Hazte socio/a
Última hora
Sánchez anuncia 'medidas' si los obispos no cumplen con las víctimas

Ni habla ni deja hablar

El pasado jueves, día 24, me fui al seminario de Madrid, para asistir y cubrir una Jornada académica, organizada por la Facultad de derecho canónico de la Universidad San Dámaso, cuya crónica pueden leer aquí. Y allí estuve todo la mañana, desde las 10 a las 13,30 horas. El programa se presentaba atractivo y, además, esperaba poder hacer unas preguntas a dos de los ponentes: Celso Morga, el secretario de la Congregación del Clero, y Peter Erdo, primado de Hungría y flamante relator del próximo Sínodo de los obispos. No contaba con las cortapisas (ya habituales) en al arzobispado madrileño hacia los informadores. Rouco no habla ni deja hablar a nadie.

La jerarquía española y extranjera sabe ya, desde hace años, que para poder hablar o dar una conferencia en Madrid tiene que avisar y obtener el permiso del cardenal Rouco. Por eso, muchos obispos optan por no venir a Madrid. Y los que vienen piden permiso. Sólo algunos cardenales se atreven a saltarse esa prohibición. Pero los valientes son pocos, incluso ahora cuando la estrella del purpurada madrileño palidece por estar de retirada.

El caso es que, tras asistir a la primera ponencia, la de monseñor Celso Morga, me acerqué a saludarlo y a pedirle una breve entrevista, que me concedió de inmediato. Siempre atento y afable, monseñor Morga me saludó cariñosamente y se puso a mi entera disposición. Pronto publicaremos la entrevista que nos concedió.

Quise hacer lo mismo con el cardenal Erdo, pero como no lo conocía personalmente, decidí seguir el conducto reglamentario y le pedí a la secretaria del acto que le dijese al cardenal que quería entrevistarlo. La muchacha se fue primero a decírselo a Javier Prades, el rector de la San Dámaso, y a Roberto Serres, el decano de Derecho Canónico.

Como nadie me decía nada, decidí acercarme al cardenal. Me presenté y le dije si podía hacerle unas cuantas preguntas. Me contestó que sí, que encantado. Y, en ese instante, intervinieron al alimón Prades y Serres, para decir que, en ese momento no, que el señor cardenal tenía que ir a tomar café. Y se lo llevaron en volandas y a toda prisa. Mientras se iba, el cardenal me hizo un gesto como diciendo que esperase, que volvía.

Pero no volvió para la entrevista, sino para asistir a la segunda ponencia. Antes de que entrase Erdo de nuevo en el aula magna, se acercó la secretaria de la Jornada y me dijo que el cardenal húngaro no tenía previsto hacer declaraciones. "¿Pero si me acaba de decir que sí?", objeté ya un poco mosqueado. Y me callé de inmediato. La muchacha no tenía culpa alguna.

Al final de la segunda ponencia, me acerqué de nuevo a Erdo, le pregunté si podía atenderme, y el purpurado húngaro movió la cabeza negativamente y me hizo un gesto como diciendo: "Lo siento, pero no puedo, no me dejan". Y me quedé compuesto y sin la entrevista.

O Rouco directamente o sus colaboradores (Prades y Serres)tomaron la decisión de "aconsejarle" al cardenal que no hablase conmigo. Rouco y sus colaboradores me impidieron ejercer mi trabajo. Un ejempo más de cómo entienden en el arzobispado de Madrid el ejercicio de transparencia informativa que está pidiendo Francisco.

Mal por Rouco y por sus "amigos" que, en vez de facilitar el trabajo de los medios, lo obstaculizan. Y eso que fuimos el único medio que estuvo presente durante toda la Jornada. Sólo al final de la jornada llegó Laura, la corresponsal religiosa de Europa Press. Y que yo sepa, fuimos el unico medio que hizo una crónica del acto.

En vez de agradecerlo, Rouco y los suyos impidieron mi trabajo. Mal por Rouco y los suyos. Y regular sólo por el cardenal Erdo. Si un cardenal da una palabra y dice que encantado de responder a unas preguntas, no puede plegarse después a los "consejos" de Rouco y su entorno, por muy anfitriones que sean. Entre la deferencia hacia el anfitrión y el cumplimiento de la palabra dada, yo al menos no tengo dudas. Erdo, en cambio, no se plantó y prefirió quedar bien con su colega.

Rouco (al que vi mayor y, sobre todo, triste) pensaría haber ganado una vez más. Cuando, en realidad y en conciencia, ha perdido una vez más. Ya sabe, señor cardenal, que esas cosas no se hacen o no deberían hacerse. Ni a mi ni a nadie. Hay que respetar el trabajo de los profesionales, monseñor, que es tan digo, al menos, como el suyo. Andar con esas pequeñas venganzas no dicen nada bueno de usted.

Y si no se enteró, si todo fue una decisión de Prades y Serres, dígamelo y estoy dispuesto a contarlo, lo mismo que acabo de contar todo lo demás.

En cuaquier caso, si no fue directamente usted, qué pena de colaboradores. Altos colaboradores, que quizás, porque creen conocerlo, se adelantan a sus deseos. Le temen tanto que son más rouquistas que usted. Le hacen un flaco favor, aunque usted también es responsable por elegirlos y por mantenerlos.

Y si tanto usted como ellos creen haberme hecho una "faena", sepa (ya lo sabe) que la faena se la hicieron a la transparencia, a la libertad de información y de acceso a las fuentes y a la propia institución. Nuestros millones de usuarios se quedarán sin poder leer y escuchar al cardenal húngaro y sus explicaciones sobre el próximo Sínodo. ¡Qué pena, señor cardenal!

José Manuel Vidal

También te puede interesar

Claves del primer viaje apostólico del Papa Prevost a Turquía y Líbano

Unidad, diálogo, pobres y paz: las cuatro palabras que dibujaron el primer viaje de León XIV

Un olivo en tierra de nadie y un Papa arrodillado en Gaza

La visita que podría aliviar el horror de Caín y Abel

Lo último