"Hay que sufrir y ofrecerlo. Es la vida. Dios está más allá de todo. Mi vida es estar con Dios. Tenemos que ver a Dios en todo" El último secreto de Pedro Arrupe

El último secreto de Pedro Arrupe
El último secreto de Pedro Arrupe

"Lo único que queda siempre y en todo lugar, que me ha de orientar y ayudar siempre, aun en las circunstancias más difíciles y en las incomprensiones más dolorosas, es siempre el amor del único amigo, que es Jesucristo".

La comparación de las teologías de Arrupe y Juan Pablo II arroja luz para comprender la incomunicación de dos hombres de Dios, que conducirá a Pedro a la kénosis, el vaciamiento interior de nueve años de enfermedad, vividos de forma heroica.

Me confesó cuatro iluminaciones místicas en su vida: “Lo vi claro delante de Dios. Los jesuitas teníamos que dar ese paso. Fue algo precioso, bonitísimo” (lo decía con al rostro transportado).

Tenía conocimientos extrasensoriales de las personas. Casi todos los jesuitas se sentían percibidos y comprendidos antes de contarles nada.

Hoy se cumplen treinta años de la muerte de Arrupe. Se fue de este mundo precisamente el 5 de febrero, aniversario de los mártires de Nagasaki. de su querido Japón Cuando le visité en Roma, ya afectado por la trombosis para entrevistarle de cara a la biografía, vivía de la fe en medio de la marginación y desautorización de la Santa Sede.

Jamás olvidaré la santidad de su rostro ladeado y su aceptación del dolor rosario en mano. Al releer sus apuntes de Villa Cavalleti al prepararse para ser general de la Compañía, comprobé que estaba viviendo lo que había intuido, la soledad con Jesucristo: “Ese amor personal tiene un carácter de exclusividad o de unicidad muy importante -escribía-. Al fin y al cabo, lo único que queda es Jesucristo. El resto de la colaboración, estima personal y hasta amor sincero, queda como algo contingente limitado, temporal, variable. Lo único que queda siempre y en todo lugar, que me ha de orientar y ayudar siempre, aun en las circunstancias más difíciles y en las incomprensiones más dolorosas, es siempre el amor del único amigo, que es Jesucristo. Esto no quita nada a las demás amistades, a las relaciones verdaderamente caritativas, de una sinceridad y valor de parte de los seres humanos. La vida es así, los hombres somos así, y las dificultades personales subjetivas son tales, que solamente puede contar siempre y en todas circunstancias con Jesucristo. El general es el jefe, pero es cabeza y padre. Es gobernante y administrador; de ahí la amabilidad, cariño, llaneza de padre, la claridad, determinación, firmeza..., comprensión, amabilidad humanas, cariño y amor”.

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En estos tiempos revueltos e inseguros la figura de Pedro Arrupe crece cada día, como testigo y profeta. No puedo olvidar los veinte días que pasé a su lado en el verano 1983, después de la trombosis que en 1981 le enclaustrara entre las cuatro paredes blancas de su cuarto de enfermería. Se le había vuelto a parar el reloj, como el 6 de agosto de 1945, el fatídico día de la bomba atómica de Hiroshima. Desde entonces estaba situado entre el tiempo y la eternidad. Era un hombre que había visto claro, un hombre de fe liberado por dentro.

En la vida de Pedro, nacido en Bilbao el 14 de noviembre de 1907, hay una serie de kairoi (momentos de salvación), que se proyectan en una magnífica personalidad apasionada. Durante la infancia fueron la pérdida de sus padres, el contacto con la injusticia en el Madrid de sus estudios de medicina y el viaje a Lourdes. Cuando decide hacerse jesuita, la supresión de la Compañía en la República y su destierro a Bélgica le catapultan a ciudadano del mundo, un corazón universal, que le convertirá en profeta de la globalización.

Japón, sus experiencias de cárcel, la bomba atómica, su contacto con la cultura nipona (inculturación) y su espíritu incasable de hombre de diálogo formarán al nuevo general de la Compañía de Jesús (1962) en pleno Concilio Vaticano II, un espíritu osado, rompedor, creativo, que de alguna manera relee a Ignacio de Loyola para el mundo de hoy.

Sus ideas contra el racismo, su reforma del ideario educativo, su lucha contra la injusticia social y el ateismo, su apertura, le convertirán sin pretenderlo en un personaje conflictivo. Pero era un hombre santo, que había hecho un voto extra de perfección, enamorado de Jesús de Nazaret hasta el extremo de llegar a elegir a algunos de sus “enemigos” para cargos de responsabilidad, que acabarían traicionándole.

La comparación de las teologías de Arrupe y Juan Pablo II arroja luz para comprender la incomunicación de dos hombres de Dios, que conducirá a Pedro a la kénosis, el vaciamiento interior de nueve años de enfermedad, vividos de forma heroica.He rescatado el diario de su enfermero, el hermano Bandera, que demuestra el día a día de esta aceptación de la voluntad de Dios en medio de la noche oscura.Optimista, sencillo, simpático, magnético, valiente y entregado, se adelantó en temas que hoy se aceptan como irrenunciables. Su vida y su mensaje se resume en sus últimas palabras, un programa actual para todos: “Para el presente amén, para el futuro aleluya”.

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Pero me quedo con la última entrevista con aquel Arrupe dolorido y solo para subrayar el último secreto de su vida de testigo y profeta, cuando cerrando los ojos y costándole me dijo: “Hay que sufrir y ofrecerlo. Es la vida. Dios está más allá de todo. Mi vida es estar con Dios. Tenemos que ver a Dios en todo. Yo no entiendo esto. Pero debe ser de Dios, de su Providencia…Es algo muy especial. Par mí muy bien. Pero ¿y para la Compañía? Tiene que ser cosa de Dios. De vez en cuando siento una fuerza muy especial”. Empuña el rosario y añade: “De esto, mucho, mucho, mucho. Para mí nada, nada, nada (lo dice con mucha fuerza). Arriba Dios trino, luego el Corazón del Señor, y este pobre. El Señor que me da su luz. Yo quiero darle todo al Señor. Todo es muy difícil. Es lo que Dios permite. Algo muy especial que nos ha enviado de una manera muy rápida. Bendito Él, benditos sean los hombres” (utilizaba este término, “hombres”, para referirse a los jesuitas).

No olvidaré aquella bendición cogiendo la mano derecha con la izquierda. Beso su mano y él besa la mía. Al salir no pude contener las lágrimas. En la apertura de la Congregación General San Juan Pablo II saludó al P. Arrupe tres veces. Vale la pena leer el mensaje de despedida en su renuncia. Se transfiguraba en la oración y la misa como si no estuviera en este mundo.

Tuvo, según me confesó, cuatro iluminaciones o ilustraciones en su vida, por las que vio todo claro:

  1. En Oña cuando escuchó una voz que le dijo: “Tú serás el primero”.
  2. En Cleveland durante la tercera probación. Posible fecha de su voto de perfección: “Comenzó para mí un mundo nuevo”.
  3. En Hiroshima, cuando el reloj se paró tras la explosión de la bomba atómica.
  4. En la toma de decisiones de especial importancia: la opción por la justicia como una consecuencia de la fe. “Lo vi claro delante de Dios. Los jesuitas teníamos que dar ese paso. Fue algo precioso, bonitísimo” (lo decía con al rostro transportado).

Tenía conocimientos extrasensoriales de las personas. Casi todos los jesuitas se sentían percibidos y comprendidos antes de contarles nada.

Tenía el don de profecíaen cuanto se adelantó a su tiempo en temas que hoy son fenómenos dominantes, sobre todo la inmigración, nuevas formas de esclavitud, refugiados, involución europea, papel de la mujer en la Iglesia, aldea global, inculturación, diálogo interreligioso, etc.

Pero todo lo vivía con una enorme naturalidad, sin darse la más mínima importancia. Afortunadamente, aunque entre los jesuitas fue siempre considerado como santo, parece que finalmente se acerca la hora de su reconocimiento oficial.

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 FRASES QUE LE RETRATAN:

“Yo creo que la divisa del jesuita hoy día es 'Amén y  Aleluya'. Amén, porque su vida es hacer la voluntad de Dios y Aleluya, porque eso le hace feliz".

“Soy un pobre hombre que procura estropear lo menos posible la obra de Dios".  "Señor: quisiera conocerte como eres. Tu imagen sobre mí bastará para cambiarme".

 "Para mí Dios es todo. Es lo que llena completamente mi vida y que me aparece en la fisonomía de Jesucristo, en el Jesucristo oculto en la Eucaristía, y después en mis hermanos los hombres, que son imagen de Dios".

“Tan cerca de nosotros no había estado el Señor, acaso nunca; ya que nunca habíamos estado tan inseguros". “Hay unos que mueren por inanición y otros por exceso de colesterol. El hambre es la hija natural de la injusticia, una injusticia que los países ricos pueden evitar. Pero digámoslo claramente: No quieren”.

"Para el presente amén, para el futuro aleluya".

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 Pedro Arrupe y Pedro Miguel Lamet

PARA SABER MÁS:

Pedro Miguel Lamet, Arrupe, testigo del siglo XX, profeta para el siglo XXI, 12ª edición actualizada e ilustrada, ed. Mensajero, Madrid, 2016.

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