"Los gobernantes deben dar a todos la posibilidad de ganar el pan, porque eso aporta dignidad" El Papa pide que el trabajo “sea rescatado de la lógica del mero beneficio y pueda ser vivido como derecho y deber fundamental de la persona”

El Papa piensa "en los niños que son obligados a trabajar y en aquellos que hurgan en los vertederos en busca de algo útil para intercambiar..."
"Muchos jóvenes, muchos padres y muchas madres viven el drama de no tener un trabajo que les permita vivir serenamente"
"En estos tiempos de pandemia muchas personas han perdido el trabajo y algunos, aplastados por un peso insoportable, han llegado al punto de quitarse la vida"
"El trabajo es a menudo rehén de la injusticia social y, más que ser un medio de humanización, se convierte en una periferia existencial"
"En estos tiempos de pandemia muchas personas han perdido el trabajo y algunos, aplastados por un peso insoportable, han llegado al punto de quitarse la vida"
"El trabajo es a menudo rehén de la injusticia social y, más que ser un medio de humanización, se convierte en una periferia existencial"
En su ciclo de catequesis sobre San José, el Papa Francisco aborda su faceta de “carpintero”, el oficio que también desempeñó el propio Jesús. Bergoglio aprovechó para volver a reclamar la dignidad del trabajo y denunciar la explotación actual de tantos trabajadores, especialmente “en los niños que son obligados a trabajar y en aquellos que hurgan en los vertederos en busca de algo útil para intercambiar”. Tras lamentar el drama del paro, especialmente “en estos tiempos de pandemia muchas personas han perdido el trabajo y algunos, aplastados por un peso insoportable, han llegado al punto de quitarse la vida”, Francisco denuncia que “el trabajo es a menudo rehén de la injusticia social” y pide que el trabajo “sea rescatado de la lógica del mero beneficio y pueda ser vivido como derecho y deber fundamental de la persona”. Porque “los gobernantes deben dar a todos la posibilidad de ganar el pan, porque eso aporta dignidad”.
Catequesis del Papa
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Los evangelistas Mateo y Marcos definen a José como “carpintero” u “obrero de la madera”. Hemos escuchado hace poco que la gente de Nazaret, escuchando a Jesús hablar, se preguntaba: «¿No es éste el hijo del carpintero?» (13,55; cfr Mc 6,3). Jesús practicó el oficio de su padre.
El término griego tekton, usado para indicar el trabajo de José, ha sido traducido de varias maneras. Los Padres latinos de la Iglesia lo hicieron con “carpintero”. Pero tengamos presente que en la Palestina de los tiempos de Jesús la madera servía, además de para fabricar arados y muebles varios, también para construir casas, que tenían ventanas de madera y techos de terraza hechos de vigas conectadas entre sí con ramas y tierra.
Por tanto, “carpintero” u “obrero de la madera” era una calificación genérica, que indicaba tanto a los artesanos de la madera como a los trabajadores que se dedicaban a actividades relacionadas con la construcción. Un oficio bastante duro, teniendo que trabajar materiales pesados, como madera, piedra y hierro. Desde el punto de vista económico no aseguraba grandes ganancias, como se deduce del hecho de que María y José, cuando presentaron a Jesús en el Templo, ofrecieron solo un par de tórtolas o pichones (cfr Lc 2,24), como prescribía la Ley para los pobres (cfr Lv 12,8).
Por tanto, Jesús adolescente aprendió del padre este oficio. Por eso, cuando de adulto empezó a predicar, sus paisanos asombrados se preguntaban: «¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos milagros?» (Mt 13,54), y se escandalizaban a causa de él (cfr v. 57).
Este dato biográfico de José y de Jesús me hace pensar en todos los trabajadores del mundo, de forma particular en aquellos que hacen trabajos duros en las minas y en ciertas fábricas; en aquellos que son explotados con el trabajo en negro; en las víctimas del trabajo; en los niños que son obligados a trabajar y en aquellos que hurgan en los vertederos en busca de algo útil para intercambiar... Permito repetir esto una vez más. Los que trabajan en negro sin seguridad alguna. Y hoy hay mucho trabajo negro. Es terrible que un niño en edad de jugar se vea obligado a trabajar como una persona adulta. Todo son hermanos y hermanas nuestros, que se ganan la vida así, sin dignidad. Y esto sucede hoy en el mundo.

Pero pienso también en quien está sin trabajo; en los que se sienten justamente heridos en su dignidad porque no encuentran un trabajo. Vuelven a casa sin haber encontrado nada. La dignidad no es llevar el pan a casa. La dignidad es ganar el pan y, si no les damos a la gente la capacidad de ganar el pan, es una injusticia social. Los gobernantes deben dar a todos la posibilidad de ganar el pan, porque eso aporta dignidad. Muchos jóvenes, muchos padres y muchas madres viven el drama de no tener un trabajo que les permita vivir serenamente. Y muchas veces la búsqueda se vuelve tan dramática que les lleva hasta el punto de perder toda esperanza y deseo de vida. En estos tiempos de pandemia muchas personas han perdido el trabajo y algunos, aplastados por un peso insoportable, han llegado al punto de quitarse la vida. Quisiera hoy recordar a cada uno de ellos y a sus familias. Recemos por esos hombres y mujeres desesperados, porque no encuentran trabajo.
No se tiene lo suficientemente en cuenta el hecho de que el trabajo es un componente esencial en la vida humana, y también en el camino de santificación. Trabajar no solo sirve para conseguir el sustento adecuado: es también un lugar en el que nos experimentamos a nosotros mismos, nos sentimos útiles, y aprendemos la gran lección de la concreción, que ayuda a que la vida espiritual no se convierta en espiritualismo. Pero lamentablemente el trabajo es a menudo rehén de la injusticia social y, más que ser un medio de humanización, se convierte en una periferia existencial. Muchas veces me pregunto: ¿con qué espíritu hacemos nuestro trabajo cotidiano? ¿Cómo afrontamos el cansancio? ¿Vemos nuestra actividad unida solo a nuestro destino o también al destino de los otros? De hecho, el trabajo es una forma de expresar nuestra personalidad, que es por su naturaleza relacional. Y una forma de expresar su creatividad.
Es bonito pensar que Jesús mismo trabajó y que aprendió este arte propio de San José. Hoy debemos preguntarnos qué podemos hacer para recuperar el valor del trabajo; y qué contribución, como Iglesia, podemos dar para que este sea rescatado de la lógica del mero beneficio y pueda ser vivido como derecho y deber fundamental de la persona, que expresa e incrementa su dignidad.

Queridos hermanos y hermanas, por todo esto hoy deseo recitar con vosotros la oración que San Pablo VI elevó a San José el 1 de mayo de 1969:
Oh, san José,
patrón de la Iglesia,
tú que junto con el Verbo encarnado
trabajaste cada día para ganarte el pan,
encontrando en Él la fuerza de vivir y trabajar;
tú que has sentido la inquietud del mañana,
la amargura de la pobreza, la precariedad del trabajo;
tú que muestras hoy el ejemplo de tu figura,
humilde delante de los hombres,
pero grandísima delante de Dios,
protege a los trabajadores en su dura existencia diaria,
defiéndelos del desaliento,
de la revuelta negadora,
como de la tentación del hedonismo;
y custodia la paz del mundo,
esa paz que es la única que puede garantizar el desarrollo de los pueblos. Amén
Saludo del Papa en español
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy reflexionamos en nuestra catequesis sobre el trabajo de san José, que era “artesano”, un obrero de la madera que podría ocuparse tanto de la fabricación de utensilios y muebles como de la construcción de las casas. Un trabajo duro y poco retribuido, que Jesús aprendió de su padre.
Esta condición de obrero pobre provoca escándalo entre los coetáneos de Jesús, que no aceptan su enseñanza y no se explican las obras extraordinarias que realiza. También hoy existen muchas personas que sufren a causa del trabajo, personas explotadas o que no encuentran un trabajo digno. Hoy quiero rezar por todas ellas y por sus familias. Debemos recuperar el sentido del trabajo, como elemento esencial que dignifica al hombre y coopera a su santificación. Trabajar, como lo hicieron José y Jesús, más allá de darnos la posibilidad de ganarnos la vida y sostener a nuestras familias, nos permite realizarnos concretamente, sentirnos útiles y colaborar en un proyecto que a fin de cuentas es de Dios.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Los animo a reflexionar sobre el sentido que damos al propio trabajo, a verlo como un servicio, como un modo ayudar a los demás con nuestro esfuerzo. Que el Señor los bendiga y bendiga todas sus tareas, de modo que sean siempre para la mayor gloria de Dios. Muchas gracias.
