Adviento...
Levantemos la cabeza
Job es un creyente firme. Ni la enfermedad y ningún tipo de desgracia hacen mella en su fe, fuerte como el roble: “Yo sé que mi defensor vive y que él será mi abogado en la tierra. Y aunque la piel se me caiga a pedazos, yo en persona veré a Dios. Con mis propios ojos he de verlo yo mismo, no un extraño” (Job 19, 25-27).
Job fue un creyente que la maldad del enemigo no pudo doblegar. De hombre respetado por todos, con buena posición social de repente se ve caído en la desgracia: pierde sus bienes materiales, sus hijos y luego la salud. Con todo, este insigne personaje no maldijo a Dios por las desgracias acaecidas, antes bien decía: “Dios me lo ha dado, Dios me lo ha quitado, bendito sea su santo nombre” (Job 1,21).
San Pablo en sus cartas a los Romanos y a los Colosenses expresa que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros y que los y sufrimientos que experimenta completan lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su cuerpo, que es la Iglesia (Ro 8,18; Col 1,24).
En realidad en nuestra vida cotidiana vemos a Dios cuando cumplimos sus mandatos y sabemos que sus mandatos son amarlo a él y a los demás. Si tiendo la mano al desvalido estoy viendo a Dios. El libro de Job, es uno de los libros de la Sagrada Escritura de un autor de consumado estilo y de gran belleza, con un lenguaje poético, sonoro y lleno de ritmo. Si no se ha leído en su totalidad vale la pena hacerlo. Texto: Hna. María Nuria Gaza.
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