Uno solo era extranjero, samaritano, y él es el único capaz de volver a Jesús con la acción de gracias en los labios Entre diez, uno solo

Entre diez, uno solo
Entre diez, uno solo

Uno solo era extranjero, samaritano, y él es el único capaz de volver a Jesús con la acción de gracias en los labios, quizás porque siendo extranjero había aprendido a expresar su agradecimiento por cuanto recibía, quizás porque no tenía nada urgente para llevar adelante, el extranjero suele saber reconocer cuanto recibe gratuitamente.

Según el Evangelio de San Lucas (17, 11-19) de entre los diez leprosos que se acercaron a Jesús para demandarle su compasión y fueron curados, uno solo tuvo la capacidad de caminar hasta encontrarse de nuevo con Él para agradecerle el milagro. Y era samaritano.

A veces he meditado este fragmento del evangelio, y me he reconocido en los diez enfermos, que suplican piedad, buscan a un Jesús capaz de curar, quizás solo sea necesario reconocerse enfermo, débil, necesitado y el Señor hará posible aquello que solo Él sabe hacer: me ofrecerá la salud.

Pero la mayoría, nueve que han ido a pedir la salud, quedan deslumbrados o quizás incrédulos en su curación y se lanzan como con prisa a la nueva vida que les espera sin acordarse de Aquél que por su poder les ha curado y ofrecido la posibilidad de volver a cuanto antes constituía su vida, sin ni detenerse en ver las causas de su salud y tomar conciencia de ello. Era urgente regresar, tan urgente que ni cabía pararse para elevar ni que fuera una breve acción de gracias.

Uno solo era extranjero, samaritano, y él es el único capaz de volver a Jesús con la acción de gracias en los labios, quizás porque siendo extranjero había aprendido a expresar su agradecimiento por cuanto recibía, quizás porque no tenía nada urgente para llevar adelante, el extranjero suele saber reconocer cuanto recibe gratuitamente.

A veces corremos tanto que olvidamos donde está el verdadero valor de las cosas. Saber dar tiempo a las facetas de la vida que lo requieren es un don de Dios, es saber gustar del bien recibido, es saber pararse para contemplar la curación ocurrida, es saber reconocer Aquél que es en verdad importante y trascendente también en mi vida de limitación, de enfermedad o de pecado.

Pararse para dar gracias, volver a Aquél que me ha curado, dará nueva fuerza a mi vida entera, vivir conscientemente la acción de Dios sobre cada uno es una gracia y una fuente de gracias.

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