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Entrevista
Salvador Illa, presidente de la Generalitat

La Navidad es un niño nacido en tránsito

#AdvientoFeminista2025

Allí, en la intemperie, Dios pronuncia su primer “aquí estoy”

Mujer migrante

En el marco del Día internacional de las Personas Migrantes este pasado 18 del mes de diciembre, volver al relato del nacimiento de Jesús no es un gesto devocional, sino un acto de memoria. La Navidad, leída desde el desplazamiento humano, revela una verdad que a menudo preferimos suavizar.

Esta es la verdad: Jesús no nació en casa.

Nació en tránsito, fuera de lugar, sin pertenecer a ningún espacio seguro.

María y José no estaban de viaje por elección ni movidos por la ilusión de un camino espiritual. Un decreto los puso en movimiento. Una decisión política los obligó a desplazarse, lejos de su red, de su historia, de la mínima protección que ofrece lo conocido.

El camino no fue peregrinación: fue imposición.

Y el parto ocurrió en la intemperie.

La falta de alojamiento no es un detalle piadoso del relato. No es una anécdota romántica ni una escenografía pastoral. Es exclusión estructural. “No hubo lugar para ellos” no significa que llegaran tarde, sino que no contaban. No eran prioridad. No había espacio para sus cuerpos, para su cansancio, para la vulnerabilidad de una mujer a punto de dar a luz.

Dios no corrige esa precariedad desde fuera.

Dios se deja nacer ahí.

El misterio de la Encarnación no acontece en el centro, sino en el margen; no bajo techo, sino expuesto; no protegido, sino vulnerable. Dios acepta entrar en la historia sin garantías, confiando su cuerpo a padres desplazados y su primer aliento a la intemperie.

Por eso Jesús no “se parece” a las personas migrantes y desplazadas de hoy.

Está con ellas.

Comparte su desarraigo, su miedo, su falta de lugar. Su cuerpo nace ya marcado por el tránsito, por la frontera, por la ausencia de refugio. Desde su primer día, la vida de Dios encarnado queda ligada a quienes no tienen dónde quedarse.

La Navidad, leída desde la experiencia migrante, no es la celebración de un nacimiento idealizado. Es la revelación de un Dios que habita la intemperie humana y la vuelve lugar de encuentro. Un Dios que no espera condiciones adecuadas para hacerse presente. Un Dios que no se instala en la seguridad, sino que acompaña desde la fragilidad.

Y la imagen queda habitando: un niño nacido fuera de casa, envuelto en la fragilidad de quienes no cuentan, respirando por primera vez en tierra ajena.

Allí, en la intemperie, Dios pronuncia su primer “aquí estoy”.

No en los palacios, no en las casas llenas, no en la seguridad de los que cuentan.

Aquí estoy, en el cuerpo cansado de una mujer desplazada, en las manos temblorosas de un padre sin techo, en la noche abierta donde nadie promete nada.

Aquí estoy, donde no hay papeles que protejan, ni muros que resguarden, ni puertas que se abran.

Aquí estoy, en cada niño que nace en tránsito, en cada vida que no encuentra lugar,

en cada frontera donde el miedo aprende a respirar esperanza.

Desde entonces, Dios no abandona la intemperie. La habita. La acompaña. Y la nombra hogar.

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