El Silencio de Dios y el Fin de la Historia

El asesinato de Jesús es un pecado estructural. Hace falta todo un sistema de decisiones humanas para llegar hasta allí. Bíblicamente se ha llamado “el pecado del mundo”.

El viernes santo no es un ritual mágico que se le ocurrió a Jesús y que hay que representar supersticiosamente para irse al cielo. Es el fracaso y el final de un modelo de humanidad. Es la lógica de este mundo en la que hemos terminado matando al Hijo de Dios (Mc 12,1).

la única vida que merece ser vivida es la que es una vida para los demás, que se entrega “porque es muriendo que uno resucita a la vida eterna”. El don de la vida eterna es el triunfo del Amor sobre toda mortalidad. Éste es el principio de la nueva historia, la del Reino de Dios, conformado por los bienaventurados a quienes este mundo ha rechazado.

El viernes santo es el día del Silencio de Dios, que es su manifestación más elocuente. En este momento de la historia, el mundo lo ha crucificado en sus paradigmas y la religión lo ha atornillado en sus templos. Sólo nos queda estar con María y su discípulo amado al pie de la Cruz y sus amados crucificados.

Los milenarismos mesiánicos

Francis Fukuyama escribió hace unos años “El fin de la historia y el último hombre”, donde aseguraba que la humanidad había entrado en su etapa definitiva, la neoliberal: "El fin de la historia significaría el fin de las guerras y las revoluciones sangrientas, los hombres satisfacen sus necesidades a través de la actividad económica sin tener que arriesgar sus vidas"(Fukuyama). Cabría preguntarse porqué después de 30 años las guerras azotan la humanidad con cada vez mayor crueldad y el neoliberalismo se ha sacado la máscara de falsa virtud que usaba en la guerra fría expandiendo un progreso sin techo ético y para unos pocos.

 No quiero demonizarlo porque esa ilusión mesiánica de haber llegado a un sistema definitivo ha sido anunciada miles de veces en la historia (milenarismos, imperio romano, cristiandad, dictadura del proletariado, los mil años del Reich alemán, etc). Ni siquiera la Iglesia se ha librado de esta aspiración tan humana (y ahora está pagando las consecuencias).

El profeta Daniel los diagnosticó en sus sueños, donde una estatua representaba los reinos de la tierra, pero tenía pies de barro (Dan 2). Esta debilidad basal es que el hombre pretenda ocupar el lugar de dios: “el pecado del mundo” diagnosticado en el mismo relato de la creación de la Biblia.

El egoísmo no puede ser el motor de la historia como creía Adam Smith. El encumbramiento de unos pocos a costa de muchos y la destrucción del planeta no puede ser el plan de Dios para la Creación y eso es lo que queda manifiesto en la Cruz. Es el único lugar posible para un justo en este mundo injusto.

Hoy este mundo necesita matar a Jesús para legitimarse. Se ha construido a espaldas de Dios y los hermanos, obnubilado por un paradigma tecnocrático que es progreso para pocos, expoliación para muchos y destrucción para todos. Unos pocos que afirman como el señor Burns de los Simpsons: “lo daría todo…con tal de tener un poco más." Total, siempre habrá un curso de meditación adquirido en los supermercados de las nuevas espiritualidades, que le tranquilizará la conciencia para seguir acumulando… relajado. Para el resto de zombis masificados, quedará el turismo desaforado a los mismos centros comerciales, el entretenimiento compulsivo y las redes sociales adictivas. Si hay consumismo, que no se note.

Pecado estructural y complicidad religiosa

En la crucifixión participamos muchos: los que deciden, los que corroen la opinión pública para preferir su muerte a la de Barrabás, los que callan, los que traicionan desde dentro como Judas, los que se lavan las manos como Pilatos, los que huyen con el resto de los apóstoles, etc. El asesinato de Jesús es un pecado estructural. Hace falta todo un sistema de decisiones humanas para llegar hasta allí. Bíblicamente se ha llamado “el pecado del mundo”.

Un pecado que ha corrompido hasta la misma religión poniéndola al servicio una casta privilegiada que “en nombre de dios” manipula conciencias para perpetuarse en el poder y mantener al rebaño imbecilizado con miedos, rituales y sacrificios, pero sin amor ni interés por el mundo. Una religión que no duda en transar con los demás poderes para sobrevivir y que conviene a los poderosos para adormecer la sed de justicia de todo ser humano en la cruz.

¿Qué clase de religión es esa que enseña a tranquilizar la conciencias frente a un crucifijo y tolera ser indiferente con los crucificados de carne y hueso por la religión del más fuerte (ya sea el estado o el mercado)? 

Ese tipo de religión es la que ha permitido y sigue permitiendo las guerras, desigualdades e injusticias mayúsculas evitables. El holocausto se produjo dentro de una cultura conformada por el cristianismo...la mayoría de aquellos facinerosos habían recibido durante años clases de religión cristiana, asistían con frecuencia al culto divino y escuchaban sermones e instrucciones morales. Existió un cristianismo que hizo posible Auschwitz, o al menos no lo impidió (T. Ruster, El Dios falsificado).

La muerte de Jesús es el fin de la era de Adán y comienzo del Reino de Dios y su Justicia

El viernes santo no es un ritual mágico que se le ocurrió a Jesús y que hay que representar supersticiosamente para irse al cielo. Es el fracaso y el final de un modelo de humanidad. Es la lógica de este mundo en la que hemos terminado matando al Hijo de Dios (Mc 12,1).

La muerte de Jesús muestra en qué termina aquello que comenzó bíblicamente con el querer ser como Dios y que fue creciendo hasta la plenitud de los tiempos. Es el fin del proyecto de un ser humano idolátrico, sin Dios, sin hermanos y sin naturaleza.

A partir de este fracaso, el Señor de la vida nos muestra en el viernes santo que la única vida que merece ser vivida es la que es una vida para los demás, que se entrega “porque es muriendo que uno resucita a la vida eterna”. El don de la vida eterna es el triunfo del Amor sobre toda mortalidad y que nos transforma en seres nuevos. Éste es el principio de la nueva historia, la del Reino de Dios, conformado por los bienaventurados a quienes este mundo ha rechazado.

Cristo se metió en la piel del pobre y el que sufre la injusticia, porque la misericordia es ponerse en el lugar del otro. Su compasión no consistió en esa palmadita que solemos dar al que tiene un problema para luego seguir adelante más aliviados. Él llegó hasta el fin, hasta la exageración. La exageración es algo que está más allá de lo que “se debe” y el amor de Dios es así. Para Él nunca es suficiente, pero lo hace en medio de un sublime silencio para no avasallar nuestra libertad, que tanto respeta.

El viernes santo es el día del Silencio de Dios, que es su manifestación más elocuente. En este momento de la historia, el mundo lo ha crucificado en sus paradigmas y la religión lo ha atornillado en sus templos. Sólo nos queda estar con María y su discípulo amado al pie de la Cruz y sus incontables crucificados.

Guillermo Jesús

poliedroyperiferia@gmail.com 

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