo egoísta, consumista y aislado que esta civilización ha creado”.

El criterio de la realidad, entre otros, no debe de ignorarse, en modo alguno, en el ámbito eclesial al diseñar y activar su función evangelizadora. Sus líderes jerárquicos han de acreditar un mayor realismo, no engañarse a sí mismos o hacerse trampas en el solitario. La realidad siempre acaba por imponerse. Incluso, entre quienes dicen seguir a Jesús (ser sus discípulos), abundan quienes no son ajenos a esas dinámicas de las sociedades democráticas actuales, se rigen por ellas, las aceptan y abrazan en el día a día. Creo, sinceramente, que da la impresión que se adhieren a ellas con mayor entusiasmo que a las enseñanzas de Jesús, que se recogen en el Evangelio.

¿Cómo, entonces, afrontar toda esta inmensa problemática? ¿Mediante el impulso de la juventud asistente a una determinada JMJ? Desde luego, no quejándose de la realidad existente ni condenándola por principio ni simulando su conocimiento. Al contrario, tratando, en el marco evangélico que es prioritario, de acercarse a ella y comprendiéndola, en la medida de lo posible.

El esfuerzo a realizar podría hacerse girar en torno a la idea de que cada cual ha de responsabilizarse de su vida en el marco evangélico y, en consecuencia, tener muy claro que, si se quiere ser discípulo de Jesús, se ha de imitar su estilo de vida. Este testimonio es fundamental a la hora de evangelizar. Lo cual implica, necesariamente, centrarse en la propia conversión. El resto vendrá por añadidura.

(Continuará)

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