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Tema del día
Aquí te adelantamos los temas del primer consistorio de León XIV

Luces en la ciudad

El Dios que se halla igualmente en todas las cosas

LUCES EN LA CIUDAD

“Una persona puede ir a través de los campos y hacer su oración y conocer a Dios; o también puede estar en la iglesia y conocer a Dios; pues bien, si allí conoce mejor a Dios por encontrarse en un sitio más apacible, como suelen ser las iglesias, la causa es su debilidad, y no Dios, pues Dios se halla igualmente en todas las cosas en todo lugar y, en cuanto depende de Él, está dispuesto a darse igualmente. Así pues, conoce bien a Dios quien lo conoce igualmente en todas las situaciones”.

Lo afirma nada menos que el Mestro Eckhart y su convicción es muy iluminadora para nosotros, habitantes de grandes ciudades, usuarios del transporte público, clientes esporádicos de ese café en el que recuperar fuerzas, transeúntes anónimos que esperan junto a otros que cambie un semáforo o comparten con ellos la proximidad incómoda de un ascensor. Ir y venir por la ciudad en medio de “partos, medos elamitas, habitantes de Mesopotamia, Media y Capadocia…” es un desafío pentecostal, una inmersión en esa humanidad variopinta de la que formamos parte y a la que estamos invitados a contemplar, como propone Ignacio de Loyola, con la mirada de la Trinidad : “Ver las personas, las unas y las otras; y primero las de la haz de la tierra, en tanta diversidad, así en trajes como en gestos, unos blancos y otros negros, unos en paz y otros en guerra, unos llorando y otros riendo, unos sanos y otros enfermos, unos naciendo y otros muriendo… (…) Oír lo que hablan las personas sobre la haz de la tierra, es a saber, cómo hablan unos con otros, cómo juran y blasfeman, etc.; asimismo lo que dicen las personas divinas, es a saber: «Hagamos redención del género humano» (EE 106)

Después de muchos años de ciudadana de a pie, la ciudad misma me ha ido revelando algunos secretos y recursos que quiero compartir aquí:

-Esperar lo inesperado. Un día de hace años desde la ventanilla del autobús, veo a un amigo, sacerdote de El Prado, que espera en otra parada. Como es habitual en él, tiene abierto su pequeño Nuevo Testamento de siempre y lo lee bajo la fina lluvia que está cayendo, con una atención concentrada y tranquila. Otro día, haciendo cola en la estación para sacar un billete, reconozco sobre la mesa de la empleada que atiende un ejemplar diminuto e inconfundible de los Evangelios que reparten los Gedeones. En otra ocasión, sentada en el metro junto a otros tres pasajeros absortos en sus móviles, yo abro el mío y rezo vísperas.

De estas tres anécdotas, saco la conclusión de que hay que esperar lo inesperado y estar seguros de que la Palabra sigue circulando de riguroso incógnito por la ciudad, contactando con oyentes insospechados, susurrando a los oídos de muchos, acariciando más vidas de las que creemos. Y no nos viene mal preguntarnos ante gente que parece distraída en sus artilugios electrónicos: ¿están jugando a explotar bolitas de colores o aprendiéndose de memoria las bienaventuranzas…?

-Tener detectado algún “lugar-refugio”. A veces me sobra tiempo entre dos citas, o entrevistas, o gestiones callejeras: si es verano, un parque puede ser un espacio adecuado para tomarse un respiro, ordenarse por dentro, volver a contactar con el propio corazón y con Aquel que lo habita. Pero en invierno, olvídate del parque, no busques iglesias porque suelen están cerradas y en los cafés vocifera la TV. Pero existen unos “lugares-refugio” llamados bibliotecas públicas y me he sacado gratis el carnet de tres que me pillan más o menos de camino en trayectos que frecuento. Si necesito pausa, entro, busco un rincón tranquilo y sigo las rutinas que me ayudan a ir “de mi corazón a mis asuntos”. También los bancos de los extremos de los andenes de metro pueden venir bien: te sientas con cara de estar esperando a alguien (¡y vaya si lo esperas!), y sólo con contemplar los rostros de la gente que baja y sube a los vagones con la mirada de Jesús, ya estás “on line” con él.

- Asociarse con Jacob. Porque él vio en sueños una escalera apoyada en la tierra por la que sube y baja la comunicación entre Dios y nosotros. Por eso nos viene bien asociarnos a su asombro y repetir con él: “Verdaderamente, el Señor estaba en este lugar (en esta calle, en este andén del metro, en esta cola del mercado…) y yo no lo sabía…”(Gen 28,16)

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