La imagen del Papa ante la 'plaza de las iglesias' recordaba, vagamente, a otras que hemos vivido durante este y otros pontificados. El Papa orando, en silencio, en pie, en señal de respeto por los mártires, los perseguidos, los asesinados, los muertos, los olvidados. Lo hizo en Auschwitz, en Hiroshima y Nagasaki, en Lampedusa... también, ahora hace un año, en la espléndida soledad del atardecer lluvioso y pandémico de la plaza de San Pedro
"La fraternidad es más fuerte que el fratricidio, la esperanza es más fuerte que la muerte, la paz es más fuerte que la guerra (...) una voz más elocuente que la voz del odio y de la violencia; y que nunca podrá ser acallada en la sangre derramada por quienes profanan el nombre de Dios recorriendo caminos de destrucción"
"Recemos también por todos nosotros, para que, más allá de las creencias religiosas, podamos vivir en armonía y en paz, conscientes de que a los ojos de Dios todos somos hermanos y hermanas"
"La trágica disminución de los discípulos de Cristo, aquí y en todo Oriente Medio, es un daño incalculable no sólo para las personas y las comunidades afectadas, sino para la misma sociedad que dejan atrás"
"Aquí en Mosul las trágicas consecuencias de la guerra y de la hostilidad son demasiado evidentes. Es cruel que este país, cuna de la civilización, haya sido golpeado por una tempestad tan deshumana, con antiguos lugares de culto destruidos y miles y miles de personas —musulmanes, cristianos, yazidíes y otros— desalojadas por la fuerza o asesinadas"