De nuevo, ejercicios espirituales con la Compañía Misionera en Villa Marista (Lima) La pedagogía de la repetición

Compañía Misionera del Sagrado Corazón de Jesús
Compañía Misionera del Sagrado Corazón de Jesús

Misioneras de pura sangre y largo recorrido. Aunque varias de ellas ya rondan la edad de ser abuelas, caminan con sus zapatillas de deporte, saltan al bote en Huampami, en Barrio Florido o en Macaya y atesoran mil anécdotas por esos ríos amazónicos desde hace décadas.

Con ellas he pasado estos días, tratando de dejarme enseñar, –yo también, tan discípulo como cualquiera–, por Dios Madre. Como buena pedagoga, utiliza la insistencia para señalarme la centralidad de la misión adorante, del oficio sencillo pero sustancial de consolar, de acompañar, de servir, de curvarme ante los pies más gastados, humildes y rotos. Y de entregar así la vida entera, a lo ancho y a lo largo, igual que ellas, que tienen 80 años y solo piensan seguir en la brecha. Lindas y pistoleras.

¿Cómo es posible que las religiosas de la Compañía Misionera me volvieran a encargar darles ocho días de ejercicios espirituales?“La gente dice que hay conexión” – argumentó Gema cuando me resistí un poco, aduciendo que “tengo que preparar algo diferente, no les voy a dar lo mismo que la otra vez; componer una tanda nueva, mucho trabajo…”. Reclamé y, claro está, acepté.

He elaborado cosas nuevas, pero en el fondo es lo mismo. Lo estoy comprobando estos días en Villa Marista: mismo escenario, la mayoría de participantes coinciden con la foto de 2020… Los ejercicios de ocho días, para quienes los hacen cada año con el método ignaciano, son siempre de repetición. Y esta vez se podría considerar una “repetición total” para ellas… y para mí, el facilitador caserito.

Y al mismo tiempo, por supuesto que la experiencia está siendo muy distinta. Porque “repetir para Ignacio no es volver a hacer lo mismo. Es hacer “otra cosa”. Nueva. Es ahondar lo vivido; pero no excavando, sino dejándose anegar (Rom 5,5). Continuar caminando un camino (…) iniciado, pero en el que he percibido que hay más riqueza de paisaje divino que contemplar y por el que dejarme “affectar”. Y en el que dejarme llevar más allá. O más adentro”. No lo digo yo, lo dice el gran maestro Ignacio Iglesias SJ, que una semana de agosto de 2005 me dio ejercicios a mí solito en Valladolid (¡vaya suertaza que tuve!).

De modo que acá están estas misioneras de pura sangre y largo recorrido. Aunque varias de ellas ya rondan la edad de ser abuelas, caminan con sus zapatillas de deporte, saltan al bote en Huampami, en Barrio Florido o en Macaya y atesoran mil anécdotas por esos ríos amazónicos desde hace décadas. Las personas que conocemos, los escenarios, los valores, los temas, los centros de interés, los estilos… mucho nos une, nos parecemos, y eso hace que fluya entre nosotros; hasta las bromas son graciosas por acostumbradas y familiares.

Por la mañana nos reunimos ante el Santísimo. Nada de custodia: acomodan el Pancito en una gran hoja seca adornada con hojas, flores y artesanías de la selva. Estar con Jesús pide / llama / lleva a estar cerca de los pobres; exponerme a Jesús sacramentado solo es posible y auténtico compartiendo la vida con la gente. La misión es esencialmente contemplativa, no intervencionista: escucha, cuidado, ternura, respeto, amor… más que “´catequizar”.

A la hora de los acompañamientos, ya me sé los nombres y las historias, y es una sensación desconocida y reconfortante. Veo procesos en estos años, traslados, enfermedades curadas, permutas de servicios… y también debilidad, inquietudes, cambios que se vislumbran pero que cuesta acometer. La erosión del tiempo y los desafíos de la misión; largo recorrido acumulado y nuevas rutas por explorar.

Lo femenino está muy presente estos días. Las mujeres son protagonistas de varios de los textos que consideramos. Hay un ejercicio que se titula “Dios Madre”, y otro “la Ruah”; es interesante descubrir que las funciones de la Espíritu corresponden a actitudes y estilos habitualmente propios de la maternidad y la feminidad: inspirar, ayudar, sostener, amparar, cuidar, hacer nacer… Pero cuando se hace el intento cambiar el género de Dios en las oraciones litúrgicas, te encuentras con una especie de muro semántico: ¡todo es masculino! Tenemos que remar mucho en la inclusión espiritual y efectiva de la mujer en la Iglesia.

La Eucaristía de la tarde es el momento de las resonancias. No hay homilía, sino que se trata de compartir lo que se ha vivido en la jornada; es la oportunidad de romper el silencio y ofrecer el regalo de lo que cada cual ha profundizado, el fruto del encuentro con Dios Madre. Intervenciones íntimas, descubrimientos, pero también planteos, luces, o simplemente el agradecimiento espontáneo o la intercesión sincera.

Y así he pasado estos días, tratando de dejarme enseñar, –yo también, tan discípulo como cualquiera–, por Dios Madre. Como buena pedagoga, utiliza la insistencia para señalarme la centralidad de la misión adorante, del oficio sencillo pero sustancial de consolar, de acompañar, de servir, de curvarme ante los pies más gastados, humildes y rotos. Y de entregar así la vida entera, a lo ancho y a lo largo, como hacen estas misioneras con pedigrí. Que tienen 80 años y solo piensan seguir en la brecha. Lindas y pistoleras.

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