"El Espíritu siempre se sale con la suya" Dilexi Te: Más que una continuidad
"La lectura del primer documento firmado por el papa León XIV, tomado de escritos de Francisco, es provocador y muy esperanzador, aunque parezca una redundancia acerca de la centralidad de ir hacia los pobres como misión en la vida de la Iglesia"
"En medio de esta coincidencia hermosa entre León y Francisco, me preguntaba si podría decirse que en cuanto a continuidad, León es a Francisco lo que San Pablo VI fue al Papa San Juan XXIII"
| Alberto Roselli. Diácono. Periodista
La lectura del primer documento firmado por el papa León XIV, tomado de escritos de Francisco, es provocador y muy esperanzador, aunque parezca una redundancia acerca de la centralidad de ir hacia los pobres como misión en la vida de la Iglesia.
El fundamento de la misión hacia los pobres está en que Cristo se hizo, vivió, sufrió y murió como uno de ellos y sobre todo entre ellos.
En medio de esta coincidencia hermosa entre León y Francisco, me preguntaba si podría decirse que en cuanto a continuidad, León es a Francisco lo que San Pablo VI fue al Papa San Juan XXIII.
Explico el sentido:
Ante la inesperada -y resistida- convocatoria del papa Bueno al Concilio Vaticano II sobre todo planteando claramente que se daba un paso histórico fundamental para pasar de lo puramente doctrinal a lo fundamentalmente pastoral, el sucesor en lugar de mantenerse cauto en nombre de una prudencia más parecida a la cobardía conservadora, decidió no solamente hacerse cargo sino dar pasos fundamentales para que Cristo Dios y Hombre entre los hombres hiciera visible al Dios invisible mostrándonos cómo se vive la fe: encarnada.
Desde aquel radiomensaje del papa Juan de 1962 donde afirmaba que “La Iglesia se presenta como es y como quiere ser, como Iglesia de todos, en particular como la Iglesia de los pobres” (DT 84), a la alocución de su sucesor en la apertura de la segunda sesión del Concilio “La Iglesia mira con particular interés a los pobres, a los necesitados, a los afligidos, a los hambrientos, a los enfermos, a los encarcelados, es decir, mira a toda la humanidad que sufre y que llora; esta le pertenece por derecho evangélico” (DT 85), quedó claro que el papa Montini se había dejado inundar del Espíritu Santo que su antecesor convirtió en escándalo para los puritanos y en aire fresco para todos los demás.
Aclaración: Ya a esta altura de la historia es obvio que cuando se habla de “pobres” en la Iglesia no se trata de una imagen falsa de “pobrismo”, o de un tema entre muchos, sino del centro mismo del Evangelio; no por capricho sino porque Cristo así lo quiso y así lo quiere; desafiando al poder económico, a todo tipo de esclavitud y al irrespeto por la dignidad de toda persona humana de todo tiempo.
El propio papa León admite que esta centralidad del Evangelio puro tomó otros matices con San Juan Pablo II y Benedicto XVI, permitiendo que se desdibujara y desinflara el espíritu del Vaticano II, gracias a la denodada lucha de los que pretendían ser el poder de la Iglesia centralista; cardenales y otros cómplices más parecidos a líderes mafiosos que a pastores, que en nombre de los nuevos aires dieron luz verde a algunos movimientos que con aspecto de renovación, se convirtieron en centros de poder económico, de abusos de conciencia y sexuales y que erigieron a sus fundadores en modelos que lejos de serlo aún después de muertos huelen como en vida, a sepulcros blanqueados.
Con respecto a Juan Pablo II, el papa León dice en el número 87 de Dilexi Te: “… consolida AL MENOS EN EL ÁMBITO DOCTRINAL la relación preferencial de la Iglesia con los pobres…” refiriendo que si bien hay referencias tanto a la pobreza como al trabajo, se limitó más a lo que debería ser.
En referencia al papa Benedicto, León admite que “Frente a las múltiples crisis que han caracterizado el comienzo del tercer milenio, la lectura de Benedicto XVI se hace MÁS MARCADAMENTE POLÍTICA…”(DT 88), en referencia a un abordaje más aséptico de la cuestión, más teológicamente expresado con poco aterrizaje profético.
Este impasse histórico que al parecer abarca un período en statu quo, vuelve a despertarse con Francisco, que como pastor latinoamericano rescata sobre todo de Medellín, Puebla y Aparecida, la centralidad del Pueblo de Dios que debe ser acompañado por la jerarquía en sus manifestaciones religiosas, en su fe enraizada, en su búsqueda del Dios “Emanuel” y sobre todo en los pobres en quienes es posible tocar la mismísima carne de Cristo.
Es decir, Francisco afirma que el adormilado Vaticano II debe ser puesto en valor y, sobre todo, en marcha.
Sus afirmaciones tan conocidas sobre qué Iglesia prefiere, sobre la dimensión de servicio concreto según el estado de cada uno, de un discipulado comprometido en clave de misión, entre otros, se entienden mejor desde esta perspectiva.
También cobra total sentido el sínodo sobre la sinodalidad, el método de la conversación en el Espíritu, la escucha sin prejuicio, el discernimiento, la necesidad de control y el implementar medidas concretas según las realidades particulares.
E invita a los pastores a estar a la altura de la realidad: ni doctrinal, ni política. Profética.
Son como manuales para poner en marcha el Anuncio Evangélico en este Cambio de Época, expresión que merece una reflexión aparte.
Todo indica que el papa León XIV, con su centro en la unidad, es a Francisco lo que Pablo VI fue a Juan XXIII.
Eso parece. Eso se espera. Eso es ser Iglesia hoy; no rechazando doctrina ni catecismo, sino poniéndolos al servicio del Evangelio que es Cristo y cada ser humano redimido por Él.
Las últimas señales del papa León XIV son aquellas, con el centro en la esperanza, la unidad y el servicio, homenajeó a dos documentos del Vaticano II que cumplen sesenta años:
Con un discurso magnífico a los representantes de las religiones del mundo del 28 de octubre, llamando a redescubrir el documento Nostra Aetate, y con una bellísima Carta Apostólica, “Diseñar nuevos mapas de esperanza”, la declaración conciliar Gravissimum Educationi, sobre la educación, del 27 de octubre pasado.
Ambas recomendables para leer con espíritu de Iglesia viva.
El Espíritu siempre se sale con la suya. Él nos conduce. Él nos provoca y nos invita a dejarnos provocar.
A una continuidad truncada, en el tiempo propicio nos regala algo más que continuidad.
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