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El Dios que se nos anuncia y el que esperamos

#LectioDivinaFeminista

Mt 1, 18-24

Mayte Olivares Cruz

Lectio (Lectura)

Estamos en el último domingo de Adviento, esperando la llegada de nuestro Salvador, Mateo nos propone una Lectura sobre la Anunciación a José sobre la gestación del niño que ha de ser Salvador de su pueblo. José atiende el llamado y así se cumple la profecía de Isaías: Se llamará Emmanuel que significa: Dios con nosotros.

Meditatio (Meditación)

Iniciamos esta meditación invocando a la divina Ruah, para abrir nuestra mente y nuestro corazón a la reflexión sobre las lecturas de este domingo.

Estamos en el último domingo de Adviento; el nacimiento de nuestro Señor está por suceder. La Iglesia nos propone, en este ciclo, el inicio del relato del nacimiento de Jesús según Mateo, dirigido a su comunidad.

Para comenzar, es necesario colocarnos en la época. Somos un grupo de seguidoras y seguidores del primer siglo de nuestra era. El Evangelio de Mateo está dirigido a judíos piadosos convertidos. A diferencia de Lucas, en Mateo la anunciación ocurre a José y no a María; sin embargo, es a través de María que se opera un cambio en la dignidad de la mujer judía de aquel tiempo. Se menciona que José era “justo”. No se añade ningún otro adjetivo; sin embargo, esa justicia se revela como un acto de amor. José no solo cumple la Ley: ama. Y desde ese amor decide actuar. Quizá esa sea la verdadera intención de Mateo, la vocación de José, que ante la presencia de Dios, este no huye (aunque lo piensa), sino que elije y acepta el misterio divino.

Mateo rescata también la importancia del sueño en la tradición del Antiguo Testamento y la manera en que Dios se comunica con la humanidad por medio de signos y revelaciones profundas. La antigua mitología de diversas culturas habla del nacimiento prodigioso de un joven destinado a ser redentor, generalmente con fuerza sobrehumana. Mateo toma ese lenguaje simbólico y lo enlaza con la profecía de Isaías; pero lo que Pablo proclama en la segunda lectura, es decisivo: aquí está Dios encarnado, viviendo entre los demás.

Recordemos, además, que este texto fue escrito casi ochenta años después de los sucesos que narra: no es una crónica histórica en el sentido moderno, sino una teología narrativa. Mateo utiliza un género literario antiguo —la infancia del héroe— que también encontramos en el Éxodo con Moisés: un nacimiento prodigioso tomado de otras tradiciones para mostrar un destino extraordinario, la salvación del pueblo.

En estos relatos se prepara litúrgicamente la fiesta de Navidad y se aviva nuestra fe en Jesús. No se trata solo de admirar a un hombre excepcional; en ese hombre extraordinario hemos percibido una presencia extraordinaria del Espíritu de Dios, hasta llamarlo “el Hijo”.

Mateo insiste en el cumplimiento de las Escrituras: «para que se cumpliera lo anunciado por el Antiguo Testamento». Conviene aquí una breve aclaración exegética: en el texto de Isaías, la palabra hebrea almâ significa “joven”, y fue traducida al griego como parthenos, que se interpreta como “virgen”. En hebreo existe otra palabra (betûâ) que expresa con precisión “virgen”, pero no fue la utilizada en Isaías. Este desfase en la traducción ya lo señaló Trifón en el siglo II. En su contexto original, Isaías se refiere a la joven esposa del rey Acaz que dará a luz a un hijo cuyo nacimiento será señal de salvación para el reino. Mateo retoma este motivo para mostrar que Jesús es salvador, en continuidad con las expectativas israelitas.

La mística beguina Margarita Porete (siglo XIII) afirmaba: «el único Dios verdadero es aquel de quien nada puede pensarse». Esto nos recuerda que Dios no puede reducirse a una imagen conceptual ni separarse de nuestra realidad más profunda.

Ahí radica la fuerza del mito del nacimiento virginal de Jesús: no se trata de presentar a un Dios lejano que desciende como un extraño, sino de expresar que Dios mismo se está haciendo, manifestándose en lo humano. Todos somos, en potencia, Emmanuel: no porque un Dios separado esté “con” nosotros, sino porque es en nosotros, en nuestra identidad última.

Este es el mensaje de la Navidad: Dios está cerca de ti, allí donde tú estás, siempre que abras tu vida a su Misterio. El Dios inaccesible se hace humano y su cercanía nos envuelve con suavidad. En cada vida humilde puede nacer Dios. Es una revolución: otro Dios, otro ser humano, otro modo de vida, otra forma de religión.

¿Era esto lo que esperábamos, o esperábamos a otro —quizá un Dios-Juez vengador, que viniera a dar revancha de mis desasosiegos, un Dios quizá que corte con su espada implacable el mal (que claro que no somos nosotros), sino el otro/ la otra, que no conviene con lo que soy o lo que pienso.

Es momento de preguntarnos seriamente si aceptamos esta revelación de un Dios encarnado y cercano, un Dios que es también aquel que vive en la miseria, en el pecado, perseguido y que dista de todo lo que me gusta o quiero. Eso es lo que llega en Navidad: la posibilidad de reconocer y acoger a Dios en la humildad y en el presente.

Contemplatio (Contemplación)

Cierra los ojos un momento y colócate en silencio. Imagina a José dormido, profundamente inquieto, con el corazón dividido entre el amor y el miedo. Una sombra se acerca, pero no es amenaza: es luz que susurra.

Escucha el murmullo suave del ángel en tu propio interior: “No temas… lo que nace es de Dios”.

Déjate envolver por ese mensaje. Permite que esa frase toque las zonas de tu vida donde aún dominas, controlas, calculas. Allí donde todavía quieres “entenderlo todo” antes de confiar… Allí donde no te atreves a dejar que nazca lo divino.

Mira a María, silenciosa, llevando en su cuerpo una vida que no pidió explicar, sino simplemente acoger. Observa su vulnerabilidad firme, su sí nacido sin ruido, sin espectáculo. ¿Puedes mirarla sin prisas y reconocer en ella tu propia capacidad de gestar a Dios?

Contempla ahora tu vida como un humilde establo: sin adornos, sin grandeza, sin purezas imposibles. Tus miedos, tus sombras, tus límites, tu historia entera se vuelven el espacio donde Dios desea nacer. Deja que ese pensamiento repose en ti sin palabras: Dios no busca otro lugar. Me busca a mí.

Siente cómo, al paso del silencio, las capas que usas para protegerte se ablandan. Respira hondo. Permite que la Ruah te cubra como un manto cálido. En esa respiración suave, percibe que también tú eres Emmanuel: Dios naciente, Dios presente, Dios respirando en tu carne.

Quédate allí, sin prisa. Deja que el Misterio simplemente sea… en ti.

Oratio (Oración)

Divina Ruah, aliento suave que se posa sobre quienes escuchan en silencio, hoy quiero abrir mi vida entera para que tu Palabra encuentre un lugar donde nacer.

Como José, traigo mis dudas, mis temores, mis decisiones que pesan y mis sueños que no siempre comprendo. Háblame en medio de ellos, susurra a mi corazón: “No temas… lo que nace es de Dios”.

Como María, enséñame a decir sí sin exigir certezas, a confiar que lo divino puede germinar en lo que soy y en lo que no comprendo. Hazme capaz de acoger tu Misterio sin pretender explicarlo.

Que mi historia —con su luz y su sombra— sea un pesebre suficiente para ti. Despoja de mi mente toda idea pequeña de ti: el Dios distante, el Dios juez, el Dios que exige antes de abrazar. Revélame, en cambio, tu cercanía: tú, Dios-con-nosotros, Dios-en-nosotros.

Que en esta Navidad renazca en mí otro modo de creer, otro modo de amar, otro modo de vivir. Que pueda reconocer tu Presencia en mi cuerpo, en mi respiración, en quienes amo y en quienes me cuesta amar.

Nace, Señor, en mis decisiones, en mis cansancios, en mis búsquedas sinceras. Sé Emmanuel hoy, aquí, en esta carne concreta que tú mismo soñaste.

Amén.

Actio (Acción)

En las últimas semanas de gestación, a las mujeres nos da un síndrome llamado: del nido, el cual es un estado de hiperactividad para preparar la llegada del bebé. Acomodar su cuarto, su ropa, dejar todo listo para acoger su pequeño cuerpo. Esto es un estado biológico, otros mamíferos también lo hacen. Estamos en el último domingo previo a la Navidad, hagamos nuestro “nido” para preparar la llegada del niño Jesús:

Elige un lugar de tu casa y despeja un pequeño espacio. Retira algo que estorba, limpia, ordena, deja vacío ese rincón.

Mientras lo haces, repite interiormente: “Que haya lugar para ti, Señor.”

Ese acto externo simboliza lo que ocurre dentro: hacer sitio para que Dios nazca en lo cotidiano, en lo humilde, en lo concreto.

Después de vaciar el espacio, coloca solo un objeto pequeño: puede ser una vela apagada, una piedra, una semilla, un papel en blanco, una tela sencilla. Algo que exprese “lo que está por venir”.

Cada vez que pases frente a ese rincón, detente un instante: inhala, exhala y di en silencio: “También en mí puede nacer Dios.”

La acción no busca decorar, sino recordarte que el Misterio no llega donde hay saturación, sino allí donde tú misma te decides a hacer un hueco.

¡Felices fiestas! Que cada uno de nuestros corazones, sea el pesebre donde nazca Jesús, humilde, lleno de amor y servicio. Va un abrazo a cada una y uno de ustedes.

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