Carta abierta de la familia Cuatrecasas a la sociedad, la Iglesia y el Opus Dei "El silencio, el encubrimiento y la complicidad, la amnesia colectiva y la ignorancia deliberada, deben tener ya fecha de caducidad"

Silencio ante los abusos
Silencio ante los abusos

"No pretendió esta familia que nos dieran la razón por inercia. Pretendimos que el sistema, el país, el estado, la iglesia nos facilitara ese reconocimiento y esa vía de reparación y acompañamiento que hasta la fecha no ha existido ni existe"

"Mi hijo llamó con el coraje y valor de un superviviente de abusos y agresiones sexuales a la puerta del valor determinado como bien común por la sociedad"

"Un Estado Social y Democrático de Derecho y una Iglesia Católica digna no pueden incluir en sus directrices el concepto valor para definir a niñas, niños y familias que pueden dar el paso de denunciar estos crímenes contra su integridad física y emocional en pleno proceso de forja de su personalidad"

"Llevamos muchos años de paciencia, dolor y trabajo. Tirando del carro, compartiendo el dolor de otras supervivientes y otros supervivientes de abusos y agresiones sexuales, escuchando lo que han querido compartir, sin tirar del hilo ni hacer preguntas, dejando que ellas y ellos se expresen con libertad sin intromisiones, siendo muy respetuosos y conscientes de la máxima inapelable : las víctimas de estos delitos no cuentan cuando quieren, solo cuando pueden"

"Si para denunciar un delito hay que ser un valiente algo falla en ese Estado Social y Democrático de Derecho y en esa Iglesia"

"Tenemos paciencia hasta para ver la ciega pasividad de quienes con esta condena del Supremo no mueven ni un dedo para condenar sin paliativos a una prelatura silente, a ese ente etéreo llamado Opus Dei, a un colegio encubridor e indolente que sigue percibiendo ayudas públicas y a un docente que lejos de reconocer su condición delictiva y condenada, sigue ofendiendo gravemente a su víctima"

El pintor y dramaturgo catalán Santiago Rusiñol dejo escrito “Cuando un hombre pide justicia es que quiere que le den la razón”. Ni siquiera esta familia ha pretendido tal cosa cuando hace años mi hijo llamó con el coraje y valor de un superviviente de abusos y agresiones sexuales a la puerta del valor determinado como bien común por la sociedad.

Por encima de la justicia está la verdad, esa que como valor prioritario solicitan todas las víctimas de estos delitos, al menos las que durante todos estos años he tenido la suerte y el honor de conocer. Suerte y honor de tratar con seres humanos que desde el dolor de una traumática experiencia que ellos no pidieron ni pudieron evitar, tuvieron el coraje de denunciar.

Seres humanos que piden reconocimiento y reparación y que trabajan sin desmayo por una prevención que evite ese mismo futuro para niñas y niños. No pretendió esta familia que nos dieran la razón por inercia. Pretendimos que el sistema, el país, el estado, la iglesia nos facilitara ese reconocimiento y esa vía de reparación y acompañamiento que hasta la fecha no ha existido ni existe.

Acudir a la justicia cuando un pederasta abusa y agrede la integridad de tu hijo ni es una actitud heroica, ni debiera requerir altas dosis de bravura. Ni padre coraje, ni soldado con espada, cota de mallas y antifaz. Un Estado Social y Democrático de Derecho y una Iglesia Católica digna no pueden incluir en sus directrices el concepto valor para definir a niñas, niños y familias que pueden dar el paso de denunciar estos crímenes contra su integridad física y emocional en pleno proceso de forja de su personalidad.

Protesta de las víctimas ante la sede del Arzobispado de Pamplona
Protesta de las víctimas ante la sede del Arzobispado de Pamplona

Si para denunciar un delito hay que ser un valiente algo falla en ese Estado Social y Democrático de Derecho y en esa Iglesia. España y la Iglesia asumieron hace años la Convención de Derechos de la Infancia y por ello hay una obligación jurídica inaplazable por parte de ambos para apoyar, reconocer y acompañar a estas víctimas, cumpliendo así con la máxima de los derechos humanos.

No hace falta que diga qué ocurre cuando pasa lo contrario, negación, ninguneo, bloqueo y desidia, cuando no palos en la rueda. Muy simple y muy triste : no se cumplen los derechos humanos, los de la infancia en particular.

Esta familia quiere y quería reconocimiento y reparación. Nada más y nada menos. Llevamos muchos años de paciencia, dolor y trabajo. Tirando del carro, compartiendo el dolor de otras supervivientes y otros supervivientes de abusos y agresiones sexuales, escuchando lo que han querido compartir, sin tirar del hilo ni hacer preguntas, dejando que ellas y ellos se expresen con libertad sin intromisiones, siendo muy respetuosos y conscientes de la máxima inapelable : las víctimas de estos delitos no cuentan cuando quieren, solo cuando pueden.

Máxima que por cierto y en el proceso judicial del caso Gaztelueta como en tantos otros por delitos similares, algún fiscal y algunos jueces han despreciado de un modo inaguantable e intolerable, exigiendo en base a criterios presuntamente jurídicos inaceptables que las víctimas cuenten cuanto ellos lo exigen sin tener en cuenta directrices facultativas y médicas.

Se hace necesario por ello revisar con urgencia y sin más dilación la formación de jueces y fiscales, la creación y formación de juzgados y fiscalías para estos delitos y el peso específico ineludible de la medicina y la psicología en estos casos.

Juan Cuatrecasas y uno de sus hijos
Juan Cuatrecasas y uno de sus hijos

Llevamos, mi hijo lleva, muchos años de dolor, paciencia y trabajo. Y no hay decisión judicial alguna que elimine nuestros deseos firmes de seguir trabajando sin desmayo con dolor pero experimentando junto a otras víctimas, familias y supervivientes la paradójica satisfacción de la empatía, la cercanía, el afecto y la solidaridad, actitud lo llaman, actitud que crea lazos férreos, que engarza con el humanismo, que bello concepto y que desafía a los negacionistas, hipócritas, insustanciales y perversos.

A los que encubren y falsean, a los que tergiversan para tapar, defender y aupar a los delincuentes. Hay una condena del Tribunal Supremo contra este profesor de religión numerario del Opus Dei adscrito en el momento de perpetrar los delitos al colegio Gaztelueta de Bizkaia. Hay pederastia en todos los ámbitos de la sociedad, en efecto, también en el Opus Dei y en el ámbito religioso.

Por mucho que ellos pretendan lo contrario, desde una lamentable omertá que les convierte en seres de un escaso valor humano, solo preocupados por la presunta buena fama de la institución, congregaciones y prelatura, y por el sucio brillo de sus finanzas.

Dolor, paciencia y trabajo. Dicen que la paciencia se acaba, el dolor sigue y el trabajo continuará. La paciencia de mi hijo ha sido ilimitada, horas de análisis facultativos, muchas horas, horas de relato, muchas horas de doloroso relato. Y unos magistrados del TS, ahora deciden que no hubo insistencia en la incriminación, solo porque mi hijo no contó todo en una hora, dos horas, un día, tres días. Lamentable ignorancia togada.

Insoportable ignorancia, patética infamia hacia una víctima, hacia todas y cada una de las víctimas en general. Como si pretendieran que una víctima denunciante expresara desde el dolor los hechos igual que el que cuenta un fin de semana en la playa o un partido de fútbol Barça-Madrid. Terrible inepcia. Pensando bien.

La letra de esta sentencia, con los hechos probados, razonados y certeros de la que procedía en origen de la Audiencia Provincial de Bizkaia, no es criticable por no dar la razón completa a la víctima, lo es por desequilibrada, carente de equidad, descarada y por dar un guantazo en la cara a muchas víctimas de abusos y agresiones sexuales, menores de edad.

Muchas vueltas han dado para desmontar la verdad, enredándola de un modo laberíntico y caleidoscopico, superando el concepto del me too y alcanzando cotas de cristalino descrédito para quienes han vuelto a revictimizar a aquel niño, hoy adulto, que un día tuvo el valor humano de poder expresar su dolor más allá de negaciones abyectas y retorcidas, del ataque de un colegio y padres de familia hacia su persona y del silencio cruel de una prelatura que presume de valores y oculta bajo la alfombra de su descrédito social, ese con el que ellos, ajenos a la realidad y pertrechados en la oración y su concepto exagerado e hipócrita de pecado, al parecer no cuentan.

Falso orgullo, vergonzosa prepotencia y vomitiva altanería. Dolor, paciencia y trabajo. La paciencia que empieza a terminarse. La tuvo mi hijo y su familia cuando el Vaticano, Doctrina de la Fe, y Monseñor Ladaria dijo que había que reponer el buen nombre del profesor, hoy en día pederasta condenado por el Tribunal Supremo a dos años. La ha tenido cuando ni el colegio vizcaíno ni el Opus Dei han preguntado en años por la salud del denunciante, sometiendo la historia a un asqueroso silencio infanticida.

José María Martínez Sanz, condenado por abusos continuados
José María Martínez Sanz, condenado por abusos continuados

La tuvo esta familia cuando nos la pidieron desde muchas cadenas del engranaje del proceso de denuncia. La tuvo cuando vimos una y otra vez al señor Goyarrola defendiendo a capa y espada al pederasta, cuando comandó una rueda de prensa vergonzante para él mismo y su colegio. La tuvo cuando asistió a un juicio en donde los testigos de la defensa cometieron tantos errores y contradicciones como ataques a la verdad, que al parecer el Tribunal Supremo ha decidido olvidar en su tapizado baúl de los recuerdos.

La tiene cuando hay que leer al pederasta condenado afirmando desde una intolerable indigencia emocional que es cristiano y perdona. Un pederasta perdonando a su víctima, el mundo al revés. Absoluta toxicidad que al parecer sólo resulta chirriante a esta familia.

Tenemos paciencia hasta para ver la ciega pasividad de quienes con esta condena del Supremo no mueven ni un dedo para condenar sin paliativos a una prelatura silente, a ese ente etéreo llamado Opus Dei, a un colegio encubridor e indolente que sigue percibiendo ayudas públicas y a un docente que lejos de reconocer su condición delictiva y condenada, sigue ofendiendo gravemente a su víctima en una espiral que no tiene posibles calificativos en el rico idioma castellano.

La paciencia, mi paciencia, y creo que nadie podrá decir que la hemos tenido, la he tenido, también tiene un límite. Igual que la de todas y cada una de las víctimas de violencia sexual en la infancia y la adolescencia. El silencio, el encubrimiento y la complicidad, la amnesia colectiva y la ignorancia deliberada, deben tener ya fecha de caducidad. De lo contrario, la hemorragia nunca se detendrá.

Hay que parar esa hemorragia porque de lo contrario esta sociedad seguirá enferma en lo que a derechos de la infancia se refiere. Los niños son el recurso más importante del mundo y la mejor esperanza para el futuro, lo dijo John F Kennedy y no hay esperanza ni futuro mientras se siga negando la mayor.

En cada niño nace la humanidad, y esta afirmación de Jacinto Benavente sirve para que clame aquello de a buen entendedor pocas palabras bastan. Abusar y agredir a un niño o niña es un ataque a los derechos humanos y una cuestión de salud pública, su testimonio avalado por informes facultativos no de parte es prueba suficiente.

Al parecer para el propio Tribunal Supremo ese detalle existente en el caso de violencia sexual del colegio Gaztelueta y en la jurisprudencia del propio Tribunal y del Constitucional, no debe ser tenida en cuenta. “Cuatro características corresponden al juez: Escuchar cortésmente, responder sabiamente, ponderar prudentemente y decidir imparcialmente.” Sócrates no forma parte de la expresión de esta sentencia.

Opus Dei
Opus Dei

El dolor no prescribe, la paciencia se agota y el trabajo continúa. Pero hay condena a pesar de todo. Una condena pírrica que no soy capaz de explicar a un hijo del que su madre y yo nos sentimos orgullosos. Una condena pírrica cuyo origen, fundamento y razones nadie es capaz de explicarnos en público ni en privado y sobre la que pesa la sombra del armadijo.

No acudimos a la justicia para que nos diera, dicho en castellana expresión, la razón como a los tontos. Pero sí pensando que no nos tratarían como a ellos. Dolor, paciencia y trabajo. Pruebas, hechos probados. Lo otro además de conducta revictimizadora, es de una indolencia desesperante. Me lo dicen a diario desde el lunes multitud de personas en mensajes de apoyo que esta familia quiere agradecer, no hay peor ciego que el que viendo, no quiere ver.

La verdad es una antorcha que luce entre la niebla, sin disiparla, filosófica poética y práctica al mismo tiempo, del librepensador francés Claude Adrien Helvétius.

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