Toda la Misericordia bajo apariencia de pan El Pan que alimenta a los Pobres

Mons. Romero asesinado mientras celebraba Misa
Mons. Romero asesinado mientras celebraba Misa

Somos lo que comemos. La Eucaristía es el Pan que transforma a un grupo de personas con intereses diversos, en un Pueblo, llamado para ser sacramento universal de salvación

Como Jesús, para construir el Reino, hay que comenzar por compartir el sencillo pan de los humildes... 

“Hay hombres que se afanan en extraer oro; él se afanó en la extracción de la compasión. La miseria universal era también la suya. La tristeza que reinaba en todas partes no era más que una excusa para su bondad inquebrantable”. Era, como decían nuestros padres, “un pan de Dios”.

no hay peor corrupción que la del poder religioso, que es la manipulación del hambre de Dios pero la solución no es la idolatría ilustrada que prescinde de la relación con Dios para hacer "un mundo mejor". El camino es indagarlo en su lógica sacramental revelada, todo lo demás siempre será idolatría y moralismo.

Ser Pueblo de Dios es alimentarse con la Presencia amorosa de Jesús, que nos hace hermanos. Es contemplarlo, comerlo, repartirlo. La libertad y la igualdad sesgadas de la ilustración, dejan de ser antagónicas para potenciarse en una nueva Fraternidad (Fratelli Tutti). Es alimentar una cultura de encuentro, de cuidado. Es fomentar la reconciliación en un mundo con el chip del egoísmo y la vanidad. Es el diálogo sinodal en un plano de mayor horizontalidad, de más Pueblo de Dios y menos clericalismo.

 La Eucaristía hace la Iglesia. La Iglesia hace la Eucaristía. Esta recíproca causalidad enunciada por Henri De Lubac, mentor del Vaticano II,  se refiere a Cristo, el sacerdote y la víctima, el donante y el don. En la Eucaristía se brinda completamente como en la Cruz y reproduce esta lógica en una familia, la Iglesia, el Pueblo de Dios que camina en la Historia rescatando a todos los hombres desde las periferias.

La matriz eucarística del Pueblo de Dios 

Somos lo que comemos. La Eucaristía es el Pan que transforma a un grupo de personas con intereses diversos, en un Pueblo-sacramento de salvación. Un Pueblo alimentado por "el Dios escondido en la apariencia del pan" (Adorote Devote) llega donde ninguna configuración social inventada por los hombres puede llegar: a los pobres y desestimados por las reglas de este mundo fundadas en la dominación de los oprimidos. Dios construye su Reino con quienes nadie, en “su sano juicio”, contaría para formar un equipo,  y lo hace llamándonos gratuitamente, sin condiciones: “Vayan por las calles, e inviten a todos los que encuentren para que vengan a la fiesta” (Mt 22)

La Eucaristía es misión: el Pueblo de Dios es alimentado para  ensanchar la esencia de cualquier grupo social, de cualquier asociación humana, porque invita y fraterniza a todos. No solo una invitación formal, como esa de tener inmensas catedrales … y esperar sentado a que se llenen como en otra época. Sino que va en busca de la oveja perdida y sola, la descartada por su condición. De nada valen las carísimas custodias de oro, ostentosos ornamentos clericales, una aparatosidad sacralista que era el entretenimiento de otra época. Si no hay misericordia, nada sirve (1. Cor 13)

Cuando la iglesia no llega a la gente, no corresponde que se justifique diciendo que es culpa de la sociedad, que es la cultura que ha cambiado, que es tal o cual ideología que la persigue, etc. El desafío no es quejarse, es hacer el Cristianismo…como Jesús. Es discernir si determinada institucionalidad responde actualmente a la matriz de Pueblo en la que se movió Jesús y cautivó a las multitudes, porque “era uno de ellos”, que los amaba de verdad y para siempre, sin promesas populistas ni elitismos excluyentes. Para llegar a la gente hay que transformarse en "pan del Cielo" con los pies en la tierra.

Estoy seguro que todos, aún los no creyentes, esperamos que la iglesia sea como Monsieur Myriel, el cura de “Los Miserables”, de Victor Hugo. Después de hospedar al mendigo Jean Valjean, éste le roba durante la noche valiosas cosas y cuando es atrapado, en vez de condenarlo, le regala también unos candelabros de plata para que los use para convertirse en un hombre honesto. Un gesto tan misericordioso, que convirtió la vida de Valjean para siempre y multiplicó por 100 sus buenas obras, las que reparan la injusticia del mundo. Dijo Víctor Hugo del cura: “Hay hombres que se afanan en extraer oro; él se afanó en la extracción de la compasión. La miseria universal era también la suya. La tristeza que reinaba en todas partes no era más que una excusa para su bondad inquebrantable”. Era, como decían nuestros padres, “un pan de Dios”.

El pan es solidaridad y reclamo

Tal vez alguno piense que todo esto es sentimentalismo pauperista. Tal vez lo sería si fuera una mera elucubración humana, tan atada a los desvaríos del resentimiento. Así actúa el moralismo burgués, laicista e ilustrado, solo es capaz de hablar del pobre desde la ideología de la superioridad o del rencor, ni siquiera lo mira o lo toca, es solo una idea. En cambio, la lógica del Amor hecha Carne, transforma nuestras mejores intenciones en un aprecio invencible por el que sufre, nos genera un corazón nuevo, que late de su lado. Como decía Karl Barth: «Dios se coloca siempre incondicional y apasionadamente de un lado y sólo de uno: contra los encumbrados y a favor de los humillados»

En la búsqueda de la verdad para la que nacimos, todo depende desde qué punto de vista se ven las cosas. Él eligió el punto de vista del pobre, es la lógica inexcusable del Dios revelado en la Historia. Por eso la sencillez del pan.

La vida de Jesús es solidaridad con el pobre y su derecho al pan. También es reclamación por las injusticias que provocan todas las hambres en un mundo que Dios ha creado con abundantes alimentos para todos. En su vida se enfrenta con Herodes, el poder político, a quien llama “zorro”, ningunea la autoridad de Poncio Pilato, critica a los ricos en las bienaventuranzas, en el Juicio final de Mt 25, con lo del camello y la aguja (Mt 19), con parábolas como la de Epulón y Lázaro (Lc 16,19), etc. Pero toda su crítica es un poderoso llamado a la conversión, a usar los talentos para el Reino de la compasión.

Como Jesús, para construir el Reino, hay que comenzar por compartir el sencillo pan de los humildes y no los suculentos banquetes de los poderosos. Decía un viejo cura: “las obras de Dios se hacen con el esfuerzo de los pobres y las promesas de los pudientes”, con el pequeño óbolo de la pobre viuda y no con lo que les sobra a los epulones (Mc 12,3). 

Dos mil años después del nacimiento de Jesús, su mensaje sigue siendo disruptivo en este mundo donde las mayores fortunas son las de los empresarios del lujo y los paraísos fiscales están abarrotados de dinero mientras 1.300 millones de personas viven en la pobreza multidimensional (https://accióncontraelhambre.org ) como consecuencia de ello y 500 millones de migrantes  deambulan por el mundo buscando sobrevivir (https://worldmigrationreport.iom.int ). Pero la mayor mayor de las injusticias sigue siendo la guerra. Convendría recordarlo en esta época de fervores belicistas tan alejados del Corazón de Jesús.

El pan que reprueba a los manipuladores de Dios

 Jesús se enfrenta principalmente con el poder religioso, el principal instigador de su asesinato. De la relación con Dios dependen todas las relaciones. La relación con Dios es el corazón de toda cultura humana y de todo pueblo. Saciar el hambre de Dios debería animar directamente la saciedad de todas las hambres humanas, porque Dios no quiere el sufrimiento de sus hijos. 

Por eso no hay peor corrupción que la del poder religioso, que es la manipulación del hambre de Dios. La mayor indignación visible de Jesús fue en el templo convertido en cueva de ladrones. El modus operandi de este poder siempre será el mismo: “adueñarse” de Dios, vivir a costa de ello como casta importante, comer con los poderosos y vender a los pobres la resignación espiritualista ante la injusticia. La solución no es la idolatría ilustrada que prescinde de la relación con Dios para hacer "un mundo mejor". El camino es buscarlo a Dios en su sitio y en su lógica sacramental revelada, todo lo demás siempre será idolatría y moralismo.

El Pan es lo más común. El santo Grial, tan mítico, adorado y buscado por parsifales impolutos de castas superiores, está allí, en cualquier pedazo de pan y vaso de vino consagrados en memoria de Jesús y partido con los hermanos. Está en lo cotidiano, en lo que está al alcance del más humilde. Él eligió lo accesible de las apariencias sacramentales para transmitir la sustancia de su vida y misericordia eternas.

Una Misericordia que es Presencia real de Amor no se puede contemplar sin contagiarse. El cristianismo es la Presencia de esta Misericordia que da significado a la vida y que nos rescata del hambre de sentido que nos define como humanos. Alimenta un pueblo de misecordeadores.

Por eso puede aportar algo nuevo a esta sociedad en conflicto. No por ser un parque temático espiritual para entretener a los que les da por este lado. Sino sería más de lo mismo, un club manipulado por élites clericales para tranquilizar conciencias. El clericalismo y autoreferencialidad, denunciados por Francisco desde el primer día de su pontificado, son la mayor traición de la iglesia, el mayor impedimento para nutrirse de la compasión de Jesús. 

Jesús tampoco nos convoca para ser los guardianes de un templo en el que casi nadie puede ni quiere entrar, sino para hacer del mundo un templo donde todos se sientan amados, comprendidos y perdonados. Y celebrar así la fiesta popular donde se comparten el Pan y el vino de la Vida Eterna. Ese templo abierto al mundo, con la identidad del Cuerpo y la Sangre de Jesús, es su Pueblo, el corazón de toda institucionalidad eclesial. Allí, se respira el “haced esto en memoria mía” y Él sigue dando la vista a los ciegos, la redención a los cautivos y a los pobres, la buena nueva.

Ser Pueblo de Dios es alimentarse con la Presencia compasiva de Jesús, que nos hace hermanos. Es contemplarlo, comerlo, repartirlo. La libertad y la igualdad sesgadas de la ilustración dejan de ser antagónicas para potenciarse en una nueva Fraternidad.(Fratelli Tutti). Es alimentar una cultura de encuentro, de cuidado, de lucha no violenta. Es fomentar la reconciliación en un mundo con el chip adánico del egoísmo y la vanidad. Es el diálogo sinodal en un plano de mayor horizontalidad, de más Pueblo de Dios y menos clericalismo.

poliedroyperiferia@gmail.com

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