Álvarez Lencero 1. QUÉDATE AQUÍ EN MI PECHO Y NO TE VAYAS...

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A Juan Antonio Espinosa, vecino y amigo, al ir conociendo, a través del blog, la poesía mística de María Ángeles Gómez Pascual (pulsar), no se le iban del pensamiento versos de su amigo pacense Luis Álvarez Lencero,escultor y poeta fallecido en 1983, que sobre todo en sus últimos años, herido por una enfermedad dolorosa y terminal, había regresado a la poesía espiritual de sus primeros poemarios: "El surco de la sangre" (1953) y "Sobre la piel de una lágrima" (1957); aunque se puede percibir una notable evolución desde la expresión surrealista de aquellos primeros versos y la escritura última, más serena, más popular, más cercana... Como la literatura de Lencero apenas es conocida, sobre todo la de sus últimos años, parece obligado dar a conocer en Religión Digital algo de su interesante obra, sobre todo la de temas trascendentes.



En fechas próximas a su fallecimiento, como testamento literario y amoroso, se publicaron en 1982"Poemas para hablar con Dios" y "Humano". Me ha acercado Juan Antonio la edición del primer título, y conoceremos, ya hoy, alguno de sus hermosos poemas.El retrato de Álvarez Lencero que preside el post está escaneado de la fotocopia de uno de los dibujos que ilustran "Poemas para hablar con Dios", y es obra del excelente pintor Antonio Gallego Cañamero(Don Benito 1936).

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Y NOS LAVAS LAS CULPAS CON LLUVIA DE TUS OJOS...



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Para iniciar nuestro paseo lírico, hemos elegido “Abuelo Dios”, galería de octavas como vidrieras de catedral. Acaso nos desconcierte el título. Dios Padre sí, pero ¿Dios abuelo?...Pues, también... A lo mejor equivale a escribir Dios Madre... No quiere decir “Dios abuelete”, del que uno puede reírse y abusar. Más bien “Dios Amor”, con mayúscula (en inglés, se nombra a los abuelos, con respeto, “Grand Father” = Super Padre)...



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Resulta que Luis Álvarez Lencero se ha llevado mal con su padre y arrastró una relación muy conflictiva con su madre. Pero, en general, no guardaba mal recuerdo de la convivencia con su abuelo Juan, bajo cuya tutela y afecto vivió años de su infancia en una finca del término de Nava de Santiago (Badajoz). En aquella heredad creció Luis, en plena naturaleza, ayudando al abuelo en faenas del campo y pastoreando el rebaño de cabras y ovejas. Así lo refiere: “Cuidé también del ganado / por alcanzar el tesoro / de un poco de pan y queso / y volver cantando al chozo...” Cada vez que leáis en el poema de hoy “Abuelo...” imaginad que se está refiriendo a su abuelo de la tierra Juan, Juan Lencero; y, sobre todo, mirando hacia arriba, al Abuelo Dios del cielo.

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ABUELO DIOS



Abuelo Dios que mueres

porque más viva el hombre,

que lo perdonas todo

con tus llagas eternas,

que juegas con los niños

como un cordero blanco

y nos lavas las culpas

con lluvia de tus ojos.



Abuelo tú, del alma,

que no empuñas fusiles,

que no matas ni a víboras,

ni a palomas, ni a lobos,

sino que son tus brazos

dos puertas que se abren

para que descansemos

en tu bendita casa.



Abuelo, buen amigo,

del sudor y las penas,

que dejaste en la tierra

goterones de sangre,

primaveras con alas

de palomas dichosas

que colgaron sus nidos

en tus manos de estrellas.



Amigo de los niños

y amigo de las madres,

bendito seas siempre

por todo lo creado,

tú que curas la lágrima

cuando besas la herida,

y dejas que te coman

tu corazón de abuelo.




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EN TUS MANOS DE AMOROSO NIDO...



Imaginamos que compuso el poema “Enfermo” en la etapa desgarrada y reflexiva de su convalecencia a raíz de alguna de las operaciones de su cáncer de pulmón, causado, probablmente, por los traidores gases del soplete que utilizaba con demasiada profusión al no disponer de fragua.



Alguien de la tierra escribió, en anónimo comentario, por los blancos renglones de un blog, refiriéndose al autor de la escultura "Vietnam": “Vuelve a Badajoz con los ojos quemados por la autógena y los alvéolos poco más o menos...”



Leamos un impresionante texto que escribe Luis, probablemente desde la habitación de un hospital, donde abre corazón y alma a la atención de Tomás Tamayo Martín, prologuista de su poemario “Humano” (1982):



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“Hermano: el toro de la vida ha vuelto a cornearme. Esta vez ha sido en el pecho. Bendito sea Dios que me regala dolores. La pena que tengo es grande, pero es más grande mi corazón y más grande la hombredad que heredé de mi padre. No tengo nada que daros. Vacío los bolsillos del alma. Solo tengo las manos llenas de mucho amor y eso te lo doy a ti, hermano Tomás, y a todos los que voy encontrando por el camino que me lleva al Gólgota. Os bendigo y os quiero con todo mi ser, y os admiro de tal forma a vosotros, mis amigos, que arrodillo delante de vosotros mi pequeñez, mi desgarro, mi destino de pobre campesino y pobre estrella”.

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ENFERMO



Hoy siento que tu mano está conmigo

en esta habitación pobre y pequeña.

Te respiro y te vivo y me acompaña

olor de ti. Mi corazón te besa.



No sé cuándo has venido por el aire

o si la luz me trajo tu presencia.

Pero desde mi cama yo te toco

con esta mano que te busca cerca.



Enfermo estoy, lo sé. Qué poca cosa

es un hombre caído en la cuneta.

Qué largo es el cuchillo de la noche.

Y aquí, en el hospital, cuánto se piensa.



Menos mal que la fiebre es un milagro

para verte, Dios mío, a mi manera.

Quédate aquí en mi pecho y no te vayas.

Mira mi soledad que huele a tierra.



Triste no estoy, pero miro al techo

–cuadrado cielo sin ninguna estrella–¬

y me ahogo en sudor y sé que tengo

tu mano en esta frente que te sueña.



Mi corazón es tuyo, bien lo sabes,

humano ruiseñor que se me vuela

para en tus manos de amoroso nido

descansar para siempre cuando muera.


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Y ME ENVÍE SU CARTA CON UN ÁNGEL CARTERO...



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Solo nos queda espacio para exponer unas breves líneas de presentación de “Carta a mi madre muerta”. Aunque las relaciones del poeta con su madre fueron conflictivas, no faltaban momentos de intensa ternura, como en estos versos. Buscaban desesperadamente por Internet los amantes de la poesía, en las recientes fechas del “Día de la madre”, un ramillete de estrofas para expresar su amor a la madre, viva o fallecida. ¡Qué hermoso poema ha escrito el poeta pacense para evocar el amor de su madre, el amor a su madre!

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CARTA A MI MADRE MUERTA



¡Dios mío!

Le escribí con un pájaro

-sobre el papel del viento–

una carta a mi madre.

Y firmé con un beso.



Por señas puse: ¡Madre

que me pariste! El cielo.

Calle de Jesucristo.

¿Número? No me acuerdo.



Y espero me conteste

mi madre, un día de éstos,

y me envíe su carta

con un ángel cartero.



¡Dios mío!

Bendita sea mi madre.

Con cuánto amor la quiero

y ansío sus noticias

con los brazos abiertos.




Contaré un secreto: el poema que acabáis de conocer está incluido literalmente en “Poemas para hablar con Dios”, pero he descubierto una pequeña/gran variante, hermosísima, que podéis escuchar de labios de su autor, pulsando aquí. Después de “¿Número? No me acuerdo...”, así prosigue la variación: “Y me escribió mi madre. / Y fue un ángel cartero / quien me trajo una lágrima / de amor para mi pecho.” Aquí termina la genialidad de esa versión. Encantadora, ¿no?

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LUIS ÁLVAREZ LENCERO



escultor y poeta

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1.Quédate aquí en mi pecho y no te vayas...



ABUELO DIOS

ENFERMO

CARTA A MI MADRE MUERTA




2.A veces se me posan en el hombro...



AMIGOS

UN NIÑO MATABA PÁJAROS

PERROCRISTO




3.Poeta del hierro



LA GUERRA

YUNQUE HUMANO




4.Hoy vino Dios a hablar hondo conmigo...



PRIMAVERA

PADRESTIÉRCOL

CIPRÉS




5.Tres sonetos de hambre, ternura y aceptación



HAMBRE DE DIOS

LLANTO POR UNA ALPARGATA MUERTA

GRACIAS, SEÑOR




6.Su más hermoso poema



HUMANO





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