somos persona cuando tomamos partido por el Bien común Cristianismo, la Misericordia que construye Pueblos y transforma la Historia

Cristianismo, la Misericordia que construye Pueblos y transforma la Historia
Cristianismo, la Misericordia que construye Pueblos y transforma la Historia

es necesaria una búsqueda de una nueva relación fe-mundo... algo esencial en el cristianismo...que impulse la evolución de la humanidad hacia otra realidad social más intensamente vivible para todos. Una nueva relación, esta vez de servicio como pidió Jesús y no de lucha por el poder según Maquiavelo.

la Iglesia ha perdido atractivo como configuradora de pueblos e historia. Del buscar el Reino de Dios y su Justicia, como nos pide Jesús, ha pasado a esconderse en un nuevo pietismo y autorreferencialidad sin Pentecostés, aquello que Von Balthasar estetizaba como una “huida del mundo hacia arriba” y que es antítesis de lo “católico...Se ha contagiado del “individualismo” y desinterés por el hermano de la sociedad consumista,  el eje del problema ético de nuestra era.

Las teologías de la liberación fueron un gran intento de esta respuesta social de la fe ante el “pecado estructural del mundo” ...Quedan en la memoria sus profetas...y tarde o temprano se buscará nuevamente sus reliquias purificadas que guíen una nueva era de compromiso social y sobriedad compartida con los humildes de la tierra.

somos persona cuando tomamos partido por el Bien común, cuando elegimos socialmente, trascendiendo el contorno de nuestro grupo...

Francisco rescata de Teresa del niño Jesús, que era una mística "de síntesis", que “no entendía su consagración a Dios sin la búsqueda del bien de los hermanos"...con un sentido integral, que abraza la totalidad de la existencia concreta y se aplica a nuestra vida entera...(Francisco, C’est la confiance)

La Iglesia, como Pueblo de Dios, tiene “experiencia”. Unos dos mil años en este mundo, sin contar su prehistoria abrahámica y sus hermanas musulmanas, ortodoxas y protestantes entre otras. No es un detalle sin importancia a considerar cuando ella habla, tiene currículum vitae (y prontuario también).

Su mensaje tiene importancia incluso cuando se olvida de sus “pecadillos y violencias” de los cuales termina pidiendo perdón unos siglos más adelante y canonizando a algunos que quemó en la hoguera o que excomulgó por el camino. En el día a día, a veces hay que tener cuidado de “toparse con ella”, como citaba el "Monseñor Quijote" de Graham Greene, refiriéndose obviamente a algunas jerarquías. Pero así es esta familia y no puedo vivir sin ella.

Prefiero mirar la imperfección humana de la Iglesia desde esa óptica japonesa llamada “wabi sabi”, la capacidad de aceptar la belleza mayor incluso en medio de la imperfección, análoga a aquella esperanza de largo plazo de Jesús cuando prefiere que crezca el trigo y la cizaña, que ya habrá tiempo para el juicio, no sea que cometamos la injusticia mayor de acabar con lo bueno del trigo que crece lentamente (Mt 13).  Esto es mejor que esa falsa moral jacobina a base de guillotina en nombre de la “virtud” y que generó la modernidad en su versión fundamentalista. Como dijo Francisco "detrás de un rigorista, siempre hay un hipócrita".

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La Iglesia conoce todos los regímenes habidos. Ha convivido con ellos, peleado e incluso es perseguida hasta la actualidad (hay más mártires hoy que con los romanos). Ignorarla es una tontería, aunque esto cunda desde la mitificación de la diosa razón ilustrada desde hace unos 200 años. Desde entonces se ha intentado “reemplazar” infructuosamente su mensaje por ideologías de la libertad o la igualdad o la actual tecnocracia de las corporaciones y el individualismo consumista. La razón instrumental ha traído mucho progreso pero sus beneficios son muy desiguales, sus costos ambientales son altísimos y no para de generar guerras con arsenal cada vez más sofisticado.

Como toda religión, el cristianismo tiene una doctrina, una moral, una liturgia y una manera de rezar. Pero su impronta, desde sus orígenes, va más allá del lugar común asignado a las religiones. No consiste tanto que el ser humano haga el loable esfuerzo de llegar a Dios, sino que Él se ha hecho carne, humildemente uno de nosotros … y eso lo cambia todo: se hizo carne y habita entre nosotros (Angelus).

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Cuando miro esa maravillosa experiencia de fe que se ha llamado Europa, pienso entre muchísimos otros, en Santo Tomás y su diálogo fe-razón, en san Benito y su ora et labora para transformar el mundo, en San Francisco y su pobreza esencial... Órdenes de predicadores pensantes, de contemplativos trabajadores, de frailes poniendo a los pobres en su sitio referencial y de pueblos que hicieron de la fe una cultura nueva. Una familia de creyentes orantes y preocupados por los demás, creativos y rebosantes de una libertad que el mundo no puede generar por sí mismo. Hacedores de Pueblos e Historia, no gurúes esotéricos para pequeños grupos de iluminados.

Hoy somos herederos de muchas de las instituciones, como las universidades u organizaciones de misericordia. Fue una experiencia de fe encarnada que resolvía necesidades y sufrimientos humanos, que no “huía” del mundo en misticismos etéreos. La gesta comunitaria monástica fue fermento político y económico en su época... y muchas veces se le iba la mano y era reformada una y otra vez.

Copiarla tal cual hoy, como quieren hacer los nostálgicos del medioevo, sería un anacronismo. Pero no lo es el imitar su búsqueda de una nueva relación fe-mundo, que sigue estando en juego. Esto define algo esencial en el cristianismo porque impulsa la evolución de la humanidad hacia otra realidad social más intensamente vivible para todos. Una nueva relación, esta vez de servicio y respeto por lo secular como pidió Jesús y no de lucha por el poder según Maquiavelo.

La crisis actual de la Iglesia católica no creo que provenga de que “rece” menos o tenga menos espiritualidad para “competir” con otras espiritualidades en boga o que se reúna “pastoralmente” más o menos. Tampoco de que se identifique más con una ideología que con otra, como si ésas fueran la referencia de su ser y obrar. 

Creo que proviene de que ha perdido atractivo como configuradora de pueblos e historia, lo cual requiere "encarnarse" para "servir". Del buscar el Reino de Dios y su Justicia, ha pasado a esconderse en un pietismo y autorreferencialidad sin Pentecostés, lo que Von Balthasar estetizaba como una “huida del mundo hacia arriba” y que es antítesis de lo “católico”, como también lo fue el colectivismo utópico “hacia adelante”. Se ha contagiado del “individualismo” y desinterés por el hermano en la sociedad de consumo,  el mayor desorden ético de nuestra era.

Este individualismo lo coloniza todo, también el campo espiritual con misticismos desencarnados y narcisistas. La "búsqueda de sí mismo", en la que tanto insisten estas visiones, es algo que en la tradición cristiana solo es posible por el reflejo en el prójimo: "es muriendo por el otro como uno se encuentra, es dando como uno recibe, es amando como uno es amado..." (San Francisco de Asís)El que se olvida de su comodidad para socorrer al necesitado que aparece en el camino. Esto es imprescindible para fundar "lo social" tanto de modo local como global.

El encuentro con Cristo es en el  que "tuve hambre y me diste de comer..." (Mt 25). Sólo en Cristo, visible en el prójimo, especialmente en el necesitado, se revela el misterio de Dios y del hombre (GS 22). Ésta también es la respuesta del tejido de la Gracia frente a las estructuras de pecado actuales. Es el triunfo de la compañía misericordiosa sobre la soledad noógena de las pantallas.

Jesús no se pasó su vida haciendo "ejercicios de respiración" (aunque esto pueda resultar algo bueno de modo secundario) ni enseñando el "éxito de nuevas técnicas de meditación", sino que nos dice que es el samaritano que atiende al herido, quien vive el sentido de la existencia. Su oración es diálogo y  discernimiento, en la misión, frente a un Tú y su Pueblo.

Las teologías de la liberación fueron un gran intento de esta respuesta social de la fe ante el “pecado estructural del mundo” (Jn 1, 29), pero terminaron agotadas por imprecisión propia y la insistente persecución neoconservadora de la jerarquía de la época. Quedan en la memoria sus profetas que el tiempo reivindica. Tarde o temprano se buscará nuevamente sus reliquias purificadas que guíen una nueva era de compromiso social y sobriedad compartida con los humildes de la tierra.

Gran parte de los negacionismos actuales (del holocausto, de los desaparecidos, de las guerras sucias, de la sociedad, de la ciencia, de las vacunas, de la tierra redonda, etc) son expresión de la pérdida de un “nosotros”, con un destino compartido. Un ser humano solo, a la deriva, manipulable por influencers del odio, que no reconoce en el prójimo una riqueza que lo plenifica, sino un competidor que molesta y aburre. Cuando la dimensión fraterna no alimenta la construcción de la sociedad, estalla de forma patológica en mesianismos populistas, versiones colectivistas que conducen al conflicto y la violencia.

El cardenal Martini, un jesuita pensante y no un “conservador” disfrazado de novedoso, decía que hubo un momento en que la Iglesia fue perseguida por la historia, posteriormente “condujo” la historia y actualmente está a la cola de la historia…con doscientos años de atraso”. Cuando Martini decía esto, no tenía en mente la reinstauración de esa forma político religiosa cerrada que fue la “Cristiandad”. Su mente era la del Vaticano II, de diálogo, comprensión y caminar con el desafío del “mundo” actual.

Ser cristiano no es “portarse bien” o “cumplir” con una moral burguesa individualista. Jesús da por supuesto lo bueno de las leyes, que no ha venido a cambiar sino a darles plenitud. Pero la ley, así como está, no alcanza para ser humanos. Tarde o temprano termina siendo usada para crucificar a los hijos de Dios.

O es que acaso ¿no tenemos miles de leyes votadas en parlamentos internacionales y la guerra, la peor violencia y pecado posibles, aparece a cada rato en naciones que se la pasan en congresos internacionales? ¿Dónde está ese progreso racional que tanto se alaba?.

Jesús habla de ser sal de la tierra, levadura, fermento de nueva humanidad transformada por “el principio Misericordia” que Él encarna, el amor de Dios que se difunde en el mundo para sanar heridas y generar una nueva cultura: “Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida" (JP II, 1982). Una cultura del encuentro, del cuidado, que parte de las periferias de las grandes masas humanas excluidas del “paradigma tecnocrático”. 

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Tenemos una Doctrina Social de la Iglesia que a esta altura y con todos los aportes de los últimos Papas, es un patrimonio actualizado de Humanidad. Ella nos guía e ilumina continuamente ante los desafíos históricos, como ha sido últimamente Laudato Si, Laudate Deum, Fratelli Tutti, etc. etc. Toda ella nos recuerda que somos persona cuando tomamos partido por el Bien común, cuando elegimos socialmente, trascendiendo el contorno de nuestro ego... y nuestro grupo. 

Francisco acaba de publicar una carta sobre santa Teresa del niño Jesús, una mística "de síntesis", que nos ilumina desde uno de los siglos de mayor ateísmo en occidente. De ella rescata su confianza en Jesús y su compromiso con el otro:

“no entendía su consagración a Dios sin la búsqueda del bien de los hermanos. Ella compartía el amor misericordioso del Padre por el hijo pecador y el del Buen Pastor por las ovejas perdidas, lejanas, heridas. Por eso es patrona de las misiones, maestra de evangelización” (Francisco, C’est la confiance n.9)... ” Su confianza… no debe entenderse sólo en referencia a la propia santificación y salvación. Tiene un sentido integral, que abraza la totalidad de la existencia concreta y se aplica a nuestra vida entera…”(23)

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Jesús nos enseña con su vida que vivir es elegir comprometerse con los hermanos, con amor y dedicación samaritana, cuanto más pobre, pecador y enemigo, más se expande su misericordia y evoluciona la humanidad hacia los misteriosos nuevos cielos y tierra nueva (Ap 21).

 poliedroyperiferia@gmail.com 

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