El exfutbolista vive en la Iglesia Evangélica Elim de Girona un espacio de fe y reconciliación Jimmy Martín, pastor: “Dani Alves ha encontrado el camino, y quiere que todos lo encuentren también”
El pasado sábado 25 de octubre, en Girona, el futbolista Dani Alves no levantó un trofeo ni se calzó botas de competición. Ante un centenar de jóvenes, con un micrófono en la mano y una emoción contenida, habló de fe, de caída y de renacimiento
El exjugador, que había pasado más de un año en prisión, dijo que había hecho “un pacto con Dios” y que ese compromiso lo había salvado. En medio de su voz vibrante, había una confesión de hombre transformado
| Xavier Pete
(Agencia Flama).- El pasado sábado 25 de octubre, en Girona, el futbolista Dani Alves no levantó un trofeo ni se calzó botas de competición. Ante un centenar de jóvenes, con un micrófono en la mano y una emoción contenida, habló de fe, de caída y de renacimiento. Aquella imagen, alejada de cualquier estadio, sorprendió a muchos: quien había sido uno de los deportistas más brillantes y controvertidos de su tiempo se había convertido, por un instante, en predicador.
El exjugador, que había pasado más de un año en prisión, dijo que había hecho “un pacto con Dios” y que ese compromiso lo había salvado. En medio de su voz vibrante, había una confesión de hombre transformado. “En el peor momento de mi vida, Dios me envió un mensajero, y ese mensajero me llevó a su camino”, explicaba. La audiencia, emocionada, lo aplaudió. No era un espectáculo: era un testimonio.
La escena tuvo lugar en la Iglesia Evangélica Elim Pentecostal, en el barrio de Domeny, un espacio sencillo y alejado del centro que aquel fin de semana de octubre se llenaba de cantos y emoción. El pastor Jimmy Martín, responsable de la comunidad, fue quien lo invitó. “Dani se ha convertido a Cristo, ha recibido a Jesús, ha tenido un cambio, una transformación”, explica. Para él, la presencia del futbolista no fue una curiosidad mediática, sino una muestra viva de lo que predica cada semana: que siempre es posible volver a empezar.
Raíces en Honduras, fe en Girona
Jimmy Martín llegó a Girona hace 24 años, procedente de Honduras. “Tengo 44 años —señala— y antepasados que fueron pastores, pero me formé durante dos décadas con un pastor de Inglaterra”. Su acento caribeño, su forma de gesticular y de elevar la voz cuando habla de Dios revelan la pasión de un hombre que vive la fe como oficio y como vocación. Está casado, tiene dos hijas, y desde hace unos años es el pastor general de esta comunidad que ya tiene más de cuatro décadas de historia. “Nuestra iglesia está aquí desde 1981”, recuerda. “Celebramos dos cultos semanales y somos unas 550 personas.”
El templo, de 2.000 metros cuadrados, se levanta en un entorno discreto. No hay vidrieras ni torres; en cambio, hay espacio. “Tenemos seis furgonetas —dice el pastor— porque la gente viene de pueblos cercanos. La iglesia está fuera del perímetro urbano, pero eso nunca ha sido un problema: más bien es un símbolo. Aquí la gente llega buscando un lugar donde descansar”. Los domingos, las puertas se abren con el sonido de los instrumentos y el aroma del café que alguien sirve al final del culto. Dentro, un mosaico de rostros: catalanes, rumanos, cameruneses, latinoamericanos. “Tenemos 25 nacionalidades —explica Martín—. Los que más abundan son los latinos, pero también tenemos ingleses, catalanes y gente de todas partes. Es una familia muy grande.”
Una fe viva y compartida
El culto pentecostal es un ritual de energía y emoción. A diferencia de la liturgia católica, aquí la voz es protagonista: se canta, se habla, se cuenta la propia historia. El testimonio es sagrado. Martín lo resume con sencillez: “Nuestro propósito es que la gente encuentre más a Dios, que se aleje de las cosas malas de la calle, llenas de dolor y sufrimiento.” En sus cultos, a menudo alguien toma el micrófono para relatar una superación, un cambio de rumbo, una fe reencontrada. Cuando habla de esos momentos, el pastor no disimula la emoción: “Aquí hemos visto cambios reales, vidas que se transforman. Dios todavía hace milagros”, reconoce.
Su fe no nace del dogma, sino de la convivencia. “Tenemos la misma Biblia que los católicos”, dice, “y como ellos creemos en la Trinidad, en el Espíritu Santo, en los dones, en los milagros, en el evangelio. Solo hay alguna diferencia, como los santos”. Lo dice sin distancia ni competición: “He tenido amigos sacerdotes”, añade, como quien habla de un pariente cercano. Esa actitud abierta explica por qué tanta gente, de ideas y caminos tan distintos, ha encontrado en Elim un lugar de paz.
La fe como segunda oportunidad
Cuando se le pregunta por el impacto de la visita de Alves, Martín no busca protagonismo. Prefiere hablar del hombre más que del futbolista. “Dani ha nacido de nuevo”, afirma. “Lo que lleva dentro, eso que ahora quiere compartir, no es impostura. Es una brasa ardiente: se ve en su manera de hablar, en su cuerpo, en su mirada. Jesús lo ha hecho una persona nueva.” Describe aquel momento como una especie de chispa espiritual, un recordatorio de lo que predica: que incluso en la oscuridad más densa puede aparecer la luz. “El salón es pequeño —dice con una sonrisa—, si fuera grande, la noticia habría corrido más.”
Más allá del ruido mediático, la Iglesia Elim es una historia de constancia y esperanza. En sus reuniones hay familias que llevan décadas compartiendo fe, jóvenes que llegan desorientados y salen con un nuevo sentido, y personas que encuentran en esa comunidad una red afectiva. “Aquí la gente se ayuda —continúa— y nadie se queda solo.” Quizá por eso, en este rincón discreto de Girona, la palabra “transformación” no suena vacía: es un verbo en presente.
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