IBICLA 2, Cuatro formas de Iglesia: Federación de tribus, reino, templo universal, comunidad de libro

Presente ayer el programa y libro base de este curso, sobre la iglesia de los compañeros, amigos y hermanos de Jesús

Hoy pongo de relieve   los cuatro momentos/rasgos de la iglesia  bíblica: federación de tribus, reino unificado, comunidad de templo (culto) y escuela de vida que se  funda en el libro de Dios (Biblia).

Siguiendo en esa línea, hoy “día de San José”  (19.3.24),  presento a la iglesia como casa/pueblo de aquellos que (según Mt 1, 18-25) comparten el ideal y camino (=conversión) neo-israelita del "padre" de Jesús.

Mapa De Las 12 Tribus De Israel

PRIMER ISRAEL. IGLESIA TRIBUS

Salir del Imperio/Egipto, empezar como tribus Siglos  (XIII-X a.C.).

La zona siro-palestina había estado bajo dominio de Egipto. Pero en este momento, aprovechando un repliegue-decadencia de Egipto, los pueblos del entorno (Aram, Moab, Amón, Edom, Pentápolis Filistea…) habían creado reinos, con administración unificada).

  1. En ese primer momento mientras los israelitas seguían siendo federación de tribus, pero la fe en el mismo Dios les vinculaba más que un rey o proyecto político- administrativo. Así conservaron (crearon) una fuerte conciencia de autonomía familiar y libertad/cooperación social. Cada “casa”, clan y tribu era independiente, sin centro superior, ni plan social unificado; pero todas estaban vinculadas por una experiencia compartido de fe, libertad y solidaridad político-social
  2. Las tribus de Yahvé (Gottwald) Esta federación surgió a partir de varios grupos raciales y sociales, vinculados por su marginación: pastores trashumantes de estepa, hebreos fugados de Egipto, campesinos y soldados dependiente de los reinos cananeos. Todos ellos formaron una alianza de familias, sin un poder más alto como el de las ciudades cananeas (presididas por un rey sagrado y un templo, bajo soberanía egipcia).

SEGUNDO ISRAEL. IGLESIA REINO DE YAHVÉ.

Israel/Samaría y Judá. Política de poder, rey sobre tribus  (siglos X-VI a.C.).

En el X a.C., la federación de tribus resultó poco eficaz ante la amenaza de los filisteos con su aparato militar al servicio de ciudades fuertes. Lógicamente, para mantener su independencia, los federados “hebreos” debieron ceder parte de su autoridad comunal y así crearon dos monarquías, tras un ensayo más breve de Saúl, bajo la dirección de David, condotiero de Judá, luego rey, que copió en parte el tipo de autoridad egipcia (faraones) y de los pequeños reinos cananeos, bajo control socio/militar de Egipto.

- Sacralización del Rey, religión del poder En ese contexto, los israelitas del sur (Judá y Benjamín) sacralizaron la monarquía, tomando a Dios como Rey y protector del pueblo y a David y sus sucesores como representantes de Dios, con rasgos mesiánicos, conforme a una visión muy extendida entre naciones e imperios que divinizaban a sus reyes.

- Fracaso de la religión del rey. Profetas. Cae el reino norte (722), y cae el reino sur (476).  Al enfrentarse con los nuevos imperios del entorno oriental (Níni-Asiria y Babilonia), los reinos de Israel quedan destruidos… Desaparece de hecho el “reino humano/político” de Dios… aunque un tipo de fondo regio (Dios reino) sigue en Jesús y, sobre todo en el cristianismo posterior (romano, bizantino, germano, hispano, Franco, Anglosajón, Ruso…). 

3  ISRAEL, IGLESIA TEMPLO/SACERCOCIO (siglo VI a.C.-I d.C)

I Kings 8:2-21: Solomon Builds the First Temple | My Jewish Learning

Fracaso de Israel como reino  política; nuevo Israel/iglesia como templo

La destrucción de los reinos (y reino especialmente la caída del templo de Jerusalén, 587 a. C.) fue la muerte  de Israel . Pero en otra perspectiva, aquella destrucción fue una experiencia positiva, un principio de resurrección, pues hizo posible el surgimiento de un pueblo renovado, en torno a Jerusalén, con vocación de universalidad, sin instituciones estatales, pero con una fuerte identidad centrada en la Biblia que ratifica la memoria-conciencia de elección y unidad del nuevo Israel que culminará en el judaísmo rabínico y en el cristianismo).

Parece más fácil mantener la identidad social con Estado firme y estructuras político/militares y políticas fuertes. Pero si los nuevos judíos de la restauración (tras el 515 a.C.) hubieran conservado o recobrado su Estado independiente, con rey, tierra y ejército, serían como otros pueblos y, probablemente, habrían desaparecido, anegados por la marea de la historia.

La diferencia del nuevo Israel, su “milagro” social y religioso, fue que los exilados de Babel y los sometidos de Palestina, no sólo conservaron, sino que aumentaron su identidad sobre unas bases culturales y religiosas, más que puramente políticas y militares. De un modo consecuente, tras la nueva “paz” que les ofreció el imperio persa (a partir del 539 a.C.) los israelitas palestinos y los exilados (muchos viviendo fuera de la tierra de Israel), no formaron ya un estado propio (con independencia política y militar) , sino una comunidad de religión y culto, en torno al templo.

Comunidad de templo, bajo sacerdotes. Bajo supervisión persa, a partir del siglo V a.C. los judíos empezaron a ser una comunidad de culto y  templo, un estado-templo, como otros estados-templo que fueron surgiendo en el entorno del Imperio persoa. Simbólicamente, ellos se definen como Qahal, Ekklesía o Comunidad sagrada, reunida ante el Sinaí, para recibir la Ley de Dios (cf. Dt 5, 22; 23, 4; Neh 13, 1), a quien descubren y veneran en el tabernáculo (templo). De un modo consecuente, el sumo Sacerdote del Templo adquiere autoridad legal (social y religiosa) sobre los habitantes de la provincia de Judea, que forman una especie de hinterland o entorno sagrado del santuario. Iglesias cristianas… desde siglo XI,  han sido iglesias/nación (reino) e iglesia culto…

 4. IGLESIA ISRAEL, LIBRO-LIBRO:  RABINOS.

La comunidad de ley/templo acaba el 70 d.D., hasta hoylibro. Israel se constituye como  Israel como qahal (ekklesía), pueblo convocado por Dios en torno a un un libro de memoria (Escritura, tradiciones: Misná, Talmud…), y dividido en comunidades sinagogales constituye un elemento esencial del nuevo Israel, con sus tres grupos que se irán distinguiendo en tres grupos entre el II a. C. y el III d.C. (a) Judíos rabínicos, que asumen la tradición nacional del judaísmo de Jerusalén. (b) Samaritanos, que se siguen definiendo como israelitas, con la misma ley o Pentateuco que los judíos, pero con un templo distinto (del monte Garizim) y con tradiciones en parte diferentes sigue.

De las tribus a las sinagogas. Las tribus habían sido grupos de campesinos libres, asociados de manera familiar y social (militar) por vínculos de cercanía y fe religiosa, parcialmente semejantes a otros grupos del entorno. Las sinagogas, en cambio, son grupos libremente vinculados por la Palabra de Dios y las tradiciones o leyes de los antepasados, en medio de grandes imperios (persa, helenista, romano, que se imponen por su poder económico-militar e ideológico). El templo cayó definitivamente (el 70 d. C), como había caído la monarquía anterior (587 a.C.), pero la identidad del judaísmo se mantuvo y creció por encima de esa crisis, sobre bases de Escritura (Biblia) y vinculación sinagogal.

19.3. 2024. IGLESIA NUEVO PUEBLO, REFLEXIÓN SOBRE EL PADRE "José"

Proclamación de San José como “Patrono de la Iglesia Católica” - Fátima ...

Nueva iglesia, crisis del padre

Nos hallamos en un tiempo de crisis del “padre”, una crisis que tiene razones coyunturales, culturales y sociales. Es tiempo bueno para reflexionar sobre ello, en el contexto del paso de Israel a la iglesia de Jesús (con Josè y María) Razón coyuntural. Y cultural El símbolo padre ha perdido importancia o resulta negativo: en ciertos grupos humanos ha llegado a difuminarse de tal forma que ¬muchos niños sólo conocen y respetan de verdad a la madre (si lo hacen), pues el padre en cuanto tal no vive habitualmente en la casa o no ejerce en ella una función educadora o afectiva.

 La vieja sociedad jerarquizada (fundada en la ley/poder del padre), ha cumplido su función y parece que nos ha dejado, pero “sin dejar” alternativa. Hemos matado y enterrado (simbólicamente) a ese padre (o el padre ha preferido desaparecer), de manera puede haber surgido una humanidad igualitaria que es buena, sin normas impositivas (cosa también buena), pero sin consistencia interna, sin valores creadores.

Si a Dios le llamamos “padre”, hacemos una opción injusta en favor del sexo masculino: dejamos a la madre en un segundo plano, nos olvidamos de ella al entrar en el misterio. En esa línea, son muchos los que piensan que la invocación paterna de Dios es un residuo de antiguas concepciones patriarcalitas, que han servido para someter a las mujeres. Pero unas madres sin padres corren el riesgo de perder algo muy hondo, vinculado a la comunicación y alteridad del ser humano. Por eso, quizá tengamos que decir que Dios no es sólo padre, pero añadiendo que es también padre.

Iglesia: Ley padre. Madre y maestra, fratría sororidad, compañeros amigos… Cuadrilla, nueva tribus, sociedad perfecta… Introducción  Símbolos de Iglesia: Baptisterio, mesa común…

La verdadera paternidad humana no es la de tipo biológico, que puede ser efecto de una relación momentánea o de un banco de semen masculino. Auténtico padre es quien acoge y educa al niño en el amor y palabra. La verdadera maternidad no es tampoco la meramente física, pues en ese plano se podría acudir a una madre de alquiler y, quizá, algún día, a una máquina compleja que sirva de útero para la gestación del semen fecundado, como había imaginado ya hace tiempo A. Huxley, Un mundo feliz (1932). Ciertamente, parece que los meses de gestación en el útero materno establecen unas  relaciones especiales de convivencia (¿amor?) entre la madre y el embrión, de manera que resulta difícil prescindir de una “gestación humano/materna” de los niños. Pero, estrictamente hablando, no se puede descartar, la posibilidad de que se fabriquen un día úteros mecánicos, como incubadoras muy avanzadas donde se deposita el semen fecundado, para que se despliegue hasta el momento de su nacimiento.

Sea como fuere, la maternidad más honda no está ligada ya ni al vientre (puede haber, como he dicho un vientre externo), ni a los pechos de la madre física (muchos niños se alimentan ya desde ahora sin leche materna), como sabía ya Jesús (cf. Lc 11, 27-28), sino a la fe/acogida/educación de los padres y/o familia sustitutoria.. La maternidad/paternidad  auténtica se sitúa en el nivel de la acogida personal, del cuidado y la palabra, que acoge, cuidad/quieren a los niños y les acompañando y suscitando al niño a lo largo de sus primeros años. También la paternidad (¡sobre todo la paternidad!) debe situarse en el plano de la palabra y del cuidado, de la fe y de la entrega personal al servicio de la nueva vida, en comunión con los padres. Aquí entra José, esposo de la "madre de Dios" (padre del Hijo de Dios). En este contexto ha venido a situarnos, de manera nueva y más intensa la investigación científica y la psicología.

Quizá la ciencia, un día, podrá sustituir/definir de manera distinta algunos procesos biológicos de la concepción y gestación de nuevos seres humanos. Lo que no podrá hacer es suscitar o, mejor dicho, crear personas, porque las personas necesitan meses y meses, años y años de acogida y gestación personal, y sólo unos seres humanos son capaces personalmente nuevas personas.

Lo que define la vida humana en su nacimiento y maduración no es la paternidad-maternidad biológica, sino la gestación personal/cultural, estrictamente humana, que se expresa a través del amor directo, sin que exista máquina alguna (incubadora o computadora) que pueda sustituir a los padres. El mayor problema y la mayor riqueza de nuestro mundo es la madurez afectiva y la felicidad y la fidelidad de las personas que en un momento dado desean trasmitir la vida, porque lo quieren, es decir, porque se quieren, de un modo gratuito, generoso, responsable.

Hasta ahora, el proceso de la evolución biológica se había venido desarrollando casi sin saberlo, como si una fuerza interior (que podemos llamar divina) hubiera ido guiando las mutaciones genéticas, que se expresaban externamente a través de unos procesos de azar y necesidad. De esa manera, la vida ha funcionado, se ha extendido y diversificado, hemos surgido los hombres como seres especiales y nos hemos propagado. Hasta ahora, la propagación de la vida humana había seguido también unos esquemas y modelos básicamente “naturales”: los padres engendraban por deseo natural y tenían, de ordinario, los hijos que Dios quisiera, es decir, los que nacieran por naturaleza.

Algo está cambiandoHay un cambio científico. Al desarrollo de la física ha seguido, en los últimos decenios, un despegue espectacular de las ciencias biológicas. Estamos descubriendo admirados nuestro poder: somos capaces de introducirnos en el interior de los procesos biológicos, suscitando mutaciones, seleccionando cambios genéticos e influyendo no sólo en el despliegue de la vida vegetal y animal (creando transgénicos y clonando animales), sino también influyendo en el surgimiento de la vida. Sin duda, esa capacidad de influjo genético es buena; pero si unos científicos manipulan los genes (especialmente los humanos) para servicio egoísta de algunos o para triunfo del sistema social, pueden surgir daños irreparables para la especia humana. La verdadera paternidad/maternidad no se da en este nivel de ciencia, pero lo que haga o deje de hacer la ciencia tiene mucha importancia para la paternidad/maternidad humana.

Cambio en la visión de la paternidad/maternidad humana. Dentro del gran abanico de la vida, al interior del proceso de los animales superiores, los hombres formamos una especie que existe en la medida en que sus miembros  se atraen, se quieren  y completan entre si, se acompañan y ayudan entre sí, para transmitir y engendrar nuevas vidas humanas [AP1] , en una historia en la que resulta esencial el gozo de vivir y la vida compartida. En este plano se sitúa la madurez afectiva de los hombres, que se sientan felices de ser y atraerse, varones y mujeres, para asumir y potenciar de esa manera el proceso de fecundación, gestación, nacimiento y educación personal de nuevos individuos.

La novedad esencial se encuentra en ese último momento: la verdadera paternidad humana culmina y se expresa en la acogida educación personal de los niños, en un proceso de donación, presencia y enseñanza que les hace surgir a la existencia humana de manera gozosa y personal, en nivel afectivo, lingüístico, social etc. En este plano se sitúa el verdadero amor de padre/madre. Dios, matriz eclesial. Baptisterios: anabautistas/menonitas, bautista… Desde ese fondo puede reinterpretarse la visión del evangelio, que ha puesto de relieve la paternidad/maternidad estrictamente humana no sólo de los padres biológicos, sino del conjunto de la comunidad, que acoge en amor y palabra a los niños. Jesús vivió en un tiempo de crisis de padre; eran muchos los niños abandonados, en la calle; pues bien, ellos han de ser, conforme al evangelio, los primeros destinatarios del amor cristiano (cf. Mc 9, 32-37; 10, 13-16). 

Nacer de Dios (si no nacéis de nuevo, de arriba: Jn 3). En ese contexto podemos aludir al Dios padre-madre como experiencia de gratuidad y palabra creadora, en un gesto social abierto hacia los marginados, es decir, hacia aquellos que, en general, en aquel tiempo carecían de un padre legal que les reconociera. En este contexto de ausencia, Jesús presenta a Dios como auténtico padre-madre: como aquel que regala a los hombres la vida y les acompaña, en un proceso de engendramiento gratuito y gozoso.

19 DE MARZO: SOLEMNIDAD DE SAN JOSÉ, PATRONO DE LA IGLESIA UNIVERSAL ...

Nacer de Dios, nacer de la iglesia.

Lógicamente, el tema religioso  la visión paterna de Dios resulta- inseparable del gesto social (eclesial) del evangelio, vinculad a seres humanos (a la comunidad como útero paterno/materno del que surge la vida de los nuevos seres humanos.  como ofrenda de vida para aquellos que están necesitados. Por eso, según el evangelio, ya no basta el signo natural de las religiones antiguas, que presentan a Dios como Gran Madre, útero vital del que nacemos y al que retornamos por la muerte. Este símbolo tiene un gran poder de evocación, pues la madre nos precede, como expresión del proceso total de la vida de la que procedemos. Pero, al llegar al nivel humano, esa vida en cuanto tal resulta insuficiente: no basta engendras, no basta la madre natural, es m más importante la madre (padre-madre) social.. Es necesario un tipo de acogida y educación especial, del padre y de la madre, una educación que se extiende hacia los niños abandonados, que son también hijos de Dios. Los animales no tienen padre/madre  sino engendradora.

 Los hombres, en cambio, tienen madre: no han nacido, sin más, de la tierra, o de la potencia generadora (física) de la naturaleza, sino de una persona, que les ha acogido y educado, que les ha querido y situado dentro de la historia (de su propia historia). El paso de engendradora a madre/padre personal está al principio del proceso de humanización y constituye uno de los elementos fundamentales de la historia cultural (religiosa) de la humanidad. Pues bien, la madre humana no puede estar ya sola, sino que su función de amor y de palabra (de acogida-educación) ha de expandirse y abrirse, de manera que ella se encuentre acompañada por el padre y por el conjunto social, que acoge a los niños. No es bueno que el niño tenga sólo madre aislada, sino más madres, más padres, hermanos, en la línea del evangelio.No es bueno que la divinidad sea sólo materna. Es mejor que haya padre-madre, que el niño nazca de un amor dual, de tal manera que no pueda refugiarse sólo en la madre (como si ella fuera toda para él), sino que surja de un amor doble, de dos personas que se aman. Es bueno que el niño nazca de una sociedad de amor.

Los seres humanos necesitan madre y padre Siguiendo en esa línea, podemos añadir que una visión puramente materna de la realidad (de la fecundidad humana), entendida en clave biológico y/o exclusivista, no sólo es limitada en plano religioso, sino que antropológicamente falsa. La historia humana no procede (no se expresa ni expande) de manera unívoca (sólo materna o paterna), ni actúa de una forma inconsciente, divinizando, sin más a una potencia engendradora (madre). Ella actúa y se expresa, más bien, a través de un diálogo o encuentro personal entre madre y padre, mujer y varón, en proceso cultural de enriquecimiento (de alianza personal) que se extiende al conjunto social, entendido como espacio de acogida y crecimiento de los niños. Así se vinculan madre, padre y sociedad. En tiempos antiguos pudo pensarse que sólo la madre engendra, el varón era secundario. Los nuevos tiempos han supuesto que sólo el varón crea, pues la madre es receptiva. Hoy sabemos que es preciso el amor dual, del padre y de la madre: ellos, en su mutuo amor, asumido y desplegado en libertad, hacen posible el surgimiento de los hijos. Hoy sabemos que resulta necesario el amor y la acogida del conjunto social para que los niños puedan crecer de forma humana.

Hay que superar también el matriarcado Las culturas patriarcales, que han determinado la historia de oriente y occidente han tendido a pensar que la mujer es un puro receptáculo (ánfora, útero) del semen paterno: ella no da vida, simplemente la acoge; ella no engendra, recibe en su seno el semen del varón, para madurarlo y cuidarlo luego, por un tiempo. El varón es forma, la mujer materia; el varón siembra, la mujer recibe la semilla como tierra; el varón crea vida, la mujer la cuida. No sabemos si existió históricamente el matriarcado. Lo que sí ha existido y sigue existiendo, de algún modo, hasta el presente es un orden patriarcal donde la “prioridad” seminal del varón se traduce en el surgimiento de una sociedad dominada por varones, que dirigen y “protegen” a sus mujeres, para engendrar por medio de ellas a sus hijos. Pues bien, hoy sabemos que esa visión ha sido equivocada. Posiblemente, el predominio patriarcal ha nacido del miedo: el “poder generador” del varón (que se ha creído superior a la mujer) ha sido y sigue siendo un poder amenazado, pues el varón nunca ha estado seguro de ser padre de su hijo, a no ser sometiendo y controlando a la mujer, haciéndola así subordinada. Para saberse padre: el varón ha tenido que emplear la violencia, controlando a la mujer. Hubiera sido necesario un diálogo en igualdad, entre varón y mujer, para que surgiera entre ellos una confianza o comunión de amor, sin imposición de uno sobre el otro, superando así el matriarcado o patriarcado unilaterales. Sin duda, una comunión como esa se ha podido dar y se ha dado muchísimas veces, en casos aislados, pero, en su conjunto, la cultura humana ha seguido un camino patriarcal, violento, donde el varón ha ejercido sobre la a un control enfermizo y dictatorial. 

19.3.24NUEVO TESTAMENTO.  CONVERSIÓN Y TRANSFORMACIÒN DE JOSÉ Evangelio de   Mateo: José es Israel, la  conversión de José (Mt 1,18-28)

 Mateo presenta a José como Hijo de David (Mt 1, 20), es decir, como Iarael, heredero de las promesas mesiánicas, un hombre «justo» (dikaios) que cumple lo que exige y pide la ley divina (Mt 1, 19). Lógicamente, él debería presentarse como padre patriarca, trasmisor de las promesas mesiánicas, como alguien capaz de decir a Jesús lo que ha de ser, la forma en que debe comportarse, como portador de la voluntad y de la misión de Dios para su hijo.

Pues bien, el ángel de Dios le pide que renuncie a su paternidad, con los derechos que ella implica, poniéndose al servicio de la obra de Dios María, su esposa (Mt 1, 18-25).

De esa forma le pide lo más fuerte y costoso que puede pedirse a un hombre, especialmente si es israelita: que renuncie a su derecho y que acepte, acoja y cuide la obra que Dios ha realizado en su mujer María. Frente al varón dominador que duda de su esposa y la utiliza, frente al hombre que pretende «conquistar» a las mujeres y tomarlas como territorio sometido, se eleva aquí la voz más alta del ángel de Dios pidiendo al varón José que respete a la mujer María, aceptando lo que Dios realiza en ella. En el principio de la historia de la liberación cristiana está la fe de este buen varón José, que se ha dejado cambiar, convirtiéndose de algún modo en cristiano ante María. Mt 1,18-25. Una introducción.   

La genealogía  patriarcal (Mt 1, 2-16)acaba en José, representante último de la genealogía israelita, depositario de una tradición que viene desde Abrahán. Ciertamente, es un varón concreto, esposo de María (1,16). Pero aquí es algo más que un individuo privado: es el signo y meta de todo el camino patriarcal, encarnación concreta del Israel masculino, genealógico y mesiánico. José aparece como culmen de una línea que está centrada en David (1, 20) en el sentido fuerte del término: es descendiente y heredero de los derechos reales del fundador de la monarquía “mesiánica”. Pues bien, el narrador de la genealogía le llama simplemente esposo de María (1,16), como indicando que su poder genealógico (patriarcal) depende de sus relaciones con la madre de Jesús: es como príncipe consorte; no es siquiera padre biológico del heredero.

Sería difícil hallar un ejemplo más fuerte de ruptura antipatriarcal. José encarna la autoridad de la familia israelita, la promesa de la herencia de Abrahán, el reino de David... Pues bien, todo eso ha quebrado cuando llega el verdadero mesías de Dios. Mateo no emplea un lenguaje conceptual, antilegal, para expresarlo; pero dice lo mismo que Pablo en Gal y Rom (cf Gal 4, 4) con un bellísimo símbolo de nacimiento mesiánico (divino), utilizando para ello métodos que son conocidos en su ambiente judeocristiano y pagano   Viejos son los métodos formales del relato, pero lo que cuenta Mt es nuevo, algo que nunca había sucedido y por eso su lenguaje se vuelve distinto y sólo es posible allí donde la historia genealógica se rompe y se abre simbólicamente al misterio del evangelio. El texto es narración y no disputa conceptual.

Desposado ya, José descubre que su esposa se encuentra encinta. Como es varón justo (¿bondadoso?), por no iniciar un trámite legal siempre sangrante, superando de alguna forma su derecho patriarcal, decide repudiarla en secreto (1, 18-19). Esto es lo más que puede hacer desde la ley israelita. Por un lado, renuncia a la sanción impositiva (no condena a su mujer, no la entrega en manos de un talión matrimonial hecho por varones). Por otro la abandona a su suerte, dejando que ella, madre embarazada, sea quien resuelva su problema. Como justo varón patriarcal, José se inhibe; no puede aceptar algo que rompe su modelo de estructura genealógica del mundo. Pero el ángel de Dios habla en la noche:

José, Hijo de David, no tengas miedo en recibir a María, tu esposa, lo que en ella se ha engendrado proviene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús, pues él salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que dijo el Señor por medio del profeta: Una virgen ha concebido y dará a luz un hijo y le llamarán Emmanuel, que significa Dios con nosotros (1, 20-23, cf. Is 7, 4)

 - Lo más importante es la ruptura de la línea patriarcal, es decir, la conversión de José. Como Hijo de David, José tenía derecho a ser padre del Mesías (según muestra Rom 1, 3-4), culminando la promesa israelita de la ley o victoria nacional. Lo que está en juego no es la visión del padre en cuanto tal, ni el sentido mas profundo del varón. Lo que el texto rechaza es el patriarcalismo davídico concreto del varón que dirige a la mujer, del padre que controla y sacraliza a los hijos. Eso es lo que José debe superar (realizando el más profundo sacrificio israelita) en favor de la salvación universal de Dios. El texto supone que José se ha convertido, rompiendo ese tipo de patriarcalismo: ha recibido a María, ha impuesto nombre filial a un hijo que no es suyo, introduciendo así en el campo de la promesa israelita al hijo de Dios y salvador universal.

- El texto expresa una verdad de fe para todos los cristianos. El nacimiento “virginal” de Jesús es símbolo fuerte de la obra escatológica de Dios que se encarna en el mundo no sólo como “idea” o mensaje salvador sino como persona. Desde el momento en que el mismo Jesús es salvador (Dios con nosotros) resulta necesario confesar su nacimiento; no basta con mostrar que ha predicado el reino y muerto por los hombres (como hace Mc); tampoco basta proclamar su pascua (¡Dios le ha resucitado!). Hay que volver al origen y descubrir (decir) cómo ha nacido. Así lo hace nuestro texto al afirmar que ha sido engendrado por el Espíritu Santo, es decir, por la misma fuerza creadora y providente de Dios que actúa en el principio (Gen 1,1-2) y final de nuestra historia (cf Ez 37). Dios mismo suscita a su Mesías (¡Hijo!) y cumple la promesa israelita haciéndole nacer de una madre/virgen, en medio de la historia. De esa forma expresa (ejemplifica y simboliza) Mt 1, 18-25 lo que decía Gal 4, 4: Dios envió a su Hijo “nacido de mujer”, rompiendo los límites de una ley patriarcal expresada por José.

Al fondo del texto está la imagen de Is 7,4, el signo enigmático y esperanzado de una muchacha que alumbra en medio de la guerra. En ella ve Mateo la expresión de eso que pudiéramos llamar superación mesiánica del patriarcalismo. Emerge así la más bella paradoja de una virgen madre que, brotando de Israel, rompe por dentro los principios del dominio patriarcal israelita.  

FRANCISCO PAPA. JOSÉ: CON CORAZÓN DE PADRE

El papa francisco publicó un documento  titulado Patris Corde (Con corazón de padre: 09. 12. 2020), dedicado a San José, con motivo de los 150 años de su declaración como Patrono de la Iglesia (Pío IX: 08.12.1870).   

(1) Francisco  destaca la relación del esposo de María con el patriarca José… que ya no es patriarca sino amigo, compañer, protector de sus hermanos en Egipto, y con el rey David, portador de las promesas mesiánicas.Insiste en la paternidad de José, y la entiende como amor de ternura creadora y no como imposición patriarcalista, de dominio impositivo.

(2) Francisco pone de relieve la capacidad más honda de José, como hombres que escucha y dialoga con Dios (y con María, su mujer), en tiempos de dura opresión, impuesta por los poderes del mundo. Destaca su forma de entender y acoger la presencia de Dios en los pobres y excluidos, tal como están representados en María, su esposa, y en Jesús, su hijo, a cuyo servicio "mesiánico", de comunión universal, pone su vida y trabajo, su amor y su fuerte ternura

(3) Francisco presenta a José como un hombre valiente, que asume los riesgos del mundo, trazando caminos de humanidad nueva y esperanza, desde el mismo exilio, con aquellos que carecen de seguridad y patria la tierra. José es un "pobre trabajador",  pero pobre que se arriesga en el servicio a los demás, en tiempo de persecución, riesgo y muerte y exilio.

(4)   En esa línea Francisco define la “castidad de José” (su limpieza más honda, su transparencia de amor con María, al servicio de la vida que es Jesús), definiéndole como hombre de amor no posesivo ni dominador, en contra de un tipo “machismo” patriarcal, propio de varones que se creen sexo fuerte y dominante:

La castidad está en ser libres del afán de poseer en todos los ámbitos de la vida. Sólo cuando un amor es casto es un verdadero amor. El amor que quiere poseer, al final, siempre se vuelve peligroso, aprisiona, sofoca, hace infeliz. Dios mismo amó al hombre con amor casto, dejándolo libre incluso para equivocarse y ponerse en contra suya. La lógica del amor es siempre una lógica de libertad, y José fue capaz de amar de una manera extraordinariamente libre. Nunca se puso en el centro. Supo cómo descentrarse, para poner a María y a Jesús en el centro de su vida” (Patris Corde 7).

      Estas son, a mi juicio, las palabras centrales de la Carta Apostólica de Francisco y se aplican  no sólo en los padres de familia, sino a los ministros de la iglesia, que sólo son “padres” cristianos renunciando a la paternidad patriarcal del poder jerárquico, (no al amor humano, ni al matrimonio), para así aparecer y actuar como servidores amorosos (no dominadores ni dueños de los otros). Al definir así a José, el Papa Francisco se está definiendo a sí mismo, como José al servicio en amor de la Iglesia.

Lógicamente, esta Carta, dedicada a José (hombre de corazón paterno), ha de entenderse a la luz paradójica de la afirmación clave de Jesús que dice: «No llamen/llaméis “padre” a ninguno de ustedes en la tierra, pues uno solo es su Padre, el del cielo» (Mt 23,9).

Estas palabras, que Francisco ha recogido como centro de su visión de José y de la “familia” de la iglesia, forman la clave de su documento y de su programa básico de familia cristiana.  

Volver arriba