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San José dormido

San José dormido

Hay sueños que no son una evasión, sino un lugar de encuentro. El Evangelio nos lo recuerda con una delicadeza enorme: Dios no se manifiesta a San José con estruendo ni con evidencias incontestables, sino en sueños. En el silencio de la noche, cuando la cabeza se apoya en la almohada y el corazón baja la guardia, Dios le habla y le confía una misión que descoloca toda lógica humana: “acoge a María, no tengas miedo”.

José no responde con palabras. Responde con una decisión. Se despierta… y lo hace.

Desde que tengo conmigo la imagen de San José dormido, esta escena del Evangelio ha cobrado una fuerza nueva. No es un San José pasivo, ni ausente, ni desentendido. Es un San José que confía tanto, que se permite dormir sabiendo que Dios no abandona la historia. Y quizá por eso Dios puede hablarle ahí, donde no hay defensas ni cálculos.

El Papa Francisco contó en más de una ocasión que pone papeles con intenciones debajo de la imagen de San José dormido, para que él, mientras descansa, interceda y trabaje. Confieso que, desde que me regalaron esta imagen y desde que Francisco me transmitió ese cariño tan entrañable por San José, yo he adoptado la costumbre… con entusiasmo. Mucho entusiasmo.

Le pongo papeles. Muchos. Algunos están doblados, otros ocupan media hoja, otros se alargan como si fueran un testamento del alma. Hay días en que la almohada de San José parece más bien un archivo confidencial del cielo. A veces lo miro y pienso, con una sonrisa: no lo dejo dormir. Le cargo la noche de nombres, de situaciones, de miedos, de urgencias, de esperanzas que no sé dónde colocar.

Y sin embargo, ahí está. Sereno. Silencioso. Fiel.

San José no hace ruido. No da explicaciones. No pide reconocimiento. Su modo de estar en el mundo es profundamente contracultural: confía, descansa y actúa. Trabaja mientras duerme, porque sabe que la historia no depende solo de él. Me enseña que la fe no es controlar, sino entregarse; no es estar siempre en vela por ansiedad, sino aprender a dormir confiando.

San José me enseña que la fe no consiste en tener todas las respuestas, sino en atreverse a descansar sabiendo que Dios no se desentiende de la historia. 

Me gusta imaginar que, al amanecer, San José se despereza despacio, recoge uno a uno esos papeles invisibles y se pone manos a la obra. Sin aspavientos. Como en el Evangelio. Porque cuando Dios le habla, San José no pregunta “por qué”, ni “cómo”, ni “qué dirán”. Simplemente se levanta y hace lo que se le ha confiado.

Por eso, aunque lo confiese con humor, digo algo muy serio: San José dormido cumple. No siempre como yo esperaba. No siempre en mis tiempos. Pero cumple. Y mientras él trabaja en lo escondido, yo voy aprendiendo a soltar, a descansar el alma y a creer que incluso cuando todo parece detenido, Dios sigue soñando la vida con nosotros.

Tal vez por eso este San José me resulta tan necesario: porque me recuerda que hay batallas que no se ganan forzando, sino confiando; que hay decisiones que maduran en el silencio; y que a veces, el acto de fe más grande es simplemente apoyar la cabeza y dejar a Dios hacer.

Comparto mi oración a este San José, al que no dejo descansar:

San José dormido, custodio silencioso de los sueños de Dios,

como lo hacia el Papa Francisco, yo también confío en ti.

Bajo tu almohada dejo mis intenciones, 

las que me pesan y las que me dan esperanza.

Tú que velas aún dormido, 

encomiéndalas al Padre con tu corazón obediente.

Ruega por nosotros, ruega con el Papa Francisco, y ayúdanos a caminar con fe, humildad y valentía.

Amén.

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