"Los infiernos no son solo la condición de quien está muerto, sino también de quien  vive la muerte a causa del mal y del pecado" Papa: "No hay pasado tan arruinado,  no hay historia tan comprometida que no pueda ser tocada por la misericordia de Dios"

El Papa signa a una niña
El Papa signa a una niña

"Los infiernos, en la concepción bíblica, no son tanto un lugar, sino una condición existencial: esa  condición en la que la vida está debilitada y reinan el dolor, la soledad, la culpa y la separación de Dios y  de los demás"

"Es también el infierno cotidiano de la soledad, de la  vergüenza, del abandono, del cansancio de vivir"

"Cristo no se salva solo a sí mismo,  no vuelve a la vida solo, sino que lleva consigo a toda a la humanidad"

Con la plaza de San Pedro a rebosar, con la presencia de más de 15.000 peregrinos, el Papa León XIV celebró la audiencia de los miércoles. En su catequesis antes del ángelus, glosa el 'descenso de Cristo a los infiernos', para explicar que "los infiernos, en la concepción bíblica, no son tanto un lugar, sino una condición existencial: esa  condición en la que la vida está debilitada y reinan el dolor, la soledad, la culpa y la separación de Dios y  de los demás".

Asegura Prevost que "los infiernos no son solo la condición de quien está muerto, sino también de quien  vive la muerte a causa del mal y del pecado", pero sabiendo que "Cristo no se salva solo a sí mismo,  no vuelve a la vida solo, sino que lleva consigo a toda a la humanidad" y que, por lo tanto, "no hay pasado tan arruinado,  no hay historia tan comprometida que no pueda ser tocada por la misericordia de Dios".

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Descenso de Cristo a los infiernos

Texto completo de la catequesis papal

Queridos hermanos y hermanas,  también hoy nos detenemos en el misterio del Sábado Santo. Es el día del Misterio pascual en el  que todo parece inmóvil y silencioso, mientras que en realidad se cumple una invisible acción de  salvación: Cristo desciende al reino de los infiernos para llevar el anuncio de la Resurrección a todos  aquellos que estaban en las tinieblas y en la sombra de la muerte.  

Este evento, que la liturgia y la tradición nos han entregado, representa el gesto más profundo y  radical del amor de Dios por la humanidad. De hecho, no basta decir ni creer que Jesús ha muerto por  nosotros: es necesario reconocer que la fidelidad de su amor ha querido buscarnos allí donde nosotros  mismos nos habíamos perdido, allí donde se puede empujar solo la fuerza de una luz capaz de atravesar el  dominio de las tinieblas.  

Los infiernos, en la concepción bíblica, no son tanto un lugar, sino una condición existencial: esa  condición en la que la vida está debilitada y reinan el dolor, la soledad, la culpa y la separación de Dios y  de los demás. Cristo nos alcanza también en este abismo, atravesando las puertas de este reino de  tinieblas. Entra, por así decir, en la misma casa de la muerte, para vaciarla, para liberar a los habitantes,  tomándoles de la mano uno por uno. Es la humildad de un Dios que no se detiene delante de nuestro  pecado, que no se asusta frente al rechazo extremo del ser humano.  

El apóstol Pedro, en el breve pasaje de su primera Carta que hemos escuchado, nos dice que Jesús, vivificado en el Espíritu Santo, fue a llevar el anuncio de salvación también «a los espíritus encarcelados»  (1 Pe 3,19). Es una de las imágenes más conmovedoras, que no se encuentra desarrollada en los  Evangelios canónicos, sino en un texto apócrifo llamado Evangelio de Nicodemo. Según esta tradición, el  Hijo de Dios se adentró en las tinieblas más espesas para alcanzar también al último de sus hermanos y  hermanas, para llevar también allí abajo su luz. En este gesto está toda la fuerza y la ternura del anuncio  pascual: la muerte nunca es la última palabra.  

Descenso a los infiernos

Queridos, este descenso de Cristo no tiene que ver solo con el pasado, sino que toca la vida de  cada uno de nosotros. Los infiernos no son solo la condición de quien está muerto, sino también de quien  vive la muerte a causa del mal y del pecado. Es también el infierno cotidiano de la soledad, de la  vergüenza, del abandono, del cansancio de vivir. Cristo entra en todas estas realidades oscuras para testimoniarnos el amor del Padre. No para juzgar, sino para liberar. No para culpabilizar, sino para salvar.  Lo hace sin clamor, de puntillas, como quien entra en una habitación de hospital para ofrecer consuelo y  ayuda.  

Los Padres de la Iglesia, en páginas de extraordinaria belleza, han descrito este momento como un  encuentro: entre Cristo y Adán. Un encuentro que es símbolo de todos los encuentros posibles entre Dios  y el hombre. El señor desciende allí donde el hombre se ha escondido por miedo, y lo llama por nombre, lo toma de la mano, lo levanta, lo lleva de nuevo a la luz. Lo hace con plena autoridad, pero también con  infinita dulzura, como un padre con el hijo que teme que ya no es amado. 

En los iconos orientales de la Resurrección, Cristo es representado mientras derriba las puertas de  los infiernos y, extendiendo sus brazos, agarra las muñecas de Adán y Eva. No se salva solo a sí mismo,  no vuelve a la vida solo, sino que lleva consigo a toda a la humanidad. Esta es la verdadera gloria del  Resucitado: es poder de amor, es solidaridad de un Dios que no quiere salvarse sin nosotros, sino solo con  nosotros. Un Dios que no resucita si no es abrazando nuestras miserias y nos levanta de nuevo para una  vida nueva.  

El Sábado Santo es, por tanto, el día en el que el cielo visita la tierra más en profundidad. Es el  tiempo en el que cada rincón de la historia humana es tocado por la luz de la Pascua. Y si Cristo ha  podido descender hasta allí, nada puede ser excluido de su redención. Ni siquiera nuestras noches, ni  siquiera nuestros pecados más antiguos, ni siquiera nuestros vínculos rotos. No hay pasado tan arruinado,  no hay historia tan comprometida que no pueda ser tocada por su misericordia.  

Queridos hermanos y hermanas, descender, para Dios, no es una derrota, sino el cumplimiento de  su amor. No es un fracaso, sino el camino a través del cual Él muestra que ningún lugar está demasiado  lejos, ningún corazón demasiado cerrado, ninguna tumba demasiado sellada para su amor. Esto nos  consuela, esto nos sostiene. Y si a veces nos parece tocar el fondo, recordemos: ese es el lugar desde el  cual Dios es capaz de comenzar una nueva creación. Una creación hecha de personas que se han vuelto a  levantar, de corazones perdonados, de lágrimas secadas. El Sábado Santo es el abrazo silencioso con el  que Cristo presenta toda la creación al Padre para volver a colocarla en su diseño de salvación.  

Saludo en español

Queridos hermanos y hermanas: 

En esta catequesis continuamos contemplando el misterio del Sábado Santo, en el que todo  parece inmóvil y de un silencio absoluto, concentrándonos en el descenso de Jesús a los infiernos. Lo  que acontece es una acción salvífica. Cristo desciende a la profundidad de la muerte para llevar el  anuncio de la Resurrección a todos los que yacían en tinieblas. 

Este evento representa el gesto más profundo y radical del amor de Dios por la humanidad. Él  ha querido buscarnos allí en los infiernos, es decir, en esa condición existencial en donde reina el  dolor, la soledad, la culpa y la separación de Dios y de los demás. Cristo desciende allí para liberar  también hoy a los que viven la muerte a causa del mal y del pecado, a los que viven el infierno  cotidiano de la soledad, de la vergüenza, del abandono o del cansancio de la vida. Cristo entra en  todas estas oscuras realidades no para juzgar, sino para liberar. No para culpabilizar, sino para salvar.  Cristo desciende entre los muertos para manifestar el amor del Padre. Por tanto, no existe un pasado  tan dañado o una historia irreparable que no pueda ser tocada por su misericordia.  

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Queridos hermanos y hermanas, si  a veces nos parece que hemos tocado fondo, recordemos que ese es el lugar desde el que Dios es  capaz de comenzar una nueva creación hecha de corazones perdonados. Que Dios los bendiga.  Muchas gracias. 

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