"No sé cuál es la solución política o militar, pero sí sé que cada uno de nosotros puede hacer algo" El zumbido de los drones y la urgencia de construir puentes de compasión

"No quiero ser profeta de calamidades ni recrearme en la negatividad, pero lo que viví en este último viaje me marcó profundamente. En las zonas fronterizas de Polonia, camino de Ucrania, ya se respiraba una tensión nueva y se veía un despliegue militar que no habíamos presenciado antes con tanta fuerza"
"El mundo parece estar rompiéndose ante nuestros ojos, mientras gran parte de la comunidad internacional permanece pasiva. Y lo que más duele es escuchar el miedo directo de las familias: madres que preguntan cómo sobrevivirán otro invierno sin luz ni calor, niños que hablan del pánico de las noches con sirenas"
"Los drones, las sirenas y los misiles no pueden ser la banda sonora de nuestro tiempo. Hagamos todo lo que esté en nuestras manos para que el futuro se escriba con otra música: la de la solidaridad, la justicia y la compasión activa"
"Los drones, las sirenas y los misiles no pueden ser la banda sonora de nuestro tiempo. Hagamos todo lo que esté en nuestras manos para que el futuro se escriba con otra música: la de la solidaridad, la justicia y la compasión activa"
No quiero ser profeta de calamidades ni recrearme en la negatividad, pero lo que viví en este último viaje me marcó profundamente. En las zonas fronterizas de Polonia, camino de Ucrania, ya se respiraba una tensión nueva y se veía un despliegue militar que no habíamos presenciado antes con tanta fuerza. Lo que sonaba no era el silencio de la paz, sino el zumbido de los drones, la alerta de las sirenas y el estruendo de los misiles. Señales inequívocas de que la amenaza de la guerra se ha extendido y ya no se percibe como algo lejano.
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Polonia ha reforzado su frontera con Bielorrusia, cerrando pasos y desplegando más de 40.000 soldados. Se prepara porque entiende que lo que ocurre en Ucrania puede expandirse. Nadie ignora ya que el afán imperialista de Putin no se detendrá en un solo país. Mientras tanto, en Gaza, los ataques continúan sin freno: hospitales colapsados, familias enteras bajo los escombros, niños que crecen con miedo en vez de juegos.
El mundo parece estar rompiéndose ante nuestros ojos, mientras gran parte de la comunidad internacional permanece pasiva. Y lo que más duele es escuchar el miedo directo de las familias: madres que preguntan cómo sobrevivirán otro invierno sin luz ni calor, niños que hablan del pánico de las noches con sirenas.
No sé cuál es la solución política o militar, pero sí sé que cada uno de nosotros puede hacer algo. No podemos quedarnos paralizados. Se trata de ayudar humanamente, de frenar, aunque sea un poco, a este monstruo de la guerra que engulle millones de recursos y miles de vidas. Se trata de exigir a los gobiernos que pongan la vida en el centro y no sus intereses.
Hoy la urgencia es la paz. La urgencia es crear puentes de compasión que lleguen a quienes no entran en los planes estratégicos, a los olvidados de todos los bandos. Es tiempo de desterrar la corrupción, los intereses partidistas y las excusas. Es tiempo de creer que un mundo nuevo es posible, no construido sobre artificios ni propaganda, sino sobre lo más esencial: el respeto incondicional a la vida de todas las personas.
Los drones, las sirenas y los misiles no pueden ser la banda sonora de nuestro tiempo. Hagamos todo lo que esté en nuestras manos para que el futuro se escriba con otra música: la de la solidaridad, la justicia y la compasión activa.
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