"Jesús siempre caminó por la vida acompañado de mujeres y hombres" "Señor abad de Montserrat, no puede haber unidad sin verdad ni justicia"

"Nunca nadie se ha atrevido a romper esta tradición [se refiere a la ordenación de mujeres) … Hay un valor que es la unidad, y una decisión así rompería la Iglesia y causaría un cisma y una ruptura absoluta con la Iglesia Oriental" (Manel Gasch Hurios, abad del Monasterio de Montserrat)
"Entonces, señor abad, no tenemos de qué preocuparnos. Si la Iglesia se va a romper por practicar la justicia -al reconocer a las mujeres como miembros de pleno derecho en la comunidad creyente-, dejemos la justicia a un lado y juntémonos todos en un único rebaño, gregario y acrítico, para ser conducidos por la omnisciente jerarquía patriarcal"
"Por más que insistan, lo cierto es que no hay ninguna objeción teológica para que las mujeres desempeñen en la Iglesia las mismas responsabilidades que los hombres. Ninguna"
"La respuesta dada por usted en el foro de La Vanguardia es un subterfugio para mantener la preeminencia de un sexo sobre el otro. Puro poder"
"Por más que insistan, lo cierto es que no hay ninguna objeción teológica para que las mujeres desempeñen en la Iglesia las mismas responsabilidades que los hombres. Ninguna"
"La respuesta dada por usted en el foro de La Vanguardia es un subterfugio para mantener la preeminencia de un sexo sobre el otro. Puro poder"
| Pedro J. Larraia Legarra
"Nunca nadie se ha atrevido a romper esta tradición [se refiere a la ordenación de mujeres).
Hay un valor que es la unidad, y una decisión así rompería la Iglesia y causaría un cisma y una ruptura absoluta con la Iglesia Oriental".
Manel Gasch Hurios Abad del Monasterio de Montserrat
Entonces, señor abad, no tenemos de qué preocuparnos. Si la Iglesia se va a romper por practicar la justicia -al reconocer a las mujeres como miembros de pleno derecho en la comunidad creyente-, dejemos la justicia a un lado y juntémonos todos en un único rebaño, gregario y acrítico, para ser conducidos por la omnisciente jerarquía patriarcal.
Hace unos días, en un artículo publicado en el Diario Vasco, y reproducido en Religión Digital, el teólogo Jesús Martínez Gordo planteaba una de las disyuntivas más serias a la que se enfrenta actualmente la jerarquía católica: abrirse, o no, a las dimensiones que la conciencia humana va conquistando. Si se abre a ellas, el proceso de sinodalidad emprendido por el papa Francisco debería avanzar hacia una sinodalidad codecisiva o deliberativa de todo el pueblo de Dios. Si, por el contrario, la jerarquía no da ese paso, continuaría anclada en la sinodalidad de siempre, a la que Martínez Gordo denomina sinodalidad “escuchante”, porque los obispos escuchan al pueblo de Dios y luego deciden lo que mejor les parece.

Hasta que esta mentalidad “escuchante” -que durante siglos ha dado por sentado, y sigue dándolo, que las mujeres están a un nivel inferior al de los hombres- no sea superada, la propuesta del Reino proclamada por Jesús quedará sepultada por un alud de palabras que suenan muy bien, pero que no significan nada y, lo que es más grave, que no sirven para transformar la realidad, uno de los propósitos esenciales del Reino.
"Por más que insistan, lo cierto es que no hay ninguna objeción teológica para que las mujeres desempeñen en la Iglesia las mismas responsabilidades que los hombres"
Por más que insistan, lo cierto es que no hay ninguna objeción teológica para que las mujeres desempeñen en la Iglesia las mismas responsabilidades que los hombres. Ninguna. La respuesta dada por usted en el foro de La Vanguardia es un subterfugio para mantener la preeminencia de un sexo sobre el otro. Puro poder.
No se trata de que las mujeres sean curas u obispas. Se trata de que la jerarquía abandone la defensa de la supremacía masculina en la Iglesia para que las mujeres puedan ocupar en el pueblo de Dios los mismos espacios que ocupan los varones. Si luego, de ahí, se derivan nombramientos o designaciones para funciones de servicio, eso sería secundario. Lo que está en juego es el derecho, no el cargo ni la función. Porque las mujeres son sujetos de derecho, y tienen la misma legitimidad que los hombres para ser seguidoras y testigos de Jesús. Exactamente la misma legitimidad, señor abad.
Si usted cree que esta es la imagen que debe proyectar la Iglesia católica, la de una religión misógina, se irán quedando más y más solos. A medida que pasa el tiempo, el lenguaje, los gestos y las actitudes de la institución resultan cada vez más incomprensibles, desde la realidad cotidiana, para la mayor parte de la sociedad (un buen indicador de ello es el vaciamiento de las iglesias o la práctica inexistencia de vocaciones religiosas).

¿Qué hacen estos días los obispos pidiendo que se convoquen elecciones generales, cuando todavía no han resuelto el cáncer de la pederastia en su seno, ni jamás se han pronunciado contra los desmanes y los atropellos de la derecha y de las élites oligárquicas del Estado español?
Por ejemplo, ¿qué hacen estos días los obispos pidiendo que se convoquen elecciones generales, cuando todavía no han resuelto el cáncer de la pederastia en su seno, ni jamás se han pronunciado contra los desmanes y los atropellos de la derecha y de las élites oligárquicas del Estado español? Solamente intervienen para cuestionar a la izquierda, nunca a la derecha. Todavía no han reparado que la izquierda bebe del evangelio, y la derecha del miedo, que es el que engendra monstruos.
El pensamiento clerical es muy autorreferencial. Gira en torno a sí mismo, lo que pone de manifiesto una incapacidad notoria para integrarse en la dinámica de la asamblea creyente, compuesta de mujeres y hombres. Y, en última instancia, constituye una enmienda al plan creador de Dios: «vio que todo era bueno». Para el sector conservador de la Iglesia -ahí están los permanentes palos en la rueda que le colocaban al papa Francisco-, hay aspectos de ese plan, entre ellos la igualdad mujer-varón, que no son admisibles, y que Dios no debería haberlos incluido en él.
Usted sostiene que nunca nadie se ha atrevido a romper esta tradición (la de no ordenar a mujeres). Pero este es el relato del patriarcado, porque las mujeres formaron parte del núcleo más próximo a Jesús desde el comienzo de su vida pública -en ocasiones con un protagonismo destacado- y, a medida que fueron pasando los años, los hombres con poder en la Iglesia las fueron relegando:
«Las mujeres guarden silencio en la asamblea, no les está permitido hablar; en vez de eso, que se muestren sumisas, como lo dice también la Ley. Si quieren alguna explicación, que les pregunten a sus maridos en casa, porque está feo que hablen mujeres en las asambleas» (1Cor.14,34-35).
Declara también usted que la introducción de cambios en esta tradición produciría una ruptura absoluta con la Iglesia Oriental. ¿Cuándo calló Jesús para mantener falsas unidades? No solo no lo hizo nunca, sino que afirmó que la verdad nos haría libres, pasase lo que pasase. Y lo que pasó fue que lo asesinaron por encarnarlo y hacerlo vida. Y entonces se produjo el cisma, una parte de la iglesia judía se rompió y surgió el cristianismo.
"¿Cuándo calló Jesús para mantener falsas unidades?"
La unidad debe buscarse siempre priorizando la verdad y la justicia. Y respetando la diversidad. No debe ser el resultado de un chantaje -¡que viene el cisma, que viene el cisma!- para someter y, de esta manera, salvaguardar los dictados de la autoridad. ¿Actuó de este modo la jerarquía católica de su tiempo en el caso del “filioque” o en el de las indulgencias y corrupciones de la institución denunciadas por Lutero? Porque, como usted muy bien sabe, en ambos casos se consumaron dos cismas.
"La unidad debe buscarse siempre priorizando la verdad y la justicia. Y respetando la diversidad. No debe ser el resultado de un chantaje -¡que viene el cisma, que viene el cisma!"
Como diría el recordado José María Díez-Alegría, estas cuestiones normativas y procedimentales, en las que tanto les gusta enredarse a los funcionarios religiosos, responden a un modelo de Iglesia ontológico-cultural, en contraposición al ético-profético. Y a los cristianos de a pie no nos quitan el sueño. Son las realidades ético-proféticas las que nos quitan el sueño, porque también se lo quitaban a Jesús. Un ser humano que siempre caminó por la vida acompañado de mujeres y hombres.

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