Rut, la extranjera

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El pueblo judío fue reacio a los extranjeros por temor de que perdiera la pureza de costumbres establecida en la ley mosaica. Sin embargo tenemos un buen ejemplo que la excepción confirma la regla en el libro de Rut. Este libro del Antiguo Testamento respira todo lo que se opone a toda clase de racismo o nacionalismos de miras estrechas.

Rut, esta extranjera moabita que no quiere abandonar a su suegra Noemí viuda, que además ha perdido a sus dos hijos sin dejar descendencia, es un claro ejemplo de un espíritu universalista sólo superado en el Nuevo Testamento. Viuda y sin hijos, Noemí decide regresar a su tierra natal de donde había salido en compañía de los suyos ya que el hambre que reinaba cuando dejaron su tierra había menguado.

Rut por ningún motivo quiere abandonar a su suegra: “No me pidas que te deje. Iré a donde tú vayas y viviré donde vivas. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios”. Al ver Noemí que Rut estaba decidida a seguirle, no insistió más y así las dos juntas siguieron su camino hasta llegar a Belén. Rut decidió ir a respigar ya que era el tiempo de la siega y justo fue a caer en un campo que era propiedad de un pariente de Noemí, Booz. Éste se interesó por ella y dijo que no fuera a otro campo a respigar.

De este modo Booz al conocer todo lo que Rut había hecho por su suegra la tomó por esposa; tuvieron un hijo. Todos alababan al Señor diciendo a Noemí: ¡Alabado sea el Señor que hoy te ha dado un nieto para que cuide de ti! Este fue uno de los ascendientes de David. El Señor bendijo el cariño y fidelidad que Rut tenía hacia su suegra. Texto: Hna. María Nuria Gaza.
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