Jesús contra el Diablo: demonios del mundo y de la iglesia (Mc 1, 12-13)

El evangelio de este Dom 1 Cuaresma (Mc 1, 12-15) consta de dos partes. De la segunda (1, 14-15: Mensaje de Jesús: conversión o metanoia) traté ayer. De la primera (1, 12-13: Jesús y el Diablo) trato aquí de forma esquemática. He desarrollado el tema con mucha extensión en otros trabajos. Aquí lo presento de un modo esquemático, como introducción al evangelio de Marcos y reflexión sobre el drama de Dios y la tarea de los hombres. Buen domingo.

Good Jesuit, Bad Jesuit: Pope Francis On The Duel Between Jesus And Satan

Texto, Marcos 1,12-15

En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre animales, y los ángeles le servían.

Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: "Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio."

Introducción  

            Hoy comento la primera parte del texto, que retoma el  motivo del paraíso (Gen 2-3) y lo aplica a Jesús, como hombre nuevo (verdadero Adán/Eva), principio de la nueva humanidad, presentación de los dos personajes del evangelio de Marcos:  el Diablo y Jesús.  Estos son sus cuatro temas.   

-- Jesús estuvo en el desierto cuarenta días. Cuarenta días son el tiempo de prueba de la vida, camino que en Éxodo lleva de la esclavitud (Egipto) a la libertad de la tierra. Primitiva. Jesús es la Nueva humanidad, en él condensada, varón y mujer, judíos y gentiles. Esos cuarenta días no son tiempo “cronológico”, sino kairológico (kairos, condición de la vida humana)

-- Siendo tentado por Satanás. Jesús es el Hijo (la humanidad de Dios, como acaba de decir la voz de 1,9-11). Es Dios encarnado, realizando la travesía de la humanidad. Satanás (Diablo/Tentador) forma parte de la humanidad/encarnación de Dios. Se le puede entender como condición de la finitud (Dios haciéndose tierra, vida humana) y riesgo de culpabilidad. No  un Satán Externo (Dios o diablo con cuernos y poderes cósmicos). Es la misma tentación o riesgo de la vida.

Dios no lo crea (no es creación, sino anti-creación, un tipo de antimateria). Ese Diablo/tentación es la misma prueba de la vida humana. Es por una parte lo más grande que somos/tenemos (libertad, poder dudar del mismo Dios, de nosotros mismos), siendo por otra parte lo más arriesgado y peligroso (poder de destruirnos, poder de muerte). Según eso, el Diablo/tentación forma  parte necesaria y peligrosa de nuestra vida. No es un diablo material externa, es la condición diabólico/divina de nuestra vida humana.

-- Y vivía con las animales (theriôn), es decir de los animales (no de las alimañas como pone de un modo equivocado la traducción litúrgica española). Éste es el nuevo Adán, que pone nombre a los animales, como dice Gen 2-3, pero que esta sólo ante ellos y con ellos, pues no le dan verdadera compañía. La buena nueva de Jesús es un retorno de nuestro origen cósmico y animal, el descubrimiento de que somos tierra/polvo, de que somos árbol/planta, de que somos animales, ha puesto de relieve la tradición ecológica.

---Y los ángeles le servían (Mc 1, 12-13). Siendo parte del mundo animal, el hombre es parte del mundo angélico, es decir, del espíritu y palabra de Dios…Sabiendo que todo está al servicio de los hombres… Igual que los animales están al servicio de los hombres, también están a su servicio los ángeles, las “inteligencias, la vida”, como dice de un modo radical Pablo: “  todo es vuestro: sea Pablo, sea Apolos, sea Cefas, sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente, sea lo por venir, todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios. (1 Cor 3, 22-23).

Esta es la nueva humanidad, condensada en Jesús, a quien el mismo Dios ha llamado (creado, instituido, como Hijo: Mc 1, 10-11) es un relato simbólico, de intenso contenido existencial, que ha de entenderse bien, pues indica la hondura abismal y la tarea de la vida de Jesús (y de los que en él creen/creemos), en términos de fondo sagrado y de intenso compromiso, como ayer mostraba. Es un texto que ha de entenderse como relato de nueva creación (como Rom 5), pero con unas  anotaciones fundamentales

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  1. Este Cristo, hijo de Dios, es la humanidad entera, varón y mujer, judíos y gentiles (cf. Gal 3, 28), humanidad que no comienza en un paraíso (Gen 2-3), sino en un desierto que debemos atravesar, para convertirlo en paraíso. El mundo del que nacemos, en el crecemos no es aún paraíso, sino que es desierto que debemos convertir en paraíso.
  2. Esta nueva humanidad no se transmite por generación varón-mujer (como en Gen 2-3), sino por comunicación humana, a través de la palabra y testimonio, por humanidad compartida. No se niega la generación biológico-personal, pero se abre un tipo más alto de comunicación humana.
  3. Desde aquí (a partir de Mc 14-15: tema de la conversión, metanoia o nueva conocimiento-ser) comienza la nueva humanidad, el evangelio como conocimiento nuevo, recreación humana.
  4. Desde ese fondo hay que re-interpretar el tema de las “fieras” (animales, sería), que no son alimañas como he dicho sino el fondo animal de la vida humana… Conforme a la tradición apocalíptica, los animales puede convertirse en fieras destructoras (Dan 7), en un tipo de monstruos demoniacos.
  5. Éste es el prólogo de todo el evangelio. El conjunto de Marcos será la concreción y desarrollo de este comienzo… Este es el tema del Apocalipsis de Juan, pero expresado en forma biográfica, no de escatología consecuente.

Entorno bíblico. Los judíos, un pueblo experto en “satanismo ·

División de “espíritus”. Israel ha trazado una separación de campos: ángeles y demonios han dejado de ser equivalentes: Partiendo de un dualismo moral, que adquiere caracteres muy intensos, los ángeles se muestran como poderes buenos, al servicio de Dios y para ayuda de los hombres; los demonios son, en cambio, negativos, destructores.

a) La separación de campos no llega al dualismo teológico: El Diablo no tiene verdadera categoría de antidiós; es simplemente un principio del mal que en ámbito de cosmos y, sobre todo, en un plano de división antropológica. Lo demoníaco forma parte de una historia humana que se destruye a sí misma.   

b) Jerarquización de lo demoníaco: El ámbito de poderes o espíritus perversos se halla dominado y dirigido por un príncipe del mal que ha recibido el nombre de Satán, Mastema, Diábolos o Diablo, Belial y Beelzebú, según las tradiciones; los demonios son sus ayudantes y seguidores, son la expresión concreta de lo demoníaco/satánico en la vida de los hombres.

c) Ángeles y demonios realizan (simbolizan) funciones contrarias que se centran, básicamente, en estos cinco espacios: sostenimiento o destrucción de la vida humana, apertura y cierre de la historia, origen del mal, libertad o esclavitid del cosmos, plenitud  (cielo, resurrección) o destrucción de la vida humana (muerte, infierno: retorno al abismo/caos del que ha surgido la humanidad de Dios por medio de la palabra y el amor).

d) Conclusión cristiana: Jesús, gran ángel encarnado en la historia, Hijo de Dios. El Nuevo Testamento reasume esos rasgos y supone esas funciones, pero las transforma y retraduce de una forma que juzgamos decisiva. Para ello, significativamente, rompe el paralelo entre los dos espacios: quien se enfrenta con lo demoníaco no es ya el mundo de los ángeles, sino el mismo Hijo de Dios, que es Jesucristo. Por eso, los ángeles pierden su importancia, al menos desde un punto de vista teológico; la función que ellos podían realizar, como enviados de Dios y amigos de los hombres, vienen a cumplirla Cristo y el Espíritu.

Teología satánica del Antiguo Testamento. Las tres perversiones

             Entre los ángeles que forman la corte de Yahvé y que de acuerdo con la vieja terminología politeísta reciben el nombre de sus «hijos», debe haber como en las cortes de este mundo un funcionario que defienda el interés de Dios y observe los pecados de los hombres, acusándoles delante de su trono. Tal es el personaje que aparece en Job 1 y que se llama, con su nombre de trabajo, el «satán», que significa «aquel que prueba» o adversario.

Ciertamente, ese «satán» no es todavía el personaje odiosamente siniestro de la tradición posterior, pero demuestra rasgos antihumanos, pues parece complacerse en la miseria de Job y en su caída. Esas notas se acentúan en Zac 3, 1-9. Satán, fiscal divino, acusa falsamente al sumo sacerdote y busca por encima de todo su condena. Dando un paso más, 1 Cron 21,1 , concede a Satán un nombre propio y le convierte en seductor que incita al Rey David llevándole al pecado. Todavía es mensajero de Dios, aunque ya sea la figura mala de su corte, algo así como el signo de amenaza que pesa sobre el hombre desde el mismo centro del consejo del Altísimo[i].  

La influencia persa, que puede haberse iniciado con la conquista de Ciro (540 a. de C) , sigue actuando aún después de la unificación cultural del Oriente realizada por Alejandro Magno y sus sucesores helenistas, en los tres últimos siglos antes de Cristo. Ha influido desde Persia el dualismo que enfrenta, de manera escatológica, a los espíritus buenos y malos, que son encarnación y signo de los dos reinos contrapuestos. Es más, parece haber tenido origen semejante la visión de los espíritus como personificaciones de las fuerzas de la naturaleza (estaciones, astros, vientos) y como guardianes de los hombres.

Sin embargo, es necesario precisar: la tradición persa posterior concibe el poder del mal, Angra-Mainyu, como espíritu increado, primordial, independiente del Dios bueno, aunque se espera que al final del gran combate de la historia habrá de ser vencido por Ahura-Mazda, Señor bueno. Para Israel, Satán y sus demonios fueron creados por Dios y, por lo tanto, no son independientes aunque pueden presentarse como responsables de la condición actual del mundo, es decir, de su caída y su pecado.

La especulación judía sobre Satán es una teodicea y una antropología: quiere resolver el problema de la perversión y el sufrimiento humano. Se presiente que el antiguo Dios se encuentra cada vez más alto y, además, parece incapaz de responder a las preguntas del pecado, del dolor y la injusticia que plantea el hombre nuevo. Sabe, por un lado, que Dios ha de ser bueno. Se observa, por otro lado, que el mal se ha desbordado y que penetra los resquicios más profundos de la vida: la existencia individual, la marcha de los pueblos, las raíces mismas de la tierra. Por eso ya no existe más remedio que afirmar que todo está en la mano de poderes enemigos que destrozan, que destruyen y que matan.

Esto significa que Satán (Satán y otros espíritus) se alzaron contra Dios: se han pervertido internamente y determinan la existencia de los hombres y la marcha de la tierra. Ciertamente, Dios es todavía el Señor de antiguos tiempos: juez definitivo y poder originario. Pero ese Dios ha permitido, en una especie de misterio incomprensible, que Satán, su servidor y mensajero se convierte en enemigo poderoso concediéndole, en un tiempo, la capacidad de dominar la tierra. Ese tiempo es por desgracia el nuestro. Así se explica la existencia del mal, de la injusticia, el sufrimiento de los justos y la muerte. Esto lleva al tema del origen. La caída de Satán  y su identidad se clarifica de tres modos: como perversión sexual; por alzamiento contra Dios; y por negarse a servir a los hombres.

La Biblia - TheWord: Gran diccionario de la Biblia - Xabier Pikaza

Satán, violencia sexual. La perversión sexual satánica se expresa como unión de los hijos de Dios (espíritus divinos) con las hijas de los hombres (Gn 6, 14). Amplifica y elabora extensamente ese mito el autor de 1 Henoc 6-36, refiriéndose a 200 «vigilantes» (espíritus que observan noche y día sin cansarse) que descienden a la tierra, se cruzan con las hijas de los hombres y engendra los gigantes primitivos. De la carne corrompida de estos monstruos han surgido los demonios, que pervierten a los hombres de la tierra.

Satán, rebelión contra Dios. Otro relato presupone un alzamiento contra Dios. Lo refiere 2 Henoc 29, 4-5 diciendo que Satán (Satanail), llevado de una idea irrealizable, pretendió poner su trono más arriba de las nubes, a la altura del poder de lo divino. Dios, como respuesta, le arrojó desde la altura, juntamente con sus ángeles rebeldes, obligándole a volar sin fin sobre el espacio del abismo, desde donde pervierten a los hombres.

Satán, orgullo y opresión humana. Una tercera tradición que relaciona la caída de Satán con la negación de servir a los hombres. Dios hizo a Adán según su imagen y ordenó a los ángeles servirle (o adorarle). Satán, al que se llama el adversario (Vita Adae et Evae 17, 1), unido a sus ángeles se opuso al cumplimiento de la orden y Dios le arrojó de la gloria. En ese fondo, Satán es el anti-amor. Amor es servicio inter-humano, satán es opresión, esclavitud y utilización de los hombres.

 Todas estas concepciones presuponen lo siguiente. 1) Hay un príncipe perverso (un gran espíritu) que ha roto la armonía de Dios sobre la tierra. 2) Con él existen otros muchos espíritus malos: son los ángeles rebeldes que acompañan a Satán en la caída o simplemente los «demonios viejos» de la tierra, que se encuentran sometidos al poder del Diablo. 3) Todos los hombres se encuentran, de algún modo, perdidos y sujetos a la tentación de lo diabólico y en especial algunos que han caído directamente bajo su influjo (los posesos). Distinguimos, por tanto, dos figuras.

‒ La primera  Satán (diablo, tentador, anti-Dios). La Biblia griega y el lenguaje popular le aplica el nombre de Diablo (diabólos, el detractor), y en los libros de aquel tiempo ha recibido numerosos nombres59. Los más utilizados parecen haber sido los que siguen. Es Satán (el tentador), el príncipe de los espíritus perversos que en el NT se convierte a veces en príncipe del mundo (de este mundo) (Jn 12, 31; 16, 11; 14, 30).

1 Henoc le llama Semjaza y Azazel, las luminarias que han caído de lo alto pervirtiendo todo el mundo (1 En 6-13). Según el libro de los Jubileos (10-11) el jefe de los malos espíritus recibe el nombre de Mastema, que parece significar lo mismo que Satán y su función consiste en pervertir, en acusar y en castigar a los humanos. El Testamento de los XII Pat. (cf. Test Ben 3) ha acuñado un nombre que ha de hacer fortuna: Belial (el que pervierte), principio del mal y del engaño, de tal forma que los hombres se dividen en aquellos que obedecen a Dios y los que siguen el engaño de Belial o la tiniebla.

‒ Satán, el Diablo, tiene un gran imperio de espíritus/poderes  perversos (antihumanidad). Sin llegar al dualismo estricto de los persas, ese imperio se concibe un poco como doble del reino de los cielos. Existe en ambos casos un príncipe supremo (Dios, Satán); hay una corte de siervos y enviados que ejercen las funciones de su amor (los ángeles de Dios, los demonios del Diablo[ii].

Sobre el origen de los demonios no existe certeza absoluta. En el mito aparecen, por un lado, como hijos de los ángeles caídos, es decir, como las fuerzas enemigas que proceden de los gigantes (fruto de la unión de las mujeres de la tierra y de los ángeles del cielo). Por otro lado, pueden concebirse simplemente como espíritus que acompañan a Satán en su pecado y su caída pervirtiendo ahora la tierra.

Sea cual fuere ese origen, lo cierto es que Israel ha unido para siempre la figura teológico-apocalíptica de Satán (el Diablo) y la experiencia religiosa universal de los demonios. De esa forma el Diablo ya no es sólo el adversario de Dios; es el poder que por medio de los suyos, los demonios, amenaza toda la existencia o vida de los hombres. Por su parte, los demonios dejan de ser ambivalentes y se vuelven simplemente malos, emisarios de Satán, perversos.

Visión de conjunto del NT

Libro La Palabra se Hizo Carne: Teología de la Biblia, Xabier Pikaza ...

1) La historia de Jesús subraya la lucha del mesías contra la presencia destructora del Diablo que actúa en los hombres más perdidos (posesos, enfermos, impuros, oprimidos etc.). Todo lo que dice el NT (todo lo que define al cristianismo como experiencia anti-satánica) ha de entenderse y deducirse de la historia de Jesús

2) Los sinópticos entienden la vida de Jesús como victoria sobre el mismo Satán, que pretendía dominar la historia de los pueblos.

3) El cuarto evangelio ha relacionado al Diablo con el fundamento de lo malo; por eso destaca la función del Cristo como aquel que viene del bien originario.

4) La literatura paulina interpreta lo angélico-demoniaco en perspectiva cósmica; a partir de ella ha entendido la victoria de Cristo sobre los poderes destructores.

5) El Apocalipsis de Juan ha introducido lo angélico-demoniaco en ámbito de juicio escatológico.

Punto de partida. Historia de Jesús,  Jesús y el Diablo

Los ángeles forman la corte judicial de Dios. En calidad de tales deben asumir el testimonio de Jesús, ratificado por el Hijo del Hombre, que muy pronto acabará identificándose con el mismo Jesucristo. Pues bien, en esta línea, los ángeles del juicio tienden a convertirse en compañeros y servidores del Hijo del Hombre que viene (Mc 13,27; 8,38; Lc 9,26).

De esa forma, y perteneciendo a Dios, ellos vienen a presentarse como ejecutores de la obra del Hijo del Hombre: están al servicio de Jesús. No es extraño que la tradición cristiana (cf. Mt 16,27; 24,31) acabe presentándolos como ángeles «del Hijo del Hombre». Papel más importante realizan en la vida de Jesús el Diablo y sus demonios. Lo demoníaco está ahí. No se teoriza en torno a su origen. Tampoco se discuten sus formas de existencia. El Diablo aparece como un momento concreto de la existencia del hombre caído, enfermo, aplastado por la vida.

Es significativo el hecho de que Jesús no trate del Diablo y sus demonios en un campo cosmológico. No le importa la visión del mundo en general. Lo ocupan los hombres caídos, oprimidos, de su propio entorno. Es en ellos, precisamente en ellos, donde encuentra al adversario: diabólico es aquello que destruye la existencia de los hombres. Por eso la actuación de Jesús se explícita por medio de exorcismos. Los exorcismos, que quizá en su origen fueron prácticas apotropaicas destinadas a conjurar el poder adversario de los espíritus, vienen a ser para Jesús un tipo de praxis radical del reino: Por ellos quiere ayudar al hombre, haciéndole que pueda ser humano, vivir en libertad, desarrollarse con salud, desplegar el poder de su existencia.

Por eso, demoníaco es lo impuro (cf. Mc 3,11; 5,2; 7,25, etc.), lo que al hombre le impide realizarse en transparencia. Es demoníaca la enfermedad, entendida como sujeción, impotencia, incapacidad de ver, de andar, de comunicarse con los otros. Es demoníaca sobre todo una especie de locura más o menos cercana a la epilepsia; ella saca al hombre fuera de si, le pone en manos de una especie de necesidad que le domina. Pues bien, ayudando a estos hombres y haciendo posible que ellos «sean», Jesús abre el camino del reino.

Esa actuación no es un sencillo gesto higiénico, ni efecto de un puro humanismo bondadoso. Al enfrentarse con lo demoníaco, Jesús plantea la batalla al Diablo como tal, es decir, al principio originario de lo malo. Así lo supone Lc 10,18 cuando interpreta la verdad de los exorcismos diciendo: «He visto a Satán caer del cielo como un rayo». Así lo ha desarrollado de manera explícita Mt 12,22-32.

Ciertas personas de Israel acusan a Jesús de estar haciendo algo satánico: libera a unos pequeños, insignificantes, endemoniados para engañar mejor al pueblo, separándolo de la ley y poniéndolo en manos del Diablo, el poder antidivino (cf. Mt 9,34; 12,24 y par). Jesús vendría a ser una especie de encarnación de Satán, un demonio principal, infinitamente más peligroso que todos los demonios de los ciegos, cojos y epilépticos. Pues bien, Jesús responde de una forma decidida y programática: «si expulso a los demonios con la fuerza del Espíritu de Dios, esto significa que el reino de Dios está llegando hasta vosotros. (Mt 12,28; cf. Le 11,20). Esta sentencia, dentro del contexto de la actuación de Jesús, reflejada en el conjunto del pasaje (Mt 12,22-32), implica lo siguiente:

a) Los exorcismos de Jesús han de entenderse como signo y lugar de advenimiento del reino de Dios, que se expresa y actúa precisamente en un mundo dominado por lo diabólico, es decir, por la enfermedad y la opresión interhumana.

b) Jesús no es emisario de Satán, sino enviado de Dios; por eso tiene un poder que es superior, el mismo poder de lo divino, de forma que él aparece como “dedo” de Dios, portador del Espíritu Santo, no para imponerse y destruir, sino para crear vida humana. c) Satán ya está vencido. Era el fuerte. Dominaba la casa de este mundo. Ahora ha llegado uno más fuerte y le ha quitado sus poderes (/Mt/12/29-30); Dios mismo actúa por Jesús y está expresando y realizando su obra sobre el mundo.  

c. El Diablo se expresa en la enfermedad y destrucción del hombre sobre el mundo. Por eso, lo diabólico se encuentra ahí mismo, en la ceguera, en la parálisis, la angustia de los hombres. Contra ese Diablo no combaten ya los ángeles del cielo, sino el hombre Jesús y sus discípulos (cf. Mt 10,8 par). Jesús y sus discípulos  luchan contra el Diablo y sus demonios desde la pequeñez de la tierra, en un camino que se abre y les abre hacia la nueva humanidad, en gesto de liberación, de gracia y esperanza. Ese camino ha sido ya básicamente recorrido por Jesús, a través de un itinerario liberador que culmina en su muerte.

Por eso, los primeros creyentes han interpretado su vida y, sobre todo, su muerte y su pascua como momento clave liberación, es decir, de superación de lo diabólico. Todos los textos del Nuevo Testamento retoman, de formas distintas y complementarias, esa batalla y victoria de Jesús contra el Diablo, que aparece condensada de forma genial, en el relato de las tentaciones (Mc 1, 12-13; Mt 4; Lc 4). Esos textos nos sitúan ante el Christus Victor, el Cristo vencedor en la gran batalla de la historia humana contra el Diablo.    

Comentario al evangelio de Marcos by Xabier Pikaza Ibarrondo, Paperback ...

Temas abierto Desde ese fondo podemos releer el relato de las Tentaciones de Jesús, que ofrecen la más poderosa de todas visiones del Diablo y los Demonios. Estas son las novedades más significativas de este pasaje, novedades que deberemos estudiar en otro contextos, en nuevas postales:

a. Sólo allí donde Dios se revela totalmente  como bien o luz plena  puede desvelarse el riesgo de Satán, es decir, de lo contrario a Dios. En ese sentido, el Diablo no es persona, ni unitaria ni trinitaria, sino anti-persona, lo que destruye a las personas. No es “realidad” sino anti-realidad.

b. Este Diablo, que domina sobre el mundo a través de los “demonios” no tiene un carácter básicamente sexual (como en la primera etiología judía ya indicada), ni un carácter simplemente religioso, sino que se expresa en el poder económico-político que se diviniza a sí mismo y destruye a los seres humanos. Sólo en esa línea se puede hablar de Diablo religioso (de la tercera tentación).

c. La lucha contra el Diablo se realiza a través del esfuerzo por la liberación concreta de los hombres, los cojos-mancos-ciegos, los posesos, marginados enfermos… La lucha contra lo diabólico es lucha a favor del ser humano… y en esa lucha viene a revelarse Dios, como lo contrario al Diablo.

 Texto  (Mc 1, 12-13)

  • 12 Y de pronto, el Espíritu lo expulsó al desierto;
  • 13 y estaba en el desierto durante cuarenta días, siendo tentado por Satanás.
  • Y estaba con los animales  y los ángeles le servían

             No es Hijo de Dios  (ni ha recibido el Espíritu) para encerrarse y vivir en aislamiento, sino para extender la filiación, como indica el texto al afirmar que de pronto (euthys, 1, 12), el mismo Espíritu que había recibido le arrojó al desierto, que ya no es lugar de “metanoia” o conversión (como para el Bautista), sino de prueba mesiánica, signo de las dificultades y problemas que Jesús ha de vencer en su camino de Hijo de Dios, a lo largo de su vida, en lucha con Satanás.

Así lo dice este breve texto, construido a modo de parábola fundante, que proyecta sobre Jesús los cuarenta años de prueba de los israelitas de antaño en el desierto. Es posible que el autor ignore los motivos más concretos de la tentación, que aparecen en el documento Q (Lc 4 y Mt 4: estos son los tres demonios o principios diabólicos:

  • pan/dinero convertido en principio de opresión,
  • poder de imposiciónque esclaviza,
  • milagro/religión que aliena a los hombres.

Pero parece más probable suponer que Marcos no quiso introducirlos, aunque fueran conocidos y narrados en algunos ambientes, construyendo, en cambio, este relato que resulta necesario para entender su Evangelio, pues sirve para presentar a un personaje clave de su trama (Satán).

Ciertamente, ha comenzado citando al profeta Isaías y después a Juan Bautista, (M 1, 1-69)    como principio del evangelio, protagonistas precursores de Jesús. Pero inmediatamente después presenta  Satán/Diablo como antagonista

Marcos ha querido presentar desde el principio a Satanás, para que se sepa quién ha sido (y está siendo) el antagonista de Jesús. Por otra parte, como iremos viendo, Satanás y/o los espíritus inmundos sólo actúan de manera expresa hasta un momento de la trama (dejamos de sentir a Satanás en 8,33 y a los espíritus malignos en 9,29). ¿A qué se debe? Probablemente al hecho de que Satanás es solamente un «indicador» de los poderes perversos que se adueñan de la humanidad. Por eso, cuando los seres humanos llegan a su maldad extrema (en los relatos del juicio de Jesús en Jerusalén y en los motivos centrales de su muerte), son ellos mismos y no Satanás ni sus demonios, los que tientan a Jesús.

Pero vengamos ya al pasaje. Tras la gran revelación que sigue al Bautismo, allí donde parece que Jesús (Hijo Querido) debería vencer toda oposición, sin dificultades, Marcos ha querido mostrar que su camino mesiánico, definido por el descenso del Espíritu y la palabra de Dios, estará marcado por la tentación y el conflicto.

En un primer momento, este pasaje nos resulta extraño, con mezcla de fábula (presencia de fieras), de mito religioso (oponen ángeles y diablo) y de relato edificante (el héroe Jesús vence a Satanás). Ciertamente hay esos y otros rasgos en el texto. Pero al estudiarlo con más detenimiento, descubrimos que ellos quedan de tal forma ensamblados que se integran en un tipo de unidad de oposición revelatoria, en cuyo centro está Jesús, entre ángeles y fieras, entre el Espíritu y Satán, en un espacio y tiempo muy especial (del desierto y los cuarenta días):

  Desierto:  Ángeles → JESUS ANIMALES ←Satán. Cuarenta días

Y de pronto el Espíritu lo «expulsó» (1, 12). Se trata, sin duda, del Espíritu de Dios (santo), que él ha recibido tras el bautismo (1, 9; cf. 1, 8), que no le deja ya estar junto al río de la conversión (el Jordán, con el Bautista), sino que le “expulsa” (ekballei), como expulsó a Adán del paraíso (exeballen, con el mismo verbo: Gen 3, 24), para que habite así en el mundo de la prueba. Según Gen 2, 3, Dios había ofrecido a los hombres su Espíritu (aliento), haciéndoles capaces de vivir en sí mismos (de discernir y decidirse). Pues bien, ese mismo Espíritu de Dios “arroja” ahora a Jesús (le expulsa del lugar de una filiación que resolvería todos sus problemas) para llevarle al desierto de la prueba, de manera que él aparece como un “poseído” del Espíritu.

Desierto (1, 12). Por exigencia de la tradición israelita, según el relato de Marcos, el lugar de prueba no es ya el paraíso (como en Gen 2-3), sino el desierto: espacio inhabitado, donde el hombre ha de moverse entre las fuerzas primigenias de la realidad. Este desierto donde el Espíritu expulsa a Jesús no es el de Juan, en 1, 4, junto al río del bautismo, sino el lugar de las “tentaciones y pruebas” de los israelitas, según el Pentateuco (en Éxodo, Números y Deuteronomio).

Cuarenta días. Éstos son los días de su prueba (1, 13), reflejo y concreción de los cuarenta años de prueba del antiguo Israel. En algún sentido se puede añadir que ese desierto (espacio) y esos cuarenta días (tiempo) responden también al paraíso de Gen 2, que aparece así como lugar donde Jesús, nuevo Adán, invierte el antiguo pecado y despliega la verdad del ser humano. Jesús ha vuelto así al principio (los cuarenta días), para convocar, como Hijo de Dios y con la fuerza del Espíritu, la auténtica familia de Dios sobre la tierra. En ese principio de Jesús se encuentran incluidos sus seguidores.

             Éste es el lugar donde Jesús asume la prueba que implica el ser Hijo de Dios (un ser humano). Significativamente, Marcos no dice que Jesús ayune (en contra de los paralelo de Mateo y Lucas), pues el ayuno es un signo propio de Juan Bautista (que comía langostas de estepa y miel silvestre), en el nivel del judaísmo antiguo. La prueba de Jesús consistirá en hallarse frente a frente con Satán, Tentador hecho persona, a lo largo de cuarenta días. Uno frente a otro se situarán los dos signos centrales de la vida: Jesús como principio de vida liberada, y Satanás, que es signo y causa de muerte.

Como he indicado ya, el texto afirma que estaba en el desierto cuarenta días y cuarenta noches (1, 13), días y noches que no son un tiempo que pasa y queda atrás, de manera que después ya no hará desierto, ni tentación, ni servicio (de ángeles), sino todo lo contrario: estos días (lo mismo que la palabra anterior de Dios: «tú eres mi Hijo») reflejan y explicitan una dimensión permanente del evangelio, expresando el sentido de conjunto de la vida mesiánica de Jesús.

− Siendo tentado.Como he dicho, a diferencia del Q (Lc 4 y Mt 4), Marcos no ha concretado las tentaciones, pero es evidente que está evocando la prueba original de Adán: Jesús, el Hijo de Dios, es el comienzo de una nueva humanidad que debe superar las pruebas de la vida mesiánica. Marcos no dice tampoco que Jesús ayune, para sentir al fin hambre y ser tentado (como Lc y Mt), sino que es tentado a lo largo de los cuarenta días y noches.

− Por Satán. El texto le presenta sin comentarios, como antagonista de Jesús, llamándole Satán, que significa el Tentador. La Biblia de Israel no posee una doctrina consecuente sobre Satán, pero le concibe básicamente como un tipo de fiscal (acusador, tentador) de la corte angélica de Dios (cf. Job 1-2; 1 Cron 21, 1; Zac 3, 1-2). Satán no es un dios perverso que se opone al Dios bueno (como suponen algunos dualismos, de origen quizá persa, que aparecen incluso en Qumrán). No es tampoco un ángel malo, creado así por Dios, sino que ha empezado siendo bueno (realizando funciones propias del mismo Dios), pero que, en un momento dado, por influjo del entorno religioso o por evolución de la experiencia israelita, se ha vuelto perverso.

En tiempos de Jesús no había surgido todavía en Israel una satanología unitaria, aceptada por todos, pero la vida de la mayoría de los judíos aparecía llena de “poderes” perversos, entre los que pueden distinguirse dos fundamentales.

  • Por un lado está Satán (satanás: 1, 13; 3, 23.26; 4, 15; 8, 33),a quien la tradición del Q llama en griego ho diabolos (cf. Lc 4, 3. 6. 13), que puede significar “tentador” en general (como en Mc 8, 33). Este Satán es el “príncipe” de los demonios (cf. 3, 22), el que dirige el imperio del mal, un tipo de anti-dios.
  • Por otro lado están los “espíritus impuros” (cf. 1, 26; 5, 8 etc.), que pueden concebirse también como “demonios” (daimonion/daimonia: 3, 15; 7, 26-30), bajo el poder de Satán. Pues bien, nuestro pasaje presenta a Jesús enfrentado con Satán, el Diablo (príncipe de los demonios), sobre quienes (y por quienes) ese Diablo impone su reinado.

 Pues bien, en ese contexto, los israelitas identifican lo demoníaco con lo impuro (cf. Mc 3,11; 5,2; 7,25, etc.), es decir, con aquello que destruye al ser humano y le impide realizarse en plenitud. Es demoníaca la enfermedad, entendida como sujeción, impotencia, incapacidad de ver, andar, comunicarse. Es demoníaca en especial una especie de locura más o menos cercana a la epilepsia y/o la esquizofrenia, pues saca al hombre fuera de sí y le deja en manos de una especie de necesidad que le domina. Pues bien, Jesús abre el camino del reino ayudando a estos hombres, es decir, oponiéndose a Satán y haciendo posible que ellos «vivan» de manera autónoma, siendo ellos mimos, pensando por sí mismos.

Esa ayuda no es un sencillo gesto higiénico, ni efecto de un puro humanismo bondadoso, sino una lucha fuerte contra el imperio de Satán (en griego Diabolos o Diablo), que se expresa en el poder de los demonios (que son como un ejército de espíritus perversos al servicio de Satán).

Eso significa que el “enemigo” (o adversario) de Jesús, según Marcos, no es Roma (como imperio), ni los sacerdotes de Jerusalén (como institución religiosa), ni Herodes Antipas y los jerarcas de Galilea, sino Satán, a quien él presenta así, en su forma semita (cf. 3, 23-26; 4, 15; 8, 33) como fuerza y símbolo del mal (y no en su forma griega, que es Diabolos, como hace Mt 4, 1 y Lc 4, 2), cuyo poder se visibiliza y actúa en la enfermedad y la opresión del hombre. Pues bien, en ese contexto aparecerá Jesús, para liberar a los israelitas más pobres (más oprimidos) del poder de Satán que les domina.

El tema es bien tradicional, pero hay una novedad. En contra de Satán ya no combaten los ángeles del cielo, como en la apocalíptica judía (cf. 1 Henoc) y en el texto simbólico de Ap 12, 7, sino que lucha el hombre Jesús, desde en el principio del evangelio, y con él han de luchar sus discípulos a quienes él ofrecerá el poder de expulsar “daimonia”, es decir, los “espíritus” o poderes que están sometidos a Satán y son como “guerreros” al servicio de su reino (cf. 3, 15; 6, 13).

Según eso, desde el comienzo de su camino mesiánico, Jesús se enfrenta con Satán, y por eso ambos (Jesús y Satán) aparecen ya en este pasaje, como poderes que seguirán enfrentados a lo largo de todo el evangelio, de manera que podríamos decir que Satán es Anti-Cristo (el término aparece en 1 Jn 2,18.22; 4,3; 2 Jn 7), y Jesús es Anti-Satán. En esa línea podemos afirmar que Evangelio de Marcos (como en otro plano el Apocalipsis de Juan) es la crónica de la victoria de Jesús contra Satán, una victoria que se expresará en la “expulsión” de los demonios, como iremos viendo en el comentario.

Esta guerra de Jesús contra Satán puedecompararse a la que entablan los esenios de Qumrán, según el Rollo de la Guerra (QM: Milhama), pero ellos la interpretan de una forma sacral, en línea de pureza, como batalla divina y angélica, donde el mismo Dios, con ejércitos celestes, vendrá en ayuda de los suyos, de forma que en ella no pueden combatir en el lado bueno los impuros, enfermos o manchados.

Qumrán supone que ésta es una lucha de hombres de valor (jueces, oficiales, jefes de millares y centenas) y que, por eso, no caben en ella "contaminados, paralíticos, ciegos, sordos, mudos... porque los ángeles de la santidad están entre ellos" (Regla de la Congregación, 1QSa 2, 1-9; cf. Rollo del Templo, 1QT 45). Sólo en esa asamblea pura, sin enfermos y manchados, surgirá el Mesías, Hijo de Dios (1QSa 2, 12-22).

Pues bien, en contra de eso, Jesús no ha querido crear una comunidad de pureza, excluyendo de su “guerra” a los impuros, como en Qumrán, sino que ha hecho todo lo contrario: ha buscado provocadoramente a los “manchados”, es decir, a los que poseídos por espíritus impuros (akatharta) o demonios (cf. 1, 26-27; 3, 11. 30; 5, 2. 8.13; 7, 25; 9, 25), bajo el poder de Satán, para liberarles, recibiéndolos dentro de su grupo de Reino, y para luchar luego a favor de todos los poseídos de Satán.

Eso significa que él no expulsa o excluye a los impuros, sino todo lo contrario: les busca y acoge, liberándoles de “aquel” (de aquello) que les tenía poseídos. Tampoco ha organizado una lucha militar, como los celotas, sino que ha creado una comunidad mesiánica partiendo de los marginados del sistema nacional judío, esperando y promoviendo así la llegada del Reino, que a su juicio vendrá en Jerusalén, como veremos en la segunda parte del evangelio.

Sólo en ese contexto se entienden sus exorcismos como lucha contra el Diablo. Jesús ha buscado (y encontrado) a Dios entre aquellos a quienes la gente tomaba como abandonados de Dios (locos, posesos y enfermos). De esa forma ha desmilitarizado lo más militar (la batalla contra los enemigos del pueblo), iniciando su guerra anti-guerra a favor de los excluidos y rechazados de la sociedad, es decir, de aquellos que parecían dominados por Satán.  

En ese fondo  ha de entenderse la “tentación” de Jesús, durante cuarenta días. Al contarla, Marcos está suponiendo que Jesús pudo haber sentido (o, mejor dicho, sintió) el riesgo de actuar como Satán, esclavizando a los hombres y mujeres de su entorno (como los escribas le acusan de hacer: cf. 3, 22). Pues bien, Jesús venció a Satán desde el principio, mientras que otros grupos judíos de aquel tiempo, como algunos escribas, familiares de Jesús y el mismo Roca, eran de hecho aliados de Satán o corrían el riesgo de serlo (3, 20-35; 8, 33)[v].

Y estaba con las fieras. El texto parece suponer que Jesús se hallaba solo en el desierto, pero su soledad no era completa, pues se encontraba acompañado por «las fieras» (meta tôn thêriôn), mientras los ángeles le servían. Las fieras de este pasaje pueden entenderse de dos maneras, que se oponen, pero no son contradictorias[vi].

            (a) Esas (thêria) con las que se encuentra Jesús pueden ser los animales salvajes a los que se refiere, con esa misma palabra, el libro del Génesis, cuando dice que Dios creó y que Adán dio nombre a las fieras (Gen 1, 24-25), es decir, las amansó y domesticó (2, 19). Jesús sería así como el Adán primero, habitante del antiguo paraíso, rodeado de animales, a los que daba nombre. Su lucha contra Satán formaría parte de una especie de retorno al Edén, como ha puesto de relieve la tradición israelita (cuando habla de la domesticación final de los animales, y del niño que habita al lado del oso y de la sierpe: cf. Is 11, 1-9) y más aún la tradición griega (cuando habla de Orfeo que domestica con su lira a las bestias del campo).

            (b) Esas fieras Jesús pueden ser las “bestias satánicas”, como la serpiente de Gen 3, 1 (la más astuta de las fieras: thêriôn), que tienta a Eva/Adán, y, sobre todo, como las cuatro grandes fieras-bestias (thêria) de la tradición apocalíptica de Dan LXX 7, 3.7.17, contra las que luchará el mismo Dios, entronizando en su lugar al Hijo del Hombre. En esta perspectiva, que es a mi juicio la mejor, se sitúa el argumento de Marcos: Jesús no estuvo “con” animales del campo (en una visión idílica de vuelta al paraíso), sino que moró, a lo largo de su vida, entre las bestias apocalípticas, que para Dan 7 son los imperios anti-divinos y para Ap 13.17 los poderes satánicos que dominan sobre el mundo: el político-militar, que quiere ocupar el lugar de Dios, y el poder de la mentira del falso profeta.

             Conforme a esta segunda visión, que nos sitúa en una línea que va de Daniel al Apocalipsis de Juan, se entiende el evangelio, como texto apocalíptico, centrado en la lucha de Jesús contra Satán y sus “poderes”, las bestias destructoras de lo humano. De todas formas, a partir de aquí, a lo largo de su texto (a diferencia de Dan 7 y Ap 13. 17), Marcos no habla ya más de esas fieras, quizá porque a su juicio la lucha de Jesús en contra de ellas se expresa en sus exorcismos y en su camino de entrega de la vida y, además, porque esas “fieras” se identifican en el fondo con los poderes de opresión que dominan sobre este mundo. Sea como fuere, su evangelio ha de entenderse en esta perspectiva, como lucha de Dios contra los poderes satánicos que dominan a los hombres.

Y los ángeles le servían. Ellos no vienen, a modo de premio, cuando el Diablo se ha ido, al final de la prueba (como en Mt 4,11), sino que parecen estar allí desde el principio, enfrentados a Satán. En este contexto se pueden precisar mejor las acciones: Satán tienta (pone a prueba al hombre para destruirle); los ángeles, en cambio, sirven (diakonein), en gesto que se irá definiendo a lo largo del evangelio, hasta venir a convertirse en signo específico de Jesús, Hijo del hombre, que ha venido a servir, no a ser servido (l0, 45). Este servicio angélico puede entenderse a la luz de las dos líneas antes evocadas al hablar de las “fieras”.

 (a) Los ángeles que sirven puede ser los querubines del primer paraíso, del que fueron expulsados Adán y Eva (cf. Gen 3, 23-24). Entendido así, el texto nos situaría ante una especie de paraíso ecológico, con Jesús entre fieras, servido por ángeles, como ha puesto de relieve la iconografía tradicional (y de manera más intensa algunos grupos cristianos, como los Testigos de Jehová). Superada la prueba de Satán, sobre un fondo de animales mansos, se elevaría el servicio angélico. En esta línea se podría citar además la versión del pecado que ofrece El Libro de Adán y Eva (recogida y popularizada en el Corán), donde se afirma que Dios mandó a los ángeles que sirvieran al hombre (que le adoraran como imagen divina). Algunos, dirigidos por Satán, se rebelaron, volviéndose así tentadores. Lógicamente, allí donde Jesús retorna al paraíso para iniciar el buen camino, enfrentándose a Satán, los buenos ángeles de Dios han de servirle[vii].

(b) Pero es más probable que el texto aluda a los ángeles apocalípticos, que vendrán con el Hijo de Hombre (8, 38), a los que él enviará, como servidores suyos, para recoger a los elegidos de los cuatro confines del cosmos (13, 27). Servir a Jesús significa así ayudarle en su tarea escatológica. En ese contexto, los ángeles no se oponen ya directamente a Satán, sino a las fieras destructoras de Dan y ApJn que hemos señalado. Éste sería el esquema de fondo de la escena. (a) Por un lado estaría Dios con sus ángeles, sosteniendo a Jesús. (b) Por otro lado estaría Satán con sus fieras, luchando contra él. Jesús aparecería de esa forma en el centro de la gran lucha, como protagonista de la obra de Dios, combatido por las fieras, ayudado por los ángeles.

Ampliación. Mito angélico/demoníaco e historia evangélica. Por medio de este relato simbólico, con rasgos que pudieran parecernos míticos, Marcos ha logrado presentar un elemento clave de la identidad de Jesús, en el comienzo del evangelio, allí donde aparecen sus rasgos esenciales: en la raíz evangelio se halla la historia de Israel y su denuncia y promesa, centrada en el Bautista; allí está Dios Padre que le reconoce (engendra) y que le da su buen Espíritu; allí está, en fin, el mal espíritu, que es Satanás, y que le tienta para destruir su obra mesiánica.

            Desde 1, 9-11 podíamos haber tenido el riesgo de tomar a Jesús como un superhombre ideal, alguien que viene de Dios, tiene su Espíritu, y no sufre, pero tampoco participa de verdad en la historia humana. Pues bien, en contra de eso, tras haber situado a Jesús en el final del camino israelita (1,1-8), Marcos ha querido enraizarle en el principio y en la meta de la historia humana, presentándole, por un lado, como el nuevo Adán que asume (y supera) la prueba de Satán y, por otro, como el Hijo del Hombre, que vence a las fieras de Satán con la ayuda de los “ángeles” (que estarán al fondo de todo lo que sigue, aunque no aparezcan externamente).

En esta perspectiva se iluminan ciertos rasgos del pasaje. Jesús ha de estar solo, como principio y compendio de la humanidad; no va con Juan Bautista, no se expande y divide en varón-mujer (como el Adán de Gn 2-3), ni dispone todavía de discípulos. Tiene que asumir él solo la prueba, iniciando así la nueva travesía de lo humano. Por eso se mantiene en el desierto, entre las fieras de Satán y los ángeles de Dios. Está a solas, pero el Espíritu de Dios que le ha “arrojado” al desierto de la prueba, le sostiene, en medio de la lucha que se entabla (y que él dirige) entre ángeles de Dios y fieras de Satán[viii].

Satán y sus fieras están al fondo del relato, pero en el centro se eleva y actúa solamente Jesús, enfrentado a los poderes humanos pervertidos (ellos expresan lo satánico). Eso mismo ha de afirmarse, pero con más fuerza todavía, de los ángeles. Marcos apenas alude a ellos en la historia de Jesús y sólo vuelve a citarlos al final del gran drama, como servidores del juicio del Hijo del hombre (8,38; 13,27) y como ejemplo de una vida donde se supera el deseo posesivo del varón sobre la mujer (12,25). Ciertamente, ellos son muy poderosos, pero no pueden conocer la hora de Dios para los hombres (13,32). Finalmente (en contra de Mt 28,2), el revelador pascual de 16,1-8 es un joven celeste y no aparece expresamente como ángel (aunque puede suponerse que lo es)

            Se pudiera pensar que este prólogo teológico (1, 1-13) tendría que expandirse luego en el relato mítico de una gran batalla (al estilo de Ap 12, 7-9) entre poderes sobrehumanos (como en una guerra de galaxias de tipo espiritual). Pero no ha sido así; Marcos ha evocado estos poderes, como en un espejo para que podamos mirarnos en ellos. Nos ha dicho qué es tentar (Satán) y qué es servir (ángeles), nos ha arraigado en el origen; pero luego, cuando llega la historia concreta, esos actores sobrenaturales desaparecen (o quedan velados), de manera que el protagonista del evangelio no es ya un ángel, sino el mismo que debe servir a sus discípulos y ellos servirse entre sí (cf. 10, 45).

            Jesús sirve luchando contra Satán que se expresan de manera especial en los posesos (cf. 3, 22-30), aunque aparece también como "encarnado" en los poderes de violencia de este mundo, es decir, en aquellos que le matan. Significativamente, en la primera parte de Marcos (1, 1-8, 26) Jesús se opone a Satán de una manera expresa; pero luego (8, 27- 16, 8) Satán, en cuanto fuerza personificada, tiende a desaparecer y en su lugar emergen los poderes de este mundo y los discípulos satanizados (cf. 8, 31-33) que tientan a Jesús. De esta forma, en vez de un mito angélico, Marcos ha elaborado una historia evangélica de liberación.

Nota: Para destacar así el sentido de esta lucha, Marcos ha presentado desde el principio a los protagonistas: Jesús y Satán, frente a frente, en el desierto, dispuestos a medir sus fuerzas en la batalla del fin de los tiempos, que es en el fondo la misma batalla del principio, la que se entabló en paraíso (Gen 2-3). Desde esa perspectiva, el evangelio podrá entenderse, desde ahora, como relato de la gran batalla humana (y divina), entre Jesús y Satán. Como he dicho, Marcos no ha visto la necesidad de concretar las tentaciones o demonios de Jesús en forma de pan/economía perversa, poder/política opresora  y religión perversa, como ha el Q ( Mt 4 y Lc 4), pues todo el proyecto y camino de Jesús será, a su juicio, una lucha contra de Satán, que se manifiesta a través de “poderes humanos”, como son los escribas, los familiares de Jesús y Roca. Marcos se distingue así del Apocalipsis de Juan, que vincula Dragón/Satanás con los poderes imperiales (las bestias) de Roma, en Ap 12-13. 

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