Domingo de Ramos: ¿Qué pasó realmente?

Con el Domingo de Ramos iniciamos la Semana Santa y, obviamente, los textos de los evangelios que corresponden al día fueron escritos con posterioridad, a la luz de la Resurrección. Los escritores sagrados interpretaron la entrada de Jesús en Jerusalén como una entrada triunfal mesiánica. ¿Sería así? ¿Qué es lo que ocurrió realmente? Parece claro que Jesús sabía que se trataba de su último viaje a Jerusalén y, seguramente sus más inmediatos seguidores y amigos así lo pensaban, porque Él lo repetía continuamente. Incluso sus más cercanos advertirían en Jesús una cierta tristeza. Por eso, desde el afecto, se preguntarían que podían hacer para levantarle el ánimo. ¿Hablarían con unos y con otros para prepararle un recibimiento como se merecía el rabino de Galilea para algunos, el Maestro para otros? Todos presentían que, en el contexto de las fiestas de la Pascua, algo malo iba le a suceder. Estaba claro que las actuaciones y las palabras de este hombre no dejaban indiferente a nadie. Cada vez se reunía más gente para verlo y escucharlo. Pero a los ojos de los judíos, cada día se estaba volviendo más peligroso para el “status” religioso de Jerusalén. Diariamente se ganaba la enemistad de los guardianes de la Ley. Sus amigos y más cercanos pensaron que una prueba de su fuerza sería suficiente, para que los que pensaban atentar contra él desistieran. Pero, probablemente calcularon mal. Acudió mucha gente, pero no tanta. Hicieron ruido, pero no el suficiente, por eso los maquinadores pensaron que podían neutralizarlo sin grandes problemas. Habían acudido a recibirle unas decenas de personas, la mayoría de Galilea, que se encontraban en Jerusalén ante la proximidad de la Pascua. Los Sumos sacerdotes y el Sanedrín interpretaron este hecho como una manifestación de su pretensión, pero también percibieron su vulnerabilidad.

Evidentemente en los atrios del Templo se hablaría de esta entrada y de su posible significado, pero era, sin duda, una gota más, la que colmaba el vaso de aquellos que estaban hartos de este hereje y heterodoxo. Había que eliminarlo. Ya estaba bien de embaucar al pueblo.

Por el contrario, las comunidades cristianas primitivas, los primeros seguidores de Jesús, después de la Resurrección, leerían este acontecimiento en clave teológica y así, a nosotros nos invitan a revivir los momentos en los que la multitud acoge a Jesús en la ciudad de David, como un rey, como el Mesías esperado desde hacía varios siglos. Aclaman a Jesús: “Bendito el que viene en nombre del Señor” y “Hosanna” (en hebreo, esto significa literalmente “¡Salva, pues!”, que se ha convertido en una exclamación de triunfo pero también de alegría y de confianza). Jesús es un Rey de paz, de humildad y de amor. Sobre un asno, una montura modesta, un animal de carga, el Señor se presenta a la multitud. Zacarías había anunciado (9,9): “He aquí que viene a ti tu rey: justo él y victorioso, humilde y montado en un asno, en un pollino, cría de asna”. La gente tendía sus mantos a su paso, lo cubría de palmas, como relata Mateo en su Evangelio. Esta será la interpretación que se encuentra a la base de los textos neotestamentarios.

Por eso, estas Iglesias, siglos después comenzaron a celebrar el domingo de Ramos. Una peregrina llamada Egeria, que vino desde Galicia para recorrer los lugares de la salvación en el año 380, nos describe la procesión que, desde el Monte de los Olivos a la Basílica del Santo Sepulcro, celebraba la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén: “Y ya, cuando comienza a ser la hora undécima (17h), se lee aquel pasaje del Evangelio, cuando los niños con ramos y palmas salieron al encuentro del Señor diciendo: “Bendito el que viene en el nombre del Señor”. A continuación se levanta el obispo y todo el pueblo, se va a pie desde lo alto del Monte de los Olivos, marchando delante con himnos y antífonas, respondiendo siempre: “Bendito el que viene en el nombre del Señor”.

En su testimonio, Egeria insiste en la gran participación de niños en esta procesión: “Todos los niños que hay por aquellos lugares, incluso los que no saben andar por su corta edad, van sobre los hombros de sus padres, llevando ramos, unos de palmas, y otros, ramas de olivo”. Nuestro Domingo de Ramos, además, nos mete de lleno en el Misterio de la Pasión, leyendo el texto completo de la Pasión, según el evangelista que corresponda al ciclo en el que estemos, este año el de San Lucas.

Contexto histórico-arqueológico.

La aldea de Betfagé, en arameo “casa de los higos verdes”, se menciona en los evangelios sinópticos, como un lugar del antiguo Israel, cerca de Betania. Es el sitio donde se considera que ocurrió el hecho bíblico, y donde se erigió una iglesia franciscana para recordar el acontecimiento. Eusebio de Cesarea (Onom 58:13) localiza el sitio en el Monte de los Olivos, probablemente en el camino de Jerusalén a Jericó y dentro de los 2000 codos (aprox. un kilómetro) de Jerusalén, la máxima distancia que se puede recorrer durante un Shabbat.

En el año 1876 un labrador descubrió una piedra cuadrangular con restos de pinturas de la época cruzada que representa dos episodios: la resurrección de Lázaro y la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Después de haber sido comprado el terreno, se edificó, en el año 1883, el pequeño santuario que se denominó Betfagé, que fue restaurado en 1954, tal como se conserva hoy.

Ésta es la única procesión autorizada que se celebra, justamente en el domingo de Ramos. A ella asisten, además de los peregrinos que se encuentran en Jerusalén, los cristianos de Tierra Santa, que puedan acudir. La procesión, suspendida al final del reino cruzado, se pudo recuperar en los siglos XVI-XVI por los Padres franciscanos con el P. Custodio de Tierra Santa que representaba la figura de Cristo montado sobre un asno. A partir del 1933, la procesión ha vuelto a adquirir la máxima solemnidad presidida por el Patriarca Latino de Jerusalén.
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