Un montón de felices paradojas

Las calles de las ciudades, los caminos de las aldeas, parecen el el Domingo de Ramos monumentos con miles de columnas, que tienen el cielo por techo soportado a hombros por millones de fieles. En muchos lugares es el único día que los abuelos acompañan a los nietos a la iglesia.  En la parroquia de Aguís, grandes y pequeños, nietos y abuelos, llevan ramos de laurel. “Por aquí hay grandes matorrales de laurel, crecen en los muros de la huerta o mismo del patio. Decían los antepasados que defendían la casa de la que el patio y la huerta hacen parte”. “Vaya manera de acompañar al pobre hombre en víspera de su pasión”, exclamó uno de los tertulianos. Todo el mundo sabe que es actualizar, rehacer la entrada de Jesús en Jerusalén para allí celebrar la Pascua con los suyos. Iba a una fiesta y la gente lo recibió tendiendo ramos y hasta sus vestidos a su paso. De todos modos, no me extraña que te parezca raro porque toda la vida de Jesús es una auténtica paradoja. Hasta creer en Él es creer en  un montón de paradojas, todas felices para un creyente.

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