En La Vanguardia del 31 de marzo A todo por la nada

la auténtica piedad cristiana es dejarlo todo para hallar a Dios y para, desde Dios, volver a tenerlo todo. Lo demás son platonismos baratos o maniqueísmos larvados.

Una de las cosas de que más incapaces somos los europeos, cartesianos y autosatisfechos hasta la médula, es pensar y comprender la realidad dialécticamente. Esto resulta muy serio a la hora de hablar de Dios. Porque Nicolás de Cusa definió a Dios como “armonía de contrarios”; pero nosotros, entre los contrarios, solo sabemos leer desarmonías y guerras a muerte.

Esto vuelve muy difícil una lectura de san Juan de la Cruz. Es conocido su lema: “para venir a tenerlo todo no quieras tener nada”. Todo y nada: contrarios. Pero casi todas las exégesis del santo se quedan solo con la segunda parte: no tener nada. Y luego los comentaristas literarios han de preguntarse de dónde le vino a aquel aparentemente masoca ese afán y esa capacidad por adjetivar las cosas de manera tan cariñosa y fina. Y la respuesta me parece bien fácil: simplemente de que había llegado a “tenerlo todo”[1].

Enseñanza fundamental de lo anterior es que la piedad cristiana no consiste solo en apartarse de las cosas para ir a Dios, sino en volver luego a las cosas desde Dios. Francisco de Asís, en lugar de apartarse del sol o de la luna y de la tierra y del agua y el fuego, se goza en ellos y da gracias a Dios por ellos: porque el sol es bello en su esplendor, las estrellas son lindas, la tierra es “una bendición”, el agua es limpia y útil y el fuego es hermoso y alegre…

Todo el largo proceso de los Ejercicios de san Ignacio termina con una “contemplación para alcanzar amor”. En continuidad con eso, a Juan de la Cruz podríamos resumirlo como una “contemplación para alcanzar a las cosas desde ese amor de Dios”. Ambas formas de espiritualidad no se contraponen sino que se suman y se completan. Dios es para Juan de Yepes un inmenso “mar de amor” (Llama II, 10). Y no es lo mismo acercarse a las cosas desde ese mar de amor, que desde los charcos de nuestro egoísmo.

Porque además, cuando la relación con las cosas se ha transformado así, y cuando las gozamos y poseemos desde Dios y no desde nuestro ego, entonces ese estado de ánimo gratuito y agradecido pasa a condicionar nuestra actitud con las personas. Francisco de Asís, en el Cántico de las creaturas, pasa de la gratitud por lo gratuito del sol, de la luna y las estrellas, de la tierra y el agua y el fuego, a “los que perdonan por tu amor”: porque también eso será “fuente de consolación”

Y quizá no nos damos cuenta de que eso mismo es lo que enseña Jesús en el Padrenuestro, donde, desde la inmersión inicial en la santidad, la voluntad y el reinado de Dios, pasamos al “pan sobriamente compartido” para todos y a la acogida de “nuestros deudores”, para que Dios nos acoja a nosotros.

Esa es la auténtica piedad cristiana: dejarlo todo para hallar a Dios y para, desde Dios, volver a tenerlo todo. Lo demás son platonismos baratos o maniqueísmos larvados.

[1] Algunos ejemplos de esas adjetivaciones: vestidas de hermosura, semblantes plateados de la cristalina fuente, ríos sonorosos, olores que corren, blanca palomica, lecho florido, aspirar sabroso, toque delicado, noche serena, pecho florido (de la esposa)…

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