"Hoy podemos y necesitamos equilibrar definitivamente las cosas" José María Marín: "El Vaticano nunca ha estado tan cerca del Evangelio"

El altar vacío de San Pedro
El altar vacío de San Pedro Vatican Media

"Resulta sorprendente tanto interés por mantener el culto –fuera del templo- sacando la eucaristía a la calle, como si de un amuleto se tratase, 'enlatado' en contenedores sagrados"

"Jesús celebró la última cena con sus discípulos para subrayar que su persona (pan) y su vida (sangre) permanecerán siempre en nuestra 'memoria' (Eucaristía)"

"Misas que sirven para cumplir con el precepto dominical, tranquilizar la conciencia religiosa y seguir como antes, sin más efectos"

"Es mejor, más humano y más cristiano cuando se presenta al mundo desde la austeridad y el servicio, sin masificaciones y sin aplausos"

"Pienso que un servidor de Dios

en una enfermedad sale hecho medio doctor

para enderezar y ordenar su vida

en gloria y servicio a Dios N.S."

Ignacio de Loyola

"Las enfermedades son como serpientes venenosas,

pueden proporcionarnos la curación

si manos expertas saben transformar su veneno en medicina"

Estas palabras, unas de Ignacio y otras más populares, nos sirven para plantear algunas cuestiones a la comunidad eclesial en su conjunto, y muy particularmente a quienes en ella tenemos alguna responsabilidad.

¡Despertad!
¡Despertad!

¿Cómo aprovechar esta pandemia para enderezar y ordenar nuestra vida personal, eclesial y social? ¿Cómo transformar el veneno que ha provocado tanto dolor y tanto sufrimiento en una medicina reconstituyente y sanadora?

En lugar de lamentarnos o fijar la mirada en lo que aparentemente hemos perdido con esta pandemia -si exceptuamos las muertes de seres queridos y de los más vulnerables-, propongo dirigir la mirada hacia lo mucho que podemos ganar, si dejamos que esta enfermedad sume, en lugar de restar, para seguir construyendo el proyecto humano, necesitado de verdadera salud: biológica, ética y espiritual.

La pandemia ha obligado al Pueblo de Dios a mantener un ayuno sacramental importante, sin celebraciones comunitarias de la fe, sin sacramentos y sin Eucaristía. Para hacer frente a ello, desde el inicio del confinamiento, no han dejado de proliferar misas, bendiciones y ritos de sanación, en todos los formatos audiovisuales. Resulta sorprendente tanto interés por mantener el culto –fuera del templo- sacando la eucaristía a la calle, como si de un amuleto se tratase, “enlatado” en contenedores sagrados, a cual de ellos menos evangélico y racional.

Jesús de Nazaret, en su deseo de permanecer entre nosotros, desarrolló un amplio abanico de lugares sagrados donde podíamos reconocerlo y adorarlo: en los pobres (parábola del samaritano y parábola del juicio final), en el pueblo reunido en su nombre, en su Palabra si la escuchamos y la hacemos vida en nuestras acciones…

Compartir el pan
Compartir el pan Mino Cerezo

Finalmente, como síntesis simbólica de su “encarnación”, celebró la última cena con sus discípulos para subrayar que su persona (pan) y su vida (sangre) permanecerán siempre en nuestra “memoria” (Eucaristía) y serán alimento de nuestra fe, de nuestro amor y de nuestra esperanza.

Un gesto universal que puede transformar a las personas, los ambientes y las estructuras. Un gesto que no puede limitarse a los ritos y normas litúrgicas porque su finalidad última, como decía san Agustín es “transformarnos en lo que comemos”, es decir: convertir a los que comulgamos, en testigos vivos del Resucitado, hasta que él “sea todo en todos”. La Eucaristía no ha sido instituida únicamente para transformar el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, es decir: para que Cristo se haga presente entre nosotros. Su finalidad última es transformarnos a nosotros en testigos de su presencia liberadora.

A lo largo de los siglos la Iglesia ha ido perfilando su convicción de la presencia del Espíritu del Resucitado en el mundo. Durante siglos hemos dado un tratamiento especial a su presencia en la Eucaristía dando a la celebración litúrgica un valor absoluto calificándola de “presencia real”. Esto no siempre ha sido bien entendido.

Hoy podemos y necesitamos equilibrar definitivamente las cosas. No será fácil. Recordemos que -menos de dos años después de finalizar el Concilio Vaticano II- el Papa Pablo VI en su encíclica Mysterium fidei (3 de septiembre de 1965), tuvo que rectificar: recordó que el Concilio se había limitado a expresar la presencia de Cristo en las formas litúrgicas, especialmente en la Eucaristía y completó la lista con otras formas de presencia extralitúrgicas afirmando que Cristo está presente en el pobre y necesitado, en el anuncio del evangelio, en los pastores y en nuestros corazones, donde habita por la fe.

Una iglesia pobre y para los pobres
Una iglesia pobre y para los pobres

Hace un par de años, el Papa Francisco afirmó que los discípulos de Cristo estamos llamados a honrar a los pobres y a darles precedencia “convencidos de que son una presencia real de Jesús entre nosotros” y concluía recordando la afirmación del Evangelio: “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mateo 5,40) (II Jornada Mundial de los pobres, 18 noviembre, 2018). Un paso decididamente hacia delante: Cristo está realmente presente, en la Eucaristía y en los pobres. Si esto es así la Eucaristía no es necesaria para crear la presencia de Cristo, pues Él ya está realmente presente, siempre y de muchas maneras.

Las afirmaciones del magisterio están ahí. Cuesta conseguirlas. Pero cuesta más traducirlas en vida. La Iglesia puede salir de esta pandemia cargada de credibilidad y fortalecida si haciendo memoria de Jesucristo bendice el pan, lo parte y lo comparte, de modo que, quien se atreva a comerlo (comulgar con él), se disponga a hacer de su persona y su vida una imagen viva y coherente con la persona y la vida del Dios que “se despojó de su rango, de su categoría de Dios para caminar a nuestro lado, como uno de tantos”. Para eso necesitamos, al mismo tiempo, “hacer memoria” de su convivencia con los pobres y de su Evangelio. Estamos todos obligados a establecer un verdadero equilibrio entre celebración litúrgica de la fe y el compromiso por la justicia, entre la adoración a Cristo en la hostia consagrada y en nuestros hermanos más pobres. La persona, su dignidad y su vida, será siempre los más sagrado de esta tierra.

"Estamos todos obligados a establecer un verdadero equilibrio entre celebración litúrgica de la fe y el compromiso por la justicia"

La Eucaristía tuvo su origen en el Huerto de los Olivos, en las manos del Dios más pequeño del Olimpo, el que renunció a sus honores para estar cerca de los pobres, vivir su vida y morir por ellos. Las llamadas misas pontificales poco –o nada- tienen que ver con el Evangelio, no solo en las formas “que hacen memoria de otros tiempos y de otras divinidades”, sin conexión alguna con la vida de la gente, centradas en la funciones, dichos y hechos, del clero, con disposiciones y normas infinitas que frustran la participación espontánea del pueblo de Dios, su creatividad y su alegría. Misas que sirven para cumplir con el precepto dominical, tranquilizar la conciencia religiosa y seguir como antes, sin más efectos. Misas que tienden a reforzar el clericalismo y que nos paralizan a la hora de incardinar y hacer llegar el sacramento a todos los pueblos y culturas. Lamentablemente también podemos decir esto de la mayor parte de los Sacramentos que se celebran por razones familiares o sociales, por practicantes y por no practicantes.

En fin, recordemos aquí algunas afirmaciones del Papa Francisco que debemos ir haciendo realidad en nuestra vivencia de la fe y en la celebración comunitaria de la misma: “No se trata sólo de facilitar una mayor presencia de ministros ordenados que puedan celebrar la Eucaristía. Este sería un objetivo muy limitado si no intentamos también provocar una nueva vida en las comunidades. Necesitamos promover el encuentro con la Palabra y la maduración en la santidad a través de variados servicios laicales”. Exhortación Apostólica postsinodal Querida Amazonía, 2 febrero 2020, n. 93. Sin una profunda renovación litúrgica no serán posibles las reformas que necesita la Iglesia para ponerse a tono con la sensibilidad actual de los laicos en la Iglesia (mujeres y hombres) y con nuestros contemporáneos en la sociedad.

Detalle de "Cristo en el Huerto de los Olivos", Gauguin
Detalle de "Cristo en el Huerto de los Olivos", Gauguin

Nunca, como estos meses de confinamiento, el Vaticano ha estado tan cerca del Evangelio, ni las catedrales, ni las basílicas de todas las diócesis del mundo: privadas de los desfiles de clérigos con vestimentas, ornamentos y mitras que escandalizan (o divierten) a medio mundo y sonrojan a miles de creyentes. Nunca como antes se ha puesto de manifiesto que, el liderazgo universal del Obispo de Roma, no necesita de tanto boato. Que es mejor, más humano y más cristiano cuando se presenta al mundo desde la austeridad y el servicio, sin masificaciones y sin aplausos.

La última semana de la vida de Cristo forma parte del legado más extraordinario que Dios ha regalado al mundo, ha sido a lo largo de los siglos portadora de su amor encarnado en Cristo a la Creación entera y a toda la Humanidad. Tiene que seguir siéndolo. Y lo será en la medida que la celebración del Triduo Pascual se celebre con sencillez y asombro; y se aleje definitivamente del folklore y del turismo, de la superficialidad y del consumo.

Volvamos a nuestras parroquias, a nuestras reuniones y celebraciones en grupo; volvamos a nuestros equipos de vida y formación, de discernimiento, de oración, formación y compromiso. Alimentemos nuestra fe en la celebración festiva de la Eucaristía y los Sacramentos. Volvamos más fuertes y cargados de credibilidad, el mundo necesita a Dios, y por consiguiente, necesita de hombres y mujeres que, en su ser y quehacer cotidianos, sean testigos de su Amor, cueste lo que cueste, porque esta -y solo esta- es nuestra misión en el mundo. Hagamos vida, paso a paso, la profecía de Jesús: “llega la hora, ya ha llegado, en que los que dan culto auténtico darán culto al Padre en espíritu y de verdad, tal es el culto que busca el Padre” (Juan 23-24).

Mitras episcopales
Mitras episcopales

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