La Apostasía Silenciosa de las Masas III

Mare nostrum
Mare nostrum

"la Iglesia se había «quedado congelada tras el Concilio de Trento». Hay mucho por cambiar. Ya en 1947 el card. Suhard proclama: «No tengáis miedo de ser menos cristianos si sois más humanos». Esta es la «nueva» evangelización, que cambia la Iglesia". Ricciardi, La Iglesia que arde.

"el mundo ha salido de Dios, aunque la pregunta de Dios no ha salido del mundo" Poulat.

"la pérdida de conexión y la ceguera ante el mundo real hacen que la teología y la Iglesia sean cada vez más anticuadas. No solo como pensamiento, porque al no ser capaz de incidir en la historia, queda fuera de esta y de la vida de las personas. Es irrelevante." Moltman

"La historia del cristianismo no ha hecho más que empezar. Todo lo que hizo en el pasado, lo que llamamos historia del cristianismo, no es más que el conjunto de intentos -unos desacertados, otros frustrados- de aplicarlo". Mon, último sacerdote ortodoxo ruso asesinado por la KGB en 1990

"La iglesia está llamada a no retirarse de la sociedad secular y global. Sus comunidades, deben cruzar la historia con vitalidad acogedora, no preocupándose solo de su supervivencia. No apunta a una posición hegemónica. Hay que crear alianzas o coaliciones capaces de defender a los débiles. Armemos a nuestra gente con la cultura del diálogo y del encuentro". Papa Francisco, en la recepción del premio Carlomagno

EL CRISTIANISMO ES LA HISTORIA DE UN PUEBLO

El cristianismo es la historia de la salvación, no tiene sentido hablar de él sin su concepto de Historia y de Pueblo que la transita. Desde Abraham hay un Pueblo que surca la historia hacia el Reino definitivo de Dios, que se abre a toda la humanidad a partir de Cristo, el Hijo de Dios encarnado en la plenitud de los tiempos. Con esta conciencia se ha llevado el Evangelio durante 2000 años a lejanos pueblos y hoy el Occidente cristiano, que conoció sus primicias, da muestras de agotamiento, cansancio e indiferencia por un cierto tipo de religiosidad estancada.

No es un problema menor que la tierra que edificó sus tradiciones, instituciones y leyes impregnados por tal mensaje, sea indiferente a sus raíces religiosas para poner su fe en nuevos mitos que pueden ser más peligrosos (la humanidad, la ciencia, la clase social, la historia, la ideología, los nacionalismos, el comunismo, el progreso, el libertarismo, la naturaleza, etc).

Abraham y su Pueblo

El paulatino alejamiento del cristianismo en el mundo europeo es una corriente profunda en las últimas décadas. La sociedad ha cambiado mucho y no todo cambio es sinónimo de algo bueno. Afortunadamente ni el fin de la historia (neoliberal) de Fukuyama ni el paraíso terrenal de la sociedad sin clases han culminado su tarea a pesar del tendal de muertos que dejan. “La idea que toda evolución es buena, es una falacia: “las malas ideas rara vez evolucionan hacia otras mejores. Más bien mutan y se reproducen adoptando nuevas formas” (John Gray, Siete tipos de ateísmo) y hacen mucho daño a su paso en nombre de utopías por realizarse. El mito del progreso indefinido, al cual habría que acatar como un dogma incuestionable por conducir la historia hacia una felicidad ineluctable, es el mayor error de la modernidad, cuyos resultados están a la vista. Como dice Francisco en Laudato Si, progreso sí, pero no cualquier progreso…porque este progreso “mata”.

La historia es producto de la Providencia divina y la libertad humana. Es el rastro de las decisiones tomadas en el tiempo por las creaturas a las cuales Dios hizo a su imagen y semejanza, confiriéndoles así una dignidad única entre los seres. La historia es historia de salvación con un destino trascendente. El hombre hace la historia y es producto de la historia, aunque ni siquiera la estudie. De la historia nadie escapa, aunque invente evasiones místicas o utopías inmanentistas.

Hasta la aparición del judeo cristianismo, prácticamente existía una visión cíclica de la historia en todas las cosmovisiones. Cuando, en la Europa del siglo XVIII, la religión comenzó a ser sustituida por credos laicos, el mito cristiano de la historia entendida como un drama de redención no se abandonó sin más, sino que fue restaurado bajo otra forma. “El relato de la redención por la providencia divina fue reemplazado por otro de progreso a través de los esfuerzos colectivos de la humanidad." (Gray).

El cristianismo es una religión histórica. Tal vez lo son todas las religiones, pero el cristianismo nació en la historia, vive en ella y es vulnerable a ella. Por eso la falta de interés y cultura histórica disminuye la comprensión de la realidad.

El combate por la historia

El ser humano está definido por la historia, por eso, quien quiera controlarlo, debe hacerse con ella. George Orwell describe en su novela 1984 cómo el gobierno totalitario del big Brother (hoy sería el poder tecnocrático mundial, denunciado por Francisco) había creado el “Ministerio de la Verdad” dedicado a la reescritura de la historia y el falseo de esta para legitimar todo lo que se le ocurría hacer y lo realizaba en un lenguaje aparentemente a-histórico nuevo: la neolengua ya que la lengua es también el vínculo con una historia humana que experimentó a lo largo del tiempo la esencia de las cosas (pensemos la manipulación adrede del lenguaje actual en palabras como amor, libertad, familia, justicia, paz, etc).

No es el tema central de este artículo, pero presuponemos el respeto por la autonomía de la secularidad y su sana relación con la dimensión religiosa de los seres humanos y la iglesia, tal como lo plantea el Vaticano II. Es una relación complicada y un proceso histórico original iniciado desde los primeros siglos del cristianismo y que aún tiene mucho por recorrer ya que hay mucho de “mundo” en los miembros de la Iglesia y mucho de espiritual en la sociedad civil y el Estado. El respeto de la libertad religiosa tiene diversas tradiciones, no es lo mismo la europea que la estadounidense, la coreana que la latinoamericana, por ejemplo. No hay una fórmula mágica, es una tarea asintótica de diálogo y mutua valoración.

Volviendo a los procesos culturales occidentales que plantearon la legitimidad religiosa, encontramos que la querella victoriana decimonónica entre ciencia y religión es menos importante que la que plantea la historia. La negación de la historia es la verdadera amenaza para el cristianismo: “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe”. (1 Cor 15)

Muchas religiones (hinduismo, taoísmo, budismo, politeísmo) contienen relatos que consideraríamos milagros, pero ellas no dependen que ellos sean aceptados como verídicos, mientras que en el cristianismo sí que es indispensable. La expulsión de Adán y Eva del paraíso es uno de los más instructivos mitos de la humanidad por mucho que avancen los conocimientos científicos sobre los orígenes humanos. Sin embargo, los cimientos del cristianismo se fundan en la historia real del Evangelio. Por eso ha habido tanta polémica respecto a la historicidad de los mismos (J.Gray).

El grave olvido de la historia en la Iglesia

Pero sucede en momentos como éste en que “la cultura eclesiástica de los dirigentes de la Iglesia es poco atenta a la historia y no considera que sea útil para entender de dónde venimos y adónde vamos y para gobernar la Iglesia. Se insiste mucho en la filosofía al formar los clérigos, pero poco en la historia de la Iglesia y se desatiende la historia político-social del mundo contemporáneo. Francisco en Fratelli tutti, denuncia una pérdida del sentido de la historia que disgrega”. (A.Ricciardi, La Iglesia que arde)

Chenu, teólogo del Vaticano II, hablaba del cristianismo en cuanto historia y en la historia: “La evolución de la historia es consustancial al misterio, a la Iglesia, que es su sujeto portante, y a la teología que, en pensamiento y acción, es su expresión. No debemos en absoluto hacerlas atemporales para comprenderlas, sino más bien aceptar la relatividad que la historicidad comporta, en la fidelidad a la tradición”.

El Vaticano II exaltó la dimensión histórica de la Iglesia. El término historia, que solía estar ausente del magisterio, aparece 63 veces en los textos conciliares. Yves Congar afirmaba: «La historia salvará la teología». Juan XXIII, Gaudium et spes y Pablo VI insisten en que la Iglesia discierna a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio que es la interpretación teológica de la historia contemporánea. Ricciardi, hombre de una ortodoxia incuestionable, constata en su libro que lamentablemente, los dirigentes de la Iglesia tienen poco sentido histórico. Hace falta una sensibilidad histórica o histórico-social porque la transformación del mundo ha sido muy profunda: «hemos pasado brutalmente, en tres décadas, de un mundo a otro”. 

Pero el cristianismo no es un triunfalismo historicista donde todo tiempo transcurrido está justificado. Juan Pablo II no quiso entrar en el tercer milenio sin antes pedir perdón por numerosos pecados de los hombres de lglesia a lo largo de la historia (la inquisición y métodos compulsivos de evangelización, la complicidad en la esclavitud y otros sistemas, los crímenes contra los pueblos originarios en la conquista, la responsabilidad en el cisma protestante, etc.) (vb “Tertio millennio adveniente”). Vale la pena recordar que incluso su cardenal de confianza de entonces y titular del Santo Oficio, no estaba muy de acuerdo con todo este revisionismo ni con los gestos de unidad con las demás religiones en Asís).

La sustitución de la matriz histórica del cristianismo

Lo paradójico es que casi todos los enemigos de la iglesia en los últimos siglos han copiado la matriz historicista de la redención cristiana. Los sueños utópicos de un paraíso y la fe en la mejora gradual tienen la impronta del cristianismo. La idea misma de progreso es una versión mutada de la creencia cristiana de que la salvación humana está en la historia, mientras que los movimientos revolucionarios y liberales modernos dan continuidad a la fe en un fin de la historia análoga al cristianismo. Los partidarios de la revolución, la reforma y la contrarrevolución piensan que han dejado atrás la religión, cuando lo único que han hecho en realidad es recuperarla bajo unas formas que no saben reconocer como tales.

Por citar algunos ejemplos extremos, el jacobinismo, bolchevismo, nazismo, neoliberalismo, etc. que son fuerzas secularizadoras que pretendían extinguir la religión, son sin embargo continuadoras de los mitos milenaristas del cristianismo apocalíptico. Anteriormente, en el siglo XVI un mundo sería llamado "nuevo" no solo por razones geográficas, sino también por motivos escatológico-mesiánicos. El "descubrimiento" y conquista del Nuevo Mundo se realizaron en un ambiente de particular efervescencia escatológica y mesiánica usado para legitimar también una empresa de pingües beneficios económicos.

El teólogo ortodoxo Berdiáyev decía que los orígenes del bolchevismo se remontaban a los tiempos de la “revolución desde arriba” impuesta por Pedro el Grande y al mito ruso de ser una Tercera Roma que redimiría al mundo. Son reflexiones aplicables también a este momento de guerra en Ukrania. Los bolcheviques dieron continuidad a una tradición europea nacida en los tiempos de la religión civil jacobina, que no dudaba en aplicar el terror metódico con tal de purgar a la sociedad de su pasado.

El bolchevismo pertenecía a una estirpe que se remontaba al milenarismo medieval y ni qué decir del parecido de los métodos stanlinistas de tortura, inspiradas en la inquisición religiosa. Lenín estaba dispuesto a matar en escala como fuera necesario, para crear el mundo nuevo imaginado en esa religión de imitación que era el bolchevismo. Otro tanto habría que decir de las esperanzas apocalípticas del Reich alemán que duraría mil años inspirado en las corrientes milenaristas medievales. Sus monstruosos experimentos pseudocientíficos para mejorar al pueblo elegido (la raza aria) anticipaban el fervor por la manipulación de la vida y el transhumanismo actual.

Tampoco es original el totalitarismo neoliberal cuando antes de emprender su cruzada tecnocrática que se carga todas las ideologías pasadas, impone el modelo histórico expuesto por Fukuyama en “El fin de la historia y el último hombre”, es decir, la utopía histórica ya “concluida” por el coloso americano y sus corporaciones globales. En el paradigma tecnocrático alcanzado hay espacio para todo, incluso para cierto tipo de religión, la que no molesta, calma el estrés y se ajusta al mercado consumista.

Los numerosos conflictos bélicos de redención en nombre de un tipo de democracia capitalista (al servicio del aprovisionamiento de recursos de los invasores) también son epígonos de cruzadas religiosas, de imponer la fe en un sistema que después de tanta muerte, destrucción y saqueo, les promete el paraíso de la felicidad consumista y el imperio de los derechos humanos para quienes “hagan mérito”. (ver M. Sandel y su crítica a la “meritocracia”)

Esperanza: cuando la eternidad se cruza con la historia

Ninguna frase resume tan bien el Vaticano II como aquella que dice “los gozos y esperanzas de la gente son los de la Iglesia” (GS 1). Sin embargo, no debería interpretarse como una “condescendencia” de la gente de iglesia, tan superior espiritualmente, especialmente si son sus clérigos, hacia el mundo incrédulo y pecador. Porque necesitados y ciegos lo somos todos y ninguno puede tirar la primera piedra ni quejarse porque al trabajador de la última hora le dan tanto como a uno que está desde el principio.

Los seres humanos tenemos muchas cosas en común como por ejemplo en esta nota quise resaltar el sentido redentor que puede buscarse aun equivocadamente en los procesos históricos. Nada mejor que encontrar esas aspiraciones comunes e incentivar sinergias en hacer este mundo mejor por el encuentro con aquella Misericordia que se hizo historia y habita entre nosotros.  

Guillermo Jesús

Poliedroyperiferia@gmail.com

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