"Castelao no ridiculiza la fe, la dignifica; no niega la oración, la purifica; no divide la Iglesia, la hace más fiel al Evangelio" Castelao y la fe que no se deja manipular

Pedro Fernández Castelao
Pedro Fernández Castelao

"En las últimas semanas, algunos han querido enturbiar la palabra del teólogo Pedro Castelao, acusándolo de burlarse de la fe, de ridiculizar la oración cristiana. Como quien lanza barro al río para que deje de reflejar el cielo, intentaron ensuciar su voz"

"Aquí, en la selva, entendemos bien ese riesgo. Cuando se dice que la sequía es “castigo divino”, se pierde de vista que las verdaderas causas están en la deforestación, en el fuego intencionado, en la minería ilegal que envenena los río"

"Castelao no niega la oración: nos recuerda que, si es auténtica, debe movernos a cuidar la vida, a cambiar nuestros hábitos, a luchar por la justicia"

"En la tradición indígena, la palabra tiene poder: puede sanar o puede herir. Lo mismo sucede en la Iglesia. Cuando la teología se usa para controlar o para culpar, la palabra se vuelve veneno"

En la Amazonía, cuando el río baja turbio, sabemos que algo se ha roto en el equilibrio. Los ancianos dicen que el agua habla, que guarda la memoria de las injusticias y de los cuidados. Así también sucede con la palabra humana: puede fluir como agua limpia que refresca la vida, o puede contaminarse con calumnias que intoxican.

En las últimas semanas, algunos han querido enturbiar la palabra del teólogo Pedro Castelao, acusándolo de burlarse de la fe, de ridiculizar la oración cristiana. Como quien lanza barro al río para que deje de reflejar el cielo, intentaron ensuciar su voz. Pero quienes escuchamos con atención sabemos que su reflexión no nace del desprecio, sino del amor por una fe verdadera, capaz de sostenerse frente al mundo contemporáneo y de dialogar con la sabiduría de los pueblos.

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Infovaticana, contra Pedro Castelao
Infovaticana, contra Pedro Castelao RD/Captura

Castelao habló contra una “mala teología”. No contra la oración humilde del campesino que pide lluvia para su siembra, ni contra la abuela que se encomienda cada noche a Dios antes de dormir. Lo que él cuestiona es otra cosa: una forma de hablar de Dios que lo convierte en un ser arbitrario, como los antiguos dioses paganos que se complacían en premiar a unos y castigar a otros.

Aquí, en la selva, entendemos bien ese riesgo. Cuando se dice que la sequía es “castigo divino”, se pierde de vista que las verdaderas causas están en la deforestación, en el fuego intencionado, en la minería ilegal que envenena los ríos. Es más fácil culpar a Dios que enfrentar la responsabilidad de quienes destruyen la casa común.

Castelao no niega la oración: nos recuerda que, si es auténtica, debe movernos a cuidar la vida, a cambiar nuestros hábitos, a luchar por la justicia. Para los pueblos amazónicos, Dios no está encerrado en un templo ni escondido en un cielo lejano. Dios se siente en la brisa de la tarde, se escucha en el canto de los pájaros, se reconoce en el rostro de los niños y en la sabiduría de los ancianos.

Aquí lo trascendente y lo inmanente no se oponen: se abrazan. El agua es espíritu; la tierra, madre; el fuego, fuerza de transformación. La oración no pretende manipular a ese misterio, sino entrar en armonía con él. Por eso, cuando pedimos lluvia, no lo hacemos para que un Dios externo cambie de opinión, sino para recordarnos a nosotros mismos que debemos cuidar los ríos, que no podemos talar la selva sin límites, que nuestra vida depende de un equilibrio que no podemos romper.

Amazonia
Amazonia

Leer a Castelao desde la Amazonía es reconocer que su palabra toca esta misma verdad: la fe no es superstición, sino camino de responsabilidad. En la vida indígena sabemos que un río tiene dos orillas, pero es el mismo río. Así ocurre con la ciencia y la fe. La ciencia explica el movimiento de las nubes, la dinámica del clima, las causas del cambio climático. La fe, por su parte, nos da el sentido profundo de esas realidades: nos recuerda que el agua es don, que la tierra es herencia, que el fuego es fuerza que debe ser cuidada.

Castelao insiste en que no podemos separar lo que Dios nos da de lo que la razón nos muestra. El problema no es pedir la lluvia, sino hacerlo sin atender a las causas que nos han llevado a la sequía. El problema no es orar por los incendios, sino hacerlo sin luchar contra quienes prenden fuego a la selva. La oración sin compromiso se vuelve hueca, y la ciencia sin sentido se vuelve ciega.

El papa Francisco nos recuerda que la Iglesia debe caminar en sinodalidad, es decir, escuchando al pueblo, compartiendo la vida, discerniendo juntos. Lo que Castelao propone es justamente eso: una teología que no infantiliza, que no trata al pueblo como si fuese incapaz de pensar, sino que lo invita a vivir una fe adulta, dialogante, capaz de mirar la realidad con ojos abiertos.

Los ataques que ha recibido no son contra él solamente. Son contra toda forma de teología que se atreve a pensar, a cuestionar, a abrir caminos nuevos. Son contra la libertad del Espíritu, que siempre sopla más allá de los muros de la rigidez. Desde aquí, desde las comunidades indígenas, sabemos que una Iglesia que calla a sus profetas pierde credibilidad y se enferma por dentro.

Pedro Fernández Castelao

En la tradición indígena, la palabra tiene poder: puede sanar o puede herir. Lo mismo sucede en la Iglesia. Cuando la teología se usa para controlar o para culpar, la palabra se vuelve veneno. Cuando se emplea para liberar y para acompañar, se vuelve medicina.

La palabra de Castelao no es veneno, sino medicina. Nos recuerda que Dios no es enemigo de la razón, que la oración no es manipulación mágica, que la fe no está reñida con la ciencia ni con la justicia. Nos invita a vivir en la verdad, a orar desde la vida, a unir lo que muchos han querido separar: el cielo y la tierra, la trascendencia y la inmanencia, la fe y la acción.

Por eso, desde la Amazonía, donde la selva nos enseña cada día que todo está unido, decimos con firmeza: Castelao no ridiculiza la fe, la dignifica; no niega la oración, la purifica; no divide la Iglesia, la hace más fiel al Evangelio.

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