¿También vosotros queréis marcharos? Dios en nuestra agenda del verano

Escoger a Dios no significa descuidar lo humano. 

 Está terminando el curso y nos preocupamos de mil cosas para que los niños puedan comenzar a disfrutar del tiempo veraniego: campamentos, escuelas de verano, playa, monte, baño, ejercer nuestro derecho a  voto en un tiempo tan complicado para votar.... Y tal vez nos hemos olvidado de que  Dios y su fe son también  importantes en el itinerario formativo nuestro y de los muchachos. ¿O mandamos también a Dios de vacaciones? Hay quienes ya lo han enviado de vacaciones todo el año. ¿Para qué necesitamos a Dios en el transcurso de nuestra vida? Nos estamos acostumbrando  a vivir al margen de Dios, incluso confesándolo con nuestras palabras.  En las estadísticas aparecen muchos como católicos practicantes pero en la realidad ni son católico ni practican. Y están en su libertad de hacerlo o no. Y un síntoma claro puede ser viendo  la  importancia  y el lugar que ocupa Dios en la agenda de nuestras vacaciones  o tal vez sea un señor del también tenemos que descansar en este tiempo vacacional. En uno crucero al que fui invitado hace algún tiempo  había de todo lo que se puede esperar en una ciudad flotante menos una capilla para poder rezar. Esa necesidad de algunos cristianos en tiempo de vacaciones no la cubría la empresa. Toda una analogía de la vida actual.

Resulta curioso que cada vez cuesta más poder reunir a los novios (Cuando se casan por la iglesia) antes de su boda para preparar adecuadamente esta celebración tan importante de sus vidas. Normalmente se justifican diciendo que no tienen tiempo. Hay otras cosas más importantes que hacer que preparar adecuadamente una de las decisiones más importantes de sus vidas.

   Llega el fin de semana y muchos creyentes organizan su tiempo para llevar adelante un sin fin de actividades, y no pocos domingos, no encuentran media hora para participar en la Eucaristía y agradecer a Dios cuanto nos regala.

  Hacemos cómputo de nuestra agenda semanal y hemos buscado un hueco para casi todo, para el disfrute, para los amigos, para hacer esto y aquello, para entrar y salir. ¿Y Dios? ¿Ha ocupado algún instante nuestra preocupación, nuestro amor, nuestro agradecimiento? ¿Hay en nuestra agenda un espacio, aunque sea pequeño para él?

    Decía Cervantes que no parece excesivo regalar una pata de la gallina a quién te ha regalado la gallina entera.

    Escoger a Dios no significa descuidar lo humano, despreocuparse de la vida, o dejar a un lado nuestras responsabilidades. Escoger a Dios es sentirlo como horizonte de la vida, sentido de cuanto somos y hacemos e invitación permanente a imitar su perfección y su santidad, estemos donde estemos.

   En la vida social, y especialmente entre los famosos, está de moda alardear de que uno es ateo o agnóstico; tal vez ha llegado el momento de que los creyentes alardeemos de que lo somos, de que Dios es un valor en nuestra vida; de que no tenemos complejos para confesar nuestra fe. De lo contrario vamos a esconder a Dios en la sacristía y a convertirlo en puro reducto ideológico. Los creyentes no queremos más derechos que nadie, pero tampoco vamos a conformarnos con menos.

  Seguramente la fe católica en España ya no es una fe de mayorías, o si es de mayorías lo es de mayorías sociológicas y silenciosas; tendremos que irnos acostumbrando a una fe de minorías, como el pequeño resto de Israel en el Antiguo testamento; pero hemos de ser una minoría viva, militante y testimonial hasta interpelar a los hombres y mujeres de nuestra sociedad. Si la fe no se hace presente en el ámbito social ha perdido su capacidad de transformación y de oferta.

  La secularización avanza inexorablemente y en ciertos ámbitos políticos hay un interés desmedido por marginar lo religioso, por ridiculizarlo, a veces, y por oponerlo a la modernidad y al progreso. Si entre los miles de sacerdotes que trabajan cada día por la iglesia se produce un caso de escándalo, salta enseguida a las primeras páginas de los periódicos con una fuerza inusitada. (Y es perfectamente condenable)  No es noticia, sin embargo, la fidelidad y el buen hacer de tantos religiosos, sacerdotes y misioneros que cada día sirven al pueblo de Dios, aquí y en otros países, con una abnegación y entrega admirables.

De nosotros depende que el Evangelio de Jesús pueda seguir siendo una alternativa atractiva y avanzada para la sociedad de nuestro tiempo. Porque sus valores son humanizadores, transcienden el tiempo y hacen posible una sociedad más justa y fraterna, abierta, además, a la trascendencia.

 Los valores del Evangelio han sido los impulsores de la cultura occidental a lo largo de muchos siglos y gracias a ellos disfrutamos hoy de un estado de bienestar admirable hasta convertir los derechos humanos en una conquista irrenunciable. Nuestra sociedad occidental, lo reconozca o no, es fruto de una larga siembra evangélica, donde valores como el amor y el perdón, la solidaridad y la justicia, se han convertido en pilares fundamentales de la sociedad de hoy. ¡Cuántas sociedades actuales no cristianas, que no conocen el valor del perdón, viven enfrentadas y fanatizadas, justificando incluso la violencia y la guerra santa, en nuestros días! Porque el valor del perdón es un valor indiscutiblemente cristiano y el único que puede destruir la cadena de la venganza y de la violencia que asegura un futuro mejor para todos.

  El evangelio es siempre una invitación a revisar nuestra vida, a cuestionarnos por quién hemos apostado, a descubrir si nuestra fe se ha despersonalizado y es pura ideología, o, por el contrario, es una fuerza viva y real en nosotros que nos impulsa a la santidad y a la nueva evangelización. Nuestra fe puede estar aletargada bajo formas y leyes, cumplimientos y normas, y no ser una energía renovadora y transformadora de nuestra vida y de nuestro entorno. Y si nuestra fe no es transformadora, se convierte, como decía Marx, en opio del pueblo.

Los creyentes no somos mejores que nadie, ni pretendemos ponernos por encima de los demás. Sabemos de nuestro pecado, de nuestros errores y de nuestras miserias; pero, como todos los seres humanos, tenemos un sueño y no estamos dispuestos a renunciar a él, a perder nuestro paso y a dejar de caminar hacia ese horizonte de luz que Jesús de Nazaret nos ha señalado. Convencidos, además, de que su propuesta para el hombre de Dios no ha sido superada aún por ninguna ideología o filosofía de las que andan por ahí.

 ¿También vosotros queréis marcharos? Preguntó Jesús a sus discípulos cuando muchos de sus seguidores se marcharon porque su mensaje era exigente. Y Pedro le respondió: ¿A dónde iremos, Señor, sólo tú tienes palabras de vida eterna?

 La invitación de Jesús es para todos, para nosotros, y sólo espera una respuesta generosa y actual: la de nuestra fidelidad. Sabedores de que escogiéndole a Él hemos escogido la mejor parte.

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