Qui propter nos hómines et propter nostram salútem descéndit de caelis ¿Por qué viene Jesús?

Belén
Belén Berzosa

"Hay algo en nuestra humanidad que no es humano, algo que nos tiene fragmentados"

"Pero el Dios, del que nos quejamos tanto, no creó las cosas así. Todo lo hizo bien y continúa gobernándolo aún con nuestras líneas torcidas. E incluso nos hizo 'socios' de su gran obra"

"En Navidad esperamos esa Gracia que no es de este mundo, pero se encarna en él para curarlo y elevarlo"

"Ha dado comienzo una nueva etapa para la humanidad que repara desde la Misericordia, lo inhumano que hay en ella"

Hay algo en nuestra humanidad que no es humano, algo que nos tiene fragmentados. Una herida arraigada que no nos permite ser nosotros mismos, que nos hace torpes, que limita nuestra capacidad de amor y verdad, que se reproduce en sistemas sociales injustos y se extiende como la lava de un volcán. Como dice San Pablo, “no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero. Y, si hago lo que no quiero, no soy yo quien lo obra, sino el pecado que habita en mí.” (Rom 7,19). ¿Por qué fracasan con el tiempo nuestras mejores intenciones personales y sociales por más buena voluntad y nobles intenciones que conlleven? 

Suelo sentir esa fractura interior que, fiel a mi ego, la veo en primer lugar reflejada en los demás cuando los juzgo. Miro a mi alrededor y veo que esto es estructural, que no hay técnica que lo arregle de raíz, por más “meditación” que haga. Que el mayor engaño es creer que existe una piedra filosofal, una torre de Babel, una ideología, frutos de nuestra razón, que lo pueda arreglar todo…  Es loable intentarlo, pero también es razonable percibir que no está en nuestras manos su realización.

Fractura interior
Fractura interior

Pero el Dios, del que nos quejamos tanto, no creó las cosas así. Todo lo hizo bien y continúa gobernándolo aún con nuestras líneas torcidas. E incluso nos hizo “socios” de su gran obra. Nos hubiera podido hacer unos robots con un software que no fallara nunca, pero apostó por algo más al crearnos a su imagen y semejanza, con libertad para ser creativos con Él y continuar con un cosmos en evolución ya que lo bueno tiende de suyo a difundirse (“está en la esencia de los seres pasar de la potencia al acto, que llamamos perfección”, Santo Tomás).

Resulta complicado hablar hoy de pecado. Por un uso muchas veces excesivo y legalista, ha pasado a ser una palabra sosa y obsoleta. Sin embargo, no admitir que es el daño fundamental de nuestra vida personal y social significa quedar “atrapados sin salida”, sin diagnóstico ni remedio. Desde la elección fallida de Adán y Eva, que quisieron ser como Dios, rompiendo los límites de la naturaleza creada, llevamos el adn solidario del pecado de la soberbia. “Siempre seremos lo que hicimos”, porque somos personas jugando en un solo equipo: el equipo de los humanos a lo largo de la historia. 

Sin embargo, los católicos “en regla”, los salvadores de la ortodoxia, somos propensos a domesticar el concepto de pecado, lo reducimos para nosotros y lo achacamos con mucha facilidad a los demás. Expresamos así, una idolatría del ego que nos vuelve insoportables para los demás. Siempre me ha asombrado que haya una tendencia, una constante, en los seres religiosos a sentarnos en el primer banco a reconocer nuestros “méritos” en detrimento de los publicanos del fondo del templo de la vida. Y a indignarnos, reclamando recompensas mayores que aquellos llamados a la viña a la última hora. Incluso a pedir castigo divino a aquellos que hacen el bien y “no son de los nuestros”.

Belén
Belén

Solemos olvidar, autocomplacidos en nuestra “superioridad moral”, que las prostitutas y recaudadores de impuestos llegarán antes al Reino de los Cielos y que la Gracia sobreabunda donde existió el pecado, porque Dios no se deja ganar en generosidad. ¿Qué puede aportar entonces la Navidad para este tipo de mentalidad tan segura de sus méritos mientras tantas víctimas sufren en el mundo -no por casualidad- sino a causa de este desorden meritocrático estructural? 

Charles Péguy, ése cristiano de periferias, alejado de las tranquilizadoras seguridades burguesas de su tiempo, amigo de Maritain, admirado por Von Balthasar y De lubac, decía: 

“Las peores miserias, las peores mezquindades, las oscuridades y los crímenes, incluso el pecado, a menudo son huecos en la armadura del hombre, huecos en la coraza, por los cuales la Gracia puede penetrar en la dureza del hombre. Mientras en la coraza de la costumbre todo se desliza…”. Por eso “la gente de bien, los que adoran que los llamen así, no tienen huecos en la armadura, no reciben heridas. No tienen esa entrada para la gracia que es esencialmente el pecado”.

La Gracia penetra por una herida abierta y admitida, de lo contrario resbala en la impermeable piel de la superioridad farisea, continuadora sin remedio de la soberbia adánica. El Papa Francisco, que tanto coincide con el hilo conductor de Péguy sobre la Misericordia divina, afirmaba en Santa Marta que: “El sitio privilegiado para el encuentro con Jesucristo son los propios pecados”. 

El Papa y la misericordia

En Navidad esperamos esa Gracia que no es de este mundo, pero se encarna en él para curarlo y elevarlo; “lo que no se asume, no se redime” (S. Ireneo). No viene para anular la naturaleza ni lo bueno que ya existe (no quebrará la caña partida ni apagará la mecha humeante), ni siquiera en nombre de nuevas disciplinas religiosas. Asumir, curar, elevar. Porque la Gloria de Dios es que el hombre viva.

Estemos atentos a lo que reclama de verdad nuestro corazón herido, no nos distraigamos. Nuestro Salvador eligió llegar entre los pobres y víctimas del pecado de los hombres. En un mundo de tanta injusticia, “no hay lugar para ellos” y su nacimiento será en un mísero establo, su niñez la pasará como inmigrante y vivirá como tantos, sin tener un lugar donde recostar su cabeza, anunciará el Evangelio a los pobres y será ejecutado en una humillante Cruz preparada para los enemigos de este sistema. Parafraseando a Ghandi: “en un mundo injusto, el lugar de un justo es la muerte”.

belen del covid
belen del covid

Pero en Navidad Jesús lo asume todo, desde bien abajo, para vencer con su Resurrección el pecado del mundo. Ha dado comienzo una nueva etapa para la humanidad que repara desde la Misericordia, lo inhumano que hay en ella. Lo que viene ahora es incluso un proyecto mucho mejor que en el comienzo, como en el Kintsugi japonés, donde la belleza del jarrón reparado es mayor al unir con hilos de oro los distintos fragmentos.  Ha comenzado un Reino con su Justicia que hará nueva todas las cosas y que nos hacen gritar y hacer carne las últimas palabras de la Biblia y el desenlace definitivo de la historia: ¡“Ven Señor Jesús”!

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