Orar... La "lectio divina"

La "lectio divina"
La "lectio divina"

Una vez situados, Dios que nos ha llamado, quiere hablarnos al corazón, entablar diálogo, y por tanto debemos abrirnos a la escucha y pedir un corazón disponible, donde la Trinidad pueda morar para celebrar la lectio divina. Corazón y Palabra están hechos uno para el otro, pero hay que cuidar dicha relación.

He estado leyendo un texto de Enzo Bianchi, "Carta sobre la Lectio Divina", con una estructura muy concreta y aterrizada, que nos sitúa en qué es la lectio divina y nos da algunos consejos para realmente orar con la Palabra. Considero que de una manera muy pedagógica nos lleva por el camino de la lectio divina, o más bien me parece estar viendo una escalera que hay que ir subiendo, siendo muy conscientes de la importancia de cada peldaño y de ir afianzando cada paso cada día.

EL LUGAR

Lo primero que requiere es buscar un lugar solitario y silencioso, un lugar donde podamos realmente estar solos y en silencio en un mundo lleno de ruidos y barullo. Es en este lugar solitario, afirma Bianchi, donde nuestra juventud espiritual se renovará. Pero este lugar no sólo reclama soledad y silencio, sino una mínima estructura de acogida, de situación. Un icono, una vela encendida, una cruz, una alfombra donde arrodillarse, algo que me parece que de jóvenes nos salía como de cajón y con los años nos parece banal y resulta que no lo es. Me he acordado de una hermana que siempre prende su vela para rezar en la intimidad. Una vez situados facilitaremos este encuentro con Dios y el diálogo con Él.

EL TIEMPO

El silencio exterior debe llevarnos al silencio interior y por eso es necesario que el lugar y la hora del día ayuden en este punto. Hay que acallar nuestra palabrería, quizás es buen momento por la noche cuando ya todo parece acabarse, o de buena mañana para iniciar el día con Él, en todo caso es necesario determinar ese momento diario y mantenerlo, debemos dominar nuestro tiempo. Se requiere tiempo, según los Padres una hora, para que este mundo de tantas cosas y tantas palabras superficiales deje paso a la Palabra.

EL CORAZÓN DISPONIBLE

Una vez situados, Dios que nos ha llamado, quiere hablarnos al corazón, entablar diálogo, y por tanto debemos abrirnos a la escucha y pedir un corazón disponible, donde la Trinidad pueda morar para celebrar la lectio divina. Corazón y Palabra están hechos uno para el otro, pero hay que cuidar dicha relación.

INVOCACIÓN AL ESPÍRITU SANTO

Con la Biblia en mano, debemos hacer epíclesis, o sea invocar al Espíritu Santo para que la Palabra se nos haga comprensible, pues la letra sola mata. Y entonces, una vez invocado el Espíritu, nuestro interior se abrirá y estaremos acompañados ante la Palabra. Sin esta compañía, estamos en un simple ejercicio intelectual. 

LA LECTURA

Al leer la Biblia, seguiremos los tiempos litúrgicos, lo que nos marca el itinerario del calendario litúrgico, para no caer en el azar o lo que nos gusta. Hay que leer el texto varias veces, incluso en voz alta. La lectura debe ser tranquila para escuchar y después obedecer.

LA MEDITACIÓN

A partir de esta lectura, meditaremos, o sea profundizaremos en lo leído para comprender que es lo que Dios quiere comunicarnos. No es tarea simple, más bien exigente para poder llegar a una reflexión atenta y profunda y encontrar el mensaje central para nosotros en ese momento, aunque no siempre es fácil, y a veces veremos que no comprendemos y que no siempre es lo que esperamos o sabemos. La Palabra debe rumiarse en el corazón (lugar litúrgico), para alimentarnos e ir conformando nuestra vida a la de Jesús. 

LA ORACIÓN

Y finalmente, oraremos, ya le podremos hablar a Dios, respondiendo a sus llamadas a través de la Palabra comprendida en el Espíritu Santo. Sin miedo le hablaremos y reconoceremos que estamos con Él, el Amado, y todo dolor se esfumará. Todo esto requiere fidelidad y Dios se va mostrando, aún con épocas de sequía, queda el gozo de haberlo encontrado. Poco a poco le vamos conociendo, contemplando, debemos agradecérselo hasta el día del encuentro final.

Gustar la Palabra no puede desligarse de los sacramentos, en especial de la participación en la Eucaristía.

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